Evangelización de costilla de cordero

Uno se gana a la gente como se gana a un perro. Si ve pasar a un perro trotando por la calle con un viejo hueso en el hocico, no se le quita el hueso diciéndole que no es bueno para él. Lo que hará será gruñirle. Ese hueso seco y viejo es lo único que tiene. Pero si uno le tira delante una chuleta gorda de cordero, con seguridad va a dejar el hueso y agarrar la chuleta mientras que meneará rápidamente la cola. Y se habrá ganado un amigo. En vez de andar de aquí para allá quitándole huesos a la gente yo voy tirándoles costillas de cordero. Algo que tenga carne y vida. Les voy a decir cómo pueden comenzar una nueva vida.

Testimonio de David Wilkerson, acerca de su abuelo, predicador itinerante, en «La cruz y el puñal».

Las raíces del árbol

Como el árbol tiene sus raíces ocultas en el suelo y su tronco levantándose y creciendo en la luz del sol, así la oración necesita igualmente para su pleno desarrollo el ocultamiento secreto donde el alma encuentra a solas a su Dios.

Andrew Murray, «Con Cristo en la Escuela de la Oración».

Esclavos sin saberlo

En el Amazonas hay una clase de hormigas que ilustran muy bien la triste condición del hombre. Cientos de estas hormigas salen de sus nidos periódicamente para capturar colonias vecinas de hormigas más débiles. Después de destruir a los defensores que resisten, se llevan los capullos que contienen las larvas de las hormigas obreras. Cuando estos “hijos capturados” salen del capullo, asumen que forman parte de la familia y se lanzan a las tareas para las cuales nacieron. Nunca se dan cuenta de que son víctimas del enemigo y que hacen un trabajo forzado. De la misma manera en que estas criaturas son cautivas desde el momento mismo de nacer, así nosotros entramos en el mundo esclavos del pecado y de Satanás.  Sin embargo, al acudir a Cristo por medio de la fe somos liberados de la condenación del pecado. Luego, podemos empezar a servir al Señor. Todos somos siervos. Nuestra decisión, como dijo Josué, no es si vamos a servir, sino a quién vamos a servir”.

MRD II.

La arena del gran mar

Hace algunos años acompañaba a unos hermanos albañiles a recoger arena en una playa para el edificio que construíamos. Hicimos varios viajes y literalmente cargamos el camión casi en el mismo lugar. Cada vez que nos retirábamos dejábamos un hueco hecho y, al volver, a la semana siguiente, el hoyo ya había sido rellenado por el propio mar que se encargaba de renovar lo que se había perdido.  La gracia divina es así. Por mucho que uno saque de ella, el Señor siempre tiene para prestarnos toda la que nos haga falta. Por eso se nos dice: «Porque de su plenitud tomamos todos y gracia sobre gracia» (Juan 1:16). Nos hace mucha falta para nuestro trabajo, ante todo para nuestras propias personas.

Humberto Pérez, en El maestro y la forma de la verdad.

Como brota la sangre

La verdadera oración, de la misma manera que la sangre brota de la carne cuando ésta es aprisionada por férreas ligaduras, expresa balbuceante lo que procede del corazón cuando éste se halla abrumado por el dolor y la amargura. Juan Bunyan, «La oración».

Un león en el cuarto contiguo  Podríamos comparar la presencia del pecado con la de un león al que se ha criado desde pequeño. El cachorro parece un inocente gatito: tiene dientes chiquitos, ronronea y no hace daño. Se le puede dar el biberón. Hasta sonríe agradecido. Pero luego comienza a crecer en tamaño y ferocidad, hasta que un día, de repente, caemos en la cuenta de que estamos conviviendo con un león en el cuarto contiguo. Tarde o temprano nos devorará.

Oscar Marcellino, «Violentamente cristiano».

Las naranjas de Fukien

Mi pueblo natal en la provincia de Fukien es renombrado por sus naranjas. Yo diría (y sin duda, me siento algo parcial) que en todo el mundo no hay otras como ésas. Al contemplar las colinas en los comienzos de la temporada de las naranjas, se ve todo verde. Pero si uno observa atentamente esas plantas, verá aquí y allá algunas frutas manifestando ya su color anaranjado. Presentan una hermosa vista esos botones de oro salpicando el verde oscuro de los árboles. Más tarde todas madurarán y los naranjales se teñirán de color dorado. Pero, por ahora, son estas primicias las que se arrancan. Son recogidas con cuidado y son éstas las que obtienen los más elevados precios en el mercado – a veces tres veces más que las otras.  Todos alcanzarán la madurez, pero el Cordero está buscando primicias (Ap.14:4).

Watchman Nee, en «Sentaos, andad, estad firmes».

El duelo de los cardenales

La primavera pasada una hermosa pareja de cardenales arribó a nuestro patio. Ambos pajarillos construyeron su nido en un árbol, y se deleitaron con la espléndida paz de su apartado hogar. La hembra puso cinco huevos. Se sentaba sobre ellos día tras día, y nosotros observábamos con gran interés. Un día, a escondidas, vino un ladrón. Creemos que fue una ardilla – llegó durante el corto tiempo en que la hembra estaba ausente. Robó cuatro huevos, y deshizo el nido. Cuando salimos, los dos cardenales estaban en la barda junto a la puerta, aunque antes siempre se mantenían lejos. Estaban muy agitados, gorjeando como enviando un SOS, o tal vez para regañarnos por haber permitido que eso ocurriera. Su hogar fue deshecho, y su familia se acabó.  ¡Este es el vivo retrato de muchos hogares cristianos! Los padres están mirando para otro lado, sin darse cuenta que el enemigo está cerca!

Howard G.Hendricks, «¿Problemas en el hogar? El cielo puede ayudar».