Los dones del Espíritu no son otra cosa que experimentar al Espíritu Santo manifestándose.
No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales».
– 1ª Cor. 12:1.
La palabra dones no aparece en el original. El texto griego, literalmente, dice: «No quiero que ignoréis acerca de los espirituales». Como en español el sentido de la oración literal no queda claro, se agregó una palabra, que en la versión Reina-Valera 1960 es dones; pero, en verdad, el contexto tiene que ver más con asuntos espirituales, entre los cuales están los dones del Espíritu Santo.
En efecto, el contexto no tiene que ver solo con los dones del Espíritu Santo, sino con varias otras cosas. Por ejemplo, Pablo, en el capítulo 13, habla acerca de la preeminencia del amor y en el capítulo doce, del orden que tienen los dones en la iglesia. Pablo dice: «Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros…» (1ª Cor. 12:28).
Este orden, esta regulación y los principios que rigen la manifestación de los dones, también tienen que ver con estos asuntos espirituales. Y Pablo dice: «No quiero que ignoren estas cosas», porque el Señor no quiere que ignoremos cómo los dones se manifiestan, cómo se regulan y cómo son ordenados.
«Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos» (v. 2). Pablo está diciendo que, en la vida pasada, los corintios eran arrastrados en ignorancia, eran manipulados y llevados sin saber ni entender lo que hacían. Pero ahora no. Ahora el Señor quiere que conozcamos estas cosas; que no las ignoremos, que sepamos bien cómo Dios se manifiesta, que sepamos bien cuáles son los principios que deben regular el orden de las manifestaciones del Señor.
Un principio básico
Entonces, en el versículo 3, el apóstol Pablo plantea –a propósito de los asuntos espirituales y sin entrar todavía a los dones propiamente tales– un criterio muy básico para que sepamos cómo discernir cuándo algo no es del Espíritu de Dios, y cuándo algo sí podría ser una manifestación divina.
«Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo». Un criterio muy básico. Si el Espíritu Santo se manifiesta, y todos somos inspirados para hablar de Jesús, para proclamar a Cristo, para hablar de su grandeza, el apóstol Pablo dice: «Tengan en cuenta esto; nadie que esté hablando por el Espíritu de Dios va a alzar la voz para maldecir a Jesús». Eso, en ningún caso, sería el Espíritu de Dios.
Así mismo, si hay alguien que de todo corazón, en espíritu y en verdad, está diciendo: «¡Jesucristo es el Señor!», no puede estar diciéndolo sino por obra y gracia del Espíritu Santo. Parece un criterio tan simple, pero interesante. Es tan básico, que casi parece innecesario decirlo. Pero la pregunta que cabe es por qué Pablo escribe esto que parece tan obvio.
¿Por qué Pablo puso esto en su carta a los corintios? Porque en las reuniones de ellos se dieron todas estas cosas. Si no, él no lo hubiese colocado en su carta. O sea, había gente que, por el poder y la inspiración del Espíritu Santo, proclamaba el señorío de Cristo; pero uno que otro decía, aparentemente inspirado por el Espíritu Santo, que Jesús era anatema.
Un riesgo que es necesario asumir
Con esto, quiero entender, más allá de este criterio básico que nos parece tan obvio, que nosotros tenemos que cambiar nuestra actitud. Si realmente queremos entrar en esta dimensión más carismática, donde experimentemos al Espíritu Santo manifestándose, tenemos que entender, nos guste o no, que junto con lo divino, también se va a expresar lo humano.
Ahora, ninguno de nosotros quisiera eso, pero parece que es inevitable que aparezcan cosas falsas, errores y exageraciones. Y, por lo tanto, abrirse a las manifestaciones del Espíritu Santo conlleva un riesgo. Pero, me bendice mucho la actitud del apóstol Pablo tras los excesos que se daban en la iglesia en Corinto.
Tiene riesgos abrirnos a esto. Algunos de nosotros, en el pasado, viendo estas exageraciones, estos abusos, estas manifestaciones falsas y aun demoniacas ¿qué hicimos? Para no correr riesgos, cerramos la puerta. Y dijimos: «No queremos errar; mejor no demos lugar a esto. Para que no se manifieste lo falso, no corramos riesgos, asegurémonos; es mejor que no haya nada».
Pero ¿eso es lo que hizo Pablo? ¿Escribió esta carta para terminar con aquello? No. Él vino a poner orden. Él dijo: «Hermanos, maduren, dejen de ser niños y apliquemos criterios para discernir lo que es de Dios y lo que no es de Dios; pongamos una regulación, un orden a esto».
Escribiendo a los tesalonicenses, Pablo les dice: «No apaguéis al Espíritu. No menospreciéis las profecías. Examinadlo todo; retened lo bueno» (1ª Tes. 5:19-21). Tenemos que confesar que, en el pasado, lo que hicimos fue apagar al Espíritu.
Hermanos, sabiendo que siempre donde haya seres humanos como nosotros, estamos propensos al error, a la exageración, a la manipulación y a los abusos, ¿estaremos dispuestos a abrirnos un poco, con todos los cuidados que sean necesarios? ¿Estaremos dispuestos a correr el riesgo? ¿O diremos: No hermanos, asegurémonos mejor, y mantengamos la puerta bien cerrada?
Mi padre, que se crió en una iglesia pentecostal, quedó tan escandalizado, que al final, cerró la puerta definitivamente, y ya no creía en ninguna cosa; porque él vio exageraciones tremendas en el contexto donde se crió espiritualmente. Mi padre ya partió con el Señor, pero tenía historias para escribir un libro.
En una oportunidad, una hermana que oficiaba de ‘profetisa’, dijo: «El Señor dice que yo soy un puente, y todos ustedes tienen que pasar por el puente». Así que ella se acostó en el suelo, y los hermanos, extraviados, creyendo que todo es de Dios, hicieron una fila y empezaron a pasar sobre ella. Pasar por el puente consistía poner un pie en el vientre de la hermana y pasar al otro lado. ¿Qué sentido tenía eso?
En otra oportunidad, mi padre estaba predicando, y cuando terminó, se bajó y un profeta le dijo: «Siervo, mientras usted predicaba, dos ángeles inmensos, uno a su derecha y otro a su izquierda, lo cubrían». Bonito ¿no? «Pero un día», cuenta mi padre, «me tocó corregir a ese hermano por una falta, y la visión cambió inmediatamente. Al otro día, mientras mi padre predicaba, el profeta ya no veía ángeles sobre la cabeza del siervo del Señor, sino nubarrones oscuros».
Mi padre terminó cerrando la puerta. Después, venían los hermanos a contarle alguna visión, algún sueño, y al final le preguntaban: «¿Qué significará esto, pastor?». Y él les decía: «Que usted comió muy tarde anoche, y se acostó con el estómago lleno».
Un cambio de actitud
Algunos de nosotros hemos hecho más o menos lo mismo. Pero el Señor quiere que no ignoremos acerca de los asuntos espirituales. No estamos diciendo que ahora este va a ser el énfasis entre nosotros, sino que simplemente queremos agregar aquello que falta a la edificación del cuerpo de Cristo. Y hemos entendido que tenemos que abrirnos a los carismas del Espíritu Santo, y que tenemos que estar dispuestos a cambiar de actitud.
No tengamos miedo a lo falso, no tengamos miedo de los errores, sino que, tal como lo hizo Pablo con los corintios, intentemos regular, enseñar y corregir. Así que, junto con preguntarles si estamos dispuestos a ir adelante, también les pregunto si estamos dispuestos a ser enseñados, a ser corregidos, porque solo así funcionarán las cosas.
Cuando leemos los Hechos, el libro que cuenta el inicio de la historia de la iglesia, a la cual nosotros pertenecemos, vemos ángeles apareciéndose, vemos que Dios le habla a Pablo en visiones. Pregunto: ¿Hay lugar entre nosotros para las visiones? ¿O para los sueños? No estoy diciendo que todos los sueños son de Dios o que en todos ellos Dios esté hablando algo. Pero, ¿estamos abiertos a esas cosas?
Porque en el libro de los Hechos vemos que los dones se manifiestan, y aparece este tipo de cosas. Dios hablando en visión de noche a Pablo – pero parece que hablar de visiones no es parte de nuestro lenguaje. No sé si, en lo íntimo, calladito, cada uno se atreve a contarle a otro hermano que tuvo una visión o que soñó algo. Pero no es un lenguaje común, ‘oficial’, hablado entre nosotros.
A mí me parece que, a partir de lo que dice Pablo en el versículo 3, lo que está de fondo es que, no porque haya errores, exageraciones o manipulaciones, tenemos que poner el pie encima a esto y apagar al Espíritu o menospreciar las profecías, sino que tenemos que corregir y enseñar.
Dones, ministerios y operaciones
Otra cosa que Pablo considera importante que no ignoremos acerca de estos asuntos espirituales, está en los versículos 4 al 6: «Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo».
Qué interesante es este punto. Pablo nos está diciendo que hay cosas que se relacionan con el Padre, otras que se relacionan con el Señor Jesucristo y otras que se relacionan con el Espíritu Santo, y que no debemos confundirlas, sino ser capaces de distinguirlas claramente, y no ignorarlas.
Los dones, los carismas, se relacionan con el Espíritu Santo; los ministerios, las diaconías, con el Señor Jesucristo, y las operaciones se relacionan con Dios el Padre. Hay aquí una presentación trinitaria de los asuntos espirituales.
No sé si ustedes se han preguntado por qué, en los versículos 8 y 9, cuando Pablo comienza a nombrar las manifestaciones del Espíritu Santo, habla solo de esos dones. En la epístola a los Romanos (cap. 12), también hay una lista de dones donde Pablo menciona otra clase de dones; pero aquí no repite los dones que están en el otro lado. ¿Por qué? Porque Pablo, aquí en 1ª Cor. 12, está distinguiendo lo que tiene que ver con el Padre, de lo que tiene que ver con el Hijo y de lo que tiene que ver con el Espíritu Santo.
Las manifestaciones registradas en los versículos 8 y 9 tienen que ver con el Espíritu Santo. Y, porque está hablando de las manifestaciones del Espíritu, menciona éstas y no otras. Hay «dones» del Padre, «dones» de Cristo y «dones» del Espíritu; pero aquí, en los versículos 8 y 9 se está hablando de los dones del Espíritu Santo, y necesitamos saber cuáles son, cómo los vamos a reconocer, sin confundirlos con los otros «dones» del Padre y del Hijo.
Como decía Atanasio, uno de los padres de la iglesia: «Adoramos a Dios sin dividir la sustancia». Porque, si dividimos la sustancia, o la naturaleza de Dios, van a salir dos o tres dioses, y Dios es uno solo. Así que, cuando adoramos a Dios, no debemos dividir la sustancia. Pero lo segundo que decía era: «Y no debemos confundir las personas». El Espíritu Santo es el Espíritu Santo, y las manifestaciones del Espíritu Santo son éstas, y no otras. Así que, este punto también es importante.
Las manifestaciones del Espíritu
«Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho» (v. 7). A partir del versículo 8, él mencionará cuáles son estas manifestaciones. Del versículo 7, podemos decir varias cosas interesantes. Primero, el hecho que diga: «Pero a cada uno…». Esto nos bendice mucho, porque estamos todos incluidos. ¡Qué glorioso es esto! ¿Te dispones delante del Señor para esto? Esto no es solo para los obreros, o para los ancianos o para los hermanos mayores, sino para cada hijo de Dios, para cada redimido, para todos aquellos en que el Espíritu Santo ha venido a morar. «…a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu».
Otra palabra interesante es «manifestación». Esta palabra quiere decir que, algo que está invisible, oculto, se nos aparece, se hace visible. El Espíritu Santo está aquí, él mora en la iglesia, pero aquí estamos hablando de que él se manifieste; porque él puede estar, pero puede estar oculto, desapercibido. Pero las manifestaciones del Espíritu no son otra cosa que el momento cuando el Espíritu Santo se hace visible y todos nos podemos dar cuenta que él está aquí de manera manifiesta.
Por lo tanto, el propósito de lo que estamos diciendo no es afirmar que no tenemos el Espíritu Santo, sino que lo que necesitamos es que él se manifieste entre nosotros. Anhelamos que el Espíritu Santo se manifieste. Sabemos que mora con nosotros, sabemos que él nos fue dado para siempre, pero ahora queremos dar un paso más, queremos hacer espacio, disponer nuestro corazón, para que el Espíritu Santo tenga libertad para hacerse visible entre nosotros.
«Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría…» (v. 8). Creo que el término «manifestación» también regula muy bien lo que tiene que manifestarse entre nosotros. Porque, hoy día, a falta de manifestaciones genuinas del Espíritu Santo, la iglesia se ha ido tras cosas que no son bíblicas y las ha interpretado como manifestaciones del Espíritu Santo – la risa, las caídas, etc.
¿Cómo se manifiesta el Espíritu Santo?
«Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas» (8-10).
Cuando el Espíritu Santo se manifiesta, lo podemos reconocer en algunas de las manifestaciones aquí mencionadas. Éstas son las bíblicas. Otras cosas –la emoción, la risa– son reacciones emocionales nuestras ante la manifestación del Espíritu Santo. Y son legítimas. No estoy diciendo que no las tengamos; pero no debemos confundirlas con los dones mismos.
Cuando un hermano es usado por el Señor para dar una palabra de sabiduría, decimos que el Espíritu Santo se manifestó. Y cuando alguno es usado para dar una palabra de ciencia, tenemos que saber reconocer que ahí el Espíritu Santo se está manifestando.
A propósito, a nosotros se nos puede acusar de muchas cosas; pero hay una de la cual no se nos puede acusar, y es de cambiar lo genuino, lo bíblico, por cosas que no son bíblicas y que los hombres hemos inventado en el camino. En ese punto, no podemos transar. Nosotros queremos lo genuino, lo verdadero de Dios y, si no lo tenemos, esperaremos; pero no reemplazaremos lo genuino del Señor por cosas que no lo son.
Nosotros podríamos hacer show y tratar de manipular las emociones; pero estamos claros que queremos lo de Cristo, lo verdadero. Sin embargo, con todo lo que el Señor nos ha dado, con la madurez que presumimos tener, quizás ha llegado el momento, el tiempo de Dios, para que demos lugar a estas manifestaciones, y no tengamos miedo al error, ni a las posibles confusiones, porque hay madurez en la casa de Dios, a fin de regular y corregir.
¿Qué cosas queremos ver manifestadas entre nosotros? Ellas están registradas en los versículos 8 al 10. Es un solo Espíritu Santo que se está manifestando de diversas maneras. Estas son las manifestaciones del Espíritu Santo, y a cada uno de nosotros «le es dada la manifestación del Espíritu para provecho».
Manifestación del Espíritu para edificación
La expresión «para provecho», quiere decir para edificación de la iglesia. A propósito de estos asuntos espirituales, Pablo nos va a decir más adelante: «Hermanos, dejen de ser niños. El niño siempre está pensando en su conveniencia, en su edificación, en su provecho». Pero él dice que los dones son dados y debemos procurarlos y anhelarlos, pero para la edificación de la iglesia.
Y él pone un ejemplo muy claro, al decir: «Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros» (v. 18). ¡Qué interesante! ¡Qué equilibrado era Pablo! No se lo puede acusar de bautista ni de pentecostal. Él era completo. Amaba la palabra y estaba abierto a los carismas; era bautista y pentecostal a la vez. «Doy gracias a Dios que hablo en lenguas más que todos vosotros; pero en la iglesia prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida». ¡Qué madurez!
Que el Señor nos dé ese equilibrio. Y entonces Pablo enseña: ¿Se puede hablar en lenguas cuando estamos reunidos en asamblea? Sí se puede, pero es necesario que haya interpretación, para que entonces todos seamos edificados y no solo el que está hablando la lengua. «Y si no hay intérprete, calle en la iglesia, y hable para sí mismo y para Dios» (v. 28).
Estos son los criterios espirituales que regulan y que hacen que entonces seamos preservados de la exageración, del abuso, de la manipulación y del error. Los capítulos 12 al 14 de 1ª Corintios son muy prácticos y muy hermosos, cosas juiciosas, criterios divinos, apostólicos, para que, como Pablo dice, todo lo hagamos decentemente y con orden, «pues Dios no es Dios de confusión, sino de paz». ¡Bendito sea el Señor!
La soberanía del Espíritu Santo
«Pero todas estas cosas… –palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, dones de sanidades, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas, interpretación de lenguas– las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere» (v. 11). Los dones son manifestaciones del Espíritu Santo. Él las reparte, las da, las manifiesta, a través de cada uno; pero él reparte en particular como él quiere.
Este asunto es de la soberanía del Espíritu Santo de Dios, que tomará a este hermano para manifestar a través de él una palabra de sabiduría; pero que tomará a este otro hermano, para manifestar a través de él dones de sanidades, y que usará a otro hermano, y a otro y a otro, repartiendo el Espíritu Santo de manera soberana, porque él es una Persona divina, y él es Dios, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. ¡Bendito Espíritu Santo de Dios! Que él pueda tener entre nosotros cabida, no solo para morar en nosotros, sino también para manifestarse entre nosotros.
Obviamente, hermanos, estas manifestaciones se producen cuando hay necesidad de que ellas se manifiesten. Dios no hará show ante nosotros para entretenernos. ¿Cuándo manifestará él una palabra de sabiduría? Cuando se requiera una palabra de sabiduría. Allí, el Espíritu Santo estará dispuesto a darla.
Estos nueve dones, carismas o manifestaciones provienen del Espíritu Santo. Son de su prerrogativa, son cosas que están en su soberanía, cosas que constituyen al Espíritu Santo manifestándose entre nosotros. Así que afinemos un poco nuestro lenguaje; no le llamemos, a cualquier cosa, una manifestación del Espíritu, porque ya sabemos que las manifestaciones del Espíritu son estas nueve cosas que sí tienen sentido, y que sí son poderosas para suplir las necesidades y las aflicciones de los hombres. ¡Alabado sea el Señor!
Saber, poder e inspiración
Para el estudio de estas nueve manifestaciones, casi todos los comentarios las clasifican en tres grupos de tres dones. Esto no es algo arbitrario, sino algo con sentido lógico. En el primer grupo, llamado los dones de saber, tenemos la palabra de sabiduría, la palabra de ciencia y el discernimiento de espíritus. Palabra de ciencia y palabra de sabiduría suenan como similares, aunque suponemos que no son lo mismo. Y el discernimiento es el poder discriminar, de conocer algo.
En un segundo grupo, llamado los dones de poder, están el hacer milagros, el don de fe, y los dones de sanidades. ¿Cuál es la diferencia entre hacer milagros y dones de sanidades? Son parecidos. Y el don de fe también produce milagros. Este don de fe no hay que confundirlo con la fe como fruto del Espíritu Santo. Aquí se habla de la fe como un don de poder, como manifestación del Espíritu Santo. Los tres dones de poder tienen en común el hecho de producir milagros.
Y en el último grupo, llamado los dones de inspiración, tenemos profecía, diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas. ¿Cuál es la diferencia entre profecía y las lenguas? He visto pocas veces esto, pero ¿se han fijado que, cuando alguien por ahí se ha atrevido a interpretar lenguas, generalmente las interpretan como si el Espíritu estuviera profetizando a través de la lengua de ese hermano? ¿Será correcto eso? ¿Será que las lenguas interpretadas son una profecía? Estos dones van juntos porque también son parecidos.
En la próxima sesión estudiaremos en detalle estos tres grupos, porque el Señor no quiere que ignoremos acerca de los asuntos espirituales. Necesitamos saber qué son y cuáles son las manifestaciones del Espíritu Santo y cómo reconocerlas. Es probable que muchas veces hayamos experimentado alguna manifestación del Espíritu y no la hayamos reconocido como tal, atribuyéndola a nuestra agudeza mental, por no saber distinguirlas o por ignorarlas.
En realidad, nosotros, que criticamos tanto a la iglesia en Corinto, deberíamos dar gracias por lo que se produjo allí. Porque, gracias a ese desorden, Pablo tuvo que escribir enseñando cómo se regula todo este asunto espiritual. Si no hubiese sido por ese desorden, la carta no existiría, y nosotros no sabríamos como enfrentar el tema, y es seguro que cometeríamos los mismos errores.
Que el Señor nos conceda gracia y madurez, para estar bien equipados, siendo maduros, para que esto pueda cumplir el propósito para el cual fue dado – la edificación de su iglesia. Amén.
Mensaje compartido en el retiro El Trébol (Chile) en enero de 2014.