Estudios sobre la vida cristiana.
Cómo ser libres del pecado
En el mismo momento en que una persona cree en el Señor Jesús es librada del pecado. No obstante, puede ser que ésta no sea la experiencia común de todos los creyentes. Son salvos, pertenecen al Señor y poseen vida eterna, pero todavía son asediados por el pecado sin poder servir al Señor como desean.
Para alguien que recién ha creído en el Señor Jesús es una experiencia muy dolorosa ser acosado continuamente por el pecado. Es sensible al pecado y tiene una vida que condena el pecado, pero todavía peca. Esto da como resultado frustración y desánimo.
Muchos cristianos tratan de vencerlo usando sus propios esfuerzos. Creen que si renuncian a él y rechazan sus tentaciones, serán librados. Algunos luchan constantemente contra éste con la esperanza de vencerlo. Otros piensan que el pecado los ha hecho cautivos y que tienen que emplear todas las fuerzas para librarse de sus ataduras. Pero éstos son pensamientos humanos, no es lo que la Palabra de Dios nos enseña. Ninguno de estos métodos conducen a la victoria. La Palabra de Dios no dice que luchemos contra el pecado con nuestras propias fuerzas, sino que seremos rescatados del pecado, es decir, puestos en libertad. El pecado es un poder que esclaviza al hombre, y la manera de acabar con éste no es destruyéndolo por nosotros mismos, sino permitiendo que el Señor nos libere de él. El Señor nos salva del pecado anulando el poder que éste tiene sobre nosotros. En Romanos 7 y 8 vemos cómo puede lograrse esto.
1. El pecado es una ley (Rom. 7: 15-25)
En los versículos 15 al 20, Pablo usa repetidas veces las expresiones «querer» y «no quiero» y hace mucho énfasis en esto; pero, en los versículos del 21 al 25 hace hincapié en la ley. Estos dos asuntos son la clave de este pasaje.
La ley es algo inmutable e invariable, que no da lugar a excepciones. Su poder es natural, no artificial. Por ejemplo, la gravedad es una ley. Si lanzamos un objeto al aire, inmediatamente cae al suelo, aunque nosotros no lo tiremos hacia abajo.
Romanos 7 nos muestra que Pablo trataba de librarse del pecado, porque deseaba agradar a Dios. No obstante, al final tuvo que admitir que era vano tomar la determinación de hacer el bien. Esto nos muestra que el camino a la victoria no reside en la voluntad ni en la firmeza del hombre. El deseo está en uno, pero no el hacerlo. Después del versículo 21, Pablo nos muestra que aún permanecía en derrota. Esto se debe a que el pecado es una ley. En su corazón, él estaba sujeto a la ley de Dios, pero su carne se rendía ante la ley del pecado.
Pablo fue la primera persona en la Biblia que dijo que el pecado era una ley. Este es un descubrimiento de suma importancia. Es una lástima que muchos cristianos aún no se den cuenta de ello. Muchos saben que la gravedad es una ley y que la dilatación de los gases con el calor es otra ley, pero no saben que el pecado es una ley. Así que, detrás de nuestros fracasos hay una ley.
2. La voluntad del hombre no puede vencer la ley del pecado
Después del versículo 21, los ojos de Pablo se abrieron, y pudo ver que su enemigo, el pecado, era una ley. Entonces dijo: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?». Él comprendió que era imposible prevalecer sobre el pecado usando su voluntad.
¿Qué es la voluntad? Es lo que el hombre quiere y decide hacer; y está constituida de las opiniones y juicios humanos. Una vez que la voluntad del hombre se propone hacer algo, lo lleva a cabo. La voluntad del hombre tiene cierto poder; existe fuerza en la voluntad. Pero ahí yace el problema. Cuando la voluntad entra conflicto con la ley del pecado, ¿cuál de los dos prevalece? Por lo general, la voluntad prevalece al principio, pero finalmente gana el pecado. Supongamos que usted sostiene con su mano un libro que pesa un kilo. Aunque hace lo posible por sostenerlo, la gravedad lo atrae hacia abajo. La acción constante de la ley de gravedad finalmente prevalecerá, y el libro caerá al piso. La gravedad nunca se cansa, pero su mano sí. El libro se ha vuelto más pesado: la ley de gravedad ha triunfado sobre el poder de su mano. El mismo principio se aplica cuando usted trata de vencer el pecado ejerciendo su voluntad. Esta puede resistir por algún tiempo; pero al final, el poder del pecado vence al poder de su voluntad.
Es fácil ver que el mal genio es un pecado. Después que usted explota, reconoce que actuó mal, y se promete que eso no volverá a suceder. Ora y recibe el perdón de Dios. Confiesa su pecado a los demás, y su corazón vuelve a tener gozo. Usted cree que no se volverá a enojar. Pero al tiempo, vuelve a enojarse, y así una y otra vez. Esto comprueba que el pecado no es un error fortuito, sino que es algo que ocurre repetidas veces y que lo atormenta continuamente. Aquellos que mienten siguen mintiendo, y aquellos que pierden la paciencia, la continúan perdiendo. Esta es una ley, y no hay poder humano que pueda vencerla.
Una vez que el Señor nos conceda misericordia y nos muestre que el pecado es una ley, no estaremos lejos de la victoria. Después de que Pablo lo descubrió, comprendió que ninguno de sus métodos funcionaría. Este fue un gran descubrimiento, una gran revelación para él.
Debemos encontrar el significado de Romanos 7 antes de poder experimentar el capítulo 8. Lo importante no es entender la doctrina de Romanos 8, sino haber salido de Romanos 7. Si uno no ha visto que el pecado es una ley y que la voluntad nunca la puede vencer, se encuentra atrapado en Romanos 7; nunca llegará a Romanos 8.
Puesto que el pecado es una ley, y la voluntad no puede vencerla, ¿cuál es el camino para alcanzar la victoria?
3. La ley del Espíritu de vida nos libra de la ley del pecado (Rom. 8:1-2)
El camino hacia la victoria consiste en ser librado de la ley del pecado y de la muerte. Muchos hijos de Dios piensan que es el Espíritu de vida quien los libra del pecado y de la muerte; no ven que es la ley del Espíritu de vida la que los libra de la ley del pecado y de la muerte. Cuando el Señor abre nuestros ojos, vemos que el pecado y la muerte son una ley, y que el Espíritu Santo es también una ley. Descubrir esto es un gran suceso. Cuando nos damos cuenta de este hecho, saltamos y exclamamos: «¡Gracias a Dios, aleluya!».
No necesitamos querer, ni hacer algo, ni aferrarnos al Espíritu Santo para que esta ley nos libre de la otra ley, ya que el Espíritu del Señor está en nosotros. Si en momentos de tentación tememos que el Espíritu del Señor no operará en nosotros a menos que nos esforcemos en ayudarle, aún no hemos visto el Espíritu de vida como una ley que opera en nosotros. El problema de una ley, sólo puede ser resuelto por otra ley.
La gravedad es una ley que atrae los objetos hacia el suelo. Pero si inflamos un globo de helio, comenzará a elevarse, sin necesidad de que el viento u otra fuerza lo sostenga. Lo que lo lleva a elevarse es una ley, y no necesitamos hacer nada para ayudarle. De la misma manera, la ley del Espíritu de vida elimina la ley del pecado y de la muerte sin ningún esfuerzo nuestro.
Supongamos que alguien lo regaña a usted o lo golpea injustamente. Es posible que usted venza la situación sin siquiera comprender lo que ha sucedido. Después de que todo pasa, posiblemente se pregunte cómo es posible que no se enojó a pesar de haber suficiente motivo para hacerlo. ¡Pero asombrosamente usted venció la situación sin darse cuenta! De hecho, las verdaderas victorias se obtienen sin que nos demos cuenta, porque es la ley del Espíritu de vida, no nuestra voluntad, la que actúa y nos sostiene. Mientras desconfíe de su voluntad y esfuerzo propio, el Espíritu Santo lo conducirá al triunfo. Nuestros fracasos del pasado fueron el resultado de una ley, y las victorias de hoy también son el resultado de una ley. La ley anterior era poderosa, pero la ley que hoy tenemos es más poderosa.
Toda persona que ha sido salva debe saber claramente cómo ser librada. Primero, debemos ver que el pecado es una ley que actúa en nosotros. Si no vemos esto, no podemos proseguir. Segundo, que la voluntad no puede vencer la ley del pecado. Tercero, que el Espíritu Santo es una ley, y que esta ley nos libra de la ley del pecado.