La máquina de escribir
«Queremos que nuestros hijos sigan a una per-sona, no una serie de reglas. Debe-mos reconocer que al ir madu-rando la persona, disminuye la necesidad de reglas. Permítame usar una ilustración: Usted quiere aprender a usar la máquina de escribir. Se inscribe en un curso y se encuentra en un cuarto lleno de máquinas de escribir. Mira las teclas y ¡todas están sin letras! ¿Cómo podrá aprender a escribir sin las letras marcadas en las teclas?
Entonces recibe un libro con la imagen del teclado. Durante el aprendizaje, no mira la máquina de escribir, sino la foto del teclado, la imagen. Sería inútil manipular en la foto; no tiene poder en sí. Sin embargo, viendo la foto y permitiendo que se forme una impresión indeleble en su mente, usted se capacita para usar el teclado. Después puede quitar la foto y escribir sin tener letras marcadas en las teclas.
En cierta manera, los padres somos la foto que miran los hijos cuando son pequeños. Así como uno aprende a usar la máquina de escribir usando la foto, los niños también aprenden a confiar en Cristo mirando el modelo de sus padres. Después, cuando son adultos, se relacionan con Cristo por sí mismos».
Howard G. Hendricks, en «¿Problemas en el hogar? El cielo puede ayudar».
La balanza I
Una vez un siervo del Señor dijo: «La oración es como colocar tarjetas con nombres escritos en una balanza. Usted pone una pesa de una onza en un plato de la balanza, y va poniendo tarjetas una tras otra en el otro plato. Cuando usted tira la primera tarjeta, ésta no puede levantar la pesa de una onza. Se van colocando tarjeta tras tarjeta, pero la balanza no se mueve. Entonces, quizás en el mismo momento en que tira usted la última tarjeta, el brazo de la balanza que se encuentra en el lado opuesto al fin se levanta. Así sucede con la oración. Usted ora una vez, dos, tres veces, y una vez más. Quizá ésa sea su última oración … y entonces viene la respuesta».
Watchman Nee, en «Conocimiento espiritual».
La balanza II
Aquel que se aventura en un ministerio público sin haberse pesado debidamente en la balanza del santuario, y sin medirse de antemano en la presencia de Dios, se parece a un navío dándose a la vela sin haberse equipado convenientemente, cuya suerte indudable es el naufragio al primer embate del viento.
C. H. Mackintosh
El deseo de una madre
Ninguna madre ha deseado jamás tanto para su hijo como Dios para nosotros cuando por primera vez llegamos al pie de la cruz.
F. B. Meyer, en «Jeremías sacerdote y profeta».