Cómo Dios cumplirá su propósito de llevar muchos hijos a la gloria.
El que venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo”.
– Apocalipsis 21:7.
Anteriormente, hemos visto que Cristo, habiendo realizado el pensamiento y el propósito del Padre, obtuvo el derecho, la propiedad absoluta, de abrir el libro de la voluntad de Dios, desatar sus sellos y tomar en sus manos el cumplimiento de ese propósito. Porque es él quien dijo: «Edificaré mi iglesia», que está conformada por aquellos que han sido llamados a reinar juntamente con Cristo, a ser hechos conformes a la imagen del Hijo de Dios.
La voluntad de Dios realizada por Cristo
El Cordero de Dios ha tomado en sus manos el libro y ha comenzado a desatar sus sellos. ¿Cuándo ocurrió eso? El día en que el Señor fue entronizado. Ese día, él tomó aquel libro en sus manos y abrió aquella voluntad que estaba sellada, y comenzó a ejecutar este plan divino.
Entonces, eso coincide con lo que nos dice Efesios 1:9-10: «…dándonos a conocer el misterio de su voluntad». Aquí está hablando de Dios el Padre. ¿Recuerda lo que contenía el libro? El libro contenía el secreto de su voluntad, el misterio, sellado, escondido. «…según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra».
Aquí tenemos, básicamente, los mismos elementos de la visión de Juan en Apocalipsis 5: La voluntad de Dios, que consiste en«reunir todas las cosas en Cristo». En primer lugar, se nos habla del «misterio» de la voluntad de Dios, por lo cual el libro está sellado. Luego, el libro es abierto. Y quién otro abre el libro sino el Cordero que está en medio del trono, en medio de los cuatro seres vivientes, en medio de los veinticuatro ancianos y en medio de todos los seres creados.
Y finalmente dice, al final del capítulo 5: «Y a todo lo creado que está en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra … oí decir: Al que está sentado en el trono, y al Cordero sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos». Es decir, aquí se cumple el propósito de «reunir todas las cosas en Cristo», las que están en los cielos, los cuatro seres vivientes, los veinticuatro ancianos, las huestes espirituales incontables de millares y millares de ángeles, y finalmente todo lo creado.
Pero luego Efesios continúa: «…reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación…». Aquí tenemos una palabra interesante, que se asocia con lo de llevar muchos hijos a la gloria ¿De qué manera? La palabra que ha sido traducida dispensación es, en griego, oikonomía; la que, en una transliteración al español, tenemos como economía. La palabra oikonomía está compuesta de dos términos: oikos, casa, y nomos, gobierno o ley.
Una traducción más próxima al griego de este versículo, y que aparece en otras versiones de la Biblia, podría ser, «poner a Cristo como cabeza sobre todas las cosas»; o como algunos traducen, inventando un nuevo verbo, «encabezar todas las cosas con Cristo». Y luego, «…para el gobierno o administración de su casa en el cumplimiento de los tiempos».
En otras palabras, Cristo ha sido hecho cabeza de todas las cosas, para que él administre, gobierne y edifique la casa de Dios. Y la casa de Dios, por supuesto, no es de madera, piedra o cemento. No es un edificio material, puesto que la casa de Dios somos nosotros. Entonces, Cristo ha sido hecho cabeza por sobre todas las cosas para edificar, gobernar y administrar la casa de Dios en el cumplimiento de los tiempos.
Vamos a ver cómo el Señor comienza a edificar su casa, en Apocalipsis 6:1. «Vi cuando el Cordero abrió uno de los sellos, y oí a uno de los cuatro seres vivientes decir como con voz de trueno: Ven y mira». Si usted lee con atención el capítulo 6 de Apocalipsis, va a descubrir que nos da una descripción general de la historia humana, desde el momento en que el Señor ascendió, hasta el momento en que él regresará. Por eso, termina el capítulo 6 hablándonos del regreso del Señor, no desde el punto de vista de la iglesia, sino desde la perspectiva de este mundo. La historia del mundo acaba con el día de la ira del Señor, que para nosotros es el día de nuestro encuentro con Cristo.
Para el mundo será el día de la ira. Por eso dice el versículo 17: «…porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?». Es una buena pregunta, que introduce lo que viene a continuación. El mundo va a experimentar la ira de Dios. Y la pregunta es: ¿Quién podrá sostenerse en pie ese día? La respuesta está en la multitud vestida de blanco, vale decir, su iglesia.
Tenemos aquí el contexto de la historia del mundo ¿Qué nos quiere decir el capítulo 6? Que la iglesia va a ser edificada a lo largo de una historia llena de dificultades, complejidades y sufrimientos. Cuando usted lee el capítulo 6, descubre que el Señor está al mando de la historia. Pase lo que pase, las guerras, hambres, y sufrimientos enormes que vendrán, el Señor Jesús edificará su iglesia a través de ellos y a pesar de ellos. Él está al mando. Es el Cordero quien gobierna la historia, y lo hace con un propósito definido, que es edificar su iglesia.
La batalla de la iglesia
En estos días asistíamos por la televisión a la ascensión del mando del presidente de los Estados Unidos. Todos los ojos del mundo están fijos en él, pensando que es el hombre llamado a solucionar los problemas de este mundo. Pero déjeme decirle que ningún hombre podrá hacerlo jamás, porque el único que puede solucionar totalmente los problemas de la humanidad es el Señor Jesucristo. No miremos a los hombres, mirémoslo a él. Él es el único; no hay otro. No habrá paz para el mundo hasta que reine el Príncipe de paz.
Los hombres no podrán encontrar la paz – nos viene a decir el libro de Apocalipsis. No nos engañemos; mientras este mundo dure, no habrá paz. Lo que habrá son estos caballos recorriendo la tierra: el hambre, la guerra, la peste, y la muerte en todas sus formas. Esto va a ocurrir hasta que venga el Príncipe de paz. Nuestra esperanza está puesta en el Señor.
En el quinto sello encontramos, además, que a lo largo de esta historia, la iglesia es perseguida y martirizada. No habrá paz tampoco para la iglesia en términos de tranquilidad y reposo definitivos hasta que venga el Príncipe de paz. A lo largo de esta historia, los hijos de Dios serán perseguidos y martirizados hasta el fin. Pero dijimos que el Señor está edificando su iglesia en medio de esta historia convulsionada. Se nos advierte que el mundo se irá oscureciendo a medida que se aproxima el fin; pero no se nos ha dicho que nosotros tendremos paz y reposo sino hasta que venga el Príncipe de paz.
Lo que sí se nos ha dicho es que el Señor edificará su iglesia, y que por medio de él somos más que vencedores. Esta es la promesa. Pero, no se nos ha dicho que nos serán evitadas las dificultades y los problemas. No forma parte de las promesas del Señor, sino todo lo contrario: A través de las dificultades, la adversidad, la oposición casi insoportable, la iglesia será edificada en las mismas puertas del Hades, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
Los adversarios de la iglesia en la historia, y, por lo mismo, los adversarios del Señor, son formidables. Usted los encuentra en el libro de Apocalipsis. Allí está en primer lugar el dragón (cap. 12), fuente de toda la adversidad que la iglesia experimenta. Aquel gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás. Se le llama también engañador y adversario, porque éstas son sus armas preferidas contra la iglesia. Y arrastra una tercera parte de las estrellas del cielo, pues en sus propósitos lo siguen todas las huestes espirituales de maldad. Está acompañado de huestes innumerables de demonios en su empeño de estorbar e impedir la obra de Dios en el mundo.
Hermanos amados, nunca debemos olvidar estas cosas. Recuerden lo que dice Efesios; hagamos el paralelo otra vez: «Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades … contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes». Contra ellos luchamos. Ahí está el dragón con sus legiones, empecinado en destruir y devorar a la iglesia del Señor.
Pero no sólo eso. En el capítulo 13, descubrimos otros adversarios adicionales. El dragón tiene aliados que lo ayudan en su batalla: La bestia y el falso profeta. Y luego en el capítulo 17 encontramos otro de los grandes aliados del dragón: Aquella mujer que se sienta sobre la bestia, y se llama Babilonia, la grande. En resumen, los enemigos son formidables y poderosos.
El dragón que nos acecha es más poderoso que nosotros como meros hombres. Es más inteligente, más astuto y sabe más. No podríamos enfrentarlo y vencer en semejante batalla; seríamos derrotados de inmediato. ¡Pero el que está por nosotros y nos defiende, nuestro Capitán, nuestro estandarte, es más grande que el dragón, y ya lo ha vencido en la cruz! Si usted quiere vencer al dragón, sígalo a Él, y descubrirá que al final el dragón estará vencido, aplastado, humillado, derrotado, arrojado en el lago de fuego y eternamente condenado. Y usted estará con Cristo en la gloria, para siempre. Sígalo a lo largo del camino; y sígalo todo el camino.
A veces parece que el dragón triunfa y que está a punto de conseguir sus objetivos. Vea a la mujer, que representa a la iglesia, con dolores de parto y los terribles sufrimientos que soporta porque tiene que dar a luz un niño varón, es decir, a aquellos que heredarán con Cristo todas las cosas. Pues, mientras da a luz, el dragón abre sus fauces delante de ella para devorar a su hijo.
¿Cuántas veces la iglesia se ha visto en esa situación a lo largo de la historia? Cuántas veces pareció que el dragón estaba a punto de aplastarla y hundirla para siempre. ¿No lo ha sentido usted alguna vez en su propia experiencia? ¿No se ha sentido desamparado, y que el diablo tiene todas las de ganar? Pero, sépalo, él no puede vencer a Jesucristo el Señor.
Hermanos amados, describimos estas cosas porque debemos saber que la iglesia se edifica en un tiempo de guerra. El libro de Apocalipsis nos advierte que este es un tiempo de batalla. La iglesia será edificada a través de la guerra, la batalla y la adversidad. Será edificada en esas condiciones y en ninguna otra. No en un oasis de paz y tranquilidad. Él ya lo dijo: «…las puertas del Hades no prevalecerán contra ella». Esto quiere decir que el Hades intentará hacer todo lo posible para evitar que la iglesia sea edificada.
Precisamente en este punto viene el llamado a vencer. Porque alcanzar la madurez y sentarse con Cristo en la gloria significa simultáneamente que hemos librado una batalla y hemos vencido. Es a través de dicha batalla que los hijos crecen, maduran, y se sientan en el trono para reinar juntamente con Cristo. Si usted no quiere la batalla, la teme y quiere evitarla, déjeme decirle que también se perderá lo que sigue. El Señor no nos ha dicho que no habrá batalla; lo que nos ha dicho es que, si le seguimos a él, reinaremos juntamente con él en la gloria.
De este modo, tenemos el propósito de Dios. Entonces, puesto que se trata de una guerra, que hay un enorme conflicto en marcha, y que se trata de intereses y propósitos que superan largamente nuestros problemas y situaciones particulares, y puesto que lo que está en juego es el propósito eterno de Dios (que Satanás quiere evitar a toda costa), hay un llamado en el Apocalipsis, a cada uno de nosotros en particular, a ser vencedores: «Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono … El que venciere heredará todas las cosas».
Gracia y responsabilidad
Recuerde, vencer supone luchar, pasar a través de la batalla y obtener, finalmente, la victoria. Por eso, en el capítulo 7 de Apocalipsis tenemos una especie de censo. Es un censo muy particular. En el Antiguo Testamento Dios prohibió hacer censos. Era un pecado censar la nación.
La razón es sencilla. Dios le dijo a Abraham: «Mira las estrellas, ¿las puedes contar? Mira la arena que está a la orilla del mar, ¿la puedes contar? Pues así será tu descendencia, innumerable como las estrellas del cielo y como la arena que se extiende a la orilla del mar». Contar la nación significaba dudar de la promesa de Dios a Abraham. Si Dios había dicho que sería innumerable no había necesidad de contar.
El rey David, en algún momento de su reinado fue inducido por Satanás a contar al pueblo. ¿Y qué sucedió? Vino el castigo de Dios sobre David y la nación de Israel. Sin embargo, había una manera de contar que Dios autorizaba, y que él mismo mandó. Vamos a ver.
Hay precisamente un libro en la Biblia que se llama Números, porque habla de cuentas. No se podía contar el número total, pero había un número que a Dios le interesaba contar. «Habló Jehová a Moisés en el desierto de Sinaí, en el tabernáculo de reunión, en el día primero del mes segundo, en el segundo año de su salida de la tierra de Egipto, diciendo: Tomad el censo de toda la congregación de los hijos de Israel por sus familias, por las casas de sus padres, con la cuenta de los nombres, todos los varones por sus cabezas» (Núm. 1:1).
¿Cómo debía censarse la nación? Versículo 3: «De veinte años para arriba». Los varones de veinte años para arriba. No se contaban los jóvenes menores de veinte años, ni las mujeres, ni los niños. «…todos los que pueden salir a la guerra en Israel, los contaréis tú y Aarón por sus ejércitos». Vale decir, hay un número que Dios está interesado en divulgar: El número de los que pueden salir a la guerra. Estos sí debían ser contados en Israel.
Entonces, comienza la cuenta por tribus. Versículo 20: «De los hijos de Rubén, primogénito de Israel, por su descendencia, por sus familias, según las casas de sus padres, conforme a la cuenta de los nombres por cabezas, todos los varones de veinte años arriba, todos los que podían salir a la guerra». Lo que ocurre es que Israel está llegando al borde de la tierra prometida. Ha pasado sus largas jornadas por el desierto y ahora tiene que entrar en posesión de la tierra. Y, por supuesto, se aproxima la batalla, viene la guerra, y es necesario separar a aquellos que van a ir a la batalla.
Observe usted que el principio de Dios no es que todos vayan a la batalla. Los niños, por supuesto, no pueden ir a la guerra, ya que no tienen la fuerza, los elementos, ni las capacidades necesarias. Las mujeres tampoco van a la guerra, pues tienen que cuidar a los niños. ¿Quiénes van a la batalla? Los jóvenes de veinte años para arriba. De este modo se cuentan, se apartan, se forman los ejércitos de Dios y son enviados a poseer la tierra prometida. A Canaán, que es figura de Cristo en su plenitud, en la suma de todas sus riquezas y perfecciones para la iglesia.
Nuestro crecimiento hacia la madurez, desde niños a adultos, está representado también por la posesión de la tierra, porque ésta consta de dos elementos básicos. El primero dice relación con que Dios no dijo a los hijos de Israel que debían conquistar la tierra. Usted no encuentra la palabra conquista en el lenguaje de toma de posesión de la tierra. No debía ser conquistada, porque no era necesario conquistar lo que Dios ya había conquistado por ellos y para ellos.
La tierra les fue dada por Dios de gracia. Sólo debían poseerla. «Todo lugar que pisare la planta de vuestros pies será vuestro». «Lo que ustedes tienen que hacer», dijo el Señor, «es entrar en la tierra, caminar en ella, pues toda la tierra es de ustedes. Yo se las he dado; está delante de ustedes. Ninguno de los que están en la tierra hoy día podrá resistir su avance. Es tierra que ustedes no sembraron, tierra que ustedes no plantaron, tierra que ustedes no regaron, casas que ustedes no edificaron, viñas que ustedes no plantaron. Toda la tierra les doy de gracia».
Todo nos ha sido dado en Cristo, de gracia. La madurez es un don; el sentarnos con Cristo en los lugares celestiales es un don; el reinar juntamente con Cristo es un don de la gracia de Dios; el heredar todas las cosas es un don de la gracia. Y el propósito eterno de Dios, al cual fuimos llamados, todo, es también gracia de Dios. Usted no puede comprarlo, no puede pagarlo, no puede conquistarlo por su esfuerzo. Simplemente tiene que recibirlo de gracia.
Ese es el primer principio de la tierra prometida; pero hay un segundo principio. ¿Cuál? «Levántate». Le dice el Señor a Josué en el capítulo 1 del libro de Josué. «Mi siervo Moisés ha muerto; ahora, pues, levántate, porque tú entrarás en posesión de la tierra» ¿Qué nos dice el Señor? «He aquí que yo les he dado toda la tierra, pero ustedes tienen que levantarse y poseerla».
Hermanos amados, no es sólo la gracia de Dios. La gracia de Dios es el principio primero, es lo que da lugar a todo lo demás. Pero la gracia de Dios demanda la respuesta del hombre. No es automática. A veces pensamos que la gracia de Dios actúa automáticamente. Pensamos que es suficiente decir: ‘El Señor lo dio; ya lo tenemos’. Sí, pero hay que poseerlo.
Hay que levantarse, entrar en la tierra, caminar por ella y poseerla. Y enfrentar a los gigantes, y las ciudades amuralladas, los cananeos, los heteos y a todos los que habitan en la tierra, y luego, expulsarlos. Pero, claro, en la gracia de Dios. ¿Se da cuenta de esto? No podemos enfatizar unilateralmente un aspecto de la obra de Dios y desconocer otro.
Por un lado, la Escritura nos enseña que todo es gracia de Dios. Pero, una vez que ha sido establecida la gracia, también nos enseña que el hombre debe responder responsablemente a ella. Debido a que la gracia de Dios nos ha capacitado para tomar la tierra, debemos por tanto tomar la tierra. ¿Conoce usted este principio?
Debemos ser cuidadosos con la manera en que entendemos la palabra del Señor. ¿Por qué hay tanta inmadurez entre los hijos de Dios? Hay muchas razones. Pero, aún entre hijos de Dios que conocen la palabra del Señor y la palabra de la gracia del Señor; aún entre nosotros que hemos oído hablar del propósito eterno de Dios y del misterio de la voluntad de Dios, podemos todavía encontrar bastante inmadurez. ¿Por qué? Porque no es suficiente con saber que Dios nos ha dado la tierra; es necesario poseer la tierra. Y para eso, tenemos que levantarnos.
Recuerden las palabras del Señor: «Josué, yo te di la tierra; ahora, levántate, esfuérzate y sé valiente». El Padre nos ha dado a su Hijo; El Hijo nos ha dado su vida; el Espíritu Santo ha venido a morar en nuestros corazones. ¿Qué más necesitamos? ¿Qué debo hacer? «Levántate, esfuérzate y sé valiente». Porque en ti habita el Dios todopoderoso. Porque él va delante de nosotros, va dentro de nosotros, y siempre está con nosotros. El Espíritu de Dios mora poderosamente en el corazón de los hijos de Dios. Por lo tanto, levántate, esfuérzate y sé valiente; porque si no lo haces, estarás rehusando la gracia de Dios.
Si no respondes a la gracia, la rechazas. Si no la tomas en cuenta, si no haces uso de las riquezas de la gracia, es como si la desperdiciaras y la rechazaras. «Levántate, esfuérzate y sé valiente, porque tú tomarás la tierra». Es el Señor quien lo promete, es la gracia de Dios, es Cristo quien lo garantiza y no hay posibilidad de fallar. Pero, tienes que creer, tienes que levantarte y ser valiente.
¿Ya contemplaste los muros de Jericó? ¿Viste los gigantes? Sin embargo, si has visto primero al Señor, no tendrás miedo. «Esos gigantes serán como nada delante de nosotros», dijeron Josué y Caleb. ¡Bendito sea el Señor! Mas, están ahí adelante.
Por eso, decimos que la madurez, representada por la toma de posesión de la tierra, es un estado que involucra dos principios: El principio de la gracia, que fundamenta todo, provee los recursos para todo, da las posibilidades de todo y garantiza todo. Y el principio de la responsabilidad humana, como respuesta a la gracia y en la gracia de Dios. No sólo como respuesta a la gracia, sino dentro de ella y capacitada por ella.
La responsabilidad humana existe por la gracia de Dios, se sostiene por la gracia de Dios y puede responder a ella. La razón por la cual tú y yo somos llamados a obedecer es que él nos ha dado la capacidad de obedecer en gracia. Usted y yo no podríamos obedecerle si el Espíritu de Dios no morara en nosotros. Usted y yo no podríamos vivir, ni poseer a Cristo, ni madurar en Cristo y poseer la tierra, que no es otra cosa que poseer en plenitud a Cristo, si él no nos lo hubiera dado primero de gracia.
Porque Cristo mora en nosotros, está siempre con nosotros, nos guía, es nuestro capitán, nuestra bandera y victoria, podemos avanzar y poseer. ¿Lo cree? Y entonces, ¿qué espera? ¿Por qué no se pone en pie y es valiente, y avanza para poseer a Cristo? Ese es el llamado de Apocalipsis a los vencedores. (Continuará)
(Síntesis de un mensaje impartido en el Retiro de Rucacura, en enero de 2009).