A juzgar por las profecías de Daniel, todos los grandes imperios mundiales poseen los mismos rasgos esenciales y tienen un mismo fin.
El propósito de Dios al crear a Adán fue muy claro: Dios quería que él estableciese dominio sobre toda la tierra y sobre sus criaturas (Gén.1:26,28). Para eso le dio inteligencia suficiente y capacidad de mando. Sin embargo, muy pronto el hombre perdió este derecho, porque sucumbió bajo la mentira de Satanás, y al obedecer su instigación cedió el gobierno de la tierra. Adán obedeció a Satanás en vez de obedecer a Dios, cuando las instrucciones que Él le había dado eran suficientemente claras. Las consecuencias fueron muchas, como bien sabemos, y una de ellas es que se convirtió en esclavo del pecado y de Satanás. ”¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis …?” – dice Pablo en Romanos 6:16. La obediencia a Satanás le trajo al hombre la pérdida de su libertad y de sus derechos de gobierno sobre la tierra.
El hombre recién creado tuvo que renunciar al propósito de que él estableciera sobre la tierra el gobierno de Dios. El orden de Dios para el mundo se desvirtuó, y desde ahí quienes comenzaron a ejercer diversas formas de liderazgo no fueron los piadosos hijos de Set, sino los hijos de Caín, manejados por Satanás, tal como lo había sido su padre. (Génesis 4:17-24). Los hijos de Caín fundaron ciudades, crearon obras de arte y toda una civilización centrada en el deleite. Lamec, nieto de Caín, es un fiel exponente del principio de crueldad y venganza que adoptó muy pronto la sociedad cainita (vs.23-24).
Esta civilización duró unos 2600 años, hasta que Dios no la pudo soportar más. Entonces la exterminó completamente con el diluvio.
El primer prepotente
Sin embargo, el hombre es obstinado e inteligente para el mal. Siguiendo las pisadas de Caín, y de los valerosos “varones de renombre” de que habla Génesis 6:4, aparece la figura del primer prohombre de la humanidad: Nimrod. Nimrod fue la figura emblemática de la primera construcción humana con fines hegemónicos y totalitarios. Nimrod no fue un hombre piadoso que haya querido establecer el reino de Dios sobre la tierra. La palabra ‘nimrod’ se asocia con el verbo hebreo ‘marad’ (rebelar), lo cual anunciaba desde ya su verdadera motivación.
La Biblia presenta a Nimrod como “el primer poderoso en la tierra”, y la palabra poderoso (‘gibbor’ en hebreo) indica violencia, poder tiránico. La Biblia de Jerusalén traduce esa expresión como “el primero que se hizo prepotente en la tierra”. (Gén.10:8). Nimrod fundó varias ciudades notables, la más simbólica de las cuales es Babel. La palabra ‘babel’ significa, en idioma babilónico, “la puerta del dios”, lo cual sugiere que Nimrod quería presentarse ante la gente como si fuera un dios. (De hecho, Nimrod pasó a encabezar la larga lista de deidades babilónicas).
Nimrod y sus súbditos querían lograr dos objetivos: “hacerse un nombre”, y “llegar al cielo”. Se llenaron de ambición, de orgullo y se rebelaron contra Dios. Ellos quisieron desestabilizar el trono de Dios. Pero Dios, cuando vio lo que pretendían, descendió sobre ellos y confundió sus lenguas. (Gén.11:1-9).
Así, la figura de Nimrod es representativa de todos los caudillos que han encabezado imperios. Y Babel representa el verdadero carácter, objeto y resultado de las grandes asociaciones humanas.
Todos los reinos bajo Satanás
El evangelio de Mateo relata que cuando Satanás tentó al Señor Jesús en el desierto, lo llevó a un monte alto “y le mostró todos los reinos del mundo y la gloria de ellos, y le dijo: Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mateo 4:8-9).
El hecho de que el Señor no haya refutado la arrogante pretensión de dominio de Satanás sobre los reinos del mundo nos indica que de verdad ellos están en sus manos y bajo su gobierno. ¿Hay reinos buenos? ¿Hay reinos malos? Pueden tener diferencias de forma, de grado y de maquillaje, pero todos están bajo el dominio de Satanás. 1
Los principios que rigen a las naciones y que han permitido históricamente a los grandes imperios mantener su hegemonía son distintos a la moral común y sobrepasan con creces la moral cristiana. Maquiavelo, tan vapuleado en sus días, parece hoy un niño inocente al tenor de los modernos principios que rigen la política internacional. Muchas lágrimas inocentes se derramaron cada vez que un poderoso se levantó para establecer su reino sobre la tierra. Mucha sangre derramada hay en la fundación y afianzamiento de cada imperio mundial.
La palabra de Dios es concluyente cuando afirma: “El mundo entero está bajo el maligno” (1ª Juan 5:19). Y eso nos recuerda las palabras del Señor: “No ruego por el mundo”. (Juan 17:9). Y las otras de Santiago: “Cualquiera que quiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios.” (4:4).
El Señor Jesús no cedió a la tentación de recibir los reinos del mundo de manos de Satanás. Ello hubiera significado, entre otras cosas, validar el sistema que los genera y los principios que los sustentan.
El Señor sabía que el día de reinar aún no había llegado, y que cuando los recibiera, al final de la historia de fracasos de los reinos humanos, los habría de recibir de manos de quien corresponde –de su Padre– y que sería bajo un nuevo paradigma: el de Dios, no el de Satanás.
Un sueño profético (Daniel cap.2)
En los días del profeta Daniel, Nabuco-donosor, rey de Babilonia –a la sazón el imperio todopoderoso en la tierra– tuvo un sueño que le quitó la paz. El haberlo olvidado apenas despertó redobló su angustia. Citó a los magos, encantadores, astrólogos y caldeos para que se lo recordasen y le diesen su interpretación, mas no pudieron.
Daniel, cuando lo supo, oró a Dios junto a sus amigos, y Dios le reveló el misterio. El sueño era importante, porque profetizaba acerca de “lo por venir”. Nabucodonosor veía una imagen muy grande y gloriosa, de aspecto terrible. La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido.
La interpretación de este sueño le fue dada a Daniel, y es la siguiente: la cabeza de oro representaba a Nabucodonosor (y el Imperio Babilónico). El pecho y los brazos de plata, representaban a un reino posterior a Babilonia, inferior a él (que sería el imperio Medo-Persa). El vientre y los muslos de bronce sería un reino que dominaría toda la tierra (el Imperio Griego); y las piernas de hierro simbolizaban un reino fuerte que desmenuzaría y rompería todo (el Imperio romano).
Los pies de esta imagen eran en parte de hierro y en parte de barro, porque representarían a un reino en parte fuerte y en parte frágil, el cual comprendería a varios reyes (exactamente diez, ver Apocalipsis 17:12), que intentarían “mezclarse por medio de alianzas humanas”. Este “imperio” tan ‘sui generis’ será el resurgimiento del imperio romano, y es algo que está por ocurrir. Esta vez no será un imperio fuerte y avasallador (no es de hierro sólo, es de hierro y barro), sino un imperio con la fragilidad de la democracia y de los acuerdos.
Estos son los grandes imperios gentiles que ha habido en el mundo desde Nabuco-donosor en adelante. Todos ellos formaban parte de una misma imagen en el sueño del rey, lo cual significa que todos ellos tienen algo fundamental en común: ellos han funcionado (y funcionarán) bajo los mismos principios. Todos están emparentados por la violencia, la sangre, la tiranía. El poder de la fuerza de las armas está en sus cimientos. Por eso, todos ellos habrían de tener la misma suerte. 2
“Y en los días de estos reyes (del último de los imperios, el que está a punto de manifestarse) el Dios del cielo levantará un reino que no será jamás destruido, ni será el reino dejado a otro pueblo; desmenuzará y consumirá a todos estos reinos, pero él permanecerá para siempre.” En el sueño de Nabuco-donosor la caída de la imagen se produjo por efecto de “una piedra fue cortada, no con mano, (que) hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata, el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno.” (Daniel 2:34-35).
Esta piedra es “el reino que no será jamás destruido”, que “permanecerá para siempre” (ver Isaías 28:16). Es el reino de nuestro Señor Jesucristo, que será levantado en los días del imperio romano restaurado.
El advenimiento del reino de Jesucristo significará la caída del imperio del hierro mezclado con el barro cocido, y su caída trae consigo la caída de toda la imagen conformada por los grandes imperios mundiales. Es decir, el principio cruel y tiránico que los gobernó a todos será juzgado y exterminado, y nunca más en la tierra se volverá a levantar.
El juicio de Dios sobre cada uno de los imperios lo sabemos de antemano. En un futuro no muy lejano, el imperio romano restaurado volverá a caer por el poder de Cristo, esta vez por el “resplandor de su venida”, para que se cumpla la palabra de que es necesaria la remoción de las cosas movibles para que queden las inconmovibles. (Hebreos 12:27-28).
En las Escrituras no hay tal cosa como “reinos buenos” y “reinos malos”. Hay reinos (o imperios) gentiles que ejercen su hegemonía por un determinado tiempo, y que, por causa de su propio deterioro moral, caen por la acción de los juicios de Dios.
Un reino superior
Cuando estuvo en juicio ante Pilato, el Señor Jesús dijo: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:36). ¿Por qué no? Porque los reinos de este mundo utilizan estrategias, armas y recursos malévolos, totalmente contrarios a los que utiliza Dios. Los reinos de este mundo están todos gobernados por principios que no tiene su origen en Dios, sino en Satanás.
Cuando se establezca el reino de Jesucristo, se dirá en los cielos: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos.” (Ap.11:15). Y también se dirá: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo …” (Ap.12:10).
Estas cosas no han ocurrido aún. El mundo todavía está en la etapa previa, la del dominio gentil, la de las armas violentas, y de la injusticia por doquier.
Muchos esperan ingenuamente que la paz impere en el mundo y que “los reinos buenos” se impongan a “los reinos malos.” Sin embargo, tal cosa no ocurrirá, porque todos los reinos del mundo están bajo el juicio de Dios.
Así que, ningún reino (o gobierno) humano puede arrogarse el derecho de establecer la justicia y la paz sobre la tierra. Ningún reino (o gobierno) humano puede aducir que pelea por Dios, o que representa ”el bien”, o los derechos de Dios sobre la tierra. En el intento por realizarlo –en nombre de Dios– se ha derramado mucha sangre injusta, se han sembrado muchos odios, se ha representado muy mal al Señor Jesucristo y su reino, el cual, en esta dispensación, no tiene nada que ver con poderes visibles, sino con un orden espiritual, en amor. Su reino hoy es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo.” (Rom.14:17).
Las cruzadas en defensa de la fe dejaron un triste saldo de muertos y de odios en el pasado –odios que todavía dan su fruto de muerte–; las cruzadas modernas serán igualmente infructuosas. Todavía nos avergonzamos por las Cruzadas del pasado, y por los fanatismos inútiles que las impulsaron. Seguramente los errores se seguirán repitiendo, y las vergüenzas las seguiremos viviendo por mucho tiempo más, hasta que Dios intervenga desde el cielo y el reino de Jesucristo sea establecido sobre la tierra.
Que los ojos de los creyentes no se posen en los hombres, porque de ahí no vendrá ningún socorro. Que todas las miradas se fijen en Aquel, en Jesucristo el Señor, el Soberano de los reyes de la tierra, cuyo reino sempiterno se manifestará en breve. ¡Oh, ven, Señor Jesús!
Nadie podrá atribuirse la gloria de haber detenido el mal, de haber establecido la justicia sobre la tierra. Nadie sino el único que es digno, porque Él fue inmolado. Él y sólo él es digno de recibir la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
1 Es de notar el hecho que todos los grandes imperios y naciones han tenido (y tienen) en sus emblemas animales feroces o aves de rapiña.2 Conviene observar que los mismos cuatro imperios que vio Nabucodonosor representados en la imagen “cuya gloria era muy sublime” (Dan.2:31) Daniel los vio como cuatro bestias feroces (Daniel cap.7). Una es la visión que el hombre tiene de ellos, y la otra es la visión de Dios.