Estudios sobre el libro de Éxodo (2ª Parte).
J. Alec Motyer
1. EL DIOS REDENTOR (7:8 A 13:16).
En nuestro último estudio vimos cómo la obra de Dios con Moisés se concentró en el gran objetivo de hacer de él un hombre obediente. Dios alcanzó el blanco al cual estaba apuntando: «E hizo Moisés y Aarón como Jehová les mandó; así lo hicieron» (7:6). Es interesante ver que el llegar a ese punto tomó ochenta años de la vida de Moisés. Es verdad que Dios no tiene prisa; él toma el tiempo que sea necesario para lograr su objetivo de transformarnos en hombres como Moisés, que oirán la palabra de Dios y harán lo que él demanda.
Al pasar a esta nueva sección del libro se nos recuerda que éste era el hombre a quien Dios iba a usar. «Moisés y Aarón fueron éstos» (6:27). Fue ese Moisés y no otro el que guió al pueblo entero en la experiencia de la salvación. Cuán verdadero es que la vida de obediencia es la vida bienaventurada. Ese hombre y no otro fue el que guió a otros a conocer la salvación de Dios.
¿Por qué las plagas?
Nuestra presente sección se divide en dos partes con una clara señal divisoria. «Jehová dijo a Moisés: Una plaga traeré aún sobre Faraón y sobre Egipto, después de la cual él os dejará ir de aquí; y seguramente os echará de aquí del todo» (11:1). Ésta es la marca divisoria. En un lado de ese versículo tenemos la serie de nueve plagas, hechos de Dios en los cuales no hubo ninguna salvación: nueve plagas pero ninguna liberación. Y en el otro lado del versículo tenemos la décima plaga trayendo la liberación del pueblo de Dios de la tierra de Egipto.
Ésta es la división del pasaje, pero plantea dos preguntas. La primera es: ¿por qué las plagas? No sólo fue que las nueve plagas no salvaron al pueblo, sino que desde el principio Dios sabía que no lo harían: «Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo» (4:21). ¿Por qué el Dios redentor, dispuesto a liberar a su pueblo, gastó todo este tiempo realizando actos que él sabía no lo liberarían?
La segunda pregunta es: ¿Por qué la pascua? Dios anunció que la décima plaga traería la liberación para Israel (11:1). Él dijo que Faraón estaría tan impactado por este acto final de juicio que no sólo le permitiría al pueblo ir sino que insistiría en que ellos se fueran. Entonces, si la décima plaga iba a provocar la liberación, ¿cuál era la necesidad de la pascua?
Nuestra primera pregunta es: ¿por qué las plagas? La respuesta parece ser que Dios no pronunciará y ejecutará juicio sin haber ido al límite poniendo ante el pecador la evidencia contra él, y haciendo toda apelación posible al arrepentimiento y la obediencia. Las plagas son una parte de la doctrina bíblica de la justicia de Dios, quien no condenará sin evidencia y no juzgará sin dar al acusado toda oportunidad de conocer su gloria, de responder a sus caminos y venir a él en arrepentimiento y fe. Es porque nosotros somos confrontados por la justicia de Dios que la historia de las nueve plagas es citada con referencias al corazón de Faraón. Es como si Moisés, escribiendo esta gran historia, estuviera todo el tiempo ansioso de hacernos saber lo que estaba sucediendo en el lugar secreto.
Todo esto fue diseñado para traer al pecador a un camino mejor, pero, ¿estaba respondiendo él a las advertencias de Dios? Evidentemente, no era así, sino que el corazón de Faraón es mencionado una y otra vez, para que podamos ver el progreso de la obra divina. En toda la narración del Éxodo, del capítulo 4 al 14 hay veinte referencias al corazón de Faraón; así Dios nos permite ver que todo lo que sucedió fue una apelación a un corazón que permanecía obstinado, rehusando la apelación de Dios y yendo a su propia destrucción.
Sin embargo, puede ser que otra pregunta esté surgiendo en la mente del lector: «¿No hemos oído desde el principio que Dios iba a endurecer el corazón de Faraón? En tal caso, ¿qué oportunidad tenía el pobre hombre? Los dados parecen haber estado cargados contra él desde la misma partida. ¿No parece que antes de que se le hiciera apelación alguna, se hacía imposible para él responder a esa apelación? Sólo podemos responder esta pregunta y apreciar la doctrina de la justicia de Dios tratando de entender más sobre la materia del corazón de Faraón.
Las referencias aparecen en tres secciones: hay versículos que hablan de acciones divinas, como: «…yo endureceré su corazón» (4:21); versículos que describen un estado o condición, como: «…y el corazón de Faraón se endureció» (7:22); y en tercer lugar, versículos que describen acciones humanas: «Pero viendo Faraón que le habían dado reposo, endureció su corazón» (8:15). Esta es la evidencia puesta ante nosotros. El primer grupo, referido a acciones divinas, tiene siete referencias; el segundo, describiendo un estado de cosas, tiene seis referencias; y el tercero, que trata de reacciones humanas, tiene cuatro referencias. Creo que nosotros lo entenderíamos un poco mejor si lo consideramos bajo tres títulos.
1. El Señor usa medios para lograr un propósito
Por consiguiente, cuando el Señor dice que endurecerá el corazón de Faraón, la implicación es que él hará uso de medios para provocar esa situación. Cuando, por ejemplo, él habla de sí mismo como el Señor «…que hago la paz y creo la adversidad» (Isaías 45:7), él ya nos ha dicho cómo crea el estrago y la calamidad. Él levanta a los conquistadores en el mundo. Él usa medios para lograr su propósito. Ahora, los medios de endurecer el corazón, en la providencia de Dios, consisten en que el corazón y la voluntad del hombre son enfrentados con la verdad de Dios y llegan a endurecerse cuando rechazan la apelación.
Hubo un momento cuando Faraón comprendió que sus magos no podían ayudarlo, sino sólo aumentar su problema agregando más ranas a las muchas que ya había allí, y llamó a Moisés y Aarón, pidiéndoles que intercedieran a favor de él ante el Señor (8:8). Él reconoció a Dios. Aun más, él probó a Dios, porque fue invitado a fijar el tiempo cuando ello debía pasar. Así lo hizo, y vio que Dios respondió las oraciones de Moisés para levantar la plaga. Cuando Faraón vio su error, empezó a comprender la verdad y tuvo ante él una prueba positiva del poder de Dios, pero a pesar de todo eso, él se negó a la apelación de la verdad y entonces endureció su corazón.
Al final de otra plaga se nos dice: «Y viendo Faraón vio que la lluvia había cesado, y el granizo y los truenos, se obstinó en pecar y endureció su corazón… y el corazón de Faraón se endureció» (9:34-35). Así que fue la acción del hombre que produjo el estado consecuente: él endureció su corazón, y su corazón fue endurecido.
2. El Señor determina el resultado
«Yo endureceré el corazón de Faraón», dijo Dios. Esto significa que cuando el Señor recurre a un medio en procura de un fin, entonces su poder providencial obra para lograr tal propósito. Pero significa algo más que eso. Significa que el Señor, en su justo gobierno del mundo, revisa el alma de cada hombre para determinar cuánto tiempo durará el periodo de prueba y cuándo acabará. Por consiguiente, cuando él dijo a Moisés: «yo endureceré el corazón de Faraón», estaba hablando a la luz de su propia determinación y presciencia. Estaba diciendo a Moisés: «Yo te estoy enviando a la tierra de Egipto en un momento de crisis, a un punto sin retorno. Faraón ha tenido ahora toda la soga que yo he preparado para darle, y tú estás entrando en Egipto en el momento en que él se colgará a sí mismo».
El Señor determina el momento en que vendrá el fin. Nosotros vemos esto en su aplicación general cuando pensamos en la declaración bíblica que «está establecido para los hombres que mueran una sola vez». Ese es el punto sin retorno; no hay una oferta extra del evangelio ni una oportunidad extra de arrepentimiento después de eso. Esto es verdad para cada individuo. También lo vemos en la historia del hombre. En el momento de la caída, Dios determinó que todo descendiente de Adán estaría involucrado en el asunto del pecado y que de ese momento en adelante sería imposible para el hombre volver a Dios mediante sus propios recursos. Todos los miembros de la raza estuvieron «muertos en delitos y pecados».
Nosotros podemos ver esto una y otra vez en relación al pecado en nuestras propias vidas. A veces Dios nos permite seguir en algún pecado, rehusando oír sus llamadas al arrepentimiento, hasta que llega el tiempo cuando él termina el periodo de prueba y nos permite ser cautivados con ese hábito de pecar. Esto, queridos amigos, debe advertirnos con gran solemnidad a mantener cuentas cortas con Dios, viviendo en un espíritu de abandonar al pecado y regresar a Él en arrepentimiento, para que no nos encontremos súbitamente con que el periodo de prueba acabó. Qué tragedia es aun para aquellos salvados para toda la eternidad tener que ir a la presencia de Dios para enfrentar su inquisición por un pecado que nos negamos a abandonar. Él determina el tiempo en que finaliza el periodo de prueba.
3. Él preside con determinación en todo el proceso
«Jehová dijo a Moisés: Entra a la presencia de Faraón; porque yo he endurecido su corazón, y el corazón de sus siervos, para mostrar entre ellos estas mis señales, y para que cuentes a tus hijos y a tus nietos las cosas que yo hice en Egipto» (10:1-2). Dios mantiene al pecador en un estado de impenitencia para poder multiplicar ante los ojos de éste la gracia y la gloria de Dios, agregando apelación sobre apelación, hasta que al pecador es concedida la gracia del arrepentimiento o hasta que llega el momento cuando esa gracia es retirada.
Haciendo esto, Dios despliega su gloria para su alabanza entre su propio pueblo. Es todo hecho determinadamente para la alabanza y la vindicación de su majestad. Esta es, entonces, la razón para las nueve plagas: que a través de ellas Dios puede demostrar que, en la condenación del pecador, Él es de justicia intachable. Ningún dedo acusador puede ser dirigido a Él. ¿Les dio él a conocer sus caminos? ¡Sí! ¿Le dio a cada uno oportunidad para arrepentirse y volver? ¡Sí! ¿Por qué entonces ellos son derribados? Porque escogieron el camino de condenación. Dios se vindica a sí mismo en su juicio del impío.
¿Por qué la pascua?
Ahora hacemos la segunda pregunta: ¿Por qué la pascua? Parece que Dios había logrado lo que él se había propuesto hacer mediante la décima plaga. Dice Dios: «Una plaga traeré aún sobre faraón y sobre Egipto, después de la cual él os dejará ir de aquí; y seguramente os echará de aquí del todo» (11:1). Si esa gran empresa divina para liberar al pueblo fuese lograda por la décima plaga, ¿por qué necesitaron la pascua?
La décima plaga fue un acto deliberado de Dios en juicio final. «Jehová ha dicho así: A la medianoche yo saldré por en medio de Egipto…» (11:4). No hubo ahora un ondear de la vara de Dios. Por primera vez, él toma el juicio en sus propias manos, diciendo: «Yo saldré en juicio y ese juicio vendrá sobre todos por igual». La importancia no salvará a nadie –el primogénito de Faraón morirá. La no importancia no excusará a nadie –»el primogénito de la sierva que está tras el molino» (lo más bajo de lo bajo) también morirá. La divinidad no será ninguna protección –»todo primogénito de las bestias» (aun los toros sagrados de Apis y las vacas de Hathor) será abatido. Todavía en este contexto, «Jehová hace diferencia entre los egipcios y los israelitas» (11:7). Esta diferencia no fue una exención del juicio, sino liberación por sustitución.
Previamente, el Señor había hecho una diferencia, cuando hubo oscuridad sobre la tierra entera: «mas todos los hijos de Israel tenían luz en sus habitaciones». Esa fue una diferencia de misericordia. Sin embargo, ahora que venía el tiempo de juicio del pecado, él no podía excusar a los israelitas, porque ellos también eran pecadores. Cuando Moisés vino a ellos, también rechazaron la palabra y el camino de Dios. Por consiguiente, si el Señor hubiera simplemente trazado una línea demarcatoria, no habría sido justo, pues si condenó en justicia a los pecadores a su mano izquierda, habría sido injusto si hubiese excusado a su pueblo pecador a su diestra.
La diferencia esta vez no debe ser por consiguiente un límite territorial, ni una distinción nacional basada en la diferencia étnica o la herencia tradicional. Fue de hecho una diferencia entre casas que fueron marcadas con sangre y casas que no lo fueron. Esto explica la necesidad de la pascua. Dios debe ser justo cuando salva al pecador, y por eso él hizo el extraño decreto: «Toma un cordero» (12:3). A los ojos del hombre, ésta puede parecer una fantástica insignificancia. ¿Qué tiene que ver un cordero con nuestra esclavitud? ¿Qué relación tiene el tomar un cordero con la injusticia y falta de privilegio que implica nuestra esclavitud?
El lamento de los oprimidos de todas las edades pudo subir con aquellos oprimidos en la tierra de Egipto, preguntando: «¿Qué relación tiene el tomar un cordero con nuestra situación de desesperada necesidad?». La respuesta es que el Cordero es el camino de Dios. Es la provisión fundamental; es el único camino de libertad y justicia; es la única esperanza de una sociedad perfecta –»Toma un cordero».
Esta es la manera de Dios de ser justo y aun el justificador de aquel que cree. Él no puede excusar al pecador, pero él puede, y le provee, una expiación perfecta. En relación a esto, hay cuatro cosas que podemos considerar con respecto a la pascua.
1. El cordero
Al leer las instrucciones dadas a los israelitas en 12:3-6, descubrimos varios factores en relación a este cordero escogido deliberadamente:
i. Número. El cordero tenía que ser equiparado al número así como a las necesidades del pueblo de Dios. Había que hacer un recuento de las personas. «…un cordero según las familias de los padres, un cordero por familia». En esta materia, actuaron en familias. Sin embargo, si la familia era demasiado pequeña para un cordero, entonces los vecinos inmediatos compartirían el cordero –»según el número de las personas». El cordero debía igualar el número del pueblo de Dios. Si en una casa dada el cordero más pequeño que podría seleccionarse fuera demasiado para ellos, entonces debían compartir con sus vecinos inmediatos. El cordero debía igualar al pueblo de Dios en relación a su número.
ii. Necesidades. También había que considerar la capacidad: «conforme al comer de cada hombre». El pueblo de Dios no sólo sería representado en este cordero en su número, sino en sus necesidades. Dios mira a su pueblo en su totalidad y en su individualidad, así que cuando fuese seleccionado un cordero, tenían que ser considerados el número y la necesidad de cada persona. El cordero debe equipararse con el número y las necesidades del pueblo de Dios.
iii. Los requisitos de Dios. El cordero también debe reunir los requisitos del propio Dios: «El animal será sin defecto1» (12:5). La palabra hebrea es una afirmación gloriosa. Significa que ante el ojo discernidor de Dios no debía haber nada que pudiera causar ofensa. Lamentablemente, muchas traducciones la han convertido en una negación: «sin defecto». El cordero debe ser perfecto a los ojos de Dios, para que no sólo represente el número y las necesidades del pueblo, sino también los requisitos del propio Dios.
No había que apresurarse, ni tomar un cordero al azar, sino que debía hacerse una cuidadosa elección. «No abandones el asunto hasta que lo necesites», dijo Dios, «escógelo ahora, mientras tienes tiempo disponible, escoge cuidadosamente mientras pesas todos los factores. Examínalo con atención y asegúrate de que es perfecto, y entonces guárdalo hasta el día catorce». Este cordero, entonces, era igual al pueblo de Dios, era igual a los requisitos de Dios y estaba reservado para su día y hora señalados.
2. La sangre del cordero
El pueblo tenía que tomar este cordero y matarlo. ¡Simplemente así –matarlo! Cuando ellos lo mataran, tenían que tomar la evidencia de la muerte, la sangre. Cuando la sangre corría por el cuchillo dirían: La vida se está yendo, la vida está terminando en muerte. Era una escena dramática. Debían recibir esa sangre en una cubeta, y entonces tomar esa positiva prueba de que una muerte había tenido lugar y pintar el contorno de las puertas.
En el dintel de la puerta y en los postes laterales debían pintar esta evidencia, para que todo el que viera esa casa dijera que había sido visitada por la muerte. Cada padre de familia, preocupado por sus amados, realizaría este rito cuidadosamente, asegurándose que la evidencia de la muerte fuera vista en su puerta y que toda la familia –hijos e hijas, la madre con su bebé en brazos– estuviera segura adentro bajo el resguardo de esa sangre.
Con respecto a esa sangre:
i. Dios es satisfecho (12:13). La sangre satisface a Dios. No dice: «Cuando te vea, pasaré de ti», porque eso sería favoritismo y traería descrédito al justo nombre de Dios. Lo que dice es: «yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto … y ejecutaré mis juicios … y veré la sangre y pasaré de vosotros». Todos ellos estaban en la presencia de un Dios aborrecedor del pecado que detendría sus juicios sólo donde viera que la muerte ya había tenido lugar. «Y veré la sangre…». Hubo algo en esa sangre que satisfizo a Dios.
El primer efecto de su evidencia era hacia el propio Dios y tan poderosamente lo afectó que su ira desapareció y dio lugar a la paz. Era como si él dijera: «Ahora estoy satisfecho en relación a ti y no hay lugar para la ira». Cuando un Dios airado se reconcilia y acepta a un pecador como yo, eso es lo que involucra la frase: «…reconciliando consigo al mundo» (2 Corintios 5:19). La otra palabra de la Biblia que se usa para expresar la satisfacción de Dios es «propiciación». La preciosa sangre alcanza a Dios y lo hace propicio, permitiéndole en justicia cambiar su ira en aceptación.
ii. El pueblo de Dios es asegurado. Este es el otro lado de la misma verdad: «cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir» (12:23). El destructor no podía tocar al pueblo de Dios porque Dios estaba satisfecho acerca de ellos. Note en qué residía su seguridad: «Yo golpearé con violencia a los egipcios» dice Dios, pero él no equilibra eso diciendo que perdonaría a los israelitas. La nacionalidad había dejado de importar. El linaje había dejado de tener algún valor.
Ahora, nada importaba sino el que ellos habían tomado resguardo en un lugar donde la sangre había sido vertida y estaban tan seguros y libres de daño que el juicio no les tocaba. Con juicio a su alrededor, los israelitas no sólo estaban seguros, sino que realmente estaban festejando. Este fue el resultado de aceptar la palabra de Dios. Dios les había dicho que mataran el cordero. Dios les había dicho que tomaran la evidencia y pintaran los bordes de la puerta. Dios les había dicho que se refugiaran allí. Ellos habían obedecido a su palabra y por esta simplicidad de fe en sus promesas de salvación estaban a cubierto de todo mal.
iii. La salvación es por sustitución. Venimos ahora a la tercera gran palabra que explica el secreto de la asombrosa eficacia de la sangre derramada. Es la sustitución. En estas palabras está la esencia de nuestra salvación: propiciación, reconciliación y sustitución. Nosotros vemos la ilustración de ello aquí en Éxodo, pero esto está en armonía completa con el Nuevo Testamento. Lo que Dios hizo por su pueblo en Egipto es lo que él siempre ha hecho hasta este momento, y esto es salvar al pecador por medio de uno señalado para morir en su lugar. La salvación sólo puede ser por sustitución.
«Y se levantó aquella noche Faraón, él y todos sus siervos, y todos los egipcios; y hubo un gran clamor en Egipto, porque no había casa donde no hubiese un muerto». Hermanos y hermanas, escuchen ese clamor. En toda la tierra de Egipto hay un lamento cual nunca hubo antes, porque el luto había entrado en una casa tras otra. Pero agudiza más tu oído, porque hay otro lamento en esa tierra: el grito de triunfo y la canción de fiesta de ellos. En sus casas hay también uno que ha muerto, porque el cordero ha muerto en las casas de Israel. El pueblo está seguro porque la muerte ha tenido lugar. Allí en cada casa, tan dramática y vivamente como en cualquier casa egipcia, hay un cadáver, hay la evidencia del juicio justo de Dios.
Podemos objetar que en las casas egipcias la terrible evidencia del juicio divino consistía en la muerte de sólo una persona, el primogénito. La paridad de razonamiento podría sugerir que la muerte del cordero habría traído también liberación sólo al primogénito en casas de los israelitas. Sin embargo, lo que Dios tenía en mente antes de venir la noche se encuentra en sus palabras: «Cuando hayas vuelto a Egipto, mira que hagas delante de Faraón todas las maravillas que he puesto en tu mano; pero yo endureceré su corazón, de modo que no dejará ir al pueblo. Y dirás a Faraón: Jehová ha dicho así: Israel es mi hijo, mi primogénito». Así, mientras es verdad que el cordero murió por el primogénito, lo que Dios tenía en vista era todo su pueblo como su primogénito. En esto vemos cuán importante era contar el número y las necesidades del pueblo de Dios. Cada cordero tenía que ser cuidadosa y especialmente escogido, porque cada miembro del pueblo de Dios sería representado en él y sustituido por él. El cordero muere por el pueblo de Dios: la salvación es por sustitución.
3. La fiesta del cordero
No era sólo que la sangre del cordero resguardara al pueblo de Dios, sino también que su cuerpo iba a proveerles una fiesta. En esta conexión hay dos verdades importantes que es necesario subrayar. La primera aparece al final del capítulo: «Se comerá en una casa, y no llevarás de aquella carne fuera de ella» (12:46). El cordero sólo puede disfrutarse donde la sangre ha sido vertida. Esto es de gran significación. El cordero es una fiesta sólo para aquellos que están protegidos bajo la sangre. No hay ninguna otra forma en la cual los hombres puedan participar de las bendiciones del Cordero de Dios sino por la sangre de su cruz.
La segunda verdad es que donde el cordero es disfrutado, ese cordero es de total suficiencia para el pueblo de Dios. No sólo sus cabezas fueron numeradas cuando el cordero fue escogido, también lo fueron sus apetitos; todas sus necesidades fueron representadas allí. La provisión de Dios era tal que todas las personas que estaban seguras por la sangre del cordero también podían venir a festejar en torno a ese mismo cordero, sabiendo que todas sus necesidades estaban provistas en ese sacrificio. En la fiesta en el Cordero de Dios está lo que satisface totalmente la necesidad de cada pecador salvado. Ninguna persona redimida es enviada lejos, vacía o hambrienta, porque toda la fiesta es en torno al Cordero.
4. La vida del cordero
Esos que disfrutaron esta fiesta debían hacerlo de una manera particular: «Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente» (12:11). Era una fiesta nocturna, pero ellos estaban vestidos para la mañana: era una fiesta nocturna, pero no era una cena, sino un desayuno. Lo comieron por la noche pero lo comieron en preparación para el nuevo día: no era una preparación para dormir, sino un preliminar para la peregrinación. Cuando compartieron la fiesta, ellos se comprometieron para una peregrinación.
Ellos comieron como los que eran preparados para la acción; comieron como aquellos que se comprometieron para ir caminando con Dios; lo comieron como aquellos sobre los cuales había una urgencia para empezar en seguida. Sus lomos se ciñeron para la acción, su calzado y su bordón eran símbolos de su peregrinación, y la urgencia y prisa de su forma de comer sugerían que estaban bajo el apremio de empezar en seguida. El comer del Cordero de Dios compromete al pueblo de Dios a un cierto estilo de vida. (Continuará).
De «Toward the Mark» Ene – Feb., 1978.