«Es posible moverse sin avanzar, y esto describe gran parte de las actividades entre los cristianos de hoy», nos dice el autor.
Probablemente no hay otro campo de actividad humana en que existe tanto desperdicio como sucede en el campo de la religión.
Es perfectamente posible al ser humano pasar una hora en la iglesia o incluso en una reunión de oración. La conocida expresión «elija la iglesia evangélica más cercana a su domicilio», que últimamente viene usándose en todos los lugares, puede tener algún valor si hace recordar a una civilización materialista que este mundo no es todo y que existen algunas riquezas que no pueden ser compradas con dinero. Con todo, no debemos olvidar que un hombre puede frecuentar una iglesia toda la vida y, pese a eso, no mejorar.
En la iglesia común en que, año tras año, oímos las mismas oraciones repetidas todos los domingos, se piensa que, a falta de otra expectativa más distante, esas oraciones serán respondidas. Al parecer, basta con que sean hechas. Las frases trilladas, el tono religioso, las palabras cargadas de emoción tienen su efecto superficial y temporal, pero el adorador no está más cerca de Dios, ni en mejor condición moral y más seguro de que recibirá el cielo de lo que estaba antes. A pesar de que por veinte años ha seguido la misma rutina los domingos, y se ha ausentado de su casa por dos horas para asistir al culto, él perdió más de 85 días en este ejercicio inútil.
El autor de Hebreos afirma que algunos cristianos estaban caminando sin salir de su lugar. Tuvieron muchas oportunidades para crecer, sin embargo, no hubo desarrollo; tuvieron tiempo suficiente para madurar, pero aún eran niños. Por eso, exhortó a esos cristianos a que abandonasen su inexpresiva esfera religiosa y se dejasen llevar hacia lo perfecto. (Heb. 5:11-6:3).
Es posible moverse sin avanzar, y esto describe gran parte de las actividades entre los cristianos de hoy. Es simplemente desperdicio de movimiento.
En Dios hay movimiento, pero nunca desperdicio de movimiento; él siempre actúa teniendo en cuenta un propósito preestablecido. Al ser creados a su imagen, somos, por naturaleza, formados para que justifiquemos nuestra existencia sólo cuando estamos actuando con un propósito en mente. La actividad hecha al azar está por debajo del mérito y la dignidad del ser humano. La actividad que no resulta en avance en dirección a una meta, es inútil; con todo, la mayoría de los cristianos no tienen idea definida de aquello que se esfuerzan en alcanzar. En el círculo vicioso de la religión, ellos continúan perdiendo el tiempo y energía en algo que, Dios sabe, ellos nunca invierten más de una hora. Esta es una tragedia digna de Esquilo o Dante.
Por detrás de este trágico desperdicio normalmente hay una de estas tres causas: el cristiano desconoce las Escrituras; no cree; o es desobediente.
Pienso que la mayoría de los cristianos simplemente no es instruido. Tal vez ellos hayan oído hablar del Reino cuando no estaban debidamente preparados. Es casi seguro que cualquier persona que se haya convertido en los últimos treinta años oyó que sólo tenía que aceptar a Jesús como Salvador personal y que todo estaría bien. Es posible que algún consejero le haya dicho, además, que ahora ganará la vida eterna y que, ciertamente, irá para el cielo cuando muera, si, de hecho, el Señor no volviese y la llevase triunfante antes del terrible momento de su muerte.
Después de esta primera entrada precipitada en el cielo, normalmente ninguna otra palabra se le dice. El nuevo convertido se ve con un martillo y un serrucho en la mano y ningún proyecto. La persona no tiene la más mínima noción de lo que se espera que haga. Por eso, cae en la triste rutina de lustrar su instrumento una vez cada semana y guardarlo nuevamente en su estuche.
A veces, sin embargo, el cristiano desperdicia sus esfuerzos por causa de la incredulidad. Es posible que todos nosotros, hasta cierto punto, tengamos culpa en este sentido. En nuestras oraciones en particular y en nuestros cultos públicos, siempre estamos pidiendo a Dios que haga cosas que ya hizo o que no puede hacer por causa de nuestra incredulidad. Suplicamos que él hable cuando ya habló y está hablando en este exacto momento. Pedimos su presencia cuando él ya está presente y espera que lo reconozcamos. Rogamos al Espíritu que venga sobre nosotros, cuando permanentemente le impedimos actuar por causa de nuestras dudas.
Es evidente que el cristiano no puede esperar la manifestación de Dios mientras esté en una condición de desobediencia. Si el hombre rehúsa a obedecer a Dios en algún punto definido, si él obstinadamente impone su voluntad para resistir algún mandamiento de Dios, sus otras actividades religiosas serán en vano. Él puede frecuentar la iglesia por cincuenta años sin tener provecho alguno. Puede diezmar, enseñar, predicar, cantar, grabar, editar o dirigir una conferencia bíblica hasta quedar tan viejo que nada le quedará al final, sino cenizas. «Obedecer es mejor que los sacrificios» (1 Samuel 15:22).
Sólo necesito agregar que este trágico desperdicio es innecesario. El cristiano fiel tendrá placer en todos los momentos que pasa en la iglesia y aprovechará estas oportunidades. El cristiano instruido y obediente se entregará a Dios como barro al alfarero, y el resultado no será el desperdicio, sino la gloria eterna.
Tomado de ‘Verdadeiras profecias’.