Quiénes son y qué hacen.
Lectura: Apocalipsis 2:7, 11, 17, 26; 3:5, 12, 21.
El fracaso de la Iglesia
El motivo por el cual la iglesia ha de permanecer en la tierra es mantener y demostrar la victoria de la cruz de Cristo atando a Satanás en todo lugar, de la misma manera que el propio Señor, que es Cabeza de la iglesia, ató a Satanás en el Calvario. El Señor ya ha juzgado a Satanás en la cruz conforme a la ley de Dios y ahora Dios encomienda a la iglesia la labor de ejecutar ese juicio sobre la tierra.
Sabiendo perfectamente la manera en que la iglesia habría de derrotarle, Satanás comenzó a perseguir y matar a la iglesia, cambiando más adelante sus tácticas a fin de engañar a la iglesia con falsedades, puesto que es un mentiroso además de un asesino. Con todo y con eso, la iglesia no teme ni su rostro sonriente ni su rostro enfurecido. El libro de los Hechos es un relato de una iglesia que ha pasado de la muerte a la vida y Dios utilizó los ataques de Satanás para demostrar, por medio de la iglesia, la victoria de Cristo.
Desgraciadamente, la iglesia fue fallando gradualmente, como muestran sucesos tales como la mentira de Ananías y Safira, la avaricia de Simón, el que se introdujesen falsos hermanos, el que muchos de los creyentes buscasen lo suyo propio y el que muchos abandonasen a Pablo, que se encontraba encarcelado.
Dios busca vencedores
Ahora, bien, cuando la iglesia fracasa, Dios siempre encuentra en ella a unos cuantos, que han sido llamados a que sean los vencedores, a fin de que puedan adoptar la responsabilidad que corresponde a la iglesia como entidad, pero que ésta no cumple. Él escoge una compañía de los pocos fieles para que representen a la iglesia en la demostración de la victoria de Cristo y tiene a sus vencedores en los siete períodos de la iglesia (representados por las siete iglesias descritas en Apocalipsis capítulos 2 y 3). Esta línea de vencedores no es interrumpida jamás, y no son una clase especial, sino que son sencillamente un grupo de personas que se someten al plan original de Dios.
El principio de los vencedores
La manera en que Dios obra, como vemos ilustrado en sus Sagradas Escrituras, es buscando a unos cuantos, que formen un núcleo, cuyo propósito es el de alcanzar a muchos. Esto era una realidad en la edad patriarcal, y en aquel entonces Dios escogía a las personas de manera individual, aquellos como Abel, Enoc, Noé, Abraham. Más adelante Dios se llega a toda la nación de Israel (los muchos) por medio de Abraham (los pocos), es decir, Dios se manifiesta por medio de la dispensación de la ley a lo largo de la edad patriarcal, pero a partir de la dispensación de la ley (la nación de Israel), Dios se manifiesta a la dispensación de la gracia (la iglesia surgida de todas las naciones) y de la misma manera desde la dispensación del reino al cielo nuevo y a la tierra nueva (la nueva creación), porque el reino es el prólogo al nuevo cielo y a la nueva tierra. Por eso vemos que el principio de la operación de Dios es el de alcanzar por los pocos a los muchos. «…la Cabeza, en virtud de quien todo el cuerpo, nutriéndose y uniéndose por las coyunturas y ligamentos, crece con el crecimiento que da Dios» (Col. 2:19). Las coyunturas son para suplir, mientras que los ligamentos son para unir. La cabeza mantiene a todo el cuerpo unido por medio de estas coyunturas y ligamentos, y éstos son los vencedores.
Jerusalén viene a ser figura de toda la iglesia, mientras que Sion, que se encuentra en Jerusalén, representa a los vencedores en la iglesia. Jerusalén es más grande que Sion, pero Sion es el baluarte de Jerusalén. Lo que responde al corazón de Dios se llama Sion, y lo que habla del fracaso y de los pecados de los judíos se llama Jerusalén. Dios permite que Jerusalén sea pisoteada, pero normalmente mantiene a Sion intacta. Habrá una nueva Jerusalén, pero no una nueva Sion porque Sion nunca envejece.
Cada vez que el Antiguo Testamento menciona la relación entre Sion y Jerusalén se nos muestra que las características, la vida, la bendición y el establecimiento de Jerusalén se derivan invariablemente de Sion. Los ancianos se encontraban en Jerusalén, pero el arca debía de estar en Sion (1 Reyes 8:1). Dios le hace bien, conforme a su buena voluntad, a Sion y levanta las murallas de Jerusalén (Salmo 51:18). El nombre de Dios se encuentra en Sion mientras que su alabanza se encuentra en Jerusalén (Salmo 102:21), y cuando Dios bendice desde Sion, Jerusalén recibe el bien de esa bendición (Salmo 128:5). El Señor mora en Jerusalén, pero recibe las alabanzas de Sion (Salmo 135:21). Dios le habla primeramente a Sion, llegando posteriormente las noticias a Jerusalén (Is. 41:27). Él mora en Sion y, de ese modo, santifica a Jerusalén (Joel 3:17).
Actualmente Dios está buscando, entre la iglesia derrotada, a 144.000 (sin duda esta es una cifra representativa) para que se coloquen sobre el monte de Sion (Ap. 14:1). En cada ocasión utiliza relativamente a pocos creyentes como cauces a fin de derramar vida sobre la iglesia para bendición de ésta. Como hizo su Señor, estos pocos deben derramar sangre a fin de permitir que fluya la vida y los vencedores deben estar sobre el terreno de la victoria de la iglesia y en lugar de ésta, teniendo que pasar por sufrimientos y por vergüenza.
Por lo tanto, los vencedores de Dios deben abandonar todo lo que sea el complacerse a sí mismos, pagar el precio y permitir que la cruz elimine todo lo que pertenece a la antigua creación, y resistir las puertas del Hades (Mt. 16:18).
¿Está usted dispuesto a permitir que sufra su corazón para poder ganarse el corazón de Dios? ¿Está usted dispuesto a ser derrotado con tal de que pueda triunfar el Señor? Cuando usted obedezca de manera perfecta, Dios vengará rápidamente toda desobediencia (2 Cor. 10:6).
En qué consiste la obra de los vencedores (Josué 3:8,13,15-17; 4:10-11,15-18. 2ª Cor. 4:10-12).
Debemos notar, al examinar el principio de los vencedores, dos cosas: a) que cuando todo el cuerpo fracasa, Dios escoge a unos pocos relativamente para que representen a todo el cuerpo, y b) que Dios llama a estos pocos para que lleven a cabo su mandamiento de manera que por medio de ellos él pueda más adelante alcanzar a los muchos.
Cuando Dios escogió al pueblo de Israel lo llamó con el propósito de que todos ellos fuesen sacerdotes entre las naciones (Ex. 19:5-6), pero ellos adoraron el becerro de oro en el Monte Sinaí y le fallaron de una manera estrepitosa. Debido a esto, Dios escogió a los levitas, que guardaron su mandamiento para ser sus vencedores. A ellos les fue entregado el sacerdocio en lugar de los hijos de Israel (Ex. 32:15-29).
Cuando Dios obra, comienza por unos pocos y más adelante, por medio de estos pocos, obra en los muchos. Antes de poder salvar a los hijos de Israel, Dios salvó a Moisés, librando a Moisés de Egipto antes de librar a los israelitas de Egipto. Él se manifestó primeramente a David y a continuación libró a los israelitas de mano de los filisteos para que se convirtiesen en una gran nación. Se deben alcanzar los fines espirituales a través de medios espirituales también. Dios trató con Moisés y con David de tal manera que ellos no hicieron uso de la carne a la hora de ayudar a Dios a realizar su propósito.
Al principio, Dios se ganó a 12 personas, más adelante a 120, y de ese modo nació la iglesia. El principio de los vencedores es la llamada de Dios a unos pocos, para que éstos realicen la obra que, a su vez, se convierte en bendición para muchos. Unos pocos son llamados para que muchos puedan recibir la vida, plantando Dios la cruz en el corazón de unos cuantos y haciendo que ellos acepten el principio de la cruz en el medio en que se desenvuelven, así como en sus hogares, permitiéndoles, de esa manera, derramar la vida sobre otras personas. Dios tiene necesidad de canales de vida para derramar, por medio de ellos, la vida a otros.
Ante la muerte para que otros vivan
Dios colocó a los sacerdotes ante la muerte con el propósito de que los hijos de Israel pudiesen encontrar el camino de la vida. Los sacerdotes fueron los primeros que se introdujeron en el agua y los últimos en salir de ella, actuando como los vencedores. Dios está buscando en la actualidad a un grupo de personas que, al igual que hicieron los antiguos sacerdotes, estén dispuestas a meterse en el agua, a pasar por la muerte, a aceptar la intervención de la cruz y colocarse frente a la muerte, a fin de poder abrir para la iglesia una senda de vida. Dios los coloca en el lugar de la muerte con el propósito de dar la vida a otros, y los vencedores son, al mismo tiempo, los pioneros de Dios.
Los sacerdotes eran capaces de realizar algo sólo por el hecho de que llevaban el arca. Tenían que llevar el arca y llegar al lecho del río. Nosotros debemos permitir que Cristo (el arca, en este caso, viene a ser el símbolo de Cristo) sea el centro, vistiéndonos con los ropajes de Cristo y entrando en el agua. Los pies de los sacerdotes estuvieron sobre la orilla y dentro del río, y sobre sus hombros cargaron el arca, y estando en la muerte, por así decirlo, elevaron a Cristo.
El lecho del río es el lugar de la muerte. No era cómodo, ni mucho menos, ni nada que fuese atractivo. No se podía reposar, ni sentarse, ni acostarse, sólo estar de pie. Si yo vivo dominado por mi mal genio, Cristo no puede vivir en otros, pero si me encuentro en el fondo del río, otras personas cruzarán el Jordán y obtendrán la victoria. La muerte obra en mí, pero la vida obra en otros. Si soy obediente hasta la muerte, la vida operará en los demás por su propia obediencia a Dios. La muerte de Cristo vivifica su vida en nosotros, pues sin muerte no puede haber vida.
Resultaba de lo más desesperante tener que llevar el arca hasta el fondo del río, porque requería una gran diligencia, puesto que si se producía el menor descuido, Dios los destruiría. Ellos se encontraban en aquel lugar, contemplando cómo iban pasando uno tras otro los israelitas y se quedaron los últimos. Por lo tanto, el apóstol declaró lo siguiente: «Porque según pienso, Dios nos ha exhibido a nosotros los apóstoles como postreros … como la escoria del mundo, el desecho de todos» (1ª Corintios 4:9-13). Él deseba que otros creyesen en el evangelio, pero sin sus cadenas (Hechos 26:29). Cada uno de nosotros deberíamos de preguntarnos: Lo que hago, ¿lo hago con el afán de adquirir fama, o prosperidad o para ganarme la simpatía de los demás? ¿O lo que busco es la vida de la iglesia de Dios? Espero que todos podamos pronunciar la siguiente oración: «Oh Señor, permíteme morir para que otros puedan vivir».
Dios dice claramente que esto no nos iba a resultar fácil; sin embargo, es el único camino por el cual se habrá de cumplir el plan eterno de Dios.
El permanecer en el fondo del río hasta que hubieran pasado todos los hijos de Dios, habla de cómo tampoco nosotros podemos escapar a la muerte hasta que no llegue por fin el reino. Afortunadamente Josué (que viene a ser figura de Cristo) dio por fin el mandamiento: «Salid del Jordán». Nuestro Josué victorioso también habrá de llamarnos a que salgamos de las aguas de la muerte y eso señalará el comienzo del reino.
Hay muchas personas que no son desobedientes, pero tampoco se puede decir de ellas que obedezcan a la perfección. En el caso de muchas personas, no se trata de pagar ningún precio, sino más bien de pagar una suma insuficiente. En muchos casos no se trata de que la persona no gaste ningún dinero o de que no mande ningún soldado, sino que es más bien una entrega que no es absoluta (véase Lucas 14:25-35). Para llegar a Getsemaní hay que pasar por el camino de la cruz, y sin lo acontecido en ella nadie puede decir: «No sea como yo quiero, sino como tú» (Mateo 26:39). Son muchos los que aspiran a recibir el llamamiento de Abraham, pero que aborrecen la consagración del monte Moriah.
¿Me lamento yo a causa de la vida tan fácil que lleva mi prójimo? Dios me coloca sobre el fondo del río para que sea su vencedor y permite que yo esté encadenado para que otros puedan oír las buenas nuevas. La muerte obra en mí, pero en los otros obra la vida y éste es el único canal de vida. La muerte de Jesús me llena a mí primeramente de vida y a continuación permite que esa vida fluya para alcanzar a los demás (2 Cor. 4:10-12).
¿Qué es lo que hace el vencedor? Se encuentra en la muerte de Cristo a fin de que otros puedan recibir la vida. Es necesario que antes de que podamos predicarles a otros experimentemos en nosotros mismos la palabra de la Biblia, y esa luz de la verdad tiene que transformarse primeramente en luz en nosotros antes de que pueda transformarse en luz para los demás.
Dios hace que sus vencedores sean la verdad y la demuestren en sus propias vidas y entonces estén en condiciones de llevar a muchos a la obediencia de esta verdad. La verdad tiene que estar organizada en nosotros y llegar a convertirse en una parte de nuestro ser. Antes de que podamos hablarles a los demás acerca de la fe, la oración y la consagración, es preciso que nosotros mismos poseamos la experiencia de esa fe, de esa oración y de esa consagración. De otro modo, serán sencillamente palabras que carecen de todo significado. Dios nos hace pasar por la muerte para que otras personas puedan tener la vida y tenemos que experimentar toda suerte de sufrimientos y dolores antes de que pueda haber vida en los demás.
Con el fin de que podamos aprender la verdad respecto de Dios, es necesario, en primer lugar, colocarnos en el fondo del río. La iglesia no puede cruzar a tierra firme, para poder alcanzar la victoria, debido a que hay una falta de sacerdotes que se encuentren sobre el fondo del río Jordán, pero todos aquellos que se encuentran en el fondo de este río son capaces de crear en otros un corazón que está buscando. Si una verdad se ha aferrado profundamente en mí, hará que otros se aproximen y busquen lo mismo. Muchas de las verdades de Dios están esperando arraigarse dentro de los hombres. Cuando permitimos que la verdad obre y se arraigue en nosotros, logramos que la estatura de Cristo crezca unos centímetros en nosotros. Los vencedores reciben vida de arriba para suplir al cuerpo.