Desde el griego
En el estudio anterior, titulado Verdad y Revelación, dijimos que sin revelación no hay conocimiento de la verdad. Esta vez abordaremos la relación que existe entre la verdad y el corazón. En otras palabras, nos preguntaremos por el “órgano” que percibe la verdad revelada.
El apóstol Pablo, orando por los efesios, dijo: “Para que…el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis…» (1:17-18). La palabra “entendimiento” usada aquí es “corazón” en griego (kardia). Esto significa que es a los ojos del “corazón” que la verdad es revelada. Este texto, además, confirma –quizá como ningún otro– la necesidad de la revelación. En efecto, si bien el “corazón” tiene ojos, no obstante, estos necesitan ser alumbrados para ver. Pues bien, el espíritu de sabiduría y de revelación provee la luz necesaria.
Cuando Jesús, citando al profeta Isaías, dijo: “De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis…” el problema de esta gente no estaba en sus órganos externos o sentidos, sino en sus corazones: “Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado” (Mt. 13:14-15). Sólo cuando el corazón está sanado, la mente puede entender, los oídos oír y los ojos ver. Todo esto, por supuesto, dicho con respecto a la verdad.
Por eso, continúa el profeta: “De lo contrario –esto es, si el corazón de este pueblo no hubiese estado engrosado- verían con los ojos, oirían con los oídos, entenderían con el corazón y se convertirían, y yo los sanaría”. Lo mismo afirma Pablo cuando, después de decir que los gentiles andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido… concluye en la causa última del problema: La dureza del corazón (Ef. 4:17-18). En otro lugar, Pablo dice de los judíos: “El entendimiento de ellos se embotó” porque “el velo está puesto sobre el corazón de ellos” (2 Cor. 3:14-15). Para que los ojos del corazón puedan ver la verdad, el velo debe ser descubierto, esto es, quitar el velo (revelación).
Ahora bien, el velo del corazón es quitado cuando las personas se convierten al Señor (2 Cor. 3:16). “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor. 4:6). Nuevamente son mencionadas aquí las palabras claves: Tinieblas, luz, resplandor, iluminación y corazón. También el apóstol Pedro entiende que es a los ojos del corazón que se revela la verdad: “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones” (2 Pe. 1:19). Este lucero de la mañana no es otro que nuestro bendito Señor Jesucristo ¡Aleluya!