Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder».
– Mateo 5:14.
La iglesia de Jesús aparece en las Escrituras como tres figuras que se complementan: ciudad, familia y edificio. En el texto inicial, Jesús nos enseña que su iglesia está asentada como una ciudad sobre un monte, no para quedar escondida, sino para ser vista por todos los hombres. Su iglesia está constituida de luminares, «para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo» (Flp. 2:14).
La iglesia también tiene la figura de un candelero. El candelero no tiene luz propia; su luz viene del Señor. En el tabernáculo y en el templo, el candelero tenía en cada uno de sus siete brazos una lámpara que era alimentada con aceite. El aceite es el Espíritu Santo y las lámparas son el espíritu del hombre: «Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón» (Prov. 20:27). Estas siete lámparas representan también a los hombres a quienes el Espíritu da dones para que la iglesia tenga plena luz.
Los sacerdotes cuidaban del candelero, alimentándolo con aceite y cortando los pabilos para que se mantuviesen limpios, y no humeasen. Así también Dios hace con nosotros. Este es el cuidado del Señor con su iglesia para que esté llena del Espíritu y resplandeciendo delante de los hombres, sin impureza alguna: «No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, con himnos y cánticos espirituales, cantando y alabando al Señor en vuestros corazones» (Ef. 5:18-19).
Este es el testimonio del Señor para su iglesia. Mas, ¿por qué esto no está aconteciendo? ¿Por qué su iglesia no resplandece como una ciudad colocada sobre un monte? ¿Por qué los hombres pasan cerca de ella y no la perciben? Porque el problema está en cada casa y por eso no puede resplandecer como una ciudad: «Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa» (Mat. 5:15).
Si en cada casa resplandecemos como una lámpara, entonces toda la ciudad será iluminada. La iglesia es una ciudad iluminada, mas ella no tendrá luz si en cada casa no hay luz. El testimonio de las buenas obras comienza en nuestra casa y se extiende a toda la iglesia. No habrá gloria de Dios si nuestras buenas obras no son conocidas primeramente en nuestra casa. Habrá grandes tinieblas en la ciudad si en nuestras casas no manifestamos su luz: «Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mat. 5:16).
Que el Señor nos limpie y nos llene de su Espíritu para que él sea glorificado.
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