José representa la abundante provisión en tiempos de hambre; Jesús es la fuente inagotable, disponible para todos, hoy.
Entonces abrió José todo granero…”.
– Gén. 41:56.
Es imposible leer la historia de José sin sentir un deleite inmenso. La variedad de incidentes, la rapidez de la acción y sus fuertes caracteres humanos, la hacen lectura predilecta de mayores y pequeños, sabios e iletrados.
José, de la cisterna al trono
La pluma sagrada, dirigida desde el cielo, nos hace vivir todos los sentimientos del corazón humano. Lloramos con aquel padre desconsolado; sentimos su profundo dolor; revivimos cuando vuelve a ver, gozoso, a su hijo. El temblor de aquel muchacho en la cisterna vacía llega a invadirnos; y su tristeza en el exilio nos hace suspirar. Pero cuando le vemos triunfar en la tentación nos sentimos llenos de valor. En la prisión participamos de su desconsuelo. Finalmente, cuando su causa es reivindicada y llega a ser señor de un gran país, triunfamos junto con él.
No obstante, el inmenso valor de esta historia no radica en su estilo ni en sus intensos sentimientos, ni en los extraordinarios sucesos, ni en su arreglo providencial o su final feliz. Si esto fuera todo, su provecho sería fugaz. El verdadero provecho es la bendición del alma, porque el alma es el hombre real. Todo lo demás es terrenal y transitorio. Cualquier libro, pasatiempo o amigo que no contribuya a llenar el granero espiritual es, en realidad, un enemigo, un veneno o una venda que nos ciega.
Tipo de Jesús
Este relato bíblico es precioso porque cada vez que vemos a José pensamos en Jesús. ¿Quién, si no él, es el envidiado, odiado y rechazado por sus hermanos? ¿Quién fue vendido por unas monedas de plata; llevado a Egipto; contado con los pecadores; culpable, en apariencia, entre dos malhechores, de los cuales el uno se salva y el otro perece? ¿Quién sale de la prisión para ser elevado a la diestra de la majestad? ¿No nos hablan estos indicios de Jesús?
Todo el poder está en sus manos. Es él quien libra a su familia de una muerte cierta. Cuando aún no le conocían, él les amaba. Los hambrientos acudían a él. Las llaves de los almacenes están en su poder. Su nombre es José, pero la verdadera persona es Jesús.
Graneros llenos
Sin embargo, la cita bíblica de este capítulo hace que nos limitemos a un solo aspecto de este amplísimo tema. Acerquémonos, pues, para examinar de cerca este gran tesoro, y que el Espíritu Santo nos abra los ojos y las manos para verlo y tomarlo.
El relato nos revela una situación de miseria total. Aquel mundo postrado se hallaba en una terrible aflicción. El hambre lo habla invadido todo. Pálidas mejillas y voces débiles anunciaban una muerte cercana. Pero dentro de aquella tragedia había una esperanza: los graneros estaban llenos de trigo, y José había sido nombrado ministro para distribuir los socorros.
Pronto se extendió la noticia por el país, y ante aquellas puertas salvadoras se apiñaba, un día y otro, una gran multitud. Sus rostros reflejaban el ansia que la necesidad había engendrado. Era inútil permanecer en casa o seguir trabajando, porque solo había uno que podía dar el alivio. Retrasarse significaba morir, pero acudir a José era volver a disfrutar de la abundancia.
Pan abundante
Esto es un ejemplo de un pecador que va a refugiarse en Jesús. El hombre, durante muchos años de su vida, vive sin darse cuenta de su necesidad, y contentándose con su propia miseria. Pero cuando la luz de lo alto le revela su pobre estado, un verdadero terremoto derriba sus falsas ilusiones.
Entonces descubre que el pecado es como una plaga de hambre que va absorbiendo la vida. Pero cuando, suena la hora de la misericordia puede oír una voz que le dice: «Puedes seguir viviendo; hay pan abundante en Jesús». ¿Qué podrá detenerle ahora? Es imposible hacer esperar a un pecador que tiene los ojos abiertos y que ansía unas migajas de misericordia de la mesa de Jesús.
Despertar antes
Si por ventura estuviera hablando a alguno que todavía no ha acudido para recibir auxilio, debo pedirle que despierte antes de que se halle durmiendo el sueño de la muerte. ¿No sabes que tu tierra está atormentada por el hambre? Sí, el pecado, como una plaga devastadora, ha arruinado los campos que daban pastos para el alma, y ricos frutos de vida. Ahora solo queda un desierto de cardos y espinos. Hay que obtener el maná celestial, o la muerte es segura. Solo las manos de Jesús pueden distribuirlo. ¡Levántate y busca al Señor!
Hay otros que se dan cuenta del peligro y se esfuerzan por escapar, pero se cansan y desfallecen. Salen en busca de alimento, pero las falsas direcciones de Satanás les hacen errar el camino y van a los graneros que levanta la mentira. Allí se alimentan de las burbujas vacías de ritos y fórmulas que tal vez satisfagan los sentidos y la imaginación, pero no el alma.
Hay quienes avanzan más, pero sin llegar a los cofres donde se encuentra el tesoro. Se detienen, y examinan la palabra de Dios que, en verdad, es una guía divina. Cada versículo es una voz del cielo. Sin embargo, el conocer la senda no es hallar la salvación, porque el conocimiento del remedio no alimenta el alma. ¡Qué terrible sería caer en el infierno con las Escrituras en los labios!
Muchos creen que la iglesia es suficiente ayuda. Realmente Dios la ha levantado. Es columna y baluarte de la verdad. Avisa y enseña, pero no puede dar la vida eterna. ¡Qué terrible sería caer al infierno desde el mismo umbral de la salvación!
Otros pretenden alimentarse con los símbolos o sacramentos. Dios los ha instituido como signos y sellos de la gracia. Pero una señal no es la sustancia, ni el sello se debe confundir con el acta. ¡Qué terrible sería entrar en el infierno con estos símbolos en la mano! Otros se contentan con el solaz que los fieles ministros de Cristo les proporcionan; y aunque éstos son heraldos de Su gracia y pastores de Su rebaño, no tienen en su poder el verdadero alimento del alma.
También hay quienes se deleitan obrando en el nombre de Cristo. Las obras son la evidencia de la fe, pero la evidencia no es el motivo; los brotes no son la raíz. ¡Qué terrible sería ir al infierno habiendo pasado por la escuela del cielo, y yacer allí envuelto en una aparente bondad!
Directo a Jesús
Créeme, lector, para obtener ayuda y gracia y vida, debemos ir directamente a Jesús. Solo sus manos pueden distribuir el remedio.
Pudiera ser que alguno se preguntara, con temblor, si a él le recibiría bien. La respuesta la tienen los miles que han buscado a Cristo y le han hallado. Él jamás ha despedido a los suplicantes. Éste es el decreto: «Al que a mí viene no le echo fuera». Su carácter no cambia: «A los hambrientos colmó de bienes». Y una vez más se deja oír su llamada amorosa en estas palabras: «Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados».
¿Cuáles son las provisiones de estos graneros? Sería más fácil contar las arenas de los océanos que describir la abundancia que allí hay. «Escuchad, cielos, y hablaré; y oiga la tierra los dichos de mi boca». El Señor da su propio cuerpo y su propia sangre como alimento. «Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida».
Por medio de la fe todos pueden participar de este banquete. Pero, ¿cómo? No se puede hacer materialmente con la boca. Esto es una herejía. La razón lo ridiculiza. La Escritura lo niega. La experiencia lo rechaza como una fantasía lastimosa e inútil. No. La fe participa de este festín con el santo gozo del corazón. El maná oculto es la maravillosa verdad de que el cuerpo y la sangre de Cristo fueron entregados para la remisión de los pecados.
Alimento completo
Cuando se recibe esta verdad espiritualmente, entonces se halla una nueva fortaleza, pero no para el cuerpo, sino para el alma eterna y nacida de nuevo. Con este alimento, el hombre interior lucha, con la fuerza de un gigante, en la batalla de la fe.
En esos graneros también encontramos el alimento completo de las grandes promesas y verdades bíblicas. Cuando la mano del Señor las administra, cada palabra aparece llena de espíritu y vida.
El pobre, el triste, el cansado, viene con la carga de sus aflicciones y tentaciones para obtener ayuda, y la descubre en esas promesas y pruebas de amor eterno. Como Jonatán al comer la miel, sus ojos se iluminan y cobran nuevo ánimo.
Todo el sostenimiento que la vida cristiana necesita está en Cristo. Las palabras que citamos a continuación son grandiosas: «…por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda la plenitud», y esa plenitud no es para Sí mismo, por cuanto posee la misma gloria de Dios, sino para colmar al fatigado peregrino. Del mismo modo que el sol es la luz y da luz, así también Jesús es gracia y difunde la gracia.
La experiencia común de todos los que a él acuden es ésta: «Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia». Los que vienen vacíos regresan llenos; los pobres, con grandes riquezas; los débiles, con nuevas fuerzas.
Corriente incesante
Hubo muchos que hicieron un largo viaje para llegar a aquellos graneros egipcios. Pero el vuelo rápido de la fe nos traslada en un momento al centro de la gracia. Posiblemente José solo distribuía el trigo a ciertas horas, pero las puertas de la salvación están abiertas día y noche. Jesús siempre está dispuesto a escuchar.
Los graneros de Egipto, aunque estaban repletos, podían agotarse. Sin embargo, nuestra provisión no está en sacos, sino que es una corriente incesante de infinita profundidad y anchura, como Dios lo es. Por otra parte, los egipcios tenían que comprar la mercancía, pero nosotros lo recibimos todo sin dinero y sin precio. El comercio del Evangelio tiene este lema: «Pedid, y se os dará».
¿Pereces tú por falta del pan de vida? Si estás falto de alimento y muriendo de hambre es porque no quieres tomar y alimentarte. ¿Eres como una planta raquítica y con poco fruto? Esto es porque buscas poco al José del Evangelio. Piensa esto otra vez: «Pero él da mayor gracia». Cristo ha venido para que tengas vida, y para que la tengas en abundancia.
Hijo de Dios: un día te acercaste y, a tu clamor, las puertas se abrieron al instante. El perdón que anhelabas te fue dado, y el gozo y la paz que buscabas inundaron tu corazón. Cuando confesaste tu necesidad de luz y dirección, recibiste un rayo que iluminó tu senda. Ansiabas ver alguna muestra del amor del Salvador, y él te mostró su corazón sangrante, con tu nombre grabado en él.
Pues bien, ahora ve y muestra tu gratitud acudiendo continuamente a la puerta de nuestro granero. Jesús siempre está allí para abrirte. ¿No deseas ir y llamar? Cristo vive para dar. Tú debes vivir para tomar y volver a dar.
De El Evangelio en el Génesis