Una evidencia de que la novia está preparada, es que ha aprendido a oír al Espíritu Santo.
Lecturas: Hechos 1:4-5; 8-11; Apoc. 22:12, 17.
Tenemos una carga del Señor para persistir en este asunto glorioso de conocer de forma genuina la persona y el ministerio del Espíritu Santo. Sin embargo, al enfocarnos en el Espíritu Santo, no es para centrarnos en él en sí, sino porque su ministerio siempre apuntará a que todas las cosas converjan en Cristo.
El Espíritu Santo vino para glorificar a Cristo. En el eterno propósito de Dios el Padre nació el deseo de que, este reunir de las cosas en el Hijo, se hiciese efectivo a través de la iglesia, en la medida que ésta dependa del Espíritu Santo.
En los dos textos citados se muestra la promesa de la venida del Señor Jesucristo, que está relacionada específicamente con la presencia del Espíritu Santo, con su poder manifiesto, con su obra eficaz y genuina en la iglesia, porque él vino para ataviar a la novia de Cristo.
Dos elementos
Tengo la profunda convicción de que, en la mente del Señor, podríamos reconocer dos elementos que están ocupando su corazón en el día presente. En primer lugar, como iglesia, necesitamos tener una conciencia de la inminente venida de nuestro Señor Jesucristo.
Jesucristo está a las puertas. Tenemos testimonio en el corazón, por las circunstancias y por la Palabra, de que estamos viviendo los últimos momentos de la obra de Dios en la tierra, y esto debería traer a nuestro corazón una profunda responsabilidad, por el privilegio que el Señor ha puesto en nuestras manos como generación.
El otro elemento que también ocupa la mente de Dios, en estrecha unión con el retorno del Señor Jesucristo, es que nosotros, como iglesia, debemos conocer el ministerio y la persona del Espíritu Santo.
Un corazón de novia
En la parábola de las diez vírgenes, vemos cinco vírgenes prudentes, que tenían aceite en sus lámparas y también tenían reservas de aceite, de manera que, al llegar el novio, ellas fueron convidadas a participar en las bodas. El Señor vendrá por una novia que esté preparada; y una iglesia preparada para Su venida debe tener reservas espirituales, esto es, una comunión genuina con el Espíritu Santo.
En aquel día no servirán las imitaciones del Espíritu ni aquellas personas que han estado viviendo negligentemente. Es por eso que el Espíritu Santo hace una apelación profunda a nuestro corazón. La iglesia debe prepararse con un corazón de novia. Notemos también que en los versículos precedentes están presentes tres elementos: el Espíritu Santo, la novia, y la inminente venida del Señor.
Apocalipsis 22:17 dice: «Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven». Una traducción más precisa sería: «El Espíritu y la Novia dicen: Ven». Hay dos voces desde la tierra que son unánimes: el Espíritu Santo, que ha sido derramado en el corazón de la iglesia, y la novia. Ellos están clamando, no solo a viva voz, sino a través de un gemir del Espíritu Santo, y también de la actitud de la novia, de su responsabilidad ante la noción de que Cristo está volviendo, al decir: «Ven, Señor Jesús».
Por medio de esta palabra podemos ver claramente como el Espíritu Santo consiguió enfocar el corazón de la iglesia en la expectativa correcta, en plena comunión con el propósito de Dios. La iglesia, llena del Espíritu Santo ha llegado a ser una plataforma preparada para que el Señor vuelva pronto.
Isaac y Rebeca
Veamos, en primer lugar, algunas figuras del Antiguo Testamento que nos ayudan a comprender mejor cómo es esta relación del Espíritu con la novia.
Probablemente todos conocemos la historia de Génesis 24, cuando Abraham, ya de edad avanzada, procura una esposa para su hijo Isaac, y envía a su siervo Eliezer con esa encomienda. Eliezer era un siervo fiel, y se encomendó con temor delante del Señor para cumplir su misión. Él le pidió al Señor como confirmación que, llegando a la tierra de la parentela de Abraham, encontrase a una mujer que le diera de beber agua a él y a sus camellos.
Entonces, llegando junto a un pozo, se presenta Rebeca y ofrece agua a Eliezer y también a los camellos. El siervo agradece por las misericordias del Señor, y reconoce que esta es la mujer que efectivamente Dios había preparado para su amo. Teniendo la confirmación de la voluntad de Dios, Eliezer la adorna, regalándole a Rebeca un pendiente y brazaletes de oro.
Rebeca cuenta lo ocurrido a su hermano Labán y luego a Betuel su padre. Eliezer da cuenta de su misión y de cómo el Señor le había favorecido, y todos concuerdan en que esta era la voluntad de Dios – Rebeca debía dejar su tierra para casarse con Isaac. Una vez arreglados los planes de boda, ellos recuerdan que Rebeca también tenía una voluntad. «Y llamaron a Rebeca, y le dijeron: ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré» (v. 58).
«Sí, iré». En la actitud de Rebeca hay una primera lección para nosotros, los llamados a ser la esposa del Cordero. Hoy, el Espíritu Santo hace la misma pregunta a nuestro corazón. ¿Iremos nosotros en pos de Jesucristo? ¿Estamos de acuerdo con el propósito de Dios a través de la persona del Señor Jesucristo? ¿Estamos dispuestos a seguirle a él como Señor, y a negarnos a nosotros mismos? Si eso es efectivo en nuestro corazón, entonces podremos responder: «Sí, iré».
Dos crisis
Antes de proseguir, debo mencionar que creo que la cristiandad actual, incluidos nosotros, pasa por dos grandes crisis, que debemos reconocer y, por ello, pedir socorro al Señor. En primer lugar, en relación a la propia venida del Señor, pienso que ninguno de nosotros negaría que el Señor Jesús, de hecho, volverá desde los cielos.
Todos tenemos un Amén a esto en nuestro corazón. Doctrinalmente, estamos de acuerdo en que él regresará. Pero hay algo en nosotros que dista mucho de la concordancia en la doctrina, y es el hecho de que en nuestro corazón se ha perdido la esperanza por Su retorno. ¿Por qué?
Es muy probable que, cuando nosotros vivimos tribulaciones, cuando estamos en aprietos o cuando sufrimos dolores y desencantos de este mundo, aparezca en nuestro corazón, eventualmente, el deseo de que el Señor regrese. Sin embargo, en los momentos felices, en los días de quietud, cuando todo parece ir bien aquí en la tierra, ¿dónde están los corazones con ardiente expectativa por su regreso? Con certeza, debe haber algunos; pero la verdad es que la iglesia parece estar aletargada en relación a esto, y la esperanza se ha diluido del corazón. Esa es una crisis por la cual está atravesando la iglesia hoy.
Por otra parte, históricamente, muchos cristianos han buscado tener experiencias con el Espíritu Santo, pero tristemente, siguiendo una expectativa errada, buscando meramente un sensacionalismo místico, desenfocados del propósito de Dios. Pero, buscar al Espíritu para tener comunión con él, a fin de tener juntos una voz unánime que diga: «Ven, Señor Jesús», es algo difícil de encontrar.
Una alta vocación
Cuando Rebeca dice: «Sí, iré», ¿a qué está yendo? Ella se está dirigiendo, en primera instancia, a Isaac, para contraer matrimonio. ¿No es esto, acaso, una figura espiritual de lo que son Cristo y la iglesia? Cuando la iglesia responde Sí, ella debe tener claro en su corazón a qué está respondiendo. Estará respondiendo al eterno propósito de Dios, que destinó que su Hijo tuviese una novia que llegase a ser su esposa, compartiendo el carácter de Cristo, su naturaleza, su estándar moral, su propia vida, en plena calidad y comunión, en la medida que el Espíritu Santo trabaja en ella el carácter de Cristo.
Rebeca no dijo: «Sí, iré» por causa de haber recibido aquellos regalos, que podrían ser figura de los dones del Espíritu Santo, sino porque entendió que la voluntad de Dios era unirse a Isaac. De la misma manera, la iglesia debe ser despertada hoy por el Espíritu Santo para responder con un Sí rotundo, confiado, un Sí permanente y constante, a pesar de las circunstancias buenas o malas.
«Sí, iré». ¿Hacia dónde iremos siendo encaminados? Hacia el día en que nuestro Señor regrese, para ser partícipes del momento más glorioso de la historia, en el cual Cristo tenga ante sus ojos a la iglesia gloriosa que él ha soñado por toda la eternidad. Fuimos llamados con tan alta vocación, con tan grande privilegio; pero pareciera que a veces se nos olvida.
El Viviente que nos ve
«Entonces se levantó Rebeca y sus doncellas, y montaron en los camellos, y siguieron al hombre; y el criado tomó a Rebeca, y se fue» (Gén. 24:61). Noten aquí una figura. Rebeca está siendo levantada de su lugar para ser llevada al encuentro de Isaac.
«Y venía Isaac del pozo del Viviente-que-me-ve; porque él habitaba en el Neguev» (v. 62). También Isaac había salido de su habitación, y venía de aquel pozo. Isaac y Rebeca se encontraron en el campo, en el camino. El día que nuestro Señor vuelva, dice la Escritura, nosotros seremos tomados de este escenario. Y Cristo saldrá desde su trono, y nos encontraremos con él en los aires.
Viniendo del pozo del Viviente-que-me-ve, Isaac es una figura del Señor. Nuestro Señor Jesucristo, viniendo desde los cielos para encontrar a su novia preparada, también viene del pozo del Viviente-que-me-ve. ¿Qué significa esto? En primer lugar, nuestro Señor está sentado eternamente como sumo sacerdote a la diestra de Dios, cara a cara con Dios, en una íntima comunión con Dios.
Él es ministro del santuario y mediador del Nuevo Pacto (Hebreos 8). De manera que, por causa de su ministerio en la presencia del Viviente-que-me-ve, él vive siempre en la presencia de Dios, y como mediador del Nuevo Pacto, lleva a la novia para que también ella esté en la presencia de Dios.
Isaac, figura de Cristo, muestra que Cristo es aquel que está delante del Viviente-que-me-ve. Pero además tiene otra aplicación. Cristo, siendo Dios, es también el Viviente que nos ve a nosotros. Él ve la disposición del corazón de la iglesia, de aquellos que se están preparando como una novia, unidos íntimamente al Espíritu Santo. Él los ve y los reconoce, de manera que, el día en que él venga, no le serán desconocidos, y podrán participar con él de las bodas del Cordero.
La voz del Amado
En Cantares 2:8-9, leemos la expresión de la amada. «¡La voz de mi amado! He aquí él viene saltando sobre los montes, brincando sobre los collados. Mi amado es semejante al corzo, o al cervatillo. Helo aquí, está tras nuestra pared, mirando por las ventanas, atisbando por las celosías».
Ella está esperando a Salomón, clamando por la llegada de su amado. Y dice: «He aquí él viene». Ella reconoce la voz de su amado, y lo describe diciendo que él está detrás de su pared. De la misma manera hoy, la iglesia reconoce que el Amado, físicamente está a la diestra de Dios, en los cielos, pero que se está acercando, que está a las puertas.
El amado, como lo describe aquí la doncella, tiene una acción, una acción constante, «mirando por las ventanas, atisbando por las celosías».
Aquí, de nuevo, vemos la figura de Isaac viniendo desde el pozo. Cristo, como el Viviente-que-nos-ve, está «mirando por las ventanas, atisbando por las celosías». Una celosía es una ventana pequeña, que tiene un enrejado para mirar sin ser visto. Así está el Señor, mirando con detalle, buscando entre su pueblo a aquellos que están preparando el corazón para el día de Su regreso. En el Señor Jesús hay una ardiente expectativa por la iglesia gloriosa.
Pero fíjense cuál es la respuesta que el amado da en relación a la respuesta de la iglesia. «Mi amado habló, y me dijo: Levántate, oh amiga mía, hermosa mía, y ven. Porque he aquí ha pasado el invierno, se ha mudado, la lluvia se fue; se han mostrado las flores en la tierra, el tiempo de la canción ha venido, y en nuestro país se ha oído la voz de la tórtola» (Cant. 2:10-12).
Una señal: la voz de la tórtola
Una evidencia de que la novia está preparada, de que el tiempo de la canción ha llegado, y de que el día de la consumación del eterno propósito de Dios está presente, es que en el país de la doncella «se ha oído la voz de la tórtola».
La tórtola es una figura del Espíritu Santo. Cuando la novia está pendiente del Amado, ha de oír y de considerar la voz de la tórtola. Nosotros, como iglesia, necesitamos ser renovados en nuestra esperanza por el regreso del Señor, para poder oír genuinamente la voz del Espíritu Santo.
El propósito del envío del Espíritu Santo, desde el Pentecostés hasta hoy, es reunir todas las cosas en Cristo, y lograr que la iglesia coopere con este propósito, en comunión con el Espíritu. En primer lugar, nuestra alma, nuestra mente, nuestra voluntad, nuestras emociones, trabajadas por la cruz, deberán ser reunidas en Cristo para que podamos colaborar con el regreso del Señor.
Esperanza bienaventurada
La venida de nuestro Señor Jesucristo debe ser para nosotros algo más que un hecho meramente teológico, mucho más que considerar las profecías o especular sobre ellas. En el Nuevo Testamento, siempre en relación con Su venida, se registra una palabra maravillosa – la esperanza. Desde el día en que recibimos en el corazón el testimonio del Espíritu Santo y de las Escrituras en relación a Su retorno, brotó en nuestro corazón la esperanza.
Pablo escribe a Tito: «…aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tit. 2:13). Este versículo contiene, en pocas palabras, una potente gloria. La actitud de la novia es aguardar la esperanza feliz, llena del gozo de Dios, de la manifestación gloriosa del día en que el Señor aparezca.
Nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo vendrá personalmente; la iglesia se encontrará con él cara a cara. Aquel Señor que fue tomado, hace dos mil años atrás, en el monte de los Olivos, regresará, de la misma manera que fue tomado al cielo. ¿No llena esto nuestro corazón de esperanza?
Esa esperanza debe trascender a las circunstancias externas, para que aun en los mejores momentos que creamos estar viviendo en la tierra recordemos que nuestra alma no tendrá descanso hasta el día en que él aparezca.
No estaremos plenamente satisfechos aquí en la tierra, aun con toda la gloria y las victorias que podamos vivir, hasta el día en que le veamos cara a cara. Sin embargo, pareciera que hoy esa esperanza se ha perdido.
Lecciones de la primera venida
Algo semejante a lo que vivimos en nuestros días ocurrió en el contexto que rodeaba la primera venida de nuestro Señor Jesucristo. Probablemente la última profecía en relación a la voluntad de Dios había sido dada unos cuatro siglos antes. Y entonces, en Israel, aun conscientes de que habrían de ser la nación de la cual vendría el Mesías, se había perdido la esperanza.
Es por eso que el Espíritu Santo colocó en las Escrituras los registros de personajes como Zacarías, Elizabet, Simeón y Ana, que en medio de su generación eran joyas raras de encontrar, piedras preciosas, cuyo corazón estaba sintonizado con el corazón de Dios, que no habían perdido la esperanza, en ese caso, de la primera venida del Mesías.
En el evangelio de Lucas capítulo 2, podemos enfocar nuestra atención en Simeón y Ana, como figuras de aquellos que tienen un corazón de esperanza y nos muestran cómo es la actitud de esperar al Señor, y cómo, a causa de la esperanza que ellos tenían, el Espíritu Santo pudo moverse a través de ellos.
«Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor. Y movido por el Espíritu, vino al templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron al templo, para hacer por él conforme al rito de la ley, él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, conforme a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación» (Luc. 2:25-30).
Simeón, «el cautivo»
Esta escena conmovedora debería hablarnos mucho al corazón. Simeón era hombre de edad muy avanzada, que había recibido en su corazón la certeza de parte del Señor de que él vería al Ungido de Dios y que lo tendría en sus brazos. Probablemente Simeón estaba todos los días en Jerusalén, cercano al templo, esperando el cumplimiento de esa promesa.
Simeón era esclavo de una esperanza. Versículo 29: «Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz». Una traducción más exacta muestra que Simeón utiliza unas palabras muy fuertes: «Ahora, oh déspota, libera a tu esclavo en tu paz». Nunca en las Escrituras se vuelve a utilizar la expresión «déspota» para referirse a Dios. Pero Simeón estaba tan esclavizado de su esperanza, tan cautivado por la promesa recibida, que él no tenía otra forma de llamar a Dios. Déspota, no en el sentido negativo de la palabra, sino en el sentido de aquel que tenía la soberanía para tenerlo cautivo de la esperanza por ver al Mesías.
Simeón tuvo el privilegio de tener al bebé Jesús en sus brazos; pero la iglesia hoy tiene el privilegio de recibir ante sus ojos al Señor resucitado y glorificado, y ella puede, juntamente con Cristo, consumar el eterno propósito de Dios. Somos también esclavos de una esperanza.
Hay algo más que debemos mencionar en relación a Simeón, este hombre avanzado en edad, con sus cabellos y su barba blanca, y sus manos arrugadas, gastadas por el tiempo. A pesar de que su hombre exterior estaba envejecido, había una esperanza fresca en su corazón, y esa esperanza tenía que ver con aquel Niño que él tenía hora en sus brazos. ¡Qué día de alegría debió haber sido para Simeón!
Una lucha ardiente
Ese contraste del viejo Simeón sosteniendo al bebé es el contraste que también nosotros vivimos hoy, y por lo cual no podremos descansar hasta que el Señor vuelva. Es porque aún estamos como prisioneros en este cuerpo de carne. Todavía estamos en una lucha ardiente entre el Espíritu y la carne, y la única esperanza para nuestra plena redención es que el Señor Jesús aparezca. No hay otra alternativa.
Aunque el Espíritu Santo pueda llenar a la iglesia de forma permanente, y así será en los últimos días, y pueda tener un remanente fiel y maduro aquí en la tierra, aún así, hasta el último día, estaremos luchando contra la carne. Pero, cuando él aparezca, seremos transformados en un abrir y cerrar de ojos; ya no habrá más pecado, no habrá más dolor, ni nada que se oponga a la voluntad de Dios, y sus siervos le serviremos por la eternidad.
Debe despertar la esperanza en nuestro corazón, y considerar que la venida de Cristo no es solo algo doctrinal o algo para curiosear en la profecía. No es algo de lo cual nos acordemos en forma esporádica; sino algo que debe estar presente de forma constante en nuestro corazón. Es el foco por el cual hemos de vivir, el foco que Dios tiene para poder concluir su eterno propósito.
Ana, la sierva fiel
«Estaba también allí Ana, profetisa, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad muy avanzada, pues había vivido con su marido siete años desde su virginidad, y era viuda hacía ochenta y cuatro años; y no se apartaba del templo, sirviendo de noche y de día con ayunos y oraciones. Esta, presentándose en la misma hora, daba gracias a Dios, y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (Luc. 2:36-38).
¡Qué preciosa escena también! Por los cálculos que podemos obtener de los datos que nos da el Espíritu Santo, Ana tendría unos 108 años. Imagínense a una anciana de esa edad, a las afueras del templo, ministrando con ayunos y oraciones, sirviendo a Dios de forma continua. Eso es algo maravilloso.
¿Qué, o Quién, podría hacerla perseverar hasta ese día con la esperanza de ver al Mesías? El Espíritu Santo. Pero ella tenía las expectativas correctas – estaba esperando al Señor. Entonces, aquel día, ella se presenta y reconoce que ha venido el Mesías, y por esa causa testifica a todos que ha llegado la redención a Jerusalén, que ha llegado el Cristo prometido, que las Escrituras se estaban cumpliendo.
Podríamos obtener muchas lecciones de la vida de Ana, pero quisiera destacar una de ellas. Desde los años en que quedó viuda, Ana dispuso su corazón enteramente a servir a Dios y esto en condiciones muy difíciles, porque las mujeres, en aquel tiempo, eran consideradas una clase inferior y no podían entrar en el templo de Dios.
Ana servía desde afuera, pero había mantenido siempre una sincera fidelidad a Dios – la sincera fidelidad a Cristo. Desde el día que quedó viuda en adelante, ella se consagró a un solo esposo, así como nosotros hemos sido llamados a ser presentados a un solo Esposo. Ana lo hizo así, y entonces encontró al Señor, y se alegró. A pesar de su edad avanzada, permaneció fiel. Para nosotros, como iglesia, esta es una lección para que sepamos cuál es la actitud de aquellos que son llamados novia del Cordero.
Sincera fidelidad a Cristo
En 2ª Corintios 11:2-3 dice: «Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo».
Esta es una solemne advertencia del Espíritu Santo para la iglesia en los días de hoy. Así como la serpiente con su astucia engañó a Eva, nuestros sentidos pueden ser apartados de la simplicidad de pertenecer únicamente a Cristo.
Quisiera detenerme en esta «sincera fidelidad a Cristo». En Daniel 7:25, dentro del contexto de ese capítulo, encontramos las figuras de aquello que será el levantamiento de la iniquidad en los últimos tiempos. Y específicamente en el versículo 25, dice que el inicuo que se levantará tendrá la facultad de quebrantar o de desgastar a los santos.
Estamos viviendo la última etapa de la obra de Dios en la tierra. Y en la medida que va creciendo el propósito de Dios en la iglesia, mientras Cristo está siendo formado en ella, fuera, en el mundo, se está levantando también la plataforma que dará paso a la venida del inicuo.
El enemigo ha lanzado y seguirá lanzando hordas de demonios que vienen con ímpetu, así como las olas del mar azotan las rocas. El enemigo ha estado lanzando continuos ataques para quebrantar a los santos. La palabra quebrantar significa desgastar las mentes, para apartarlos de la sincera fidelidad a Cristo.
Por eso, es imperioso advertir del peligro que enfrentamos hoy si no vivimos una vida llena del Espíritu Santo. Corremos un serio riesgo, y es que nuestra mente y nuestra voluntad sean apartadas de la sincera fidelidad a Cristo. ¿Saben cómo se manifiesta esto? Con una indiferencia por reunirnos como asamblea, o en una liviandad para participar de la mesa del Señor, en un desgano por perseverar en las reuniones de oración, o en un fácil olvido de la Palabra que Dios ministra a nuestro corazón.
Mente bombardeada
Nuestra lucha no es contra carne ni sangre. Llenos del Espíritu Santo podremos dar la lucha, amparados en la victoria del Señor. El enemigo está interesado en que nuestras mentes sean confundidas del propósito de Dios, en que perdamos el sabor a la realidad de estar viviendo en Cristo.
El grave peligro es conformar nuestra mente a lo que el mundo está ofreciendo hoy. Aun siendo cristianos, nuestra mente está siendo bombardeada de continuo por el mundo, por sus filosofías, por los engaños, por la sensualidad. Debemos luchar contra esto, llenos del Espíritu Santo. De lo contrario el Espíritu, la paloma, no encontrará un lugar seguro donde habitar.
Es por eso que en estos días hemos sido llamados al arrepentimiento; un arrepentimiento, quizás no de pecados groseros, sino de cómo nosotros hemos considerado al Espíritu, qué lugar le hemos dado en nuestra vida. Un arrepentimiento de nuestras ‘buenas intenciones’, de cómo hemos querido, en la carne, perfeccionar la obra de Dios. Una consecuencia de no permanecer en el Espíritu es querer perfeccionar la obra en la carne, y pretender vivir una vida cristiana con buenas intenciones.
Rendidos a Cristo
Pero, por otro lado, hay algo glorioso que el Señor coloca en nuestra responsabilidad. En la medida que dependamos del Espíritu Santo, entregando nuestras mentes y corazones para que nos lave por medio de su Palabra, y que rindamos nuestras voluntades por la cruz de Cristo, entonces contribuiremos como iglesia, a la plataforma del retorno de nuestro Señor desde los cielos. Fuimos llamados para preparar el camino para Su regreso, para que la esperanza no se pierda, ni se diluya.
Pero esa batalla no puede darse en la carne, no puede darse con oraciones añejas, aprendidas hace años atrás. El Espíritu Santo nos renueva, nos trae conciencia y discernimiento del tiempo que estamos viviendo. Y esta es una Palabra de alguna manera profética, que nos muestra cuál es la situación actual y los riesgos a que nos exponemos si no respondemos a la voz del Señor.
Amados hermanos, nosotros no podemos ser livianos en nuestra manera de conducirnos. La iglesia gloriosa, la iglesia normal, no es concebida de ninguna otra manera, sino llena del Espíritu Santo. La medida que está delante de nosotros es altísima, porque tiene que responder al carácter de Cristo.
El Espíritu Santo vino para capacitarnos plenamente para responder a este propósito y ser testigos de Dios aquí en la tierra. Ese es el foco del Espíritu Santo – llevarnos a que todo nuestro ser sea rendido a Cristo. Porque el Señor determinó en su corazón que, juntamente con él, nosotros compartamos su gloria, su santidad, su justicia y sus virtudes por toda la eternidad.
Hay una promesa dada para la iglesia. Cuando el Señor regrese, no volverá por una iglesia derrotada. Habrá un remanente fiel que exprese el corazón de Dios. Creemos que, cuando el Señor determine que el último tiempo para esta humanidad llegó, la iglesia estará sintonizada con los cielos aquí en la tierra, y dirá: «Aleluya, porque los juicios de Dios son verdaderos».
Pero, para eso, el Espíritu Santo debe ocupar nuestro corazón hoy; los que estábamos alejados, debemos volvernos a Cristo hoy. Para eso, aquellos que hemos cerrado las puertas de nuestro corazón a ciertas habitaciones vergonzosas, debemos abrirlas y exponerlas, para que el Espíritu Santo las llene y las ocupe.
Un regalo de Dios
El Señor Jesús ora en Juan capítulo 17 diciendo: «Aquellos que me diste». La iglesia es un regalo de Dios para Cristo. ¿Usted cree que Dios daría a su Hijo algo sin valor? La misericordia de Dios es tan grande que, efectivamente, tomó aquello que era lo peor de este mundo, pero nos lavó de nuestros pecados en la sangre de Jesús, nos selló con el Espíritu Santo de la promesa, las arras de nuestra herencia, para poder vivir hoy la posesión de las realidades espirituales y entonces, en el carácter de Cristo, ser presentados como un presente valioso en las manos de nuestro Señor Jesús.
¡Qué alto privilegio tenemos! El Espíritu Santo abra nuestros ojos para ver el anhelo de Cristo por la novia. El Señor tiene una ardiente expectativa por ver a su novia preparada, una iglesia con un corazón dispuesto a esperar Su venida, y a preparar el camino y a estar en comunión con el Espíritu Santo, de manera que la voz del Espíritu y de la novia sean unánimes, diciendo: «Ven, Señor Jesús».
El Señor no viene por una iglesia derrotada, sino por una iglesia gloriosa. Así lo creemos, y el Espíritu Santo es fiel para poder hacer esto, en la medida que nos rendimos a él. El Espíritu Santo es Señor, y él establece el señorío de Cristo en nuestros corazones.
Amados hermanos, el Señor mismo vendrá. No esperamos a un mensajero especial o a una embajada de ángeles; tampoco esperamos el desenlace de este mundo, sino que tenemos en nuestro corazón una esperanza bienaventurada por la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.
Y recuerden esto, en el Cantar de los Cantares, en el tiempo del encuentro, donde el amado viene saltando sobre los montes y donde la amada es llamada «amiga mía, hermosa mía», y también se levanta y viene a su encuentro, hay una marca evidente – «En nuestro país se ha oído la voz de la tórtola».
Que el Señor guarde su palabra en nuestro corazón. Amén.
Síntesis de un mensaje oral impartido en Rucacura (Chile) en enero de 2015.