Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer».

– Juan 15:5.

Las palabras de Jesús en Juan 15:5 serían suficientes para entender que en las cosas de Dios solo necesitamos creer y permanecer en él; pero casi siempre es necesario que la longanimidad de Dios nos dé más argumentos. Tenemos una tremenda predisposición para el activismo, pero muy poca para la fe, la esperanza y el reposo. Aun nos es difícil comprender que en las cosas de Dios no podemos recibir nada si no nos es dado del cielo (Juan 3:27).

Para que comprendamos un poco más sobre esto, el Señor nos da el ejemplo de la vid. El Señor tiene una relación muy grande con la vid. Isaías 5:1-2, en relación a la nación de Israel, nos dice que él plantó una viña de vides escogidas en un suelo muy fértil. Edificó en medio de ella un lagar, para que del fruto se hiciese el vino (que representa la alegría), pero ella dio uvas silvestres.

Lo que Dios no logró en Israel, ahora él lo obtiene en Cristo. El Padre continúa siendo el viñador, nosotros somos los pámpanos, las varas; pero la vid que ahora sí dará su fruto precioso es Jesucristo. Ahora, la vid ya no es más un pueblo de dura cerviz, sino Cristo. El Padre es el que cuida de la vid, el cual opera todo en todos; por eso, toda vara en él da fruto, y aquella que da fruto, él la limpia para que dé más fruto todavía.

Pero la vara no puede dar fruto por sí misma. El fruto viene de la vid. De la vid viene la savia que corre por todas las varas. Es la vid que va a buscar el agua y los nutrientes para que los pámpanos den fruto. Nada depende de la vara, todo viene de la vid. La vid tampoco tendrá dificultades para hallar agua, ni los nutrientes necesarios para producir mucho fruto, porque el Padre es el viñador y nada le faltará.

Si estos argumentos no bastan para que veamos que la vara no puede nada por sí misma, el Señor todavía nos da en Ezequiel 15:2 algunos más para que consideremos: «¿Tomarán de ella madera para hacer alguna obra? ¿Tomarán de ella una estaca para colgar en ella alguna cosa?». El Espíritu nos señala que nosotros como varas no servimos para otra cosa, sino para dar fruto. No hay nada que podamos hacer por nosotros mismos.

La vid es Cristo y el fruto también es de Cristo. Nosotros, los pámpanos, somos apenas el medio por el cual el Señor produce su fruto: «Así también vosotros, hermanos míos, habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos, a fin de que llevemos fruto para Dios» (Rom. 7:4).

El Señor nos enseña, por la vid, que separados de él nada podemos hacer. Solo podemos dar fruto si permanecemos en él, de lo contrario solo serviremos para ser lanzados en el fuego. Si permanecemos en él, daremos mucho fruto, y el Padre obtendrá en su lagar, en la iglesia del Señor, lo que anhela: el vino, la alegría. «Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias» (Col. 2:6-7).

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