Oh, monte de las bienaventuranzas:
subió a tu piedra Cristo, el gran Maestro;
abrió su boca con divina ciencia
y por sus labios fluye la enseñanza.
¡Cuán bienaventurada aquella audiencia!,
oír la voz de tan sublime sabio,
echando los cimientos de su reino
en el oscuro mundo de los hombres.
Oh Monte de las bienaventuranzas:
Testigo de una multitud absorta;
ahí donde Jesús está sentado
en tan solemne claustro bajo el cielo.
Su manantial de bienaventuranzas
son propias del carácter que él encarna,
acopio del tesoro de su vida
que pasa al corazón discipulado.
Oh Monte de las bienaventuranzas:
Los pobres en espíritu sonríen:
Tendrán herencia de la gloria eterna
del codiciado reino de los cielos.
Consolación habrá para el que llora,
y terrenal conquista para el manso.
Saciados de justicia los sedientos,
y al pacificador la paz del alma.
Oh Monte de las bienaventuranzas:
Oíste la dulzura del Maestro
llamar “hijos de Dios” a los hambrientos,
y a disfrutar del reino al perseguido.
La multitud callaba reverente:
Que nunca el cielo estuvo tan cercano,
jamás alguno habló con tanta gracia,
y nunca tantas almas convertidas.