La respuesta de la Cruz
Muchos cristianos pasan por las piedras, derrotados por la desagradable insignificancia que llamamos ‘sentimientos heridos’, más que por las grandes crisis que prueban la verdadera fibra del alma.
‘He sido despreciado’. ‘No he recibido el lugar que creo merecer’, o ‘He sido tratado sin consideración, injustamente. No se ha consultado mis opiniones y sentimientos. Me han herido’.
Como resultado he comenzado a hundirme. Estoy siendo derrotado, no por un monstruo, sino por una simple mosca. Y sin embargo, ésta no es menos derrota. Una capa de suciedad cubre mi espíritu anteriormente libre y gozoso. Me he sumergido en el llamado ‘vaso del alma’. Me he convertido en almático.
La corriente de la vida eterna desde el trono y desde el Cordero ha cesado de fluir dentro y fuera de mi ser. Mis pasos se han vuelto pesados y mi rostro ahora lleva una apariencia infeliz y sombría. Estoy evidentemente derrotado. El orgullo herido lo hizo. Me miré a mí mismo y aparté mis ojos de Jesús mi Señor.
¡Cuán distinto hubiera sido todo si mi respuesta hubiese sido la sublime respuesta de la muerte! De inmediato habría dicho: ‘Ellos crucificaron a mi Señor; esto no es nada. Es mi oportunidad de profundizar un poco en la comunión de los sufrimientos de mi Salvador, siendo hecho conforme a él en su muerte’. El resultado sería una participación plena de su resurrección.
‘Gracias, Señor, por estas cosas que han dolido. Benditos sean aquellos que me han herido. Perdono como tú perdonaste. Estoy profundamente agradecido por este recordatorio de que nada soy. Estoy dispuesto a negarme a mí mismo, para que tu poder lo sea todo. ¡Amén!’.
Ahora, cuando nuestra respuesta es la respuesta de la Cruz, nada puede lastimarnos. De inmediato, lo convertimos todo en una bendición. Podemos subir, yendo hacia abajo. Triunfamos a través de la muerte. Nos nutrimos en la santa Cruz y vivimos. La patada hacia atrás fue realmente un impulso hacia adelante. El sentimiento herido se ve inmediatamente a la luz de la muerte del Salvador, que recién ha sido aplicada por el Espíritu Santo, y la corriente de la vida eterna fluye desde el trono más rica y plena que nunca.
Nuestra preocupación es que Cristo sea glorificado; lo demás, no tiene importancia.
F.J. Hueguel