El camino hacia la plenitud.
…a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo».
– Efesios 4:12-13.
El apóstol utiliza distintas preposiciones para definir los objetivos de la pluralidad de ministerios de Efesios 4:11. Estas preposiciones se han traducido como a fin de y para. Encabezadas por ellas aparecen tres frases coordinadas, con tres propósitos paralelos en los ministros: 1º perfeccionar a los santos; 2º la obra del servicio ( diaconía); y 3º la edificación del cuerpo de Cristo.
A veces se interpreta como que la edificación del cuerpo es de exclusiva responsabilidad de los ministerios. Sin embargo, una mirada más atenta indica que, si bien el primer para («perfeccionar a los santos») está referido a los oficios del ministerio, el logro del tercer objetivo («la edificación del cuerpo de Cristo») requiere de la participación de todos los santos mediante las «diaconías» o «servicios». Es decir, que todos los santos estén funcionando, que el cuerpo trabaje para el cuerpo.
Perfeccionar a los santos
«Perfeccionar a los santos» es la razón de ser de los ministerios de la Palabra. ¿Cómo se logra esto? La misma palabra que comparten estos ministros tiene el poder para perfeccionar y capacitar a los santos. Pablo decía que él luchaba (agonizaba) para «presentar perfecto en Cristo Jesús a todo hombre» (Col. 1:28), y también sufría «dolores de parto» para formar la imagen de Cristo en los creyentes (Gál. 4:19). Los santos son personas renacidas, que deben aprender lecciones espirituales mediante la revelación de Jesucristo y la vida de iglesia. Deben aprender a perder para ganar, a morir para vivir, a ser débiles para ser fuertes; a menospreciar su carne y la vida natural, a negarse hasta la muerte, a vencer a Satanás con la sangre del Cordero, a experimentar el quebrantamiento del hombre exterior (el alma) y la renovación del hombre interior (el espíritu).
Además, la famosa ecuación de Pablo: «Y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gál. 2:20). Esto es, la vida canjeada.
Estas son las grandes lecciones por las que los predicadores han de llevar a los santos en su crecimiento en Cristo. La naturaleza humana no está para ser perfeccionada, sino restada y reemplazada por la de Cristo en nosotros. Esto es lo que se quiere alcanzar con «perfeccionar a los santos». El sentido de la encarnación de Cristo es comunicar su naturaleza a los hombres, para lo cual comunica sus dones a sus ministros y así perfeccionara a los santos.
Algunos maestros de la Palabra, en el intento de perfeccionar a los santos, llevan a éstos a un «bibliocentrismo», pensando que, a mayor conocimiento bíblico, más espiritual será el creyente; pero la verdad es que se puede saber la Biblia de principio a fin sin conocer a Cristo. La Biblia es Cristocéntrica, de modo que quienes la conocen de verdad, han de seguir por su línea.
El daño más grande que se les puede hacer a los santos es llevarlos a enfrascarse en un sistema doctrinal. ¿Cómo saldrán luego de allí? Los que caen en esas redes llegan a tener férreas fortalezas mentales. Nuestro ministerio ha de enfatizar la vida de Cristo.
La obra del ministerio
«Para la obra del ministerio». A medida que el primer objetivo se va cumpliendo, los santos van siendo capacitados para llevar a cabo la obra del ministerio o diaconía. La palabra ministerio es también «servicio». Usaremos la palabra «diaconía» por ser esta una palabra que aparece la mayoría de las veces en el Nuevo Testamento griego y se traduce normalmente como «ministerio».1 Aparte de los diáconos que están designados para servir a las mesas en el Nuevo Testamento (Hechos 6:3), todos los creyentes son llamados «diáconos» o «siervos». Aquí se afirma el sacerdocio universal de los creyentes; lo que implica que todos estamos llamados a participar de la obra del ministerio o diaconía.
Esta obra del ministerio es una sola y consiste en la formación de la imagen y el carácter de Cristo en la iglesia que es su cuerpo. Dios ha pensado en esto desde tiempos eternos, ha echado a andar su plan desde antes de los tiempos de los siglos. Dios se propuso en sí mismo que Cristo tuviese la preeminencia en todos y sobre todo: La obra de Dios es formar a Cristo en nosotros. Nada tiene mayor interés para Dios que consumar su obra. La iglesia ha estado experimentando la metamorfosis de conformarse a la imagen de Cristo (Romanos 8:29) por casi dos mil años, y finalmente Dios lo logrará. El diablo ha dividido la cristiandad en miles de pedazos, pero Dios sacará adelante un cuerpo unido por las coyunturas y un edificio bien unido por la trabazón de las piedras que lo componen. ¿Se da cuenta de la obra a que usted está llamado a participar? ¿Es esta su obra o tiene usted una obra aparte de esta?
«La obra del ministerio» no es muchas obras, sino una sola: esto es, Cristo en nosotros (Colosenses 1:27) y nosotros en Él. Obviamente, esta obra genera muchas otras obras: «Las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.» (Efesios 2:10). En la sanidad del ciego, Jesús dijo: «… Para que las obras de Dios se manifiesten en él. Me es necesario hacer las obras del que me envió (Juan 9:3-4). Aquí las obras de Dios son muchas, pero todas estas obras son fruto de su única y gran obra.
«Esta es la obra de Dios -dijo Jesús a los judíos- que creáis en el que él ha enviado (Juan 6:29). Creer es recibir al Hijo de Dios, tenerlo internalizado. Esta es la obra de Dios, y ha de ser la misma de los santos: Cristo en nosotros. Esta es la obra que los ministerios de la Palabra han estado afirmando y consolidando en los santos. Una vez que «la obra de Dios» se realiza en los santos por la mediación de los ministerios de la palabra, éstos trabajan en la «obra del ministerio» o «diaconías». Estas son obras de servicio y de amor, fruto de la obra de Dios en ellos. ¿Con qué fin? «Para la edificación del cuerpo de Cristo».
Lo que se ve aquí es una pluralidad y diversidad de obras emanadas de los «dones, los talentos y los oficios».2 La totalidad de los santos están incluidos, esto es, el cuerpo trabajando para el cuerpo. Los que han sido formados en la imagen de Cristo sirven para la edificación del cuerpo de Cristo.
La edificación del cuerpo de Cristo
El tercer «para» es «para la edificación del cuerpo de Cristo». En este objetivos están todos involucrados. Cada una de las piedras del edificio debe ocupar su lugar. El edificio es espiritual y cada piedra es una piedra viva. Las de abajo, que son las más fuertes, sostienen a las de arriba, las cuales son los más débiles. Los de los lados son los compañeros de labores; los de arriba no son los jerarcas eclesiásticos, sino los más débiles que son sostenidos por los más maduros. El edificio es universal, pero es también el modelo de cómo tiene que ser la edificación en la iglesia local. En este edificio, la piedra más grande y principal es el Señor Jesucristo, y se encuentra escondida en el fondo, bajo la superficie, cual sólido y firme fundamento, sosteniendo todo el edificio.
Siendo que el edificio es espiritual (cada piedra es una piedra viva), nadie se encuentra estático, como sucede en los edificios materiales de piedras muertas. Este es un edificio en movimiento, en constante crecimiento. Ha estado creciendo por casi dos mil años y ya estamos llegando a la etapa final. Nunca ha estado más precioso que en nuestra generación.
Allí podemos ver las piedras del primer piso, que corresponden al siglo primero: los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo se encuentran ubicados en la primera hilera; en el segundo piso se encuentran los mártires de la fe que fueron muertos por causa del testimonio de nuestro Señor Jesucristo. ¡Oh, que preciosas piedras adornan el edificio de Dios! Con ellos llegamos hasta el tercer piso, correspondiente al siglo tercero.
El cuarto piso está edificado por los Antipas («el que se opone») (Ap.2:13). Esta fue una clase de piedras vivas que aparecieron en el siglo cuarto, y que se oponían a todas las deformaciones en esos negros días en que la iglesia entró en casamiento con el estado. Ellos eran los únicos que resistían firmes las lluvias y vientos que daban con ímpetu contra la casa espiritual de aquel entonces. Ellos tuvieron que resistir hasta el siglo XVI; más de diez pisos fueron edificados durante esos siglos con este tipo de piedras.
Durante esos siglos se fortaleció una edificación paralela: una burda imitación de auténtico edificio espiritual. Externamente se veía brillante, pero era sólo apariencia, pues todo era, ha sido y sigue siendo un edificio tangible, de piedras muertas, diseñado por arquitectos que perdieron de vista a Dios. Sus edificadores desecharon la Piedra angular, y pusieron como fundamento doctrinas de hombres, fundadas en tradiciones de hombres.
Durante esos siglos parecía que el edificio espiritual se venía abajo, pero venido el siglo XVI llegaron los refuerzos de las piedras reformadoras en toda Europa. Desde entonces empezó la restauración del edificio espiritual. Estas piedras se dispersaron por todas partes del mundo. Aunque por momentos parecía que el remedio era peor, sólo era una preparación del material para volver a juntarlo y ubicarlo en el edificio. Poco a poco han ido edificándose nuevos pisos. ¡Cuál de todos más precioso!
Estos últimos cuatro siglos han sido de una brillantez excepcional. Durante el siglo XIX se diseminaron piedras a todas partes del mundo, aun a las más alejadas latitudes: eran los misioneros que viajaron a los rincones más apartados del planeta. ¡Qué diremos del conocimiento que aportaron los edificadores de aquella generación en la construcción de la casa de Dios!
En las últimas décadas del siglo XX se ha estado trabajando en las terminaciones, que son las más caras y las que le van dando el toque de mayor esplendor. ¡Nunca había estado más completo el edificio! ¡Nunca ha estado tan cerca de terminarse la obra! ¡Se ve más reluciente que en todos los siglos anteriores! ¿Nos damos cuenta dónde estamos ubicados? ¿Sabemos leer los tiempos en que vivimos? ¡Salid a la azotea! El Arquitecto y Constructor ha sido Dios, y nosotros simplemente hemos sido sus colaboradores! ¡Venid y ved al que viene desde el cielo como una roca cortada y desprendida! Cual asteroide caerá sobre toda edificación humana, para derribarla (Daniel 2:34). El único edificio que estará en pie cuando Él venga será su amada iglesia; es decir, el edificio que durante siglos Él preparó para su habitación (Hebreos 12:27-28). ¡Gloria a Dios! ¡Ven, Señor Jesús!
Obviamente, aquí estamos hablando del edificio espiritual que, sin duda, Dios ve, de los millares de creyentes anónimos, cuyos ojos espirituales ven estas cosas: el cuerpo de Cristo, la unidad ya hecha por Dios, y no aceptan la división, por cuanto la Vid y los pámpanos somos una misma cosa. La Cabeza y los miembros unidos a ellas somos una misma cosa. Las grandes organizaciones eclesiásticas de la cristiandad profesante siguen su curso político-religioso tras un ecumenismo externo, que a todas luces sólo se interesa por lo terrenal. Un verdadero adorador de Jesucristo jamás se dejará impresionar por tal aparataje ceremonial. Hablamos entre cristianos que reconocen el señorío de Jesucristo, y aman la comunión de los santos.
La unidad de la fe
«Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe». Esto parecía imposible en otro tiempo. Hoy, gracias a las modernas tecnologías, la Palabra está corriendo por todo el mundo a una velocidad impresionante. Ahora es posible llegar adonde antes era imposible. ¡Creemos que en nuestra generación llegaremos al objetivo de la unidad de la fe! Hoy podemos estar de acuerdo con creyentes a los que nunca hemos visto. No hemos tenido que pedirle permiso a las jerarquías eclesiásticas ni esperar hasta llegar a acuerdos con sus líderes para tener comunión con hermanos de todo el mundo. El Señor se está abriendo camino y cuando Él abre, ¿quién cierra?; y cuando Él cierra, ¿quién abre? (Apocalipsis 3:7). ¡Bendito sea Dios! Él preparó de antemano esta vía para unificar la fe de los santos en todo el mundo.
El conocimiento del Hijo de Dios
«…y del conocimiento del Hijo de Dios». La revelación de Jesucristo está corriendo entre los creyentes como nunca antes.
En la década del 70 en Chile, confesar «¡Jesucristo es el Señor!» era toda una revolución, pues hasta entonces sólo conocíamos la verdad tocante a Jesucristo como «Salvador personal». Hoy muchos creyentes lo proclaman con fe y denuedo.
En Chile nos sentimos, geográficamente, en el fin del mundo, pero gran consuelo hemos recibido con el testimonio proclamado con valentía por hermanos de muchos lugares que reconocen el señorío de nuestro Señor Jesucristo, y en especial por los hermanos de China, testimonio que ya está extendido por todo el mundo. Muchos de ellos pagaron (y siguen pagando en nuestra propia generación) con su propia sangre el testimonio de que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente.
Nunca antes se han compuesto tantas canciones al Hijo de Dios. Se le adora como Dios, porque es Dios manifestado en carne; se le cree, se le sigue, se le ama.
Un varón perfecto
«…a un varón perfecto». Aquí estamos llegando a la revelación de la iglesia, que se compara con un varón perfecto. Es algo a lo que tenemos que arribar. Es una medida de crecimiento. El varón perfecto es Cristo, pero se infiere claramente de quién se está hablando aquí: es de la iglesia, y la iglesia es Cristo en otra forma. Entonces, se espera que la iglesia tenga la estatura de Cristo.
¿Cómo es que la iglesia llegó a ser este varón? Por los dones, los talentos y los oficios que formaron a Cristo en su cuerpo.
Los oficios, representados en los cuatro ministerios, suplieron de Cristo a los santos; y ellos, y todos juntos con los dones recibidos del Espíritu, más las gracias y habilidades concedidas por Dios, en el paso de los siglos han ido colaborando con Dios, el gran Arquitecto y Constructor, para formar este edificio espiritual, que tiene la estatura de un varón perfecto, diseñado conforme al modelo que es Cristo mismo. El trabajo terminará cuando venga el Señor, lo que significa que la iglesia como cuerpo de Cristo en el mundo está llegando a la estatura del varón perfecto, porque Cristo viene pronto.
La estatura de la plenitud de Cristo
«…a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo». La plenitud de Cristo es su perfecta humanidad y su perfecta divinidad, más su obra. A estas alturas se ha operado la transformación en Su imagen y semejanza. Cada generación ha ido participando en esta gran obra. Tal vez ésta sea la última generación que plasmará la imagen de nuestro Señor Jesucristo encarnada en los que le creen y le aman. Cada día que pasa, los creyentes vamos experimentando la metamorfosis de ser transformados a su imagen y semejanza; imagen que el hombre natural no tiene, por tener su espíritu muerto, a diferencia de los que hemos creído, que tenemos la regeneración de nuestro espíritu, y a través de Él nos vamos renovando hasta «el conocimiento pleno.» (Col.3:10).
Efesios 1:23 dice, acerca de la iglesia: «La cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.» Lo declara como un hecho, porque en cada generación, la iglesia ha sido la expresión de Cristo. El objetivo de la plenitud es puesto al final, tal vez porque en el plan de Dios está el hecho de que la iglesia terminará gloriosa y plena en esta última etapa.
El problema no está en la unidad, sino en la comunión
Los que hemos visto la unidad del cuerpo de Cristo, no vacilaremos en proclamarla, y lucharemos por expresarla en una auténtica comunión en el Espíritu Santo. Efesios 4:14 nos advierte contra hombres astutos que preparan celadas (estratagemas) para confundir a los pequeños. El apóstol no se molesta en atacarlos, ni sugiere que los enfrentemos, lo cual sería un desgaste innecesario. Él espera que la edificación de los santos sea tal, que ningún viento de doctrina los remueva de su privilegiado sitial, en Cristo, en su cuerpo.
Nosotros tampoco permitamos que estos vientos nos confundan o nos separen, más bien dispongámonos al trabajo del Espíritu Santo, y que Dios cumpla su propósito con nosotros.
No es que terminaremos todos en una sola organización mundial, sino que la unidad se expresará por la comunión en base a la vida de Cristo en los que esperan su venida. En 3:19, la plenitud está relacionada con el «conocimiento del amor de Cristo que excede a todo conocimiento.» Cada generación de cristianos ha tenido esto como una meta por alcanzar. Ha sido algo a lo que nos hemos extendido, a lo que tenemos que llegar obedeciendo a la voluntad de Dios, manifestada en estos propósitos.
A veces hemos llegado a pensar: «Nunca lo vamos a lograr en esta tierra, aunque es bueno avanzar hacia la perfección.» Sin embargo, el contexto nos dice que es posible llegar ahora. Es cierto que es una meta mientras se está en el período de crecimiento y desarrollo, pero es posible llegar ahora, dado el tiempo que nos ha tocado vivir. Todo dice que el desenlace del plan de Dios está llegando a su fin, por lo menos con respecto a la edad de la gracia y a su voluntad para con el cuerpo de Cristo.
Muchos están escépticos respecto de un futuro glorioso de la iglesia aquí en la tierra. Sin embargo, el contexto de este propósito utiliza la palabra «fe» (4:13), la cual no corresponde a la edad del reino (la fe no será necesaria allí), sino a nuestro tiempo. Es ahora cuando estamos alcanzando la unidad de la fe, la estatura del varón perfecto, la plenitud de Cristo y la unidad del cuerpo.
La gloria del ministerio
De aquí se deriva la alta misión y envergadura del ministerio de la palabra. Sobre él descansa nada menos que la responsabilidad de despertar a todos los santos para que asuman su servicio (diaconía) y así, con la actividad propia de cada miembro (Ef. 4:16), el propósito de Dios respecto de la iglesia como cuerpo tenga pleno cumplimiento.
¿No valoraremos el lugar en que Dios nos puso? ¿No se esforzará nuestro corazón por ser fieles a Aquél que nos llamó? Concédanos nuestro bendito Dios la idoneidad para colaborar con Él en pro de su gloria eterna, de la exaltación de su precioso Hijo, y de su obra presente en su amado pueblo.
1 Por ejemplo, en 1ª Timoteo 4:6: «… serás buen ministro (diácono) de Jesucristo.» 2ª Corintios 3:6: «Nos hizo ministros (diáconos) competentes de un nuevo pacto …». Romanos 15:16: «Para ser ministro (diácono) de Jesucristo a los gentiles.» 2 Los dones aparecen en 1ª Corintios 12; los talentos en Romanos 12; y los oficios (o ministerios) en Efesios 4.