El Espíritu Santo nos dice que somos una generación privilegiada.
Lecturas: Juan 14:15, 26; 15:26; 16:7.
Parakletos
El evangelio de Juan, en su versión original en griego, tiene palabras que, entre los evangelistas, solo registra el apóstol Juan. Una de ellas es Parakletos, utilizada por el Señor Jesucristo para referirse al Espíritu Santo, traducida en la versión Reina-Valera como Consolador.
Esta palabra, en español, tiene varios significados. Cada una de sus acepciones es una forma de identificar cómo el Espíritu Santo se relaciona con la iglesia. Ellas son: aliado o amigo fiel, consejero, abogado o amigo del acusado, ayudador, consolador o confortador, y exhortador. Cada concepto es un rasgo atribuible al Espíritu Santo en su persona y en su obra.
El Espíritu Santo cumple estas funciones en la iglesia, para obtener un corazón de novia, preparada para el día de las bodas del Cordero, formando el carácter de Cristo en nosotros. El Espíritu Santo vino para hacer que todas las cosas sean reunidas en Cristo, comenzando por nuestro corazón.
Aliado o amigo fiel
A través de su muerte en la cruz, su resurrección y su ascensión, y el derramamiento del Espíritu Santo, el Señor Jesús estableció una nueva alianza o pacto con el hombre. Esa nueva alianza tiene una promesa, una dádiva – el Espíritu Santo.
Hechos capítulo 2 dice que Cristo, exaltado a la diestra de Dios, recibió la promesa del Espíritu Santo y derramó aquello que ocurrió en el día de Pentecostés, y que está activo hasta el día de hoy en nuestros corazones. El Espíritu Santo es la promesa de esta alianza, que aparece detallada a lo largo de todas las Escrituras. Leamos Hebreos capítulo 8 para ver algunos énfasis de esta nueva alianza, y descubrir cómo es que el Espíritu Santo nos trae la realidad de este nuevo pacto, y cómo él llega a ser nuestro aliado.
«Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades» (Heb. 8:10-12).
Tres actos
Esta es una síntesis de la nueva alianza que el Señor estableció con su iglesia. La promesa de esta alianza es el Espíritu Santo, detallada aquí en tres actos. Primero: «Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré». El Espíritu Santo fue derramado como un aliado nuestro, para grabar la palabra de Dios en nuestra mente y en nuestro corazón. De manera que no dependemos de la letra, sino de esta palabra revelada por medio del Espíritu Santo de la promesa. Una de las marcas del Nuevo Pacto es que el Espíritu Santo transforma la palabra en vida y en Espíritu, para edificar la iglesia.
Segundo: «…y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo». El Espíritu, como nuestro aliado, comunica a nuestro corazón un sentido de pertenencia. Cuando creímos, él nos selló, y nos comunicó la pertenencia a Dios. Ese sello garantiza que Dios cumplirá su obra en nosotros.
El Espíritu Santo nos ha comunicado este sentido de pertenencia. Esto confirma que él está habitando en nuestro corazón. Aquellos que tienen el Espíritu de Dios se reconocen como hijos de Dios, y tienen la confianza de decir: ¡Abba, Padre! Porque pertenecemos a Dios, sabemos que somos de él y que él es nuestro.
Tercero: «Ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán». El Espíritu Santo, nuestro aliado, nos transmite la revelación de Cristo resucitado y exaltado a la diestra de Dios. Él trae la palabra escrita y la enseña como una realidad a nuestro corazón, no un conocimiento doctrinal, sino un conocimiento experimental del Dios vivo.
Esta alianza es un sello del amor de Dios. El Espíritu Santo, como un aliado y amigo fiel, es la marca del amor de Dios. Él es el Espíritu de amor, comunicándonos el amor de Dios.
Dios mismo es amor, de manera que el propio Espíritu Santo es amor. «Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado» (Rom. 5:5).
El Espíritu Santo viene para habitar en nuestro corazón y comunicarnos todo lo de Dios. En nuestra carrera cristiana, necesitamos ser llenos del Espíritu y manifestar su amor. Como el Espíritu de amor, él nos comunica aquellos rasgos que Pablo describe en 1ª Corintios 13. «El amor es sufrido, es benigno… no se irrita, no guarda rencor…» (v. 4-5). Una marca del Espíritu Santo es un carácter afable, amoroso, noble, tolerante, respetuoso, paciente.
Consejero
El Espíritu Santo también se relaciona con la novia como su consejero. «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios» (Rom. 8:14). La palabra hijos, aquí, alude a los hijos maduros de Dios, cuyo rasgo distintivo es ser guiados por el Espíritu. Esta guía no es solo en cosas puntuales. Él busca en nuestro corazón una plena rendición a su soberanía en nuestra vida. Esta soberanía se debe recibir en nuestro corazón por fe, y por obediencia a la Palabra.
¿Cómo funciona este ministerio del Espíritu Santo? El apóstol Juan dice: «Pero la unción que vosotros recibisteis de él permanece en vosotros, y no tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas, y es verdadera, y no es mentira, según ella os ha enseñado, permaneced en él» (1ª Juan 2:27).
La unción es el propio Espíritu Santo. Él es el aceite de la unción. El Espíritu ha venido a nuestro corazón como un Maestro. Esa enseñanza está de la mano con la disciplina y con la palabra del Espíritu Santo. Es lo que forma corazones obedientes en nosotros.
Espíritu de obediencia
«…el Espíritu Santo, el cual ha dado Dios a los que le obedecen» (Hech. 5:32). Aquí hay un principio espiritual. El Espíritu Santo es dado a los que obedecen. No habrá llenura del Espíritu sin una disposición a obedecer Su palabra. La Palabra obedecida nos da garantía de que vamos creciendo en el Espíritu.
Cuando recibimos el Espíritu, recibimos con él toda la capacidad para poner en práctica la obediencia. Aunque la rebeldía siempre está presente en nuestra carne, hay ahora algo nuevo que nos habita. El Espíritu de obediencia nos permite hoy rendirnos a la voluntad del Señor.
Esto se ejercita por fe. Cuando recibimos una instrucción del Espíritu, una enseñanza de la unción, no nos queda alternativa sino rendirnos a ella, y encontrar en Dios la gracia para obedecer. La obediencia no es algo lejano para los creyentes, porque el Espíritu nos capacita. Y en la medida que avanzamos en esa experiencia, avanzamos también en el conocimiento y la experiencia del Espíritu Santo.
¿Cómo opera la unción? Esa enseñanza interior siempre debe estar respaldada por la Palabra escrita, y juntamente con ella, respaldada por el testimonio del cuerpo de Cristo.
Debemos juzgar nuestro corazón, porque la carne tiende a imitar al Espíritu. Para eso, el Señor ha puesto tres señales seguras: la unción que nos enseña todas las cosas, la palabra de Dios, y el testimonio del cuerpo de Cristo. Así el Espíritu Santo opera en nuestro corazón y nos va enseñando todas las cosas.
El liderazgo efectivo del Espíritu Santo comienza a ocurrir cuando nos rendimos plenamente en obediencia a su guía. Él siempre nos aconsejará con la Palabra, exhortándonos, advirtiéndonos, alentándonos, para que persistamos en hacer bien, con los ojos puestos en Cristo. Esa es una señal segura de que somos conducidos por el Espíritu Santo.
Abogado
El abogado es el amigo del acusado. El Espíritu Santo nos trae la realidad de aquella intercesión que Jesucristo hace a la diestra de Dios. Refiriéndose al Parakletos, el Señor Jesús dice: «Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador» (Juan 14:16), es decir, «otro igual a mí, otro de la misma calidad».
Ahora, físicamente, nuestro Señor Jesucristo está como un Hombre exaltado a la diestra de Dios. Y nosotros, estamos aún en este escenario terrenal, en la tensión entre lo que es y lo que será. «Ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser» (1ª Juan 3:2). Y en esa tensión, aún estamos sujetos a debilidades; aún involuntariamente podríamos pecar delante del Señor.
Por eso, necesitamos la intercesión de Jesucristo como nuestro abogado a la diestra de Dios. Él presenta la vigencia de su sangre derramada en la cruz del Calvario. Y el Espíritu Santo como abogado, en la tierra, nos comunica al corazón la paz de Dios. Cuando recibimos la paz de Dios por el perdón de nuestros pecados, el Parakletos está cumpliendo una función preciosa, transmitiéndonos la consolación que viene desde el mismo trono de Dios.
Esto demanda de nosotros la responsabilidad de cuidar nuestras conciencias. ¿Qué significa esto? Una de las funciones del espíritu humano es la conciencia. Ella es como una ventana, que cuando está limpia deja pasar la luz del cielo, comunicando la realidad del cielo a nuestro interior. Pero, cuando la conciencia está endurecida por el pecado, esa luz se opaca, y la comunión con Dios se interrumpe. Y esa es una gran traba para que el Espíritu Santo pueda llenar a la iglesia.
El Espíritu Santo es un abogado, comunicándonos la eficacia de la sangre de Cristo, en la medida que confesemos nuestros pecados. Esto es algo tan básico, pero tan necesario. Todos los días necesitamos arrepentirnos delante de Dios. Cuando más luz recibimos de la Palabra y del Espíritu, más conciencia tenemos de cuán pecadores somos. Por eso necesitamos del Parakletos que nos comunica la paz de Dios; de lo contrario, nuestras conciencias no descansarían jamás.
Ayudador
«Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rom. 8:26). Una iglesia llena del Espíritu es una iglesia que ora eficazmente. Nosotros no sabemos pedir como conviene; pero tenemos al Espíritu como ayudador en nuestra debilidad.
La oración que aparece aquí está vinculada al contexto anterior. El versículo 26 comienza diciendo: «De igual manera». Entonces debemos retomar del versículo 18 en adelante. ¿Qué es lo que hace gemir al Espíritu Santo?
«Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios… Porque sabemos que toda la creación gime a una… y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8:19, 21-23).
Esa oración que nosotros no sabemos cómo hacer se vincula estrechamente con el propósito de Dios. A causa de la caída, la creación fue sujeta a esclavitud. Sin embargo, la redención del Señor no involucra solo el perdón de pecados, sino que él va a llevar adelante un propósito que determinó en la eternidad.
Dios ha entregado el Reino en manos del Señor Jesucristo, como el varón aprobado por Dios; pero también lo ha dado a la iglesia, aquella que está preparada para reinar juntamente con el Cordero. Y ella tiene un gemido en el corazón: esperar la manifestación, la libertad gloriosa de los hijos maduros de Dios. El Espíritu Santo ha de conducirnos para poder orar correctamente, en virtud de este objetivo.
Esto debe gobernar cada una de las necesidades que se presentan en nuestras reuniones de oración. Ana, la madre de Samuel, es un buen ejemplo de esto. Ana fue a orar por una necesidad terrenal: ella quería un hijo. Pero, junto con ello, el Espíritu Santo toca su corazón, y convierte su necesidad personal en una necesidad de Dios, en tiempos donde escaseaba la profecía y donde la visión era escasa.
Nosotros no vivimos tiempos diferentes. Encontrar la palabra verdadera del Señor es hallar joyas raras, es realmente una misericordia del Señor en los tiempos que vivimos. La oración que está de acuerdo con el Espíritu cooperará con el propósito de Dios en tiempos difíciles; transformará nuestras necesidades, que el Espíritu dispone circunstancialmente, para que cooperen con el propósito de Dios.
«Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien» (Rom. 8:28). ¿A cuál bien? Al propósito eterno de Dios, al bien de Dios, no a nuestro propio bien, aunque nosotros también somos beneficiados, en la medida que el propósito de Dios va avanzando en nuestra generación.
El Espíritu Santo debe enseñarnos a orar para cooperar con el propósito de Dios y alcanzar la plenitud de nuestro llamamiento. Él nos está llamando celosamente a ser de aquellos que permanecen fieles, llenos del Espíritu, que han guardado sus vestiduras y siguen al Cordero dondequiera que él va.
Si nuestro corazón está comprometido con él, oraremos también para que el Espíritu Santo nos dé la conciencia de quiénes somos nosotros. La iglesia es el único vehículo a través del cual el cielo puede ser traído a la tierra, la única vía mediante la cual es posible desatar la voluntad de Dios en la tierra.
Una iglesia que no ora es una iglesia estancada. Pero la oración eficaz sí se dará en una iglesia que depende del Espíritu Santo. Pidamos al Señor que su Espíritu nos inspire a orar. Él nos puede enseñar a orar, de manera que sus gemidos sean interpretados por la voz de la iglesia, para que esa sea la voz unánime del Espíritu y la novia: «¡Ven, Señor Jesús!».
Si nos humillamos bajo la mano del Señor, recibiremos la enseñanza de la santa unción y podemos aprender a orar como conviene, recibir una dirección específica del Señor y persistir en ella hasta recibir una respuesta. A eso somos llamados. La meta es más alta, el camino es más estrecho; pero el Espíritu Santo, nuestro ayudador, es poderoso para socorrernos en nuestra debilidad.
Consolador y confortador
«Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido, como si alguna cosa extraña os aconteciese, sino gozaos por cuanto sois participantes de los padecimientos de Cristo… Si sois vituperados por el nombre de Cristo, sois bienaventurados, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre vosotros… para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo» (1ª Ped. 4:12-14; 1:7).
El propio Señor nos conduce por el Espíritu Santo a través de situaciones que son para nosotros como fuego purificador. El oro tiene que ser sometido al fuego para quemar las impurezas y dejar solo aquello que es valioso. Nosotros somos vasos contenedores del Espíritu, y él tiene soberanía para conducirnos a través de distintas circunstancias y sacudirnos, si es necesario, para que aparezca a flote y sea desechado aquello que es superficial, dejando solo lo que pertenece a la naturaleza y al carácter de Dios.
Cuando somos enfrentados a diversas pruebas, por causa de Cristo o estando en comunión con Cristo, el Espíritu de Dios reposa sobre nosotros. Cuando vivimos situaciones conflictivas que no podemos entender, accidentes, enfermedades, dolores, angustias, lo primero que aparece en nosotros es nuestro carácter natural, porque algo nos des-estabiliza. Entonces, la carne reacciona; somos como sacudidos, y aquello que requiere ser quemado es puesto delante de Dios, para ser tratado por él.
Cuando vivimos circunstancias difíciles, debemos arrepentirnos de las reacciones de nuestra carne, de la autocompasión, del egocentrismo, de no poder soportar lo que estamos viviendo. Pero allí está el Espíritu Santo para poder consolarnos, una vez que ha sido quemado lo que contaminaba el tesoro escondido en nuestro corazón, para que resplandezca allí el oro, la plata y las piedras preciosas.
El Espíritu Santo es consolador y confortador en tiempos de crisis. Todos hemos gustado el bálsamo del Espíritu; él ha sido nuestro refugio en momentos de angustia. En tiempos de tribulación, nos ha comunicado la certeza de la paz de Dios; nos ha acariciado en los días más angustiosos. Cuando nos parece que estamos solos, ahí está el Parakletos consolándonos y confortándonos.
«Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo… para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu; para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones…» (Ef. 3:14-17).
En las circunstancias difíciles, se abre una gran puerta en nuestro corazón para que el Espíritu Santo fortalezca nuestro hombre interior. Y cuando todo parece ir bien, también está la misma súplica del Espíritu. Aun allí, él es nuestro confortador, fortaleciendo nuestro hombre interior.
«Por esta causa…», dice Pablo. La búsqueda del Espíritu no es solo por un fin especial aquí en la tierra, sino por una trascendencia en los cielos, para colaborar con el eterno propósito de Dios: Cristo y su esposa. Esa es la visión que nos gobierna. «Por esta causa», recibimos el fortalecimiento con poder en el hombre interior, por el Espíritu de Dios.
Exhortador
Hebreos es la epístola de exhortación por excelencia. La exhortación es una advertencia y un aliento. Si solo advertimos, somos como aquel que boga con un solo remo y gira sin avanzar, y si solo alentamos, ocurrirá lo mismo. Pero el Espíritu Santo pone el equilibrio; como exhortador, él advierte, y él alienta.
Reiteramos una advertencia a nuestro corazón. Si nuestra mente, nuestra voluntad y nuestros sentimientos no son gobernados por el Espíritu Santo, inconscientemente, iremos según la corriente de este mundo, e inconscientemente, contribuiremos a la plataforma para el surgimiento del anticristo aquí en la tierra. Esto es una solemne advertencia del Espíritu Santo.
Por otra parte, está el aliento. Si permitimos que el Espíritu nos gobierne, que la Palabra nos vaya renovando, y que nuestra mente, voluntad y sentimientos sean rendidos plenamente a Su gobierno, contribuiremos a allanar el camino para que nuestro Señor regrese desde los cielos.
Fuimos llamados para comenzar en el Espíritu y para ser perfeccionados en él, para que el último día nuestro aquí en la tierra, sea partiendo a la presencia del Señor o sea recibiendo a Cristo en el aire, nuestro corazón siempre haya estado lleno del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es un fiel exhortador. Constantemente, por la Palabra o en la vida de comunión, él nos está advirtiendo, corrigiendo y alentando. El gran aliento que tenemos por delante es que pronto aparecerá nuestro Señor Jesucristo. Con ese foco, el Espíritu está trabajando hoy, ataviando a la novia.
La voz de la tórtola
En el Cantar de los Cantares, ya hemos visto el encuentro entre la amada y el Amado. Ambos se levantan de sus lugares, como una figura del día en que la iglesia sea tomada de la tierra y en que Cristo descienda de su trono, para encontrarnos en el aire con él. Una evidencia de que ese tiempo ha llegado es que, en el país de la doncella, se ha oído la voz de la tórtola – la voz del Espíritu Santo.
Una gran exhortación del Espíritu en las Escrituras aparece tres veces en la epístola a los Hebreos: «Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestros corazones» (3:7, 15; 4:7). Y también en las cartas del Señor a las iglesias en Apocalipsis: «El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias».
Hoy, el Espíritu Santo nos dice que somos una generación privilegiada. En la última etapa de la obra de Dios en la tierra, el Señor Jesús está a las puertas; él está edificando una iglesia gloriosa y él es fiel para cumplir su promesa. La iglesia estará alineada con el corazón de Dios, de manera que cuando él derrame sus juicios, diremos: ¡Aleluya, porque sus juicios han llegado, porque él es fiel y verdadero!
El Señor es fiel a su promesa. Así como fue tomado al cielo, él volverá. Y no volverá por una iglesia derrotada. Él se presentará a sí mismo una iglesia gloriosa, santa, sin mancha y sin arruga ni cosa semejante, igual a él en carácter y dignidad; no por nuestros méritos, sino porque un día, cuando él fue exaltado a la diestra de Dios, recibió del Padre la promesa del Espíritu Santo. Y ese Espíritu está cumpliendo fielmente su obra en nuestros corazones hoy.
En el Cantar de los Cantares se da testimonio de que la amada oyó la voz de la tórtola. Y luego el Amado la llama: «Paloma mía» (2:14). Ahora la novia es llamada paloma, porque ella tiene tal comunión con el Parakletos, cuya obra está completa en la iglesia, de manera que ambos son uno. Entonces se hace efectiva la voz de Apocalipsis 22: «El Espíritu y la Esposa dicen: Ven». ¡Sí, ven, Señor Jesús!
Que esa esperanza esté renovada en nuestro corazón, cada día. No hay otra forma de esperar la venida de Cristo. Hay una actitud que el Señor está buscando en los suyos, y no es que ellos tengan la doctrina correcta acerca de Su venida, sino que estén unidos al Espíritu Santo, que en nuestro país se haya oído la voz de la tórtola, para que el Señor pueda llamar, a la iglesia, «paloma mía».
El Señor viene pronto. «He aquí que viene con las nubes, y todo ojo le verá» (Apoc. 1:7). No sabemos cómo será el día en que veamos al propio Dios, al gran Dios y Salvador Jesucristo. «Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo» (1ª Juan 3:3). Que el Espíritu Santo continúe purificando nuestros corazones, para que seamos fieles a la voz de la tórtola. Amén.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile), en enero de 2015.