Las últimas conmovedoras palabras de quienes murieron por Cristo.
Anne Audebert, la mártir francesa, fue quemada en 1549. Cuando la cuerda fue enrollada en su cuerpo, ella la llamó «cinta de matrimonio», por medio de la cual se unía a Cristo. Mientras sufría la horrible muerte, ella dijo: «Un sábado me casé por primera vez, y un sábado me estoy casando de nuevo».
Catelin Girard fue la mártir valdense de Revel que fue quemada en 1500. Mientras estaba siendo preparada para morir, ella pidió a la persona que la amarraba con cuerdas que le diese una piedra; su pedido fue rechazado porque tuvieron miedo de que tirase la piedra a alguien. Girard dijo que quería la piedra sólo para ilustrar sus últimas palabras; y entonces se la dieron. Mirando intensamente la piedra, dijo: «Cuando sea posible al hombre comer y digerir esta piedra, la fe por la cual estoy a punto de morir tendrá fin».
Hugo Laverlock era anciano, un poco cojo y obligado a usar muletas. Durante las persecuciones puritanas del siglo V, Laverlock y un ciego de nombre Apprice fueron llevados juntos a la hoguera. Cuando las llamas comenzaron a subir, Laverlock dijo a su compañero: «Tenga buen ánimo, amigo, pues mi Señor es un buen Médico. Él nos sanará en breve; a usted de su ceguera, y a mí, de mi cojera».
John Ardley fue uno de los martirizados de Bonner, que envió a centenares de cristianos a la hoguera. Brutal en extremo, Bonner intentó describir a Ardley el terrible sufrimiento de los que morían quemados, y cuán difícil sería soportarlo. Ardley, que no era del tipo de los que se retractan, dijo: «Si yo tuviese tantas vidas como cabellos tengo en mi cabeza, las perdería todas antes de perder a Cristo».
William Jenkyn murió martirizado en Newgate a los 72 años. Mientras oraba en compañía de amigos, él fue apresado y echado en una celda. Cuando los médicos dijeron que su vida estaba en peligro a causa de su encierro, y pidieron que fuese libertado, el rey James II replicó: «Jenkyn quedará preso mientras viva». Poco después él murió, y un noble dijo al Rey: «Majestad, Jenkyn está libre». El Rey respondió: «¿Y quién le dio la libertad?». El noble respondió: «Alguien mayor que su Majestad, el Rey de reyes».
San Lorenzo, de quien se cuenta que fue asado vivo en una parrilla cerca del año 258, dijo bromeando: «Este lado ya está bien asado, dénme vuelta, prueben y coman; y vean si es crudo o cocido que mi sabor es mejor».
Ignacio, en la arena, ante los leones que lo atacaban, dijo: «Soy el trigo de Cristo, voy a ser destrozado por los dientes de las fieras salvajes, para que pueda tornarme en un pan completamente puro».
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