Historias para padres

Lo que está escrito en los párrafos siguientes es copia de la traducción de una carta que una madre cosió a la falda de su pequeña hija, horas antes de su expulsión del barrio donde vivía. Contiene mensajes perdurables acerca del amor, aplicables a cualquier tiempo. Mirelle es el nombre de la hija.

«Querida Mirelle, no puedo creer que tenga sólo una noche para hablarte de toda una época de amor a través de esta carta. Mañana en la madrugada te voy a entregar. Te llevaré, Mirelle, a la puerta trasera de la tienda del querido y valiente Hermann. Los rescatadores de niños estarán esperando por ti y por los otros 32 niños, todos menores de tres años. Te van a inyectar un sedante para que no llores, y así poder escabullirse silenciosamente en la madrugada contigo, mi vida, mi amor, fuera de este país horrible, yéndose a la seguridad.

Esto lo pospusimos y pospusimos muchas veces, Mirelle. No queríamos aceptar que tendríamos que entregar a nuestra hija a unos desconocidos, probablemente para nunca verla más. Pero ésta es la última acción de rescate para niños, porque mañana, según dicen nuestros informadores, será la última gran redada de captura para los de nuestro pueblo. Mañana vendrán por los hombres, mujeres y niños. Y he sido convencida por las siguientes palabras, dichas por nuestro confiable informador, Hermann, el valiente y gentil tendero, quien nos dijo así: «Cualquier niño que ellos se llevan muere inmediatamente al momento de su captura o muere en el camino al campo de concentración.» Nosotros fuimos los últimos en ser convencidos de entregar a nuestra hija. El tendero me dijo, con la tristeza más profunda marcada en cada cansada arruga de su cara: «No puedo forzarla a hacer esto; pero si se la llevan con ustedes, ella estará muerta dentro de un mes. Ellos no tienen ningún trabajo para los bebés; ella no puede trabajar para ellos. Si nos la quieren entregar a nosotros, tráiganla a la puerta trasera de mi tienda a las 4:00 de la mañana. Sin pertenencias ni comida. Adiós.»

Mirelle, ¿me comprendes por qué y cómo tuve que entregarte? Él dijo: «Sin pertenencias», pero voy a rogarle sobre un asunto. Le voy a rogar que esta carta que cosí a tu playera no sea quitada de ella. Luego oraré a Dios para que la carta se quede contigo hasta que tengas edad para leerla. Tienes que saber que te amamos. Tienes que comprender el por qué estás sola, sin padres. No es porque no te amaron…, sino porque te amaron. Es raro pensar en el hecho de que cuando tengas edad para leer estas palabras, probablemente estaré muerta. Dice Hermann que esto es lo que está pasando. La gente muere, ya sea inmediatamente, en el camino, o pasada una semana o dos de trabajos forzados sin comida. Pero yo no habré vivido en vano, Mirelle, porque yo sé que te he traído al mundo y que vas a vivir y sobrevivir, y que vas a crecer hasta ser grande y fuerte, y que serás feliz.

Puedes estar feliz, Mirelle, porque nosotros te amamos. Lo que marca la diferencia en las vidas de los adultos, según me parece, es si han tenido una niñez segura. Segura, con mucho amor y aceptación, con sus necesidades suplidas, rutinas ya establecidas y cosas semejantes. Tú has tenido todo hasta este preciso minuto. Lo tendrás hasta las 4:00 de la mañana. Pero después de esta hora, no sé si lo tendrás. No sé quién te va a cuidar Alguna familia te va a cuidar a cambio de dinero. Hermann se va a encargar de esos pagos. Seguramente que serán más bondadosos con sus propios hijos que contigo. ¡Allí el dolor se mezclará con la rabia! Rabia contra los crueles que permitan que tú llores, y yo no estaré allí para velar por ti. Pero tendrás esta carta. Y esta carta te hará sentir segura, si Dios contesta mi oración. Hija, tú nos tienes a nosotros, aunque no nos puedas ver. Nosotros estaremos golpeando la puerta del mismo Trono de la Gloria de Dios, insistiéndole audiencia, y demandando misericordia a favor de nuestra Mirelle, que estará sola sin sus padres. Y yo sé que Dios nos oirá.

Mirelle, algún día te vas a preguntar cómo fueron tus primeros dos años de vida. Tú anhelarás poder recordar este tiempo. Permíteme recordar ese tiempo para ti, ahora, en este momento, tiernamente, escribiendo de él sobre esta hoja de papel. Por las mañanas a ti te gusta comer el cereal caliente, con mucha leche y azúcar. Sólo que ahora no tenemos leche y azúcar, ni en toda la ciudad hay. Pero yo te hago el cereal de todos modos, y te lo comes gesticulando grandes sonrisas entre cada bocado. Luego de comer te sientes cansada y quieres dormir. Entonces te mezo, para eso pongo la mecedora donde la luz del sol da sobre ella. Te mezo hasta que te duermes, y entonces te acomodo en mi cama. Tú duermes muy bien allí, porque te gusta mi olor. ¿Qué aroma vas a oler mañana por la noche? De seguro, nadie te va a mecer mañana por la mañana, ni siquiera en la sombra. ¡Dios mío! ¡No puedo hacerlo! Pero lo voy a hacer. Por ti, Mirelle, para que tengas por lo menos una esperanza de vida.

Mirelle, hazme un favor. Cuando hayas crecido, cuando pase esta horrible guerra, yo sé que habrá personas que minimicen las tragedias de lo que pasó en los días de nuestro tiempo. Dirán: «Una guerra es una guerra; sólo fue una guerra». Diles cuán segura te sentiste en mis brazos, adormeciéndote mecida a la luz del sol. Diles que tu padre corrió una noche hace un año, para comprar una medicina que necesitabas, pasando centinelas antes que terminara la hora de queda. Él arriesgó su vida para aliviar tu dolor, Mirelle. Y ahora nosotros tres estamos siendo separados. «¿Sólo una guerra?». Diles, Mirelle, que todas las guerras del mundo no igualan la agonía que siente mi corazón mientras te escribo esto.

¡Dios! Ya son las 2:00 de la mañana. Sólo dos horas más con mi amor, mi bebé, mi vida, mi Mirelle. Te voy a abrazar desde este momento durante dos horas. Tu padre y yo te vamos a despertar antes de la partida para darte de comer, y decirte vez tras vez cuánto te amamos. Apenas tienes dos años, pero tal vez, Dios mediante, tal vez guardes esta carta hasta que tengas edad para leerla. Habrá tiempos difíciles para ti, Mirelle, lo sé. Pero sólo piensa en mí, sosteniéndote entre mis brazos, meciéndote a la luz del sol mientras te quedas dormida. Conserva siempre esa luz del sol en tu corazón. Yo te amo. Tu padre te ama. Que Dios nos ayude a los tres.

Mamá

Los milagros sí suceden. La carta de mi madre se conservó a mi lado, cosida en la playera, y ahora que me estoy envejeciendo he decidido compartirla con usted. Después de casi cincuenta años de guardarla privadamente para mí, ¿sabe por qué la traduje del idioma original y decidí compartírsela ahora? Por varias razones:

Primero: Ya no se oye mucho del holocausto. Aun hay personas que dicen que no fue cierto, que fue una historia inventada por los judíos para buscar compasión. Mi madre me pidió que le recordara que no fue «sólo una guerra». Fue una monstruosidad.

Segundo: La fe de mi madre en Dios, aun en aquella horrible hora, no cesa de asombrarme. Aunque en la carta ella parece casi convencida que pronto moriría, ella cree firmemente en Dios, a quien podía acudir. Esto ha aumentado mi propia fe, y tal vez aumente la suya.

Y tercero: Yo sé que soy de otra generación. Hoy día, según me dicen, todas las madres trabajan. Pero a veces miro por mi ventana y veo niños pequeños, como de dos años. Y recuerdo: esa fue mi edad cuando mi madre se vio forzada a entregarme a unos desconocidos. Y miro por mi ventana, y veo a estos niños de dos años llorando porque quieren quedarse con sus madres, pero sus madres los están subiendo a un bus porque quieren estar libres de ellos… y eso no me parece bien. Ustedes madres, tan afortunadas de tener a sus bebes… no sólo hagan esto, críenlos también. No los echen fuera antes de que estén bien preparados. ¿Alejarlos de ustedes? No. Duérmanlos meciéndolos a la luz del sol por su mamá.

Mirelle

Adaptado de www.elcristianismoprimitivo.com.