Cuando yo tenía cinco años, mi bisabuela vivía con nosotros en una casa grande estilo victoriano, en San Francisco. Ella tenía 92 años de edad, y estaba débil y casi inválida. Pero pasaba mucho tiempo leyendo la Biblia en su habitación. Su versículo favorito era Isaías: “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán” (40:31).
La abuelita no podía caminar sin ayuda. En esas raras ocasiones, cuando se aventuraba a salir de su habitación, arrastraba los pies lentamente, y se balanceaba apoyándose con cuidado en los espaldares de las sillas. Su habitación estaba junto a la cocina, donde mamá por lo regular cocinaba en un fogón de leña y revolvía una cazuela de estofado o de frijoles.
Cierto día, yo estaba sola en la cocina, y el fogón ya estaba encendido. A menudo yo observaba cómo mamá echaba kerosén para comenzar a encender el fuego. Las llamas saltaban en un caleidoscopio de colores brillantes. Pensé que podría tratar de echar un poco. Empujé un banquillo cerca de la cocina y me subí. Volteando la botella de kerosén vacilantemente con una mano, abrí la tapa con la otra. Mientras me inclinaba para echar el líquido, la parte inferior de mi vestido tocó la superficie del fogón y agitó las llamas.
Justo en ese momento, la abuelita entró. Una mirada le bastó para darse cuenta del peligro en que yo estaba. Atravesó volando la cocina, me quitó la botella de kerosén y me bajó del banquillo. ¡Ese día realmente voló como un águila!
Cookie Porter, en «Milagros de Sanidad»