Aguarda a Jehová; esfuérzate, y aliéntese tu corazón; sí, espera a Jehová».
– Salmos 27:14.
Usamos muchas veces esta expresión: «Que sea para la gloria de Dios, que Dios sea glorificado». ¿Cómo Dios puede verdaderamente ser glorificado en nosotros? «En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto» (Juan 15:8).
Las Escrituras en 1 Reyes 18:42-44 nos dicen: «Acab subió a comer y a beber. Y Elías subió a la cumbre del Carmelo, y postrándose en tierra, puso su rostro entre las rodillas. Y dijo a su criado: Sube ahora, y mira hacia el mar. Y él subió, y miró, y dijo: No hay nada. Y él le volvió a decir: Vuelve siete veces. A la séptima vez dijo: Yo veo una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar. Y él dijo: Ve, y di a Acab: Unce tu carro y desciende, para que la lluvia no te ataje».
Dios nos enseña por ese pasaje que, mientras no veamos su mano poderosa levantarse, debemos estar con nuestro rostro entre las rodillas, esperando. Aunque nos levantemos siete veces a mirar, no debemos jamás hacer cosa alguna, actuar en nuestras fuerzas, en la carne. En las cosas de Dios, «la carne para nada aprovecha», dijo Jesús.
La inclinación de la carne resulta en muerte, y no puede agradar a Dios: «Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz … y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios» (Rom. 8:5-6, 8). Pero nosotros no estamos en la carne, sino en el Espíritu; y es por el Espíritu que debemos andar, para no cumplir la codicia de la carne: «Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (Gál. 5:16).
Elías, como dice el pasaje de Santiago 5:17, era un hombre sujeto a las mismas pasiones que nosotros; era débil y necesitado como nosotros, pero frente a la necesidad oró al Señor y esperó en él. Oremos al Señor y esperemos en su providencia. Solo así él será glorificado.
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