Y al que puede confirmaros según mi evangelio…».

– Romanos 16:25.

Una cosa que nos intrigó por mucho tiempo, es cómo Pablo podía tener la osadía de llamar al evangelio ‘su’ evangelio. Él dice en Romanos 1:15 que le gustaría anunciar también a los romanos el evangelio. ¿De qué evangelio habla, siendo que no escribe a personas incrédulas que no conocen al Señor Jesús, sino a hermanos en Cristo? ¡Y todos hermanos ya maduros, como él mismo nos presenta en Romanos 16!

Al principio vemos en las Escrituras el evangelio de la gracia: «Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hech. 20:24). Este evangelio nos habla de toda la gracia de Dios que nos es dada en Cristo en aquella cruz. El evangelio de la gracia es Cristo crucificado, la palabra de la cruz: «Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios» (1 Cor. 1:18).

Cuando creemos en el evangelio de la gracia, nacemos de nuevo y entramos en el reino de Dios (Juan 3:3-5). Una vez en el reino, el Señor nos presenta el evangelio del reino. El evangelio de la gracia nos habla de las buenas nuevas en Cristo para nuestra salvación, el evangelio del reino nos habla de las buenas nuevas sobre el reino en Cristo: «Y recorrió Jesús toda Galilea, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino…» (Mat. 4:23).

Gran parte de la predicación de Jesus fue sobre el evangelio del reino, el evangelio para los hijos de Dios. Si oímos sobre el evangelio del reino antes de oír el evangelio de la gracia, corremos el riesgo de creer que la salvación es por obras, pero no. El evangelio de la gracia es toda la gracia que nos fue dada por Dios en Cristo, ya que el evangelio del reino es para que los santos que están en Cristo participen de Su reino: «Palabra fiel es esta: si somos muertos con él, también viviremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él» (2 Tim. 2:11-12).

Ahora llegamos al tercer evangelio, el evangelio de Pablo. Este que él llama su evangelio, no es más que la revelación del misterio que le fue dada por Dios, el misterio de Cristo que es la iglesia, las insondables riquezas de Cristo, la dispensación del misterio que estuvo oculto por generaciones: «A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo» (Ef. 3:8-9).

No hay tres evangelios, sino solo uno: el evangelio de Dios. Las buenas nuevas de gran gozo que Dios dio al hombre en Cristo; la justicia de Dios que es revelada de fe en fe.

El evangelio de la gracia, como el evangelio del reino y el evangelio de Pablo nos hablan de todo lo que Dios nos dio en Cristo, el Hijo del Dios viviente, «acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos» (Rom. 1:3-4).

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