Cuando el Señor comenzó a ser abiertamente resistido por los judíos, él decidió utilizar parábolas en su enseñanza. Y cuando los discípulos le preguntan acerca de por qué las utiliza, él les explica la profecía de Isaías: Israel ha engrosado su corazón, no está dispuesto a oír a Dios.

Así que, las parábolas tienen principalmente esta finalidad: esconder las verdades eternas de los oídos profanos. Sin embargo, ellas también tienen otra finalidad: revelar esas verdades espirituales a los íntimos. Así se cumplen las palabras del Salmo 78:2: «Abriré en parábolas mi boca; declararé cosas escondidas desde la fundación del mundo» (Mat. 13:35).

Las parábolas pueden ser un enigma o una revelación, todo depende de quién las escuche. El corazón de Dios está cerrado o abierto, depende de quién lo observe. Así como hay quienes tienen buena opinión de Dios, hay también quienes dicen cosas duras y perversas de Dios (Jud. 15).

Los judíos acudían al Señor solo para encontrar ocasión de cazarle. Ellos no tenían interés en conocer la verdad, solo querían destruir al Portador de ella. Por eso, el Señor les cierra el camino hacia el conocimiento. El hombre es siempre el causante de su propio mal; la dureza de su corazón le cierra el acceso a los tesoros de Dios.

El Señor dijo en otra ocasión: «El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá…» (Juan 7:17). Ni los curiosos, ni los engañadores, ni los profanos, tendrán acceso a este precioso conocimiento, porque el Señor no da lo santo a los perros, ni echa sus perlas delante de los cerdos (Mat. 7:6).

El conocimiento espiritual es para los espirituales, es decir, para aquellos niños que buscan con sencillez al Señor. Pablo lo afirma así: «Hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez, y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen» (1 Cor. 2:6). Esta es la gloria de los que siguen al Señor por dondequiera que él va.

Seguir al Señor permite que nuestro entendimiento se abra y conozca lo profundo de Dios, los misterios del reino de los cielos. Cuando la luz viene de arriba, las Escrituras se abren, y el entendimiento es aclarado. Entonces Dios descubre su corazón, y podemos ver a Cristo; entonces el Señor Jesús nos abre su corazón, y podemos ver su iglesia. Los más profundos misterios de Dios están, entonces, a nuestra disposición. ¡Maravillosa gracia!

Si alguien ha recibido este conocimiento, no debe discutir con los que no lo han recibido. Si alguien ha recibido luz, se puede establecer comunión y compartir con él los misterios de Dios. Él estará en condiciones de recibir la Palabra y será una bendición. Donde la enseñanza es resistida o no es comprendida, es preciso abstenerse de entregarla, porque esto será señal de que el Señor no ha dado luz, y si no ha dado luz, hay un corazón profano y disputador.

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