Estudios sobre el libro de Éxodo (3ª Parte).
J. Alec Motyer
2. EL DIOS COMPAÑERO (13:17 A 24:18).
Cerramos nuestro estudio anterior declarando que el comer del Cordero de Dios compromete al pueblo de Dios a un cierto estilo de vida. Ahora estudiaremos tres rasgos de esa vida:
i. Era vida bajo la sangre
Ellos entraron a través de una puerta manchada de sangre en su experiencia de salvación, y salieron a través de la puerta manchada de sangre a su vida de peregrinación. En su experiencia subsiguiente, Dios hizo provisión para que la eficacia de la sangre que se vertió una vez en la tierra de Egipto estuviese siempre disponible para ellos. Esto explica los repetidos sacrificios, que significaban prolongar la eficacia de lo que había sido hecho una vez por todos en Egipto.
ii. Era vida bajo la nube
Tan pronto iniciaron su peregrinación, ellos descubrieron que no quedaban librados a sus propias expensas; hubo algo que los marcó para Dios: la vida bajo la nube. Esa gran nube consagró la totalidad de la vida de los israelitas. Ellos sólo se moverían cuando la nube se moviera y sólo se detendrían donde la nube se detuviese. Vivieron todo el tiempo bajo esa nube protectora, proclamando a todo testigo que ellos eran el pueblo de Dios.
iii. Vino a ser vida bajo la ley
Después Dios reveló el significado de esa nube en mandatos detallados, porque nuestro Dios es un Pastor cuidadoso de nuestras almas que buscan consagrarse a él no sólo en forma global sino también en los detalles diarios de la vida; y, por consiguiente, da una ley detallada para su pueblo.
Debemos comprender que esta obra completa de Dios fue diseñada para producir un pueblo obediente. Dios sacó a este pueblo comprado por sangre de la tierra de Egipto, redimido por la sangre del cordero, y los llevó al monte Sinaí, diciendo: «Yo soy Jehová tu Dios que te libró de la esclavitud. Yo soy su Dios Redentor. Ahora, entonces, ésta es la manera en la que yo quiero que ustedes vivan». En el Antiguo Testamento, así como en el Nuevo, la ley no es una escalera de mano que los incrédulos en vano intentan subir para alcanzar el cielo. No es eso en absoluto, sino un modelo de vida divinamente dado, provisto para los que han sido comprados por la sangre del Cordero.
El pasaje que ahora vamos a estudiar se divide en dos partes. El primero, empezando en el capítulo 13, nos muestra que el elemento de la Peregrinación es la primera cosa que acompaña a la salvación. La nota predominante aquí es: «hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto» (13:18) y esto es subrayado en el versículo 21: «Y el Señor iba delante de ellos». Ellos disfrutaron el compañerismo con el Dios Creador. La segunda sección empieza en el capítulo 19, con la frase clave: «…acampó allí Israel delante del monte» (19:2). «…os he traído a mí» (v.4). «Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios» (v.17). Los peregrinos habían llegado. Así, la segunda cosa que acompaña a la salvación es la comunión con el Dios Santo.
Por el acto de la redención, Dios creó a los peregrinos, personas que comieron Su fiesta con los pies calzados y báculo en su mano, preparados para el camino. Esto ilustra la verdad del Nuevo Testamento expresada en las palabras de Romanos 12:1-2: «Hermanos, os ruego por las misericordias de Dios» –la sangre alrededor de la puerta. «…que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo…» –los lomos ceñidos, los pies calzados, el báculo en la mano. «No os conforméis a este siglo…» –¡No, déjenlo atrás de ustedes! Vayan caminando en peregrinación con su Dios. La redención crea a los peregrinos.
LA PEREGRINACION DEL PUEBLO DE DIOS
La Peregrinación es la primera marca de los redimidos, y es su deber incesante. Cuando el Señor iba delante de los israelitas, se nos dice tres veces que su columna de nube y fuego iba de día y de noche con ellos, «a fin de que anduviesen de día y de noche» (v.21). El pueblo de Dios nunca está libre del deber de peregrinar; es su preocupación constante caminar en comunión con su Dios.
Pasemos ahora por estos capítulos para descubrir en ellos algunos de los caminos de este Dios Creador con el cual ellos avanzan ahora.
1. Los curiosos caminos de Dios
«Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca, porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto. Mas hizo Dios que el pueblo rodease…» (13:17-18). Ésta es la primera de las curiosas vías de Dios: él llevó al pueblo rodeando. Se puede llamar a esto «el rodeo de Dios». Un mapa mostrará que si alguien quiere ir de Egipto a Palestina, debe viajar al este y luego avanzar hacia el norte. Pero cuando Dios llevó a su pueblo fuera de la tierra de Egipto, les hizo dar un rodeo y les hizo volver a la derecha. Entonces leemos sus extensas instrucciones: «Di a los hijos de Israel que den la vuelta» (14:2). ¡Cuán curiosos son los caminos de Dios! Él tiene sus rodeos y tiene sus retiradas.
Habiéndoles hecho remontarse, él los trajo a un lugar específico para que acamparan junto al mar. Ellos estaban exactamente donde Dios los había guiado y les había dicho que acamparan, sólo para ser entrampados allí por los egipcios. ¡Cuán curiosos son los caminos de Dios! Él volvió a su pueblo sobre sus huellas y los puso justo en el camino del enemigo, pareciendo así contradecir su promesa declarada de liberación y su acto de amor redentor.
Nuestra familiaridad con la historia nos recuerda que Dios los libró en el Mar Rojo y sin duda ellos avanzaron con paso seguro cuando Moisés los llevó a través de las aguas. Habían visto a todos sus enemigos muertos en ese mar, y deben haber sentido que nada se interpondría ahora entre ellos y la tierra prometida. Cuando seguimos leyendo, sin embargo, vemos que entraron tres días en el desierto y no encontraron agua, y lo que es más, cuando encontraron agua, era tan amarga que no podían beberla. Así que en los curiosos caminos de Dios con su pueblo estaba incluido este elemento de desilusión.
En los capítulos 16 y 17 vemos cómo Dios trajo a su pueblo a un lugar de privación, primero el hambre y luego la sed. Siguiendo esta experiencia de privación, tuvieron que enfrentar el ataque y la oposición: «Entonces vino Amalec…» (17:8). Estamos señalando lo extraño de los caminos de Dios con su pueblo redimido. Debemos notar, sin embargo, que a pesar de lo curiosos que puedan haber sido, estos eran los caminos de Dios, porque delante de ellos, en cada jornada, estaba la nube, la columna ardiente de Su presencia. A pesar de lo curiosos que estos caminos pueden haber parecido, eran los caminos de Dios, todos ellos, y el registro se da para que nosotros podamos tener la misma convicción. Ningún hijo de Dios tiene libertad para decir que está fuera de la mano del Padre. Sus caminos pueden parecernos extraños, pero son siempre verdaderos.
2. Los determinados propósitos de Dios
Esta Escritura nos lleva a un lugar de profunda necesidad, donde la pregunta que surge una y otra vez es: «¿Por qué?». ¿Por qué me ha hecho Dios esto a mí? ¿Por qué ha permitido Dios que me pase a mí?». Es una pregunta que rara vez recibe respuesta, probablemente porque en la mayoría de los casos la respuesta no sería útil si la tuviéramos. Sus caminos no son nuestros caminos. Hay, sin embargo, una razón más profunda por la cual esta pregunta debe permanecer sin contestar, y ésta es que el Señor desea que nosotros caminemos con él a la luz de la fe en lugar de la lógica. Reconsideremos la historia bajo esta luz:
i. Protegernos de aquello que no podemos sobrellevar
El secreto interior detrás del rodeo de Dios era que ellos no podían enfrentar entonces una guerra con los filisteos. Él tiene cuidado de nosotros y nos protege de lo que sería más de lo que nosotros podríamos sobrellevar (1 Cor. 10:13).
ii. Garantizar la victoria total sobre el enemigo
Dios hizo volver a su pueblo y les hizo acampar en lo que ellos iban a descubrir era un lugar peligroso (14:3). A ese mismo punto trajo al enemigo, para que finalmente fueran ellos, y no Israel, cogidos en una trampa. Dios obra para una victoria total. Pero si ellos no hubieran ido al lugar de amenaza y desesperación, nunca habrían entrado en la experiencia de la canción de victoria.
iii. Para enseñarnos la obediencia de fe
Esta es la gran lección, que Dios obra con nosotros para enseñarnos la obediencia de fe. Las próximas tres historias en los capítulos 15, 16 y 17 están unidas por la idea de la puesta a prueba. «…y allí los probó» (15:25). «…para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no» (16:4); y «¿Por qué altercáis conmigo? ¿Por qué tentáis a Jehová?» (17:2). En cada caso el verbo habla de poner a prueba. «…porque tentaron a Jehová (o pusieron al Señor a prueba), diciendo: ¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» (17:7). Que nosotros tentemos a Dios es un pecado: que Dios nos pruebe a nosotros es una bendición. La expresión significa «poner a prueba». Esto es saludable para nosotros, pero es pecado para nosotros hacerlo a Dios, porque implica que condicionamos nuestra confianza en él hasta que veamos lo que va a pasar.
Tal comprobación involucra la duda, tanto que el pueblo estaba en efecto diciendo que Dios no podía ayudarles. Poner a Dios a prueba es un pecado; duda de él y lo desafía. Aun más, ellos eran culpables de no tener confianza en un Dios que ya les había demostrado su fidelidad.
Cuando Dios nos pone a prueba, nos conduce a una situación que requiere fe. Por eso lo hace. Él busca traernos de la fe del bebé a la fe del niño, y luego a la fe del adulto. Una cuestión de madurez. La Escritura nos enseña que la fe no es mero asentimiento a proposiciones, sino aferrarse a la verdad cuando ésta es desafiada, aferrándose a ella hasta que la verdad es probada. Ésta es la fe real. Dios nos guía al lugar de prueba para traernos al lugar de la confianza.
La obediencia es consecuencia de la fe. «He aquí, yo haré llover pan del cielo, y el pueblo saldrá y recogerá todos los días la porción de un día, para mostrarles si guardarán mi ley o no» (16:4). Esta ocupación de recoger día a día probó al pueblo en materia de fe. Era un acto de incredulidad intentar recoger de una vez la ración de dos días (16:20). La ordenanza diaria fue dada para probar a los israelitas acerca de la expresión práctica de la fe por la obediencia diaria basada en las promesas de Dios.
iv. Para desplegar la gracia de Dios
Estas Escrituras muestran cómo la gracia, la fe y la obediencia se entretejen, llegando a estar tan involucradas en nosotros que no hay una verdadera recepción de gracia que no sea creyendo en el Dios de gracia, y no hay ningún verdadero creyente en ese Dios que no actúe en obediencia a sus mandatos.
La gracia permite la obediencia. Fuera de la obra de la gracia, allí viene la obra de la ley. Él actúa hacia ellos en la gracia, y entonces les impone el estatuto u ordenanza (15:25-26). La bendición de la gracia debería llevar sus corazones a la gratitud de la obediencia.
La gracia habilita la obediencia. «Mirad que Jehová os dio el día de reposo, y por eso en el sexto día os da pan para dos días» (16:29). No debe haber ningún problema para ellos en guardar el día de reposo, pues en su gracia Dios les dio bastante el día anterior. De esta manera, su gracia hizo posible para el pueblo guardar el mandamiento de su Dios.
La gracia es Dios mismo en expresión. Ella no es una inyección celestial; es la naturaleza misma de Dios en amorosa liberalidad. Notemos cómo se desarrolla la historia de golpear la roca. (17:5-6). Dios se identificó a sí mismo con la roca, y asimismo se identificó con el golpear con violencia. Esto significaba que como Moisés golpeó con violencia, él golpeó donde Dios estaba, y es el Dios golpeado con violencia –identificado con la Roca golpeada con violencia– quien es la fuente de vida dada con liberalidad.
La bendición no sólo fluyó de golpear con violencia la roca sino del golpear del Dios de toda gracia que estaba de pie al lado de la roca delante de Moisés para que Él recibiera el efecto. Aquí está la esencia de la gracia de Dios. El pueblo consigue lo que ellos no merecen; lo reciben de una fuente de la cual no merecen conseguirlo, a saber, Dios mismo; y lo consiguen de una forma que no merecen, por el golpear de ese Dios. Ésta es la riqueza de la gracia de Dios. Él se puso en el lugar más bajo, para estar a disposición de su pueblo.
Esta gracia es todosuficiente. En la primera mitad del capítulo 17 encontramos que la mano de Moisés se levanta para sostener la vara que golpea la roca. En la segunda mitad encontramos la mano de nuevo levantada, ahora hacia Dios en oración. Así que las dos mitades del capítulo están unidas por la mano alzada del hombre de Dios. Ellas también están juntas limitadas por vía del contraste, porque la primera nos habla de una amenaza que viene del lugar, circunstancial, mientras la segunda describe una amenaza de gente hostil. La mano alzada y el fluir de la gracia fueron suficientes para cubrirlo todo. Si nuestras necesidades se levantan de las circunstancias o de la hostilidad, hay siempre una mano alzada y hay siempre el Dios de toda gracia para hacer plena provisión. Éstos son, entonces, algunos de los determinados caminos de Dios.
3. Los providenciales caminos de Dios
Todavía no hemos terminado con estas historias. Una revisión extensa de ellas nos descubrirá algo de los caminos providenciales de Dios. Es evidente que mucho tiempo antes él había dado pasos para hacer la provisión necesaria antes de que la necesidad surgiera. Tomemos el tema del árbol: «Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas» (15:25). Tal vez algunos de nosotros tenemos edad para haber visto crecer árboles. Aun cuando ellos eran bastante viejos, ni Moisés ni el pueblo con él había estado antes en esa situación. No, el árbol había sido puesto providencialmente allí antes de que la necesidad se presentara. Lo mismo es verdad de las doce fuentes de agua y las setenta palmeras en Elim (15:27).
«Y subieron codornices que cubrieron el campamento» (16:13). Para explicar esto, encontramos que la fecha es anotada cuidadosamente: era el decimoquinto día del segundo mes. Es el tiempo en que siempre hay codornices allí, pues el lugar está en la ruta migratoria que siguen las codornices cada año. ¡Cuán maravillosamente cronometra Dios su provisión! Y qué diremos de la roca a la que Moisés se le ordenó golpear. Ésta no era obra de algún constructor especulativo, sino la obra del Creador omnipotente. Él hizo la montaña y él hizo esa roca.
A veces hablamos de creer en un Dios de milagros. Creo que es incluso mejor creer en Dios el Creador, el único que ordena lo corriente, la provisión regular para nuestras necesidades. Toda la naturaleza, el universo entero ha sido ordenado por el Creador que ha puesto en ese universo las cosas que habrán de suplir las necesidades de su pueblo en cuanto ellas aparezcan. Es un Dios de anticipadora providencia. Al considerar esto, los peregrinos de Dios pueden hallar siempre estímulo para confiar en él.
4. Los caminos universales de Dios
El último punto enfatizado por esta sección del libro se encuentra en el capítulo 18 y declara que los caminos de Dios son universales. ¡Este capítulo está fuera de lugar! Si esto le sorprende, yo le pido que advierta lo que se dice cuando Jetro trajo a la esposa y los hijos de Moisés con él cuando Moisés estaba acampado en el monte de Dios (18:5). Todavía Moisés no llegó a esa montaña hasta 19:2. Además Moisés dijo a Jetro cuando se sentaba para juzgar al pueblo: «…y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes» (18:16). Está claro, sin embargo, que no se dieron los estatutos y leyes de Dios hasta los capítulos 20 a 23. Es evidente, entonces, que esta historia ha sido puesta fuera de lugar, pero esto ha sido hecho por propósito divino, porque conecta directamente con el capítulo 17.
La Biblia es gloriosamente libre en su uso del material y siempre hace así con un fin de instruir. Veamos la conexión entre los capítulos 17 y 18. «Entonces vino Amalec…» (17:8); «Y Jetro … vino a Moisés» (18:5). Aquí hay dos venidas de gentiles: la primera es una venida de hostilidad y la segunda una venida inquiriendo acerca del pueblo de Dios y su Dios. La primera es la hostilidad del mundo, y la segunda es la atracción del mundo hacia Dios. Una conexión extensa entre los dos capítulos consiste en el hecho de que los dos se ocupan de los eventos de dos días. «… sal a pelear contra Amalec; mañana…» (17:9) y, «al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo» (18:13). El patrón de los dos capítulos los aúna. Hay también el pensamiento equiparando la reunión de necesidades. En el capítulo 17, el Señor satisface las necesidades de su pueblo y en el 18 satisface la necesidad de un gentil.
Esto es en la primera mitad de los dos capítulos, pero en la última mitad de cada uno vemos a Dios proveyendo compañeros de oración para Moisés mientras en la segunda mitad del 18 él le provee colaboradores de administración. Esto parece mostrar que aunque el capítulo 18 puede estar cronológicamente fuera de lugar, está en el lugar correcto para el propósito de instrucción espiritual. Su énfasis es ciertamente que los caminos de Dios son caminos universales. Él es el Dios Creador, y aunque escoge a un pueblo para redención, él tiene una preocupación más amplia que «los gentiles puedan venir a su luz y los reyes al resplandor de su subida». La venida de Jetro anticipa la venida de los sabios del oriente al nacimiento de Jesús.
Por su pueblo y por lo que él hace para ellos, Dios planea establecer un testimonio en el mundo. En este capítulo aprendemos que es la verdad, la verdad de Dios, la que tiene el poder para ganar almas. Jetro vino porque él había oído todo lo que Dios había hecho (18:1). Él había oído las noticias de la redención del pueblo de Dios. Moisés le dijo más, continuó compartiendo la verdad con Jetro, diciéndole todo lo que el Señor había hecho a Faraón (v.8). Jetro había oído hablar de redención, ahora oyó hablar de victoria. También oyó hablar de liberaciones diarias: «todo el trabajo que habían pasado en el camino, y cómo los había librado Jehová». Esta información llevó a la convicción en el corazón de Jetro, que pudo regocijarse en la grandeza de Dios sobre todos los otros dioses y participar en un sacrificio para él.
Esto explica por qué Dios lleva a su pueblo a lo largo de tales caminos de rodeo y les permite sufrir tales desilusiones y privaciones. Este es un testimonio salvador para los hombres que trae luz a los gentiles. Sus caminos con nosotros tienen importancia en su preocupación por el mundo. Los caminos de Dios son universales. (Continuará).
De «Toward the Mark» Ene – Feb., 1978.