Una panorámica del libro «La Vida Cristiana Normal» –que es un estudio de Romanos–, la obra más conocida de Watchman Nee. Un clásico que ha cambiado la manera de ver la vida cristiana.
El perdón y la liberación
Los primeros ocho capítulos de Romanos forman una unidad. Esta sección de Romanos se divide naturalmente en dos partes, muy diferentes la una de la otra. La primera termina en el verso 11 del capítulo 5 y la segunda en el fin del capítulo 8. La primera se dirige a los pecadores, y la segunda a los creyentes; y hay considerable diferencia entre las dos. Por ejemplo, en la primera sección se usa la palabra «pecados» repetidamente; en la segunda casi nunca. En la primera sección tenemos «pecados» en el plural; en la segunda tenemos «pecado» en singular.
En la primera sección, es cuestión de los pecados que he cometido ante Dios, que se pueden enumerar, mientras en la segunda es asunto del pecado como principio de vida en mí. Lo primero necesita perdón, lo último liberación. Aunque alcance perdón por todos mis pecados, todavía por causa de mi condición depecador no gozo de constante paz del alma.
Cuando al comienzo la luz divina penetra en mi corazón, mi único clamor es por perdón; pero, una vez recibido el perdón de pecados, descubro algo nuevo, a saber, el pecado, y me doy cuenta que no solo he cometido pecados delante de Dios sino que hay algo mal en mí, un poder que me lleva al pecado. Puedo buscar y recibir perdón, pero luego peco de nuevo. Y así sigue la vida en un círculo vicioso, pecando y siendo perdonado, y volviendo a pecar. Aprecio el perdón divino, pero ansío algo más que eso: ¡Liberación! Necesitamos perdón por lo que hemos hecho, pero también necesitamos liberación de lo que somos.
Así en estos primeros ocho capítulos de Romanos se nos presentan dos aspectos de la Salvación – perdón de pecados y liberación de pecado. Ahora debemos notar otra diferencia.
La sangre y la cruz
En la primera parte (3:25 y 5:9) se menciona la Sangre del Señor Jesús pero nunca la Cruz. En la segunda parte, en el versículo 6 del capítulo 6, se introduce un nuevo tema: el ser «crucificado» con Cristo. La enseñanza de la primera parte se centraliza en aquel aspecto de la obra del Señor Jesús representado por «la Sangre» derramada para nuestra justificación por la «remisión de pecados». Estos términos no se usan en la segunda sección, donde la enseñanza se centraliza ya en el aspecto de su obra representado por «la Cruz», es decir, por nuestra unión con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección.
¿Por qué esa distinción? Es que la Sangre trata con todo aquello que nosotros hemos hecho, mientras que la Cruz procede con lo que nosotros mismos somos. La Sangre es para expiación, y tiene que ver con nuestra posición ante Dios y nuestro sentido de pecado. La Sangre puede quitar, remitir mis pecados, pero queda el «viejo hombre». Se necesita la Cruz para crucificarme a mí, el pecador.
Dos aspectos de la resurrección
Además, se mencionan dos diferentes aspectos de la resurrección en estas dos secciones, en los capítulos 4 y 6. En Romanos 4:25 se menciona la resurrección como prueba de nuestra justificación:«Jesús, Señor nuestro… fue entregado por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación». Aquí se trata de nuestra posición ante Dios. Pero en el capítulo 6, versículo 4, la resurrección se menciona como una comunicación de vida a fin de que andemos en santidad: «A fin de que como Cristo resucitó de los muertos… así también nosotros andemos en vida nueva». Aquí se trata de nuestra conducta.
Dos clases de paz
La paz es tratada en ambas secciones, en los capítulos 5 y 8 respectivamente. ¿A qué clase de paz se refiere Romanos 5:1? Paz con Dios: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo». Ahora que tengo el perdón de pecados, Dios no me será más causa de preocupación y terror – yo que era un enemigo de Dios he sido reconciliado por la muerte de su Hijo (Rom. 5:10), pero muy pronto encuentro que yo mismo voy a ser gran causa de preocupación. Aún hay desasosiego dentro de mí porque hay algo que me lleva al pecado. Hay paz con Dios, pero no conmigo mismo.
Hay guerra en mi propio corazón. Esta condición está bien descrita en Romanos 7 donde se ve que la carne y el Espíritu están en conflicto mortal dentro de mí. Pero de aquí el argumento nos lleva al capítulo 8, donde se nos destaca la paz interior producida, por un andar en el Espíritu. La mente carnal es muerte, porque es «enemistad contra Dios», pero la mente del Espíritu «es vida y paz» (Rom. 8:6-7).
Justificación y santificación
Investigando más, hallamos que la primera mitad de la sección, trata de la justificación (ver ejemplo, Rom. 3:24-26; 4:5, 25), en tanto que la segunda mitad, tiene como tema principal la santificación (ver Rom. 6:19, 22). Cuando conocemos la preciosa verdad de la justificación por la fe, conocemos apenas la mitad de la verdad. Solo hemos solucionado el problema de nuestra posición delante de Dios. A medida que avanzamos, Dios tiene algo más que ofrecernos, esto es, la solución del problema de nuestra conducta; y el pensamiento que se desarrolla en estos capítulos sirve para enfatizar este punto. En cada caso, el segundo paso sigue al primero, y si solo conocemos el primero, estamos viviendo una vida cristiana subnormal. Pero entonces ¿cómo podremos vivir una vida cristiana normal? ¿Cómo entraremos en esta vida? Por supuesto debemos, en primer lugar, tener el perdón de nuestros pecados, necesitamos la justificación, debemos tener paz con Dios: éstas constituyen nuestro fundamento esencial.
Pero una vez establecida esta base por medio de nuestro primer acto de fe en Cristo, se desprende claramente de lo que ya se ha dicho que debemos seguir adelante, que hay algo más.
Condiciones para la vida cristiana normal
A medida que estudiamos los capítulos 6, 7 y 8 de Romanos encontraremos que las condiciones para vivir la vida cristiana normal son cuatro: (a) Saber, (b) Contar, (c) Presentarse a Dios, y (d) Andar en el Espíritu; y se dan en ese orden. Si queremos vivir la vida cristiana normal tendremos que dar estos cuatro pasos; no uno ni dos, ni tres de ellos, sino los cuatro.
El significado de Romanos 7
Pero, ¿cuál es el significado de Romanos 7? ¿Qué tiene que ver con todo esto?
Hay la tendencia de sentir que este capítulo está mal situado en el lugar donde se halla. Nos gustaría ponerlo entre los capítulos 5 y 6. Al fin del capítulo 6 todo es tan perfecto: entonces viene un quebrantamiento completo en el capítulo 7 y el grito «¡Miserable de mí!». Entonces, ¿cuál es su enseñanza?
El capítulo 6 trata de la liberación del pecado: y el capítulo 7 de la liberación de la ley. En el capítulo 6 Pablo nos ha relatado cómo podemos ser liberados del pecado y suponíamos que eso fue todo lo que hacía falta. El capítulo 7 ahora nos enseña que la liberación del pecado no basta, sino que también necesitamos liberación de la ley.
Si no somos del todo emancipados de la ley, nunca podremos experimentar la plena emancipación del pecado, pero ¿cuál es la diferencia entre la liberación del pecado y la liberación de la ley? Todos conocemos el significado de la liberación del pecado, pero necesitamos conocer también el significado de la ley, si hemos de apreciar nuestra necesidad de liberación de ella.
Muchos cristianos son lanzados de repente a la experiencia de Romanos 7 y no saben por qué. Se imaginan que Romanos 6 es suficiente. Habiéndolo entendido claramente, piensan que no puede haber más cuestión de fracaso, y entonces con gran sorpresa se encuentran repentinamente en Romanos 7. ¿Cuál es la explicación? Romanos 7 nos es dado para explicar y llevarnos a la experiencia de la verdad de Romanos 6:14: «El pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia».
El cuerpo de pecado y el cuerpo de muerte
Romanos 6 trata del «cuerpo de pecado» (6:6); Romanos 7 trata del «cuerpo de muerte» (7:21). En el capítulo 6, todo el tema que nos presenta es el «pecado»: en el capítulo 7 nos presenta la «muerte». ¿Cuál es la diferencia entre cuerpo de pecado y cuerpo de muerte? Mi actividad respecto al pecado hace de mi cuerpo un cuerpo de pecado: mi inactividad con respecto a la voluntad de Dios lo hace un cuerpo de muerte.
En el tiempo cuando fue escrita la epístola a los Romanos, era castigado un asesino en una manera rarísima y terrible. El cadáver del muerto era atado al cuerpo viviente del asesino; cara a cara, mano a mano, pie a pie; y el viviente quedaba ligado al muerto hasta la muerte. Estaba libre el asesino de ir donde quisiera, pero por doquier tenía que arrastrar el cadáver del muerto. Pablo se sintió ligado a un cuerpo muerto e incapaz de librarse. Donde quiera que fuera, fue impedido por esta carga terrible. A la larga no pudo aguantar más y clamó: «¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?». Pero su grito desesperado es seguido inmediatamente por un canto de alabanza. Esta es la contestación a su pregunta. «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Rom. 7:25).
Posición y experiencia
Tenemos cuatro diferentes aspectos en relación con la obra de Dios en la redención: el capítulo 5, «en Adán»; el capítulo 5, «en Cristo»; el capítulo 7, «en la carne»; el capítulo 8, «en el Espíritu». En esto vemos cuatro diferentes principios y debemos discernir claramente la relación entre ellos. Tenemos «en Adán» contra «en Cristo», mostrando nuestra posición; lo que éramos por naturaleza y luego lo que ahora somos por la fe en la obra redentora de Cristo. También tenemos en «la carne» contra en «el Espíritu» y esto se relaciona con nuestro andar, como asunto de experiencia práctica. Creemos que hasta estar «en Cristo», pero debemos también andar «en el Espíritu» (Rom. 8:9). He aquí uno de los más importantes puntos de la vida cristiana. Aunque de hecho estoy en Cristo, con todo si viviera en la carne, es decir en mi propio poder, entones experimentaré lo que está «en Adán». Si quiero experimentar todo lo que está en Cristo, entonces debo aprender a andar «en el Espíritu». El uso frecuente de las palabras «el Espíritu»en la primera parte de Romanos 8 sirve para enfatizar esta nueva e importante lección de la vida cristiana.
La vida en el Espíritu
La carne se relaciona con Adán; el Espíritu con Cristo. Vivir en la carne significa sencillamente que tratamos de hacer algo en nuestra propia energía natural. Esto es vivir por la fuerza que emana de la vieja fuente natural de vida que heredé de Adán. Vivir en la carne significa que creemos que nosotros mismos podemos hacerlo: en consecuencia ensayamos probarlo.
Vivir en el Espíritu, en cambio, significa que yo confío que el Espíritu Santo hará en mí lo que yo no puedo hacer. Esta vida es totalmente diferente de la que yo naturalmente viviría por mí mismo. Cada vez que me encuentro frente a una nueva demanda del Señor, le miro para que él haga en mí lo que requiere de mí. No es un caso de probar sino simplemente de confiar: no de luchar sino de descansar en él.
Si vivimos en el Espíritu, podemos quedarnos a un lado y contemplar cómo el Espíritu Santo gana nuevas victorias sobre la carne cada día. «Andad según el Espíritu, y no cumpliréis los deseos de la carne» (Gál. 5: 16, V.M.). El Espíritu Santo nos ha sido dado para encargarse de este asunto. Nuestra victoria reside en escondemos en Cristo, y en confiar en sencillez que su Santo Espíritu vencerá en nosotros las concupiscencias carnales con sus propios nuevos deseos.
¿Quién me librará?, es el clamor de Romanos 7, pero Romanos 8 nos da la respuesta. El grito de alabanza de Pablo es: «Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro» (Romanos 7:25). Así que, aprendemos que la vida que gozamos es la del Señor Jesucristo solo. La vida cristiana no es vivir una vida parecida a la de Cristo, o tratar de ser parecido a Cristo, ni tampoco es Cristo dándonos el poder de vivir una vida parecida a la de él. Es Cristo mismo viviendo su propia vida en nosotros: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20); «Cristo en vosotros, la esperanza de gloria» (Col. 1:27).
El paréntesis de Romanos 11
Después de los primeros ocho capítulos de Romanos, sigue un paréntesis en el cual se trata del proceder soberano de Dios con Israel, antes de volver al tema de los primeros capítulos.
Así, el razonamiento del capítulo 12 sigue al del capítulo 8 y no al del capítulo 11. Podríamos resumir estos capítulos sencillamente de esta manera: Nuestros pecados son perdonados (cap. 5), somos muertos con Cristo (cap. 6), por naturaleza somos completamente impotentes (cap. 7), por lo tanto confiamos en el Espíritu que mora en nosotros (cap. 8). Después de esto, y como consecuencia, «somos un cuerpo en Cristo» (cap. 12). Es el resultado lógico de todo lo que antecede y la meta de todo ello.
Un llamado a la consagración
Romanos 12 y los capítulos siguientes contienen instrucciones muy prácticas para nuestra vida y nuestro andar. Estas se introducen con un nuevo énfasis sobre la consagración.
En el capítulo 6, verso 1:3, Pablo ha dicho: «Presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia». Sin embargo, en el versículo 12:1, el énfasis es un poco distinto. «Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional».
La visión del cuerpo
Esta nueva exhortación a la consagración se nos hace como a «hermanos», recordándonos los «muchos hermanos» del capítulo 8, verso 29. Es una llamada a dar un paso de fe juntos, el presentar nuestros cuerpos en un «sacrificio vivo» a Dios.
Esto es algo que sobrepasa lo solamente individual e implica una contribución en conjunto. El «presentar» es personal, pero el sacrificio es colectivo; es un sacrificio. El culto racional, servicio inteligente, es un servicio. Nunca deberíamos pensar que nuestra contribución no se necesita, porque, si en verdad contribuye a aquel servicio, satisface a Dios. Y es por tal servicio que experimentamos «cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta» (12:2) o, en otras palabras, alcanzamos el eterno propósito de Dios en Cristo Jesús. Así que, la llamada de Pablo «a cada cual que está entre vosotros»(12:3), se hace considerando esta nueva verdad divina de que nosotros, siendo muchos, «somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros» (12:5) y es sobre esta base que tenemos las instrucciones prácticas que siguen.
El instrumento por el cual el Señor Jesús puede revelarse a esta generación no es el individuo, sino el cuerpo. Dios repartió a cada uno una medida de fe (12:3), pero por separado cada miembro nunca puede cumplir el propósito de Dios. Se necesita un cuerpo entero para llegar a ser «un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» y manifestar su gloria.
De esta manera Romanos 12:3-6 saca de la figura del cuerpo humano la enseñanza de nuestra dependencia mutua.
El Cuerpo no es una mera ilustración, sino una realidad. La Biblia no dice que la iglesia es parecida al cuerpo, sino que es el Cuerpo de Cristo. «Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros». Todos los miembros juntos son un cuerpo, porque todos gozan de su vida como si El mismo se distribuyera entre sus miembros.