Hasta hace poco, la homosexualidad era objeto de sanción social y de impugnación por parte de la iglesia. Hoy la situación está cambiando drásticamente, pues ninguna de esas dos cosas están en pie. Están cayendo los diques; luego vendrá el caos.
No bien se silenciaban las voces sobre la polémica en torno al cuasi nombramiento de Jeffrey John como obispo anglicano de Reading, en Inglaterra, cuando surgió intempestivamente el nombramiento de Gene Robinson, como obispo episcopal de New Hampshire, en los Estados Unidos. ¿A qué se debe la polémica? A que ambos religiosos son declarada y abiertamente homosexuales.
La iglesia hace noticia
Cuando en el mes de junio, Richard Harries, obispo de Oxford, publicó su decisión de nombrar a Jeffrey John como nuevo obispo de Reading, los sectores más conservadores de la Iglesia Anglicana alzaron su voz y amenazaron con provocar una división. El arzobispo de Nigeria advirtió que su iglesia rompería vínculos con la diócesis de Oxford si Harries no anulaba el nombramiento. Otros cien miembros del clero también objetaron la elección. Sin embargo, la repulsa no fue unánime, porque un grupo de ocho obispos envió una carta al jefe de la Iglesia Anglicana, Rowan Williams, apoyando la decisión de Harries.
Después de una reunión a puertas cerradas entre la alta jerarquía y Jeffrey John, éste rechazó el cargo de obispo, aduciendo que no quería causarle daño a la unidad de la iglesia (con unos 80 millones de fieles en todo el mundo). Sin embargo, a los pocos días, Colin Slee, deán de Southwark, y amigo de John, denunció la existencia de presiones que habrían forzado la presentación de la renuncia. Slee calificó todo este episodio contra su amigo como una “catástrofe” para la Iglesia Anglicana.
Pocos días después, el 5 de agosto, la Iglesia Episcopal de Estados Unidos –una rama de la Iglesia Anglicana– aprobó la designación de Gene Robinson, de 56 años, como obispo de New Hampshire, luego de que la misma comunidad lo propusiera como candidato. Robinson, ordenado sacerdote hace 30 años, confesó hace 20 años su homosexualidad, justo después de divorciarse de la madre de sus dos hijas. Hace 13 años vive con su pareja, Mark Andrew. El nombramiento no estuvo exento de suspenso, al recibirse a última hora una acusación contra el candidato por supuesta participación en conductas sospechosas con otros hombres y por conexiones indirectas con un sitio pornográfico en Internet. No obstante, después de oír los descargos del acusado y luego de un intenso debate, Robinson fue absuelto y ratificado en el cargo por 62 votos contra 45.
Tras su confirmación, diversas voces se oyeron: El obispo de Arkansas definió la Iglesia Anglicana como “la voz de la tolerancia”. Frank Griswold, presidente de la Convención, declaró en conferencia de prensa: “Nuestra tradición debe ser la de la multiplicidad en el contexto de una fe general. Todo está abierto al debate y a la discusión”. Por su parte, el nuevo obispo elegido proclamó, eufórico: “Dios no excluye a nadie”; y agregó: “Siento responsabilidad ante el llamado que Dios me ha hecho y ante el llamado del pueblo de New Hampshire”. Luego aprovechó la oportunidad para advertir que “dentro de pocos años la Iglesia de Inglaterra se avergonzará mucho de lo que le pasó al reverendo Jeffrey John”. A todo esto se suma el hecho de que recientemente en Canadá, la Iglesia Anglicana autorizó la bendición sobre la primera pareja homosexual.
¿Cómo van las cosas en el mundo?
En el mundo las cosas no podrían ser diferentes. En Europa, Holanda y Bélgica ya reconocen el matrimonio homosexual. En Inglaterra, Francia, Alemania y Croacia se han aprobado leyes de reconocimiento y beneficios sociales para los gays. En Estados Unidos, la Corte Suprema revocó leyes que perjudicaban a los homosexuales en cuatro estados: Texas, Kansas, Oklahoma y Georgia, previéndose que este paso hará cambiar las leyes de otros 13 estados que aún condenan la práctica homosexual. En una encuesta realizada por el Wall Street Journal y NBC News, se reveló que un 53% de los norteamericanos cree que las parejas del mismo sexo deben tener derecho a los mismos beneficios legales y financieros que disfrutan los matrimonios tradicionales. Por los mismos días, otra encuesta elevó a 63% el porcentaje de beneplácito hacia esta idea. En Nueva York, a partir de este verano los estudiantes secundarios homosexuales, lesbianas, bisexuales y transexuales tendrán un colegio exclusivo, financiado por el Estado. “Esta escuela será un modelo para el país y posiblemente para el mundo”, declaró su flamante director.
En Canadá, la causa gay gana terreno al sumarse un nuevo Estado, Columbia Británica, que aprueba el matrimonio homosexual. Y América Latina no se queda atrás. En Argentina, se aprobó una ley que otorga a las parejas de homosexuales el derecho de legalizar su unión, aún con mayores beneficios que los matrimonios tradicionales. En Brasil, los homosexuales han lanzado una campaña para renegar de la fe católica, en protesta por la posición conservadora del Vaticano, que se niega a legalizar tales uniones. Otro grupo de homosexuales ha organizado inéditas protestas públicas con pleno respaldo de los ciudadanos.
Ante esta avalancha irresistible resultan poco significativas las voces que se alzan para intentar detenerla. Las declaraciones del presidente Bush oponiéndose al matrimonio entre personas del mismo sexo y las iniciativas del Vaticano contra las uniones civiles homosexuales parecen no surtir ningún efecto. ¿Quién detiene esta nueva y rediviva Sodoma global?
Dos diques derribados
Hace treinta años atrás, David Wilkerson escribió: “Hay solamente dos fuerzas que contienen a los homosexuales de entregarse completamente a su pecado. Estos dos frenos son: el rechazo de que son objeto por parte de la sociedad, y el repudio y las enseñanzas de la iglesia. Cuando la sociedad ya no rechace su pecado como algo anormal y los acepte plenamente y los estimule en su anormalidad, y cuando la iglesia ya no predique contra él como pecado y los conforte en sus actividades sexuales –ya no existirá ninguna fuerza de impedimento para ellos. Las compuertas estarán abiertas, y se estimulará a los homosexuales a que continúen en su pecado … Cuando se llegue a eliminar aquello que se opone, seguirá el caos”. Y luego agrega en tono enfático: “Créame cuando le digo que no está lejano el día en que usted tomará el periódico local y leerá relatos sórdidos acerca de niños inocentes acometidos por desenfrenadas pandillas de homosexuales en los parques y en las calles de la ciudad”.
Respecto de la aceptación social que la sodomía tendrá, dice: “La comunidad homosexual llegará a ser tan militante y desfachatada, que dentro de muy poco sus miembros harán ostentación de su pecado en charlas transmitidas por las cadenas de televisión”.
Hace treinta años, nada hacía pensar que esto pudiera llegar a suceder, pero hoy ya está sucediendo. Los dos frenos mencionados por Wilkerson están cayendo. La sociedad está trocando el repudio tradicional en apoyo, y la iglesia (tal vez haya otro nombre más adecuado para nombrar esta clase de iglesia) no sólo no está predicando contra la sodomía, sino que la está alentando desde adentro mismo, con su propio ejemplo.
Se aduce que la Biblia no es clara en condenarla; que el Señor Jesús no hizo alusión alguna al asunto. Pero, ¿puede un cristiano nacido de nuevo dudar acerca de la autoridad de la Palabra de Dios, y de su clara admonición acerca de este pecado? La voz inspirada del apóstol Pablo resuena todavía nítida a los oídos de quienes quieren oír: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones … heredarán el reino de Dios”. (1 Cor.6:9-10). Y no sólo no heredarán el reino de Dios, sino que también quedarán expuestos al juicio más severo, de lo cual habla claramente lo ocurrido con las ciudades de Sodoma y Gomorra.
Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver; “y si el ciego guiare al ciego, ambos caerán en el hoyo” (Mateo 15:14).
Que el Señor libre a los que aman su Nombre, a ellos y a sus pequeños hijos, y les preserve irreprensibles hasta el día de Su gloriosa venida.