¿Descender de la cruz? ¡No! Si Él hubiese descendido de la cruz, nadie jamás habría subido al trono. ¿Descender de la cruz? Si Él hubiese descendido de la cruz, la misericordia y la verdad nunca se habrían encontrado, y la justicia y la paz nunca se habrían besado. Si Él hubiese descendido de la cruz, se hubiera salvado a sí mismo de una herida en el calcañar y, de la misma forma, Satanás sería salvo de una herida en la cabeza. Si Él hubiese descendido de la cruz, nunca hubiera pronunciado aquel clamor de desolación: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”, ni tampoco podría haber dicho: “Consumado es”. Si Él hubiese descendido de la cruz, el velo del templo no hubiera sido roto, ni habría habido un evangelio de “un camino nuevo y vivo”.
¡Ah, la cruz! Desde el punto de vista del hombre, fue la tragedia de la crucifixión, pero vista desde el lado divino, ella fue el triunfo de la reconciliación.
W. Leon Tucker, en “Á Maturidade” Nº 27
Un ministerio que está haciendo falta en la iglesia es la restauración de las lámparas humeantes. Vidas que una vez brillaron y alumbraron, pierden a veces su fulgor. Juan Marcos fue una de esas. Dejó en la estacada a Pablo y a Bernabé en su primer viaje misionero, y volvió a casa. Pero más tarde Pablo pudo escribir que Marcos le era útil para el ministerio. Juan Marcos estaba brillando otra vez. Sin duda, en el intervalo hubo un ministerio de arreglo de la lámpara.
Las congregaciones locales tienen muchas mechas semiapagadas que necesitan de atención. Fácilmente se pasa por alto a minusválidos, solteros, divorciados, ex convictos y otros grupos que están como “excluidos”. Un siervo de Cristo se preocupará de que esos reciban el toque restaurador del amor solícito. Aunque sean cañas rotas, se levantarán de nuevo. Aunque sean pábilos humeantes, volverán a brillar otra vez.
Kenneth Fleming, en Se humilló a sí mismo
Cuando un hombre y una mujer ya tienen ocho o diez años de casados sin tener hijos, y al fin nace un niño, están llenos de gozo. Pero si, pasado algún tiempo, encuentran que el niño está sordo, o cojo o ciego o mudo, su gozo es vuelto en pesar. De igual manera, cuando oigo de ocho que se unen a la iglesia, me regocijo. Pero, ¡ay!, a veces mi regocijo se debilita, y me lleno de pesar. ¿Por qué? Unos de estos miembros son sordos o ciegos, o mudos o cojos. ¿Cómo es eso? Pues, cuando un hombre se hace cristiano y no habla a otros acerca de Cristo está mudo; cuando un cristiano no lee la Biblia está ciego; cuando no quiere escuchar consejos ni instrucción; o cuando duerme en la iglesia, está sordo; cuando deja de acudir a las reuniones, está cojo. ¡Me regocijo de saber de bautismos, pero con cuánta frecuencia los conversos hacen fracasar nuestras esperanzas resultando ciegos, sordos, mudos, o cojos!
Cheung Yule P’eng, en A.J. Gordon, su vida y su obra, de Ernesto B. Gordon.