En ninguna parte del primer evangelio se nos dice que Mateo sea su autor. Sin embargo, desde los primeros padres de la iglesia, ha sido aceptado como tal. Casi nada sabemos de él, excepto lo que se dice en los mismos evangelios: que se llamaba también Leví (su nombre judío), y que era recaudador de impuestos. Sin embargo, hay algunos hechos que nos dan luces acerca de una personalidad muy interesante. Son tres pequeños hechos –aunque notables– que nos muestran la humildad de Mateo.
El primero es que de las tres listas de los apóstoles que se dan en los evangelios sinópticos, solo la que da Mateo, agrega, junto a su nombre, la frase «el publicano» (Mat. 10:3). El oficio de ‘publicano’ era vergonzoso en ese tiempo. La Versión Popular traduce esta expresión de una manera que es más fiel a los que representaba en sus días: «Mateo, el que cobraba impuestos para Roma». Ni Marcos ni Lucas agregan esta frase; solo Mateo. ¿Por qué?
Alguien lo explica así: «A los ojos de los judíos, un recolector de impuestos era simplemente sinónimo de pecador. Mateo recuerda cómo él fue elevado por el Señor a una posición tan maravillosa: ‘Hasta yo fui salvo, hasta yo fui elevado a la posición de apóstol, hasta yo estoy en la lista de los apóstoles. Sí; yo soy un pecador salvo por gracia'».
El segundo hecho es que en las listas que dan Marcos y Lucas, Mateo es mencionado antes de Tomás (Mar. 3:18; Luc. 6:15), pero en la lista que da Mateo, él es mencionado después de Tomás. Seguramente, el orden era importante, sin embargo Mateo lo altera hasta donde le es posible, para esconderse detrás de otro que él consideraba tenía más relevancia.
El tercer hecho significativo es que Mateo no menciona que él haya ofrecido una cena al Señor luego de su llamamiento. En verdad menciona el hecho, pero no adjudicándoselo a sí mismo. «Y aconteció que estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos» (9:10). En cambio Lucas es mucho más explícito. Dice: «Dejándolo todo, se levantó y le siguió (a Jesús)». Y agrega: «Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos» (5:28-29).
Cuando Mateo conoció al Señor, él se vació a sí mismo. No tuvo más espacio para su nombre o su gloria, sino la de su Maestro. En los Evangelios nunca se destaca su nombre, pero el suyo es el más completo registro de las enseñanzas del Señor.
¿Cómo un hombre tan vil pudo llegar a ser tan útil? Cuando el Señor lo vio detrás del banco de los tributos públicos sopesó su potencial; su mirada traspasó su alma y descubrió en ella al futuro maestro de la Palabra. Mateo ofreció al Señor lo poco que tenía, y el Señor lo multiplicó en palabras de vida.
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