Los nombres de Cristo.
Esta palabra es dada como interpretación para varios títulos que sus contemporáneos aplicaron al Señor Jesús. La más común de ellas es la expresión que realmente significa Maestro, cuya contraparte hebrea es Rabí o rabino (Juan 1:38).
No hay nada excepcional acerca de la palabra misma. Se aplica a los ‘doctores’ con quienes el niño Jesús discutía en el templo; fue usada por Cristo para describir a Nicodemo, el ‘maestro de Israel’; y es la palabra empleada para designar a aquéllos en las iglesias que tenían el don espiritual de enseñar (Efesios 4:11). Pero el Señor tomó el término genérico y le otorgó un significado único para aquéllos que estaban orgullosos de reconocerse como sus discípulos. Para ellos habría sólo uno que podía ser su Maestro en las cosas de Dios.
Saulo de Tarso tuvo una vez al gran Gamaliel como su maestro, y él describió esa relación diciendo que había sido instruido «a los pies» de este gran rabino (Hechos 22:3). Las Escrituras hacen uso de esta misma frase para referirse a aquéllos que disfrutaban de sentarse a los pies de Jesús. María de Betania se destacó a este respecto, y es así como se la evoca hasta hoy.
Cuando Marta le envió el mensaje: «El Maestro está aquí y te llama», ella supo en seguida quién había llegado y salió para expresarle sus dudas y perplejidades en esta misma posición – a Sus pies (Juan 11:32). Igualmente el jefe de familia en Jerusalén, cuando se le dijo que el Maestro solicitaba el aposento para comer la pascua, respondió al instante y con todo su corazón a esta demanda. No había necesidad de nombrarlo. Para él había sólo un Maestro.
Todos los maestros humanos tienen sus limitaciones. Parece que el Señor Jesús en el templo, aunque sólo tenía doce años de edad, tenía que proporcionar las respuestas a las preguntas que él mismo había planteado. Había cosas que los grandes doctores no conocían. Esto fue ciertamente verdad en el caso de Nicodemo, de modo que el Señor mismo tuvo que enseñar al gran maestro, que había llegado y había abierto la conversación con las palabras: «Nosotros sabemos…». Es evidente que éste no conocía las cosas del Espíritu (Juan 3:10).
Sólo Jesús lo conoce todo. Él es verdaderamente nuestro Maestro. Por esta razón, aun los más experimentados de entre nosotros, hacemos bien en mantener nuestro lugar a los pies de Jesús como sus discípulos. El aspirante a maestro puede terminar a menudo no sólo exponiendo sus limitaciones sino sus contradicciones (Santiago 3:1).
El último uso del título es quizás el más conmovedor e inspirador. Cuando el Salvador no reconocido se reveló a María por la sencilla pronunciación del nombre de ella, María se volvió rápidamente a Él y exclamó: ‘¡Raboni!’ (Juan 20.16).
Juan nos relata que ella dijo simplemente: ‘¡Maestro!’, pero nosotros sabemos algo de la devoción ardiente que ella puso en esa única palabra. Lo que importa no es lo que nosotros decimos sino cómo lo decimos.
Toward the Mark Vol. 3, No. 4, Julio – Agosto 1974.