¿En qué consiste la edificación del cuerpo de Cristo?¿Quiénes están llamados a hacer esta obra? ¿Cómo?
El propósito divino
Como ustedes saben, la carta a los Efesios tiene como asunto principal el propósito eterno de Dios, en qué consiste ese propósito, cuáles son los medios que Dios ha dispuesto para llevarlo a cabo, y de qué manera finalmente su propósito se va a cumplir en plenitud.
Dios quiere que éste sea también nuestro propósito, y por eso ha querido revelarlo. Y esto es algo que no debemos dar por descontado; es decir, no porque hablemos del propósito eterno de Dios, quiere decir que ese propósito está comprendido y grabado en nuestros corazones. Tiene que ser revelado por el Espíritu, y convertirse en el asunto que gobierna la totalidad de nuestras vidas.
¿Cuál es ese propósito, ese misterio, como lo llama Pablo? En Efesios 1:9-10 dice, «reunir todas las cosas en Cristo». Ahora, la palabra «reunir» no sólo significa juntar alrededor de Cristo todas las cosas. La palabra griega significa básicamente levantar a Cristo por cabeza, para que, bajo su autoridad, se reúnan todas las cosas. Y también significa hacerlo a él, el centro de todas las cosas; que todas ellas converjan hacia él, y encuentren su razón, su destino, su finalidad, en él. En suma, que Cristo sea el todo y en todos.
¿Cómo Dios va a realizar ese propósito? Su plan tiene dos etapas. La primera de ellas, que es fundamento de la segunda, ya se cumplió, y comprende la encarnación, la muerte, la resurrección, la exaltación y la entronización de su Hijo como Rey y Señor (Ef. 1:20-22).
La segunda es que su Hijo tenía que revelarse y manifestarse a través de una creación especial. Y esa creación no era la raza de los ángeles, sino el hombre. Por ello El Verbo fue hecho carne.
Cristo es la Cabeza
El Señor Jesucristo es Rey y Señor de todas las cosas; el Padre sometió todas las cosas bajo sus pies. Pero, sobre todas las cosas, él lo dio por cabeza a la iglesia (Ef. 1:22). Entonces, la relación que hay entre Cristo y todas las cosas es distinta a la relación que hay entre Cristo y la iglesia. Sobre todas las cosas, él es Rey y Señor, y él gobierna y domina sobre todo. Pero con relación a la iglesia, él no solamente es Rey y Señor, pero también es su Cabeza.
Así como una cabeza está vinculada a su cuerpo, y es inseparable de su cuerpo, así Cristo se unió a la iglesia, para sostener, para alimentar, y para expresarse a sí mismo a través de ella. Hay entre Cristo y la iglesia una intimidad y una relación que no existe entre Cristo y nada más en este universo creado.
La cabeza necesita al cuerpo para expresarse. Cuando el Padre lo hace cabeza de la iglesia, al mismo tiempo pone una ‘limitación’ para el Señor: Que él se tiene que expresar, revelar y manifestar, y llevar adelante sus propósitos a través de su cuerpo que es la iglesia.
Imagínese usted, ¿su cabeza actúa separada de su cuerpo alguna vez? Si en su cabeza usted tiene planes que llevar adelante, por ejemplo, construir una casa, planificada diseñada y pensada por completo en su mente. A la hora de ejecutar sus planes, ¿qué necesita? ¿No necesita sus manos, o sus pies?
Ahora, supongamos que su cabeza tiene sentimientos profundos. Usted es joven, está enamorado de alguien, y quiere decirle a ella que la ama. ¿No necesita un cuerpo? Si no hubiera rostro, ojos, expresiones faciales y corporales, ¿cómo podría usted expresar lo que siente?
Cuando Cristo se convierte en cabeza de la iglesia, se autolimita a sí mismo y queda indisolublemente atado a ella, de manera que él ahora necesita a la iglesia para cumplir sus planes, para llevar adelante los propósitos eternos de Dios. Y esa es la segunda parte del plan de Dios: Que Cristo lo pueda llenar todo de sí mismo por medio de la iglesia.
Cristo es el Modelo
Ahora, vamos a Efesios 4. «El que descendió, es el mismo que también subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo» (v. 10). Ahí está el propósito – que Cristo lo llene todo. Eso quiere decir, hermanos, que todavía no todo está lleno de Cristo. En el cielo, todo está lleno de él; pero, en la tierra, no todo está lleno de él. Aún el mundo está bajo el príncipe de la potestad del aire, y Satanás está moviéndose y manifestando sus intenciones y designios malignos en esta tierra.
Pero, ¿cómo va a llenar Cristo todo? Edificando su iglesia, y llenando a su iglesia de él mismo. Y, una vez que la iglesia esté llena de él, entonces la iglesia lo va a llenar todo de él y ya no habrá más lugar para Satanás en la tierra. Ese es el plan. Por eso dice el versículo 3:21, hablando de Dios el Padre: «…a él sea la gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades». Pues la Iglesia es el cumplimiento eterno de su propósito en Cristo.
¿Qué medios va a emplear para edificar a su iglesia? Leamos Hebreos 3:5: «Y Moisés a la verdad fue fiel en toda la casa de Dios, como siervo, para testimonio de lo que se iba a decir». Cuando Moisés sacó a los israelitas de Egipto, que cruzaron el mar Rojo y llegaron al monte Sinaí, Dios lo llamó para que estuviese con él cuarenta días y cuarenta noches. Allí, Dios le mostró detalladamente el diseño de un tabernáculo o casa. Dios le fue revelando a Moisés esa casa y todos los muebles, utensilios y elementos que debían estar en la casa. Y no sólo eso, sino que también el servicio sacerdotal, todo lo que tenía que ver con el funcionamiento de esa casa.
Mientras Dios hablaba con Moisés, le decía: «Harán un tabernáculo… Harán un arca … un altar … una mesa …». Cada vez que él hablaba con Moisés y terminaba de describir un aspecto de esa casa, le advertía: «Presta atención, Moisés: Que hagas todas las cosas –no el ochenta por ciento, no el noventa por ciento, no el noventa y nueve por ciento, sino todas, el cien por ciento– conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte».
¿Por qué Dios hizo esa advertencia a Moisés? Dice Esteban que Moisés era un hombre preparado en toda la sabiduría de los egipcios, poderoso en sus palabras y en sus obras. Ahora bien, los egipcios fueron los más grandes constructores de la antigüedad. Hasta el día de hoy, las cosas que ellos construyeron son consideradas maravillas del mundo antiguo: las pirámides, los templos que edificaron. Incluso los israelitas construyeron ciudades enteras para los egipcios.
Así que, si alguien sabía de construcciones y edificaciones, ese era Moisés. Y si alguien sabía de edificación, eran los israelitas. Pero Dios le dijo a Moisés: «Yo voy a usar el conocimiento que tú tienes, de construcción, de edificación», (porque si él no hubiese sabido nada de construcción, Moisés no habría entendido nada), pero con una advertencia: «No puedes poner nada de ti mismo en el diseño, ni en la obra de mi casa».
Era una gran tentación para Moisés agregar algo de sí mismo al diseño. Pero se dice que Moisés fue fiel como siervo. ¿Sabe lo que es un siervo? Es un esclavo. Cuando un amo manda a un esclavo a hacer algo, el esclavo tiene que simplemente ir y hacer las cosas como se le dijo. No tiene que recibir explicaciones.
Moisés no pidió explicaciones. Lo hizo todo como Dios le mandó, y porque él fue fiel –dice la Escritura– todo lo que él hizo puede ahora dar testimonio, y puede representar tipológicamente a Cristo y a la iglesia.
Por ejemplo, el arca tenía que tener un codo y medio de alto, para representar la unión del hombre con Dios, porque uno y medio más uno y medio son tres, y tres es el número de la Divinidad. El arca representa la unión de Dios y del hombre, en Cristo – uno y medio para Dios, uno y medio para el hombre. Si Moisés hubiera puesto medio codo más, el arca habría sido bonita, pero sin ningún significado en relación con Cristo.
Ahora, cuando Moisés erigió el tabernáculo, Dios fue severo con respecto a algo que era una sombra y una figura, destinada a pasar y a desaparecer. Pero ahora estamos hablando de la casa eterna y definitiva de Dios que es la iglesia. Entonces, si Dios fue tan severo y estricto con lo que era sombra y figura, ¿no ha de ser estricto y severo con el original? ¿Será que Dios ha cambiado y ahora nos permite a nosotros improvisar o poner nuestras propias ideas en la iglesia, o introducir nuestros conceptos, nuestras opiniones y las cosas que creemos saber en la edificación del cuerpo de Cristo? ¿Habrá cambiado Dios?
No; todo tiene que ser hecho «conforme al modelo que te ha sido mostrado en el monte» (Ex. 25:40). Usted preguntará: «¿Tenemos un modelo para la edificación de la casa? Sí, y es un modelo muy claro, muy específico, concreto y real. ¡Ese modelo es el Señor Jesucristo!
Por eso dijimos que la primera parte es la revelación del Señor Jesucristo. «Dios fue manifestado en carne» (1 Tim. 3:16). Y la Escritura dice literalmente «puso su tabernáculo», su morada, en medio de nosotros (Juan 1:14). Así que, al verlo a él, nosotros vemos la morada de Dios con los hombres. Y ese modelo ahora tiene que ser mostrado e impartido en nosotros. La plenitud de él tiene que venir a nosotros y, por el Espíritu, lo que es de él tiene que ser formado en nosotros. No sólo un aspecto de él, no sólo una parte de él. Así como la plenitud de Dios habitó en él y habita en él, así la plenitud de Cristo tiene que habitar en la iglesia.
Los dones perfeccionan
Sin embargo, ¿Cómo va a llenar Cristo todo en todos? Lo primero, dice la Escritura, es que él dio dones a los hombres. Y aquí comienza la edificación de la casa. Ahora, aquí los dones, como ya otros hermanos han explicado muy bien, no son dones que él dio a las personas. Él también da dones individuales a los miembros de su cuerpo. Pero estos dones que da aquí no son dones dados a miembros del cuerpo, individualmente, sino que son personas que él da como dones a todo el cuerpo.
Él prepara a un hombre, lo convierte en un apóstol, y lo da a la iglesia. Él prepara a otros hombres, los convierte en profetas, y los da como regalos a su iglesia. Él toma aún a otros, los convierte en evangelistas, y los da luego a la iglesia; y él prepara a otros como maestros, y los da a la iglesia.
Jóvenes, presten atención a eso. El Señor toma hombres y los prepara; trata con ellos, trabaja con ellos, y no en un período corto de tiempo. Se va revelando a ellos, y una medida de él, de los planos que están en él, se forma en ellos. Así los prepara, y luego los da a su cuerpo. Esa es la forma en que él edifica la casa. Él no comienza organizando nada; ni con esquemas, o metodologías o con planes en un papel. Él comienza siempre su obra con hombres formados por él y enviados por él. Ese es el método de Dios.
¿Hay algún método en la Escritura para levantar una iglesia? ¿Será que el Señor llamó un día a los apóstoles y les dijo: «Vengan para acá, ahora yo les voy a explicar lo que es la iglesia, su organigrama y sus funciones? ¿Así hizo el Señor la iglesia? ¿Un método, un plan?
No, hermanos amados, el plan es él, el método es él. Hombres que lo conozcan a él, que hayan estado tiempo con él, que hayan estado en la intimidad con él, que hayan oído la voz de él. (1 Jn. 1:1-2).
Él formó apóstoles, y esos hombres fueron dados como dones a la iglesia. Los apóstoles, para colocar fundamentos. Pablo dice: «…yo como perito arquitecto puse el fundamento» (1 Co. 3:10). ¿Cuál es el fundamento? Jesucristo es el fundamento. «Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles» (Hch. 2:42). ¿Qué es la doctrina de los apóstoles? Todo lo que ellos oyeron, contemplaron y palparon mientras estaban con Jesucristo, eso se convirtió después en la doctrina de los apóstoles. «Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hch. 5:42).
La Escritura dice: «…el fundamento de los apóstoles y profetas» (Ef. 2:20). Entonces, los apóstoles y profetas van de la mano; los apóstoles, para poner el fundamento, y los profetas, para regar sobre el fundamento, para ampliarlo. Ambos, profetas y apóstoles, están relacionados con la revelación de Jesucristo dada a la iglesia a través de ellos. Pero los primeros colocan el fundamento de Cristo, y los segundos profundizan el fundamento, amplían la visión y el entendimiento de Cristo para la iglesia.
Lo tercero que él dio a la iglesia son los evangelistas. También es un aspecto de Cristo que se da a la iglesia; porque, recuerden, la iglesia tiene que ser la plenitud de Cristo. ¿A qué vino el Hijo del Hombre? «…el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc. 19:10). ¡Bendito sea el Señor Jesucristo! Él fue el primero de los evangelistas; él vino con un corazón lleno de amor por los perdidos.
Cristo se da a nosotros a través de los evangelistas. ¡Qué sería de nosotros sin el amor de aquellos que, representando al Señor Jesucristo, han predicado el evangelio! Aquellos que dejaron sus hogares en tierras lejanas, aquellos misioneros de antaño, que cruzaron medio mundo para traer el evangelio. ¡Qué sería de nosotros sin ellos!
Y luego, pastores y maestros. Ellos toman todo lo que está en la doctrina de los apóstoles, la revelación de los profetas, la visón de largo alcance de los evangelistas, y la empiezan a aplicar a todos los aspectos de la vida de la iglesia, hasta en los más pequeños detalles.
¿Aquí tenemos completa la iglesia? No, no tenemos la iglesia todavía; ahí sólo tenemos el principio de la iglesia. Entonces, presten atención por favor. ¿A quién deben apegarse ustedes? Apéguense a aquellos hombres que Dios ha dado a la iglesia, siéntense a los pies de ellos, aprendan a Cristo de ellos. Búsquenlos, porque van a conocer a Cristo a través de ellos, porque son un regalo de Cristo para ustedes, y para toda la iglesia.
Una cosa más al respecto. Pablo dice a los corintios: «…todo es vuestro: sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas … todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Co. 3:21:23). Eso significa que Dios ha dado dones a la iglesia. Pero, ¿qué es más importante? ¿Los dones o la iglesia? Si usted tiene novia y se va a casar con ella, y le hace muchos regalos, ¿qué es más importante, su novia o los regalos? ¡La novia! ¿Qué es más importante, los dones –apóstoles y profetas, evangelistas, pastores y maestros– o la novia de Cristo? ¡La novia! Ellos son regalos, pero ella es su novia.
La novia es más importante que los regalos. Entonces, la novia no debe estar en función de los regalos, sino en función del Novio. Gracias a Dios por los dones; pero nuestra vista tiene que estar en el Señor de los dones.
Aquí no hay una jerarquía. El Señor no está hablando de una estructura jerárquica de gobierno sobre la iglesia; él está hablando de dones, de regalos que él libremente da a la iglesia. Vienen de él, son de él. No es tampoco que la iglesia se juntó y dijo: «Vamos a nombrar apóstoles, profetas, evangelistas, etc…». Los hombres no pueden ‘fabricar’ apóstoles, profetas, evangelistas, pastores o maestros. Sólo Cristo puede, y él los da a la iglesia. No cometamos un error; esto no es un método. Es la vida de Cristo que se va desarrollando, por el Espíritu, en la iglesia.
«…Todo es vuestro…». Aprópiense de todo. Tomen a los apóstoles, son suyos; a los profetas, son suyos; a los evangelistas, son suyos. Hermanos y hermanas todos los dones son de ustedes; pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios. No desaproveche los dones, no los menosprecie, no los tenga en poco. Déle gracias al Señor que nos ha dado dones; recíbalos todos, acójalos a todos. Pero usted es de Cristo, la iglesia es de Cristo, y Cristo es de Dios.
Entonces, ¿cuál es la finalidad de estos hermanos? Aquí vamos a tener que redefinir algunas palabras, de acuerdo a la Escritura. La finalidad de estos hermanos, ¿es edificar la iglesia? No. Leamos de nuevo Efesios 4:12: «…a fin de perfeccionar…». Ahora, si usted sigue leyendo, un poco más adelante, aparece la palabra edificar. Pero, aquí no dice que ellos son dados para edificar a la iglesia, sino para perfeccionarla. La palabra perfeccionar no es hacer perfectas a las personas. La palabra griega más bien significa preparar, equipar, y reparar, cuando es necesario. Todo eso es perfeccionar. Es más o menos la idea que tenemos cuando en una empresa dicen: «Vas a ir a un curso de perfeccionamiento». No es que usted va a ir a ese curso para salir de allí perfecto; sino para salir más preparado para hacer su labor. Esa es la idea aquí: perfeccionarlos, prepararlos para hacer su trabajo, para cumplir su función en el cuerpo de Cristo.
Todo el Cuerpo edifica
Los apóstoles, los profetas, los evangelistas, los pastores y maestros están en el cuerpo para preparar a los santos, para que los santos cumplan su función en el cuerpo de Cristo. Ellos no están para edificar a los santos. Preste atención a esto; es muy importante la distinción que hace la Escritura. ¿Por qué? Porque el ministerio de la palabra, por sí mismo, no edifica.
Usted puede venir a miles de reuniones y recibir y ser expuesto al ministerio de la palabra por años y años, y usted no va a crecer un centímetro en la edificación de Dios. Usted puede tener miles de horas acumuladas de ministerio de la palabra, y no por eso ha sido edificado. Porque la edificación de Dios no tiene que ver con recibir la palabra solamente, sino con tomar esa palabra y comenzar la edificación del cuerpo de Cristo.
Y esto no lo hacen los ministros de la palabra, sino ¿quiénes? Vea conmigo. «…a fin de preparar a los santos para la obra del ministerio». ¡Ah, ahora sí, todos nosotros, los santos, hacemos la obra del ministerio! Y, ¿cuál es el propósito de la obra del ministerio? ¡La edificación del cuerpo de Cristo! Aquí, sí, está la palabra edificación. Cuando los santos empiezan a trabajar y a hacer su parte, entonces recién empieza la edificación del cuerpo de Cristo.
Cuando usted viene a una reunión y dice: El hermano predicó una palabra tan bonita, tan del Señor! ¡Salí tan edificado!». ¿Salió edificado? ¡No! Salió preparado, salió alentado, salió entrenado. Pero ahora tiene que ir a edificar; ahora, recién, tiene que ir a edificar.
Tuvimos hace poco el Mundial de Fútbol. Allí los entrenadores preparan a sus jugadores, les enseñan estrategias, y hacen esquemas, es decir, los entrenan. Pero, ¿se imagina que esos jugadores nunca jugaran un partido? ¡Qué frustrante sería para ellos! A veces nosotros somos como un equipo de fútbol sobreentrenado, que nunca juega un partido de verdad.
¿Por cuántos años ha sido entrenado usted? ¿Cuántas predicaciones, cuántas ministraciones de la palabra ha recibido usted en su vida? Yo diría que usted está sobreentrenado, hermano amado. ¿Qué le parece? ¿Está utilizando todo lo que ha recibido para edificar el cuerpo de Cristo, o no está haciendo nada y sigue preparándose?
Es la capacitación, el entrenamiento de estos hermanos, lo que permite que luego estos hermanos, teniendo las herramientas, los elementos necesarios, lleven a cabo la obra del ministerio. ¿Y cuál es la obra del ministerio? La edificación del cuerpo de Cristo.
Así que, lo que Dios tiene en mente, no es la edificación personal solamente. Dios quiere que el cuerpo crezca, que la iglesia se edifique. El quiere que todo el cuerpo comience a tomar forma; la forma de Cristo.
Eso significa que el cuerpo tiene que empezar a concertarse, a relacionarse. Las coyunturas tienen que empezar a ligarse entre sí; los miembros tienen que empezar a unirse unos con otros y a trabajar unos con otros. Y entonces, el cuerpo empieza a funcionar, cuando todos los miembros están ligados, entrelazados y amalgamados unos con otros. En esto consiste la edificación. Las piedras se juntan unas con otras para elevarse juntas como casa de Dios. Entonces, todos los miembros, por medio de la palabra que han recibido de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros, se alimentan unos a otros, y se nutren unos con otros de la cabeza que es Cristo.
Voy a poner un ejemplo: la iglesia en Jerusalén. Ella comenzó con doce apóstoles y más o menos unos quince mil hermanos, contando las mujeres y los niños. «Y todos los días, en el templo y por las casas, no cesaban de enseñar y predicar a Jesucristo» (Hch. 5:42). ¿Y así, por los 50 años siguientes, esos hermanos estuvieron escuchando a los apóstoles y deleitándose con lo que los hermanos enseñaban? No, no fue así. Porque lo que Dios tenía en mente no era que esa iglesia estuviese toda la vida recibiendo y escuchando palabra tras palabra. Él quería que el cuerpo comenzase a funcionar, a llenar toda la tierra del conocimiento de su Hijo Jesucristo.
Entonces, aquello fue una escuela. Jerusalén fue la primera escuela de Dios, de entrenamiento y de capacitación en la tierra. Y no duró mucho tiempo, a lo más siete a diez años. Cuando el Padre consideró que estaban listos, él detuvo todo eso y dijo: «Muy bien, ahora están preparados, ¡vayan!». ¿Quiénes fueron… los apóstoles? No. Cuando comenzó la persecución con motivo de Esteban, dice la Escritura que, en una noche, toda Jerusalén quedó vacía de hermanos, pues todos fueron dispersados, excepto… ¡los apóstoles!
Los apóstoles se quedaron en Jerusalén, para volver a formar otra generación. Ya su trabajo había sido hecho. Ahora, aquellos hermanos que tenían el fundamento de los apóstoles con ellos, y la revelación de los profetas, la visión de los evangelistas ardiendo en su corazón, la enseñanza de los pastores y maestros, estaban preparados para ir. Y Dios los envió a todos ellos.
Y allí donde ellos fueron, ¿qué ocurrió? Por toda la región de Judea, y por toda Samaria, y aun tan lejos como Antioquía, la iglesia de Jesucristo se multiplicó. No fueron los apóstoles los que fundaron las iglesias en Judea. No fueron los apóstoles los que fundaron la iglesia en Antioquía. Fueron los hermanos y hermanas.
Dirás: «Pero yo pensaba que los obreros son los que levantan las iglesias». Pues, observe que no. Sí y no. Ellos levantan algunas. Pero si usted tiene el fundamento, entonces, usted puede ir y poner ese fundamento en otros, usted puede ser un obrero del Señor dondequiera que vaya.
¿Cuántos de ustedes tienen la revelación de Cristo recibida de los profetas? ¿Cuántos han visto al Señor? Usted puede ir a hablar a otros acerca de Cristo, de su gloria, de su grandeza, de su profundidad, de su autoridad. ¡Usted puede! Para eso ha sido preparado por Dios.
Ahora, ¿cuántos han oído al Cristo de los evangelistas? Entonces, usted puede llevar esa palabra a cualquier parte del mundo. Usted también es un evangelista, porque tiene el evangelio de Jesucristo ardiendo en su corazón.
¿Y cuántos han sido pastoreados por años? ¿Cuántas enseñanzas para edificar su familia, su matrimonio, su situación laboral, toda su vida entera? ¿Cuánto ha recibido de Cristo por medio de los pastores y maestros? Mucho, ¿verdad? Ahora usted puede ir y aconsejar a otros, puede ir y enseñar a otros. Usted también es un maestro y es un pastor para otros. ¡Ese es el propósito del Señor! Él quiere que todos nosotros vayamos a hacer su obra, a edificar su casa, a levantar su iglesia en todas partes.
Una historia más, para que usted vea que esto no sólo ocurrió en Jerusalén. También cuando Pablo y Bernabé realizaron su obra apostólica. ¿Usted recuerda que Pablo, en la mitad de su carrera, le escribe una carta a la iglesia en Roma – la carta a los Romanos?. ¿Usted sabe que Pablo nunca había estado en Roma? No conocía la iglesia en Roma de vista, pues nunca había pisado las calles de Roma. Y sin embargo, cuando escribe su carta a los Romanos, en el capítulo 16 de de la misma, empieza a saludar a hermanos y hermanas como si los conociera de toda la vida.
Ahora, ¿cómo podía Pablo, que nunca había estado en Roma, conocer a aquellos hermanos? Es que en Roma había ocurrido lo mismo que en Judea, en Samaria y en Antioquía. Los hermanos de las iglesias en Asia Menor y de Acaya (Grecia) habían ido a Roma. Ellos habían ido, no Pablo.
Esos hermanos comenzaron la iglesia en Roma. Hermanos que se formaron con Pablo, pero que luego fueron y fundaron otras iglesias. Y muchos años después, Pablo llegó a Roma también, cautivo y en cadenas.
Tal vez usted, hermana, se mira en menos. Lea los nombres que menciona Pablo. ¿Cuántas hermanas hay en esa lista? La mitad por lo menos. Hermanas que han trabajado mucho en el Señor, dice Pablo, que han sido colaboradoras en Cristo, que han ayudado a levantar la iglesia de Jesucristo en Roma y en muchas otras ciudades.
«Priscila y Aquila, mis colaboradores». Menciona a Priscila antes que a Aquila, su esposo. Hermana, ¿usted cree que puede? ¿Está dispuesta? ¿O queremos seguir años y años, todos sentados, escuchando mensajes y más mensajes, y entrenándonos y entrenándonos, sin hacer nunca el trabajo que el Señor espera de nosotros?
¿Ustedes creen que los obreros deben hacer todo el trabajo? No, no es trabajo de ellos; ellos preparan a los santos para que vayan y hagan la obra del ministerio. ¿No dice eso la Escritura? Y su tarea continúa «…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef. 4:13).
Jóvenes, ¿para qué están siendo preparados ustedes? ¿No es para tomar su lugar en esta gran obra del ministerio que es la edificación del cuerpo de Cristo? No tengan la vista estrecha. No digan: «Yo soy poca cosa, yo nací en no sé qué olvidado pueblito «. Eso no importa. No importa de dónde eres o de qué familia procedes. Si tienes a Cristo, si el fundamento está en tu corazón, si has visto al Señor, si el evangelio arde en tu corazón, tú puedes ir también. El Señor necesita que vayas, que amplíes tu visión y que ensanches tu corazón.
Alguno dice: «Yo soy muy viejo, ya pasó mi tiempo». No, nunca pasa tu tiempo, hermano; si tú eres viejo, el Espíritu de Dios te va a renovar y sostener hasta el final. Pero tú anda y haz lo que el Señor quiere que hagas. En la misma iglesia local tienes que hacer todo lo que el Señor quiere que hagas. Tú tienes que ser un obrero ahí, un profeta, un maestro, un evangelista, en la medida en que el Señor te ha dado ser esas cosas donde tú estás.
De esta manera, todos podemos y debemos colaborar en la obra de edificación que el Señor encomendó a su cuerpo que es la Iglesia. Hasta que todo sea lleno del conocimiento de la gloria del Señor. Amén. ¡Bendito sea el nombre del Señor!
Síntesis de un mensaje impartido en Temuco, en julio de 2006.