La historia de Mitsuo Fuchida, el piloto japonés que comandó el ataque a Pearl Harbor.
Aquella mañana del 7 de diciembre de 1941, Mitsuo Fuchida iba a cumplir –a los 39 años de edad– la mayor hazaña militar de su vida. Como el piloto imperial japonés más antiguo, con más de 10.000 horas de vuelo, fue designado para encabezar la mortal ola de ataques a la armada norteamericana del Pacífico en Pearl Harbor.
Hijo de un profesor primario, muy nacionalista, Mitsuo se enroló en la Academia Naval a los 18 años. Se unió a la fuerza aeronaval japonesa, y sirvió como piloto de portaaviones durante 15 años. Pronto llegó a ser el piloto más experimentado de la armada.
De acuerdo a lo planificado, Fuchida, al mando de 360 aviones, sobrevoló las islas de Hawai esa mañana muy temprano. Su corazón estaba encendido por una insaciable sed de venganza. Viendo la flota americana apaciblemente anclada en Pearl Harbor, sonrió al tomar al micrófono y dar la clave convenida: «¡Tora! ¡Tora! ¡Tora! ¡Todos los escuadrones al ataque!». Esa señal significaba que el ataque era recibido absolutamente por sorpresa. Eran las 7:49 A.M.
Como un huracán, los torpederos, bombarderos y cazas atacaron con ira indescriptible. Durante las siguientes tres horas, los aviones no sólo atacaron Pearl Harbor, sino también las pistas de aterrizaje, barracas y muelles cercanos. De los ocho acorazados que estaban en la bahía, cinco fueron destrozados e inutilizados por completo. Otras naves menores fueron dañadas. A más de eso –y esto es lo peor– 3077 marineros murieron o desaparecieron, 876 fueron heridos, 226 soldados murieron, y 396 quedaron heridos. Había sido todo un éxito desde el punto de vista militar, y Mitsuo Fuchida estaba orgulloso.
El desencanto
Después de la proeza de Pearl Harbor, Fuchida siguió participando en hechos de guerra. Sin embargo, pronto vino la seguidilla de derrotas, que llevaron al gobierno japonés a la capitulación. Fuchida, sin embargo, no quería rendirse. Habría luchado hasta la muerte. Su corazón lleno de amor patrio y de odio hacia sus enemigos no quería rendirse. Pero tuvo que aceptar su suerte cuando el emperador anunció la rendición.
Mitsuo Fuchida no sabía que el amor de Dios tenía para él un destino mejor. Hubo un hecho que podía demostrarlo. Estuvo a punto de morir cuando sobrevino el ataque atómico sobre Hiroshima, pues Fuchida estuvo en esa ciudad hasta el día anterior al ataque, asistiendo a una conferencia militar con el ejército. Estando allí, recibió una llamada de larga distancia desde el cuartel general de la Armada, exigiéndole volver a Tokio. Esa llamada salvó su vida.
Con el fin de la guerra, su carrera militar terminó, pues las fuerzas armadas japonesas fueron disueltas. Volvió a su hogar en Osaka, y se dedicó al cultivo de la tierra. Su desaliento era muy grande. Sobre todo, porque fue citado en varias ocasiones a testificar por los juicios de crímenes de guerra que se abrieron en Tokio.
En sus viajes a Tokio, Fuchida fue muy impactado al observar cómo los misioneros norteamericanos alimentaban a los hambrientos y enseñaban «los caminos de Cristo». Tal actitud de perdón le hizo querer saber más de Cristo «al cual ellos profesaban amar».
Muy pronto Dios le proveyó la ocasión de conocer la causa de aquel maravilloso amor.
Una historia de perdón
Un día, mientras bajaba del tren en una estación de Tokio, vio a un americano distribuyendo literatura, quien le compartió el folleto titulado «Yo fui prisionero de los japoneses».
Lo que leyó fue el testimonio fascinante de un soldado americano llamado Jacob DeShazer, quien, luego de participar en varios hechos de guerra, fue hecho prisionero en Japón.
Durante largos cuarenta meses de encierro en Nanking, China, DeShazer fue tratado cruelmente. Él confesaba en el folleto que su odio violento por los guardias japoneses casi lo volvió un demente. Pero después de un tiempo, les dieron a los prisioneros americanos una Biblia para leer. DeShazer, no siendo un oficial, tuvo que dejar a los otros usarla primero. Finalmente, vino su turno, durante tres semanas. Allí en el campamento de prisioneros, él leyó y leyó y llegó a entender que el libro era más que un clásico histórico. Su mensaje llegó hasta su corazón allí en su celda.
El poder real de Cristo, que Jake DeShazer aceptó en su vida, cambió por completo su actitud hacia sus aprehensores. Su odio se transformó en amor, y él resolvió que si su país ganaba la guerra y él era liberado, volvería a Japón para presentar a otros este libro que cambia la vida.
Y así lo hizo. Después de un entrenamiento en el Seattle Pacific College, retornó a Japón como misionero.
Quebrantado por el amor de Cristo
Su historia, impresa en este folleto, era algo que Fuchida no podía comprender. Sin embargo, no podía olvidarse de ella. La motivación pacífica sobre la que había leído era exactamente lo que él estaba buscando. Y dado que el americano la había encontrado en la Biblia, decidió comprar una para él, a pesar de su herencia budista.
En los días siguientes, leyó el Nuevo Testamento ávidamente, hasta llegar al drama culminante, la crucifixión de Cristo. Leyó en Lucas 23:34 la oración de Jesucristo en su muerte: «Padre, perdónalos; porque no saben lo que hacen». Fuchida confiesa: «Me impactó saber que yo era ciertamente uno de aquellos por los cuales él había orado. Los muchos hombres a los cuales yo había muerto, habían sido muertos en el nombre del patriotismo, porque yo no entendía el amor que Cristo quiere implantar dentro de cada corazón».
«Justo en ese momento, encontré a Jesús por primera vez. Entendí el significado de su muerte como un sustituto por mi maldad, y así en oración, le pedí perdonar mis pecados y cambiarme de un amargado y desilusionado ex-piloto en un cristiano cabal, con un propósito para vivir.» Ese día, 14 de abril de 1950, se convirtió en una nueva persona.
Grandes titulares aparecieron en los diarios: «Héroe de Pearl Harbor se convierte al cristianismo». Sus viejos compañeros de armas fueron a visitarlo, intentando persuadirlo a desechar esa «idea loca». Otros lo acusaron de ser un oportunista, abrazando el cristianismo sólo como un medio para impresionar a los vencedores americanos. Sin embargo, Dios había hecho una real y preciosa obra en el corazón del ex combatiente.
Con el tiempo, Fuchida se hizo evangelista, viajando por todo el mundo como miembro de la Worldwide Christian Missionary Army. «Qué no daría yo –solía decir en sus charlas– por revertir mis acciones de hace 29 años en Pearl Harbor, pero no es posible. En cambio, ahora mi trabajo es dar un golpe mortal al odio básico que infesta el corazón humano y causa tales tragedias. Ese odio no puede desarraigarse sin la ayuda de Jesucristo.»
Un testigo que le oyó dar su testimonio en Escandinavia, cuenta de su relato maravilloso y conmovedor. Al finalizar, Fuchida dijo: «No tengo el don de la Palabra, así que no puedo predicar sobre el Salvador, pero puedo decir cómo él me ha dado paz y perdón a través de su cruz, para que otros también puedan venir a conocerlo». Entre sus libros publicados estaba «La verdad sobre la operación Pearl Harbor», y «De Pearl Harbor al Calvario: Mi testimonio».
Fuchida murió de diabetes en Kashiwara, cerca de Osaka, el 30 de mayo de 1976, a los 73 años de edad.