Como todas las cosas creadas, los cuatro seres vivientes también expresan a Cristo.
En la carta del apóstol Pablo a los Colosenses se hace una solemne declaración respecto de nuestro Señor Jesucristo: «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él» (Col. 1: 16).
En este texto se afirman importantes verdades. En primer lugar, con la expresión «todas las cosas» Pablo se refiere a la totalidad de la creación; la que existe en los cielos y la que existe en la tierra, visible e invisible. Por lo tanto, se refiere no sólo al hombre, los animales, las plantas y las flores, sino también a los ángeles, arcángeles, querubines y serafines. Todo fue creado en Cristo.
En segundo lugar, la expresión «…en él fueron creadas todas las cosas» significa que todas las cosas fueron creadas pensando en el bendito Hijo de Dios. En efecto, él es la causa de todas las cosas «y sin él, nada de lo que ha sido hecho fue hecho» (Jn. 1: 3b). En tercer y último lugar, el texto declara que todo fue creado «para él». En otras palabras, todo fue creado para expresar a Cristo. La multiforme gracia y la multiforme sabiduría de Cristo requerían, para ser expresadas, de innumerables criaturas, y creadas en las más variadas y diversas formas, colores, diseños, estilos, especies y géneros. Cada especie de árbol y cada especie de animal fue creada para expresar un aspecto de la belleza y la gloria de Cristo.
Ahora bien, esto que se predica de toda la creación terrenal y visible, es también aplicable a todo el mundo angelical, invisible. Los ángeles con toda su diversidad de rangos y tipos, fueron creados también para expresar a Cristo. Aspectos especiales y particulares de Cristo son manifestados a través de la magnificencia del orden angelical.
Entre los seres angelicales que mencionan las Escrituras aparecen aquellos denominados como «los cuatro seres vivientes» (Ez. 1: 5; Ap. 4: 6). Según el profeta Ezequiel, cada uno de estos cuatro seres vivientes tiene cuatro caras: cara de hombre, de león, de buey y de águila. Si estos seres angelicales fueron creados –al igual que el resto de la creación- para expresar a Cristo, ¿cuál es entonces su significado espiritual? ¿Qué aspectos de Cristo nos quieren revelar?
Fijémonos en primer lugar en la reiteración del número cuatro. Son cuatro seres y cada uno con cuatro caras y cuatro alas. ¿Cuál es el significado del número cuatro en las Escrituras? Según el hermano Christian Chen, «el número tres significa la perfección divina con especial referencia a la Trinidad. El número cuatro debería marcar entonces aquello que se sigue de la revelación de Dios en la Trinidad, esto es, sus obras creadoras». En otras palabras, el número cuatro representa todo lo creado. Ahora bien, el número cuatro aplicado a lo terrenal, significa la totalidad terrenal. Por ello, las expresiones bíblicas: «los cuatro confines de la tierra» (Is. 11: 12), «los cuatro vientos» (Ez. 37: 9), «la anchura, la longitud, la profundidad y la altura» (Ef. 3: 18).
Podemos también hablar de los cuatro puntos cardinales y de las cuatro estaciones del año. Todas ellas expresan la totalidad de la realidad terrenal. Por lo tanto, el número cuatro aplicado a la tierra significa la plenitud terrenal. No es el número de la plenitud divina, sino de la plenitud en el ámbito terreno.
¿Pero qué tiene que ver esto con los cuatro seres vivientes y con nuestro Señor Jesucristo? Mucho, porque aunque nuestro Señor es eterno, no obstante, vivió una etapa de su existencia que fue terrenal. «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…» nos dice Juan en su evangelio (1: 14). Por lo tanto, los cuatro seres vivientes tipifican la plenitud terrenal de nuestro bendito Señor Jesucristo. La plenitud que manifestó nuestro Señor durante su vida en la tierra, está significada por los cuatro seres vivientes. Por esto, no es casualidad que la vida terrenal de Cristo esté registrada en cuatro evangelios.
Sin embargo, como él es antes de su encarnación y es después de su existencia en la tierra, se necesitaron 66 libros para revelarnos toda su gloria y belleza. En efecto, los 66 libros de la Biblia nos descubren toda la plenitud de Cristo, la divina y la terrena. Pero, cuatro de esos 66 libros, los cuatro evangelios, se concentran en mostrarnos la plenitud del Hijo de Dios en los días de su carne.
¿Y cuál es esa plenitud de gloria manifestada por nuestro Señor en los días de su vida terrenal? Aquella representada por el rostro cuádruple de los cuatro seres vivientes. De a-cuerdo al libro de Apocalipsis, «el primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro (o buey); el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando» (4: 7).
Estas descripciones y el orden de ellas calzan perfectamente con el orden de los cuatro evangelios. Mateo con el león, Marcos con el becerro o buey, Lucas con el rostro de hombre y Juan con el águila volando. ¿Por qué? Porque precisamente Mateo revela a Jesucristo como Rey, Marcos lo descubre como Siervo, Lucas como hombre y Juan como Dios1. En Mateo la realeza de Jesús está representada por el león; en Marcos el servicio de Jesús está tipificado por el buey; en Lucas, su humanidad perfecta, por el rostro de hombre; y en Juan, su divinidad, por el águila volando. Jesucristo en los días de su carne fue Rey, Siervo, Hombre y Dios. Esta fue la gloria que se nos manifestó durante su vida en la tierra.
Por lo tanto, la particularidad de cada evangelio, si bien todos ellos tienen en común el anuncio de la buena noticia, consiste en que Jesús, el Cristo o Mesías, fue en los días de su carne Rey (Mateo), Siervo (Marcos), Hombre (Lucas) y Dios (Juan). El Cristo no sólo es el Hijo de Dios, sino también Rey, Siervo, Hombre y Dios.