Ha pasado un día desde la entrada triunfal del Señor en Jerusalén. El Señor va saliendo ahora de Betania, y tiene hambre. Entonces ve una higuera, pero no encuentra en ella frutos, sino hojas. Entonces él la maldice, aunque no es tiempo de higos (Mar. 11:12-14). Esta, sin duda, es una respuesta sorprendente del Señor. Por eso, este pasaje ha sido interpretado de diversas formas. Probablemente todas ellas tengan su valor y aplicación. Pero veamos qué nos dice a nosotros hoy.
Dios representa en la higuera a su pueblo. Israel primero, y también, en algún sentido, nosotros. ¿En qué? Las hojas dan un buen aspecto a un árbol. Ellas conforman un follaje atractivo a la vista. Puede ser tan agradable que un pintor se inspire en ella para crear un gran cuadro. O puede ser motivo para que un poeta escriba versos maravillosos. Este es el valor visual, estético, de una higuera. Pero en la hora que se tiene hambre, de nada sirven las hojas.
La higuera, llena de hojas pero sin fruto, es una vida con una religiosidad externa, sin vida interior. La vida cristiana puede transformarse a veces en un asunto decorativo, en una expresión externa de moral y buenos hábitos, o de una correcta enseñanza formal para los hijos. Puede ser una sana costumbre, o una tradición transmitida de padres a hijos, pero si solo es eso, es como una higuera con hojas, pero sin higos.
El Señor Jesús fue muy severo con los fariseos, que tenían solo una apariencia exterior, pero sin vida interior. Los comparó a sepulcros blanqueados, que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos. O como un vaso limpio por fuera, pero sucio por dentro. «Vosotros por fuera os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad» (Mat. 23:28).
La función primordial de la higuera es alimentar, así como la de la sal es salar, y la de la luz, alumbrar. Así, la función primordial del cristiano es ser una antorcha en medio de un lugar oscuro, la cual no solo alumbra, sino que arde (ver Juan 5:35). No solo con brillo exterior, sino con un compromiso interior. El cristiano está llamado a dar fruto para Dios:«Os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca» (Juan 15:16).
El cristiano no solo debe dar fruto ocasionalmente (como la higuera), sino en todo tiempo. Eso es lo que nos dice el hecho de que el Señor haya maldecido la higuera pese a que no era tiempo de higos. ¿Hojas o higos? ¿Apariencia u obras de verdadera justicia?
Este episodio de la higuera nos enseña también que hay hambre espiritual, que hay necesidades que atender. En tal caso, de nada sirve un cristianismo estético, inútil, sino uno eminentemente práctico. Los hombres tienen sed, y solo pueden darles de beber quienes tienen un río fluyendo dentro de sí. Los hombres tienen hambre, y solo pueden saciarles quienes tienen frutos, y no hojas. Estas son las lecciones de la higuera para nosotros, hoy.
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