Revisando una realidad espiritual que el lenguaje humano no alcanza a describir.
A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, me fue dada esta gracia de anunciar entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo”.
– Efesios 3:8.
El lenguaje de Pablo
El significado de este mensaje es de una envergadura tal que no alcanzamos a dimensionar. Cuando el apóstol Pablo escribe esta carta, usa varias expresiones superlativas, que hablan de una grandeza superior, algo que el lenguaje humano no alcanza a expresar. Una palabra no es suficiente para encerrar todo el significado de esa realidad espiritual.
En muchas ocasiones, el apóstol reúne dos conceptos para aludir a esta grandeza indescriptible por el lenguaje humano. Esto es de una tremenda ayuda para nosotros. Por ejemplo, esta misma frase, «las inescrutables riquezas de Cristo», es un superlativo que Pablo usa para describir las riquezas del evangelio.
Otra expresión que también usa en la carta a los efesios es «las abundantes riquezas de su gracia». Es la misma idea. No es suficiente decir «las riquezas de su gracia», o «la abundancia de su gracia». Porque realmente el evangelio que tenemos en nuestras manos y en el cual hemos creído no es algo de poca valía; es el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
Pablo y su ministerio
Antes de ahondar en esta idea de las inescrutables riquezas de Cristo, revisaremos lo que Pablo dice de sí mismo sobre este ministerio que le fue dado. Por ejemplo, en Efesios 1:1, Pablo se señala a sí mismo como «Pablo, apóstol de Jesucristo». Más adelante, en la misma carta, él se define de otro modo. «Por esta causa yo Pablo, prisionero de Cristo Jesús por vosotros los gentiles» (Ef. 3:1). No solo un apóstol, sino también un prisionero de Cristo.
Noten lo interesante de esa expresión. Él escribe esta carta desde la cárcel. Pero miren cómo Pablo se ve en estas circunstancias adversas. Por sobre todo lo que está viviendo, hay una realidad espiritual mucho mayor: él no es prisionero de Roma, sino prisionero de Cristo Jesús.
Que este sentir también esté en todos nosotros. No somos prisioneros ni de la realidad ni de los problemas que hoy tengamos. Muchos de los conflictos que hoy vivimos son dados por la providencia de Dios para enseñarnos, para alentarnos, para disciplinarnos o corregirnos. Más allá de las circunstancias, vivimos en una realidad espiritual que es mucho mayor.
Pablo se define también como «ministro» del evangelio (v. 7). La palabra ministro aquí, es diácono. Un diácono es alguien que está al servicio de otros. Él no vela por sí mismo, sino por los intereses de los demás. Pablo deja muy claro que él es un diácono al servicio del evangelio de Jesucristo.
Y la última expresión está en Efesios 6:19-20, donde Pablo declara: «…a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas». «Pablo, apóstol de Jesucristo … prisionero de Cristo … ministro … embajador en cadenas». ¡Qué forma de definirse a sí mismo! Lamentablemente hoy, en algunos ambientes cristianos, son usados estos nombres, como apóstol o ministro, con el carácter de títulos nobiliarios. ¡Qué distorsión!
Cuando Pablo hablaba de esto, no era para ponerse en un sitial alto, sino para recordarse a sí mismo quién era él en relación a este glorioso evangelio. Lo que nos fue confiado a nosotros, lo que tenemos en nuestro corazón, no es algo menor. No es simple filosofía ni un conjunto de creencias sobre algo o sobre alguien. Lo que nos fue encomendado es el evangelio de las inescru-tables riquezas de Cristo.
El evangelio es Cristo mismo. Cristo es el evangelio, él es las riquezas de Dios. Por lo tanto, conviene que veamos bien cuál es nuestra posición frente a este evangelio; en primera instancia, en función de aquellos que lo predican, pero también para todos nosotros, porque todos hemos sido llamados a anunciar este evangelio glorioso.
Damos gracias al Señor, porque él, en su sabiduría, quiso confiarnos a nosotros –hombres y mujeres frágiles, llenos de imperfecciones– las riquezas de su evangelio.
El solo hecho de pensar esto debería conmover nuestro corazón. ¿Quiénes somos nosotros, para que el Señor nos haya hecho depositarios de estas riquezas incalculables? Deberíamos humillarnos ante su presencia, porque no hay ninguna lógica humana en que tú y yo hayamos sido elegidos para esto, pero Dios lo quiso así.
El perfil de un siervo
Ser apóstol, ser ministro, ser prisionero de Cristo, ser embajador en cadenas, son cuatro expresiones que tienen un significado común. Este es la palabra siervo. Un siervo es un esclavo, y esta condición demanda cumplir un solo requisito: la obediencia. Un siervo debe ser obediente.
Si un siervo toma decisiones según su propio parecer, deja de ser un siervo. Jesús, en los días de su carne, tuvo la posibilidad de tomar una vía paralela a la que el Padre había señalado. Recordémosle en el monte de la transfiguración, hablando con Moisés y con Elías acerca de «su partida» (Luc. 9:31). En esa hora, él pudo haber ascendido a los cielos. O cuando dijo: «Padre, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mat. 26:39).
Si Jesús hubiese tomado un camino paralelo, decidiendo por sí mismo, habría dejado de ser el Siervo de Dios. Pero él no tomó ninguna decisión por su propia cuenta, pudiendo haberlo hecho. Antes bien, él hizo todo lo que el Padre le señaló. Esta es la señal de un siervo.
Nosotros somos siervos de Dios. Por lo tanto, el rasgo que debería primar en nosotros es este mismo: la obediencia – la obediencia al Señor y a su glorioso evangelio. Que el Señor nos socorra en esto, para que podamos anunciar el evangelio glorioso en esta calidad de siervos suyos.
En Romanos 15:15-16, Pablo explica lo que él concibe como este ministerio que le fue dado: «Mas os he escrito, hermanos, en parte con atrevimiento, como para haceros recordar, por la gracia que de Dios me es dada para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios, para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo».
Quiero dejar una idea en sus corazones, que puede ser de mucha ayuda para entender el ministerio desde esta mirada.
El hermano Raymond Calkins escribió un libro llamado El Romance del Ministerio (1947). Al hablar de Romanos 15:15-16, él dice que, de seguro, lo que Pablo tenía en mente allí era la figura del sacerdote oficiando el sacrificio, con la daga en la mano, dando los cortes precisos para que aquella ofrenda fuese agradable a Dios.
Nosotros, como ministros del Señor, y en especial ministros de la palabra, no podemos tomar este asunto a la ligera. Cada vez que predicamos este evangelio glorioso, en el fondo, también este es un sacrificio que debe ser agradable a Dios. Y para eso, tenemos que saber usar bien la palabra de verdad.
Riquezas inescrutables
Volvamos a la cita inicial. Cuando Pablo habla de las inescrutables riquezas de Cristo, de alguna forma, él está diciendo con toda claridad en qué consiste el evangelio. La temática es «las inescrutables riquezas de Cristo». Esto puede parecer obvio. Pero, ¿por qué lo decimos así? Porque el evangelio no podemos mezclarlo con otros temas, porque al hablar así estaríamos diciendo que el evangelio no es suficiente.
La palabra «inescrutables» habla de un evangelio que no alcanzamos a comprender en su totalidad. Es un depósito profundo que no tiene límite. Que el Señor nos ayude a entenderlo. Esto debería también darnos confianza plena en el Señor porque, si el evangelio habla de riquezas inescrutables, entonces, sin duda, en él hallaremos todo lo que necesitamos.
El evangelio es suficiente. Todas las respuestas a todas las interrogantes del hombre están en el evangelio – en Cristo mismo. Por lo tanto, ahondar en este tema y tratar de buscar en estas profundidades, es algo que debería estar siempre en nuestro corazón. Leer las Escrituras, inquirir en ellas, investigar lo que el Señor nos quiere decir, es algo que tienen que hacer no solo quienes predican la palabra, sino todos nosotros, porque allí están las riquezas inescru-tables del Señor.
La sabiduría divina
Al hablar de estas riquezas, podemos decir: ¿Por dónde comenzar? Hay un versículo que nos ayudará a entender de manera general en qué consisten estas riquezas inescruta-bles. «Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención» (1 Cor. 1:30). Este pasaje es una respuesta, y también una ayuda.
No alcanzaremos a tratar estos cuatro puntos; solo veremos el primero de ellos. Una de las riquezas del evangelio es la sabiduría, y no cualquier tipo de sabiduría, sino la sabiduría de Dios. En los versículos 18 al 29, el apóstol Pablo expone claramente la oposición entre la sabiduría del mundo y la sabiduría divina. Y concluye diciendo en el versículo 30 que, en los creyentes, Dios ha hecho de Cristo nuestra sabiduría.
Es interesante esto, porque Pablo dice que antes éramos necios. Pero hoy podemos actuar como sabios; sabios, no en nuestra propia opinión, sino en la sabiduría que Dios nos ha dado en Cristo Jesús.
Buscando el significado de la palabra sabiduría, hay algunas acepciones interesantes. Una de ellas dice que sabiduría es seriedad y prudencia adecuada en la relación que establecemos con las personas que no son creyentes; es habilidad y discreción en transmitir la verdad cristiana. Cuando Cristo es nuestra sabiduría, esta sabiduría nos hace ser personas serias y prudentes en nuestra relación con los inconversos, habilitados para anunciar con discreción la verdad cristiana.
El mundo en el cual nos desenvolvemos es distinto al de ayer; por lo tanto, necesitamos ser sabios a la hora de poder entregar la preciosa verdad del evangelio. Y esta sabiduría no la hallaremos sino en Cristo, en la vida de Cristo en nosotros. Cristo haciendo las cosas en nosotros y por nosotros; él es la sabiduría de Dios.
En el sentir de entregar el evangelio de las inagotables riquezas de Cristo, Pablo dice que, para los griegos, la sabiduría de Dios es locura. Cuando se les predicaba el evangelio, ellos no podían concebir, en su lógica, cómo alguien podía ser el Salvador del mundo, si había muerto de manera tan ignominiosa, como un maldito. Eso no calza en la lógica humana. Para los griegos, para los gentiles y para los intelectuales de hoy, es una locura; pero para nosotros es sabiduría y poder de Dios.
Esta sabiduría divina se expresa de una forma ilógica para el mundo, mas nosotros somos llamados a usar esta sabiduría de Dios en la predicación del evangelio.
Por ejemplo, cuando el Señor habló de llevar una carga no solo una milla, sino dos, ¿qué sentido tenía eso? Por ley, cualquier romano, en la calle, podía obligar a cualquier persona que no poseyese esta ciudadanía a llevar su carga una milla. Pero Jesús les dice a sus discípulos que no solo deben cumplir esa ley, sino llevar la carga una milla más. ¿Por qué? Porque en esa segunda milla está la posibilidad para que realmente le muestres a Cristo a aquel hombre. Una milla era lo correcto, lo establecido; pero la otra era algo inesperado para aquél, la posibilidad de oír hablar de este evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo.
Un testimonio dramático
Días atrás leí un testimonio muy impactante en relación con lo que estamos diciendo.
Evangelina Booth, hija del fundador del Ejército de Salvación, iba pasando por las puertas de un juzgado, cuando vio venir una mujer, aparentemente muy peligrosa, esposada y custodiada por seis policías.
La joven se preguntó qué podría hacer por ella. ¿Podía orar? No había tiempo. ¿Cantar? Sería absurdo. ¿Darle dinero? Menos. Y entonces, cuando la prisionera pasaba a su lado, ella la besó en la mejilla. La mujer, asombrada, exclamó: «Dios mío, ¿quién me besó?».
Más tarde, Evangelina Booth fue a la cárcel y habló con la alcaide. Ésta le dijo: «Creemos que ha perdido la razón. No hace nada más que caminar en su celda, preguntándome cada vez que entro a su celda si sé quién la besó». «¿Me dejaría entrar y hablar con ella?», preguntó la hermana. «Yo soy su única y mejor amiga».
Al verla, la prisionera dijo: «¿Sabe usted quién me besó?». Y entonces le contó su historia. «Cuando yo era una niñita de siete años, mi madre viuda murió, muy pobre, en la oscuridad de un sótano. Allí, muriendo, ella tomó mi cara en sus manos, me besó y me dijo: ¡Mi pobre hijita, mi hijita desamparada! ¡Oh Dios, ten piedad de mi hijita; y cuando ya no esté yo, protégela y cuídala! Desde ese día nadie jamás me dio un beso en la cara hasta hace poco». Entonces volvió a preguntar: «¿Sabe usted quién me besó?». Evangelina dijo: «Fui yo; pero no quiero hablar de mí, sino de Alguien que te besó en mi lugar».
Aquella mujer se convirtió a Cristo ese día. Y después, en la prisión, ella fue el medio de salvación para muchos otros que habían caído tan bajo como ella. ¿Cómo se inició aquello? ¿Fue una gran predicación la que ella oyó? Lo que a ella le tocó el corazón fue aquel beso en la mejilla.
¿Dónde está escrito todo lo que debemos hacer? ¿Hay alguna norma que nos diga que tenemos que hacer esto o aquello? ¿Hay alguna ley que describa la forma de entregar el evangelio? No. Aquello fue la expresión pura de la vida de Cristo en una creyente. Al pasar junto a la prisionera, esa vida de Cristo irrumpió con poder, con gracia y con sabiduría. ¡Eso es sabiduría de Dios!
Dios es sabio, él sabe hacer todo de manera perfecta. Si tan solo nos abandonamos en los brazos del Señor, para que su vida fluya, ¡cuántos casos como éste y otros tendríamos como testimonio entre nosotros! El Señor nos socorra para desechar nuestros prejuicios y permitir que aflore la vida de Cristo.
El anhelo permanente de Pablo
En Filipenses 3:8-10, el apóstol Pablo tiene algunas frases de mucha importancia en relación a este evangelio glorioso. «Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte».
Esta riqueza del Señor que es su sabiduría la podemos obtener en Cristo, pero teniendo en consideración esto, que era un deseo permanente en el corazón de Pablo, y que nunca abandonó en toda su vida. ¿Cuál es este deseo? «Para ganar a Cristo … y ser hallado en él … a fin de conocerle».
¿Qué está queriendo decir Pablo aquí? Para entenderlo bien, debemos considerar también que esta es una carta que él escribe no en el principio de su ministerio, sino casi al finalizar su vida. Pero, ¿cuál es el deseo que permanece en su corazón? ¿Qué es lo que más anhela en su vida? Ganar a Cristo, ser hallado en él, y conocerle. Parece paradojal cómo, el apóstol a los gentiles, a quien Dios le reveló cosas inefables que ningún ojo humano ha podido ver, al final de sus días, tiene el mismo anhelo que al principio.
Alguien podría pensar que Pablo ya conocía lo suficiente, ya sabía demasiado, tenía en su corazón y en su mente tanta revelación. Él podría haber dado gracias a Dios por la revelación recibida, y quedarse hasta allí. Pero no fue eso lo que él dijo; él continúa con el mismo deseo que al inicio.
Hay algo interesante que dice Pablo aquí. «Ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida». Noten esa expresión. Él no dice: «estimaba», sino «aun estimo». ¿Qué percepción del mundo tenía él? Era un mundo en el cual no quería participar, era basura. Y al final de sus días, aún pensaba lo mismo.
Nuestra realidad hoy
A veces pienso que, conforme pasa el tiempo en nuestro caminar cristiano, nuestra percepción del mundo ha ido cambiando. No es como al principio. Cuando nos convertimos al Señor, hicimos una separación completa y absoluta. No queríamos nada del mundo; solo a Cristo. Por él, podíamos hacer cualquier sacrificio, porque lo amábamos de corazón. Él ocupaba el lugar principal en nuestra vida.
¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Podemos decir como Pablo: «Aún estimo todo como pérdida, para ganar a Cristo»? ¿Es ese el deseo de nuestro corazón hoy, o el mundo nos ha persuadido de que no es tan malo y que nos podemos tomar licencias, pues la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado?
Tenemos este evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo en nuestras manos; el Señor nos ha dado esta gran responsabilidad. No es para jugar a ser cristianos. Necesitamos prepararnos, nutrirnos de la Palabra, para salir al mundo y hablar de este glorioso evangelio que hemos recibido. Que nosotros también podamos decir: «Señor, aún estimo el mundo como basura, para conocerte a ti y ganarte a ti».
Alguien podría pensar: «Tenemos ya tantos años de retiros, estudios y conferencias; siempre lo mismo». Pero estamos hablando de las inescrutables riquezas de Cristo. No tenemos otro tema – solo Cristo. Por tanto, Cristo debe ocupar hoy, en nuestro corazón, el lugar que él tenía cuando recién lo recibimos.
¿Estamos dispuestos de todo corazón a perder las riquezas del mundo con tal de tener este único objetivo en nuestra vida? Porque conocer a Cristo, ser hallado en él y ganarlo a él, es conocer el evangelio de las riquezas insondables de Cristo.
Esto no es solo teología o doctrina – el evangelio es vida. El evangelio es Cristo mismo; él es nuestra sabiduría. El Señor nos socorra en esto, y continúe hablándonos al corazón con firmeza, para que podamos ser fieles ministros del Señor y de su evangelio glorioso.
Si un ministro terrenal, en el mundo, tiene bajo su administración millones de dólares, y es responsable de eso, tú y yo somos ministros que tenemos a nuestro cargo mucho más que eso. Tenemos la responsabilidad que Dios, en su gracia, quiso darnos. No nos preguntemos por qué, pero él quiso que tú y yo seamos administradores de estas inescrutables riquezas de Cristo.
¿Qué estamos haciendo hoy con estas riquezas? ¿Las conocemos? ¿Nos interesa de verdad conocerlas en profundidad? ¿Nos interesa tener con el Señor una comunión mayor de la que hoy tenemos, para comprender mejor estas riquezas y así poder dispensarlas a otros?
El Señor viene pronto. ¡Gloria al Señor! Que nuestro corazón sea conmovido, porque tendremos que dar cuenta ante él de lo que hemos hecho con estas inescrutables riquezas suyas. Amén.
Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2019.