“No volverá vacía mi Palabra”,
lo dices tú, Señor, en tu discurso;
será esparcida por el bravo viento,
voleada en el azul de todo el mundo.
“No volverá vacía mi Palabra”,
semilla embajadora de la gracia
que baja como lluvia de los cielos
y nos levanta de la tierra el alma,
de la vileza y del pecado enorme,
de la injusticia que es dolor y muerte.
“No volverá vacía mi Palabra”,
lo dices tú, Señor Dios, Padre nuestro,
abriendo, entre los mares, surcos grandes,
sentando tu dominio entre el gentío,
en grandes y solemnes capitales
o en los suburbios marginales pobres.
“No volverá vacía mi Palabra”.
Prosperará la sílaba en el surco,
saldrá de su radiante luz la vida;
y a todo el ancho y largo del planeta,
cual fruto poderoso de la Vida,
¡sabrán que la Palabra fue creída!