El espíritu de consagración es el espíritu de oración.
Cuando estudiamos los múltiples aspectos de la oración, quedamos sorprendidos del número de cosas con las que ella se conecta. No hay fase alguna de la vida humana que ella no afecte, y tiene que ver con todo lo relativo a la salvación humana. Oración y consagración están estrechamente relacionadas. La oración conduce a la consagración, y gobierna la consagración. La oración precede a la consagración, la acompaña, y es un resultado directo de ella.
Mucho de lo que toma el nombre de consagración no corresponde a una consagración auténtica. Mucha consagración del día presente es defectuosa, superficial y espuria, sin valor en relación al oficio y fines de la consagración. Lamentablemente, la consagración popular es deficiente, porque incluye poca o ninguna oración.
Ninguna consagración merece ser considerada si no es el fruto directo de mucha oración, o si falla en traernos a una vida de oración. La oración es primordial en una vida consagrada. La consagración es mucho más que una así llamada ‘vida de servicio’. Primero, es una vida de santidad personal. Es lo que trae poder espiritual al corazón y vivifica plenamente al hombre interior. Es una vida que siempre reconoce a Dios, y una vida rendida a la verdadera oración.
La consagración plena es el nivel más alto de vida cristiana. Es la única norma divina de experiencia, de vida y de servicio, y la única cosa a la que el creyente debe aspirar. Nada menos que una total consagración debe satisfacerlo. Nunca estará contento hasta ser completa, absoluta y voluntariamente del Señor. Su oración natural le lleva a este acto.
La consagración es la dedicación voluntaria de uno mismo a Dios, una ofrenda hecha definitivamente y sin ninguna restricción. Es dejar aparte todo lo que nosotros somos, todo lo que tenemos y todo lo que esperamos tener o ser, para poner a Dios en primer lugar. No es tanto el darnos nosotros a la iglesia, o el mero compromiso con algún aspecto de la obra de la iglesia. El Dios omnipotente está a la vista y él es el fin de toda consagración.
Es una separación de uno mismo a Dios, una dedicación de todo lo que soy y tengo, para un uso santo. Algunas cosas pueden ser consagradas a un propósito especial, pero no es esto la consagración en su verdadero sentido. La consagración tiene una naturaleza santa. Está dedicada a fines santos. Es ponerse a sí mismo voluntariamente en las manos de Dios para ser usado sagradamente, santamente, con un propósito de santificación.
La consagración no es tanto el ponerse a sí mismo aparte de las cosas pecaminosas y los malos propósitos, sino más bien separarse de lo mundano, de lo secular, y aun de las cosas legítimas, si ellas entran en conflicto con los planes de Dios, para usos santos. Es la dedicación de todo lo que nosotros tenemos a Dios para su propio uso específico. Es una separación de las cosas cuestionables, o incluso legítimas, cuando se presenta la opción entre las cosas de esta vida y las demandas de Dios.
La consagración que cumple sus demandas y que Dios acepta debe ser total, completa, sin ninguna reserva. No puede ser parcial, así como en los tiempos del Antiguo Testamento un holocausto no podía ser parcial. El animal entero tenía que ser ofrecido en sacrificio. Reservar cualquier parte de él habría invalidado la ofrenda. Así que hacer una consagración a medias, es no hacerla en absoluto, y es fallar totalmente en asegurar la aceptación divina. Involucra nuestro ser entero, todo lo que tengo y todo lo que soy. Todo es definitiva y voluntariamente puesto en las manos de Dios para su uso supremo.
La falsa consagración
Hoy se habla mucho de consagración, y muchos de los llamados gente consagrada no conocen el alfabeto de ella. Mucha de la consagración moderna está muy por debajo de la norma escritural. No hay realmente consagración allí. Así como hay mucha oración sin una realidad en sí misma, hay mucha así llamada corriente de consagración hoy en la iglesia que no corresponde realmente a lo que dice ser. Muchos pasos de consagración en la iglesia que reciben la alabanza y el aplauso de maestros superficiales y formales, pero que no son reales.
Hay mucha prisa por ir y venir, aquí y allí, mucho alboroto y plumas, mucho empeño en hacer múltiples cosas, y aquellos que se ocupan en tales afanes son llamados hombres y mujeres consagrados. El problema central con toda esta falsa consagración es que no hay oración en ella, ni es en ningún sentido el resultado directo de la oración. Las personas pueden hacer muchas cosas excelentes y loables en la iglesia y ser extraños absolutos a una vida de consagración, así como ellos pueden hacer muchas cosas sin recurrir a la oración.
Aquí está la verdadera prueba de la consagración. Es una vida de oración. A menos que la oración sea preeminente, a menos que la oración sea el frente, la consagración es defectuosa, engañosa, falsamente nombrada. ¿Ora él? Ésa es la prueba. Una pregunta para cada así llamado hombre consagrado. ¿Es él un hombre de oración? Ninguna consagración merece ser tenida en cuenta si está desprovista de oración. Sí, más –si no es preeminentemente y principalmente una vida de oración.
Dos leyes en perfecta armonía
El espíritu de consagración es el espíritu de oración. La ley de consagración es la ley de oración. Ambas leyes trabajan en perfecta armonía sin el más ligero tropiezo o discordia. La consagración es la expresión práctica de la verdadera oración. Las personas consagradas son conocidas por sus hábitos de oración. La consagración se expresa así en oración. Quien no está interesado en la oración no tiene interés en la consagración.
La oración crea un interés en la consagración, entonces la oración nos trae a un estado del corazón donde la consagración es un objeto de deleite, trayendo alegría de corazón, satisfacción del alma, contentamiento del espíritu. El alma consagrada es el alma más feliz. No hay desavenencia entre él quien está totalmente entregado a Dios y la voluntad de Dios. Hay armonía perfecta entre la voluntad de tal hombre y Dios y su voluntad. Y ambas voluntades están en perfecto acuerdo, esto trae reposo del alma, ausencia de fricción, y la presencia de perfecta paz.
E. M. Bounds (1835-1913)