«Después de que nuestro hijo de 4 años casi murió ahogado, los doctores nos dijeron que él nunca sería el mismo de antes. Y tenían razón».
Amy Buettner
Empezó como una típica tarde de primavera en nuestra pequeña ciudad de Tuscaloosa, Alabama. Pero la noche del 15 de junio de 2000 nunca sería olvidada por mi familia. El equipo de béisbol de mi hijo menor, Jacob, había perdido un juego que se suponía ellos debían ganar. Mi marido, Craig, que estaba entrenando el equipo con un amigo, había prometido a los niños que, si ganaban, tendrían una gran fiesta en la piscina. Pero viendo sus caras de desaliento, Craig y su amigo decidieron permitirles tener la fiesta de todos modos.
Así que, en casa de uno de los jóvenes jugadores, el equipo y sus familias disfrutaron al cálido aire de la tarde. Todos estábamos felices alrededor de la piscina. Después de nadar, nos reunimos para comer en el patio. La piscina de tres metros de profundidad estaba lejos del patio.
Después de instalar a nuestros cinco niños, mi marido y yo nos sentamos a comer. Ken, nuestro hijo de 4 años, estaba sentado a corta distancia en su toalla, comiendo un hot dog con los «muchachos grandes».
A mitad de mi comida, me di cuenta que el niño ya no estaba en su toalla. A estas alturas, los más jóvenes habían terminado de comer y jugaban o andaban en sus bicicletas. Pensé que Ken estaba probablemente jugando en algún lugar, pero tuve un deseo irresistible de ubicar a mi hijo. Fui de inmediato a la piscina y no lo vi. Examiné el área circundante, buscando su bañador rojo. Nunca pensé mirar en el fondo de la piscina. Caminé hacia el frente de la casa, pensando que podría haber salido a la calle.
Volví al patio y le dije a Craig que no hallaba a Ken. Él también se levantó y fue al área de la piscina. Buscamos y llamamos por más de cinco minutos. Cuando volvíamos de la búsqueda alrededor del patio, oímos gritos. Nuestro hijo Jacob gritaba: «¡Papá, papá, Ken está en el fondo de la piscina!». Oí a alguien decir: «¡Llamen al 911!».
Corrí hacia la piscina, y lo que vi oprime mi corazón aun ahora. Allí en el fondo estaba mi precioso Ken. Estaba flácido, hinchado a dos veces su tamaño, y su color era un azul grisáceo. Craig, que es médico familiar, se inclinó sobre nuestro hijo, aplicándole respiración boca a boca. De rodillas detrás de él había dos hombres orando y citando la Escritura.
«Esto no puede estar pasando», me decía yo, «no a mi niño». Me arrodillé junto a él y pedí al Señor que salvase a mi hijo. Más tarde supe que el corazón de Ken no tenía latidos durante los primeros cinco minutos de primeros auxilios.
Después de 12 minutos de asistencia, llegó la ambulancia. Ken estaba respirando y su corazón tenía 120 pulsaciones por minuto. Craig fue al hospital en la ambulancia con Ken. Uno de los hombres que oraban de rodillas, amigo nuestro, me llevó a mí y a mi bebé de 5 semanas. En todo el trayecto, él oró y citó la Escritura.
Llegando al hospital local, Ken fue intubado. Sus pulmones estaban inflamados y tenía convulsiones y movimientos que son síntomas de daño cerebral. Algunos de los médicos colegas de Craig estaban ya en el hospital cuidando de Ken. Trabajaron febrilmente, pero no había optimismo sobre el diagnóstico. Había estado mucho tiempo sin oxígeno. El pediatra que había entrenado a Craig varios años antes me llamó aparte y me explicó cuán difícil era la situación. Aunque sobreviviese, Ken tendría probablemente un daño cerebral severo.
Los doctores del equipo de emergencia trabajaron diligentemente, pero vieron que Ken necesitaba ser llevado al hospital de niños en Birmingham para un mejor cuidado. Fue un viaje de 20 minutos para Ken en el helicóptero salvavidas. Craig y yo viajamos una hora en automóvil. Cuando salíamos, sabíamos que las cosas no se veían buenas para nuestro pequeño muchacho.
Un pequeño consuelo
Cuando llegamos al Hospital de Niños, nos asombró la cantidad de personas que viajaron a Birmingham para apoyarnos y orar por nosotros. Las oraciones empezaron a multiplicarse en nuestra comunidad. Después que los doctores recibieron a Ken, el médico jefe salió para decirnos que estaba en condición crítica, pero tenía posibilidad de sobrevivir. Nos dijo que tal vez nuestro hijo no nos reconocería y que podría retorcerse sin control. También nos dijo que habría un período de cinco días de espera durante el cual el cerebro de Ken podía empezar a inflamarse.
Después que el doctor salió, oré de nuevo por mi precioso niño. Oré por su completa sanidad, pero tomaría a Ken como Dios quisiera devolvérmelo. Pudimos verlo horas más tarde. Mi pequeño hombre tenía tubos por todas partes, uno en su garganta hasta sus pulmones, una línea arterial a su corazón, y un catéter en su vejiga. Tenía un aspecto lastimoso, pero estaba vivo.
Sin embargo, Dios nos consoló, y supimos que Él tenía el control de todo.
Rescatado de las aguas profundas
Los próximos días fueron de espera y oración. Los pulmones de Ken estaban muy dañados. Sin embargo, dos días después del milagro de ser rescatado del fondo de la piscina, nuestro hijo empezó a dar señales de que aún estaba con nosotros.
Las primeras señales fueron luchar con el tubo de su garganta, apretar nuestras manos, y el momento más conmovedor fue la primera vez que él nos dio su dedo pulgar. En todo ese tiempo de espera, Dios nos rodeó del cuidado de la familia, amigos, y personal del hospital. Pero lo más confortante fue su Palabra. Cada día, el Señor nos hablaba a través de la Escritura.
El domingo 18 de junio, Dios me impulsó a leer el Salmo 18: «Extendiendo su mano desde lo alto, tomó de la mía y me sacó del mar profundo. Me libró de mi enemigo poderoso, de aquellos que me odiaban y eran más fuertes que yo. En el día de mi desgracia me salieron al encuentro, pero mi apoyo fue el Señor. Me sacó a un amplio espacio; me libró porque se agradó de mí» (vv. 16-19, NVI).
Entonces supe que mi pequeño iba a ser sanado completamente.
Exactamente una semana después del accidente, Ken fue dado de alta. Un niño que se suponía iba a morir, o al menos salir con un daño cerebral severo, dejó el hospital en los hombros de su abuelo. Minutos después de arribar a nuestro hogar en Tuscaloosa, le preguntó a su papá: «Papito, ¿jugarás béisbol conmigo?». Estoy seguro de que usted adivinará cuál fue la respuesta.
Hacia el cielo y de retorno
La historia del accidente y la sanidad de Ken es un milagro por sí misma. Pero hay mucho más. Yo quería saber desesperadamente cómo Ken llegó al fondo de esa piscina. Había casi 40 personas en la fiesta, y nadie le vio entrar a la piscina. ¿Por qué yo no lo había cuidado con mayor diligencia? La culpa empezó a roer mi conciencia.
Después de que él fue capaz de hablar, le dije: «Tú estuviste dormido durante mucho tiempo, yo te había perdido. ¿Qué estabas haciendo?». Él contestó: «Un ángel me recogió y volamos. Volamos a través de las paredes, de las nubes, y yo volé a través de ti, mamá». Le pregunté cómo era el ángel, y me dijo que el ángel tenía largas ropas blancas. Ken me dijo que ellos volaron al cielo y que había una puerta con joyas alrededor de ella y «cuando ellos abrieron esa puerta, estaba nevando allí». Fui cuidadosa de no poner palabras en boca de Ken. La única vez que le pregunté un detalle fue cuando le consulté si había visto a su tío Marcos en el cielo. Ken me dijo que lo vio allí y que él «se parecía a Jesús». Me dijo que Marcos estaba contento y que él quería quedarse en el cielo.
Ken me dijo que Jesús lo sostuvo y que allí había muchos ángeles. También describió la vista de un volcán. Me dijo: «Había personas en el volcán, había un dragón allí y ellos estaban tristes; había fuego alrededor del volcán».
Cuando Ken me describía todo esto, yo le preguntaba si había sentido miedo. Me dijo: «No, yo estaba con Jesús y el tío Marcos, y estaba de pie sobre vidrio; yo era invisible». Le pregunté a Ken cómo había regresado, y me dijo que el tío Marcos le dio impulso y un ángel voló para acompañarlo. Le pregunté si le gustaría regresar de nuevo algún día al cielo, y dijo: «Sí, pero Jesús está viniendo hacia acá».
Si usted le hubiese hablado a Ken acerca de la muerte y de ir al cielo dos semanas antes del accidente, sin duda se habría perturbado. Él tenía sólo 4 años, y no estaba preparado para eso. Él no deseaba dejar a su mamá. Ahora, de repente, es un muchacho que nos habla sobre Jesús y el cielo con excitación y alegría. Nuestro hijo vio a Jesús.
Muchas personas nos han preguntado cómo esta experiencia ha cambiado nuestras vidas. En primer lugar, nos ha convertido en fanáticos en cuanto a los niños y la seguridad de las piscinas. Pero lo más importante, le ha dado a nuestra familia valor para gritar de lo alto del monte lo que el Señor hizo por nuestro pequeño y lo que nos espera cuando dejemos este mundo.
Sé que la experiencia de Ken parecerá increíble para mucha gente. Y lo entiendo. De hecho, no significaría nada para nosotros si no tuviésemos la Palabra de Dios. La historia de Ken es un susurro, y la Palabra de Dios es la trompeta.
© 2002 Today’s Christian magazine, Noviembre/Diciembre 2002.