Al leer Hebreos, llaman la atención tres versículos sobre el Señor Jesús. Los dos primeros son muy parecidos entre sí, y explican los sufrimientos del Señor, «que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos» (2:10). «Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen, y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec» (5:8-10). Esto nos muestra algo muy difícil de entender: que el Hijo de Dios, siendo Dios mismo, santo y puro y perfecto, tuvo que padecer para aprender la obediencia y ser perfeccionado.
Luego, el tercer versículo, es muy precioso: «Porque la ley constituye sumos sacerdotes a débiles hombres; pero la palabra del juramento, posterior a la ley, al Hijo, hecho perfecto para siempre» (7:28). Aquí vemos la obra concluida, el fruto de sus padecimientos, pues el Señor ya ha sido hecho perfecto para siempre, ya ha sido perfeccionado.
Sin duda, este trabajo que Dios hizo en su Hijo en los días de su carne, es el mismo que está haciendo en sus muchos hijos en este tiempo. El apóstol Pedro dice: «Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas» (1ª Ped. 2:21). Las pisadas del Señor siguieron el camino del dolor, con miras a la madurez. ¡Cuánto más nosotros, que estamos en un cuerpo de muerte!
En cada cristiano hay muchas áreas que deben ser tocadas, áreas donde el alma se opone a la voluntad de Dios. Son áreas fortificadas, endurecidas, que necesariamente deben ser golpeadas, a fin de quebrar su resistencia.
No sabemos en qué cosas, en qué áreas de su vida, el Señor tuvo que aprender la obediencia. Pero nosotros sí sabemos en qué aspectos de la nuestra tenemos que aprenderla. Puede ser en el área personal, en la familia, en el trabajo, o en todas ellas juntas. El Señor irá, paso a paso, tocando una cosa cada vez. Lo hará con lentitud, pero de modo inexorable.
Podrá haber cosas que se le resistan hoy, para volver con más fuerza, después de que pase un tiempo, cuando ya pensábamos que él lo había olvidado, tocando y quebrantando cada área que se le opone. Su mano podrá ser tan firme en algunos casos, que el cristiano se verá en grandes apuros y padecimientos. Sin embargo, antes de que éste desmaye, cuando el corazón ya zozobra, se rendirá, cesará la prueba y vendrá la paz.
Su persistencia se explica por Su amor, y el dolor, por nuestra dureza. En Hebreos se nos descorre el velo para ver a nuestro Señor en su doloroso camino hacia la obediencia, que es el camino hacia la perfección.
403