El Sermón del Monte toca asuntos tan esenciales, que pueden hacer la diferencia entre la vida y la muerte, la ruina y la victoria, para su iglesia.

Cualquiera,  pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente,  que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y  soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba  fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace,  le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y  descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu  contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina. Y cuando terminó Jesús  estas palabras, la gente se admiraba de su doctrina; porque les enseñaba como  quien tiene autoridad, y no como los escribas”.

– Mateo  7:24).

Con estas palabras, el Señor termina el  gran discurso de los capítulos 5 a 7 de Mateo, conocido como el Sermón del  Monte.

A través de la historia, la iglesia del  Señor ha tenido muchas diferencias a la hora de entender e interpretar este  pasaje, incluso hasta el día de hoy. Ha habido cristianos que, ante la  dificultad de aplicar esta enseñanza a sus vidas y a la vida de la iglesia, han  llegado a la conclusión de que el propósito del Señor aquí no es mostrar la  clase de vida que estamos llamados a vivir, sino, de alguna manera, llevarnos a  un estado de impotencia, mostrando que nosotros no podemos vivir la vida  cristiana y que, por tanto, necesitamos del socorro de la gracia de Dios. El  Sermón, en sí mismo, sería una norma demasiado elevada para cumplir.

Otros dicen que estas  palabras del Señor estaban destinadas a Israel como pueblo de Dios. Si Israel  hubiese recibido el reino de Dios, estaba llamado a vivir y a aplicar el Sermón  del Monte. Pero, puesto que ellos rechazaron el reino, y éste fue dado a los  gentiles, la plena aplicación de estas palabras está reservada para el milenio,  cuando entonces sí, Israel vuelva a recibir el reino de Dios.

Pero, hermanos amados,  creo que tal interpretación le ha robado a la iglesia una gigantesca riqueza.  Porque, si ustedes leen con atención este pasaje, verán que el Señor está  diciendo que sus palabras y el hacer lo que él ha enseñado en su mensaje son  asuntos tan esenciales, que pueden hacer la diferencia entre la vida y la  muerte, la ruina y la victoria, para su iglesia.

Un fundamento de roca o arena

Solo fijándonos en la  historia que relata el Señor, sin interpretarla aún, de una casa edificada  sobre la arena y otra edificada sobre la roca, usted puede ver las  consecuencias. Ambas son atacadas por los mismos elementos de la naturaleza;  ríos,  vientos y lluvias golpean con  ímpetu contra ellas, pero una está edificada sobre la roca, y resiste y  permanece, y la otra, edificada sobre la arena, cae. Y no solo cae, sino que el  Señor agrega: «…y fue grande su ruina». No fue una simple caída, sino su  ruina total.

El Señor nos dice que  eso tiene que ver con la manera en que respondemos a sus palabras. Las palabras  que él nos ha dado tienen como propósito producir estos resultados. Versículo  21: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los  cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos». Y  en el capítulo 6, cuando nos habla de la oración: «Padre nuestro que estás  en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad,  como en el cielo, así también en la tierra» (v. 8-10).

Observe aquí lo que  dijo él: «No todo el que me dice: Señor, Señor». Es posible vivir una  vida creyendo servir y agradar a Dios, pensando que hacemos su voluntad y  encontrar, al final de todo, que no fue así.

¿Por qué el Señor puede  llegar a decir a alguien: «No te conozco»? Nosotros sabemos que Dios es omnisciente  y que, lógicamente, él conoce todo y a todos; por lo tanto, no se refiere a esa  clase de conocimiento. Ahí usted debe leer más bien: «No os reconozco; no  reconozco nada mío en ustedes». Ese es el sentido real de sus palabras. «Todo  aquello lo hicieron ustedes; pero yo no estaba allí». En otras palabras, es posible  creer que vivimos la vida cristiana sin que el Señor esté presente en aquello  que nosotros creemos estar haciendo para él. Esta es la solemne advertencia del  Sermón. Por eso, esta última parábola es el broche de oro que cierra el  mensaje. Que el Espíritu del Señor nos ayude a entender bien el sentido.

Sin embargo, no es una  acusación. El Sermón no fue dado para acusarnos ni para condenarnos, como  tantos han pensado en el pasado. El propósito del Señor es darnos vida a través  de sus palabras. Vea Mateo 6:33: «Mas buscad primeramente el reino de Dios y  su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas». La voluntad del Señor  es que pongamos en primer lugar, como   foco absoluto de nuestra vida, la búsqueda de su reino divino.

Las palabras de la  parábola, entonces, están dirigidas a nosotros. Mateo 5:1-2 dice: «Viendo la  multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y  abriendo su boca les enseñaba». ¿A quiénes enseñaba? A sus discípulos, a  aquellos que van en pos de él. No son palabras dirigidas al mundo o a un  hipotético Israel del futuro.

La primera parte del  Sermón nos da la clave del sentido de la palabra del Señor. Su primera palabra  es: «Bienaventurados…». La palabra bienaventurados significa  «extremadamente felices». En otras palabras, el Señor quiere que seamos dichosos.  Luego, la bienaventuranza tiene que ver con la bendición plena de Dios. Si usted  comienza a leerlas, verá que se refieren a cada uno de nosotros.

Pero, ¿qué significa  que nosotros somos sus discípulos? El Señor Jesús dijo: «Si alguno quiere  ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz, y sígame». Hay solo un  camino para ser discípulos. Y luego agregó: «Porque todo aquel que quiera  salvar su vida, la perderá; y todo aquel que pierda su vida por causa de mí, la  hallará».

Las palabras del Señor  son extraordinarias, pero también terribles, como una luz que parte en dos las  tinieblas, separando de manera irreconciliable dos cosas que jamás pueden  caminar juntas. Para ser sus discípulos, hay un solo camino: negarnos a  nosotros mismos, y perder nuestra vida para hallarla.

Pero el punto no es  simplemente perder la vida. Si pensamos que el llamado a ser sus discípulos  significa solo esto, entonces no hemos entendido el llamamiento del Señor. El  Señor dijo: «El que pierda su vida, la hallará», y la hallará en una dimensión  infinitamente superior a aquella que perdió. Dichosos aquellos que lo hacen;  porque, para recibir la plena bienaventuranza del evangelio y de las palabras  de Cristo, usted tiene que perder su vida, y entonces hallará a Cristo como su  vida.

Por esto, el Señor  dijo: «Aquel que oye mis palabras y no las hace…», porque haciendo sus  palabras es cómo nos apropiamos de todas las riqueza de su gloria, poder y  autoridad. Si guardamos y hacemos sus palabras, somos como el hombre que  edifica su casa sobre la roca; pero, si no lo hacemos, somos como aquel que la  edifica sobre la arena.

Después del terremoto  del 27 de febrero, hace ya dos años, viajamos a Concepción para visitar a los  hermanos y llevarles alguna ayuda. Al llegar, nos tocó cruzar el río Biobío en  el lugar donde estaba aquel gran edificio que cayó por completo. Al verlo,  pensé en esta parábola. Ese edificio fue construido sobre las riberas del río,  que son de arena, y no se cavó lo suficiente para afirmar los cimientos en la  roca, bajo la arena, y cuando vino el sismo, el edificio buscó la manera de  asentarse, se hundió en la arena y entonces cayó. Y como dice la Escritura: «…fue  grande su ruina».

Significado de la roca y la arena

¿Qué pueden significar  para nosotros la arena y la roca? Veamos Efesios 2:1-2: «Y él os dio vida a  vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales  anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al  príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de  desobediencia».

Observe dónde  comenzamos todos nosotros y dónde nos encontró el Señor. Estábamos perdidos,  sin esperanza y sin Dios, agobiados por el peso del pecado y por la dominación  de Satanás, destinados a la muerte y a una condenación de eterna separación de  Dios. Allí vino él a nosotros. Y sigue: «…todos nosotros vivimos en otro  tiempo en los deseos de nuestra carne». Así viven todos los hombres de este  mundo, «haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos …  ajenos de la vida de Dios». Dios no forma  parte de su vida. Ellos solo siguen la voluntad de su carne y de sus  pensamientos.

Así vivíamos nosotros.  Estábamos lejos de Dios, «…y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo  que los demás», haciendo lo que el príncipe de la potestad del aire quería  que hiciéramos.

Hoy día, en el mundo,  cada uno vive su vida a su manera. Cuando usted ve a las personas del mundo,  ufanándose de ser libres y usar sus derechos y su libertad, recuerde que no  están más que obedeciendo a aquel que engaña al mundo entero. No tienen ningún  poder contra ese príncipe. Así nosotros, estábamos completamente bajo su poder,  su imperio de oscuridad, angustia, dolor y muerte.

Sin embargo, vea el  versículo 4. Aquí hay un gran «Pero», que viene desde los cielos, un  punto final, una objeción que el diablo no podrá jamás contestar. Dios ha  dicho: «Pero…». No todo termina ahí. La muerte, la enfermedad, la  angustia, el pecado, no son el final de todo.

«Pero Dios, que es rico  en misericordia…». Dios no es solo  misericordioso; él tiene abundante e infinita misericordia. ¡Ese es nuestro  Dios! Misericordia significa que Dios se compadece de usted cuando usted no lo  merece. Cuando usted lo ha ofendido, cuánto más ha rechazado sus caminos y su  voluntad, más misericordioso es Dios. ¡Qué maravilloso es el Señor!

Hace tiempo atrás, leí  la vida de un hombre llamado John Newton (1725-1807), autor de aquel precioso  himno «Amazing Grace» (‘Sublime gracia’ o ‘Maravillosa gracia’), que se  canta hasta el día de hoy. Newton era un hombre impío que se había propuesto  sacar a Dios de su vida y de su mente a cualquier precio. Cuando descubrió que  la blasfemia contra el Espíritu Santo era imperdonable, se dedicó a proferir  las blasfemias más terribles contra el Espíritu Santo, y se convirtió en un  traficante de esclavos, un hombre perverso, un asesino.

Pero un día, cuando su  barco se hundía en medio de una tormenta y ya no había esperanza, se amarró al  mástil para que las olas no lo arrastraran fuera del barco. Y, mientras estaba  allí, tras doce días de tormenta, el Espíritu del Señor comenzó a hablarle a  aquel hombre blasfemo que había apartado a tantos cristianos de la fe. Mientras  esperaba la muerte, el Espíritu Santo trajo a su mente los cánticos que su madre  le cantara cuando niño: «Cristo me ama, bien lo sé». Y en ese momento,  la dureza de su corazón, la amargura y el odio que sentía contra Dios, empezaron  a derretirse como cera. Y sintió que, a pesar de todo, Dios lo amaba.

Atado al mástil de su  barco, ese hombre se arrepintió y encontró la salvación. Y cuando volvió a  tierra, dejó el negocio de esclavos, se convirtió en un pastor y escribió  algunos de los himnos más maravillosos que hasta hoy cantamos: «Sublime  gracia del Señor, que un día salvó a un miserable como yo». ¿No es maravillosa  la misericordia de Dios? Aquel que había traficado se convirtió en el campeón  de la emancipación de los esclavos, y luchó junto a  William Wilberforce (1759-1833), hasta que  logró la abolición de la esclavitud en Inglaterra. Eso es lo que hace la gracia  del Señor.

«Pero Dios, que es rico  en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aún estando nosotros muertos  en pecados… nos dio vida juntamente con Cristo … y juntamente con él nos  resucitó…». Preste atención a  esto. Lo importante de todo esto no es usted. Cuando vemos la gracia y la  misericordia de Dios para con nosotros y el gran amor con que nos ha amado,  tendemos a pensar que somos el centro de todo el asunto; pero no lo somos. Lo  que importa aquí es «con él» y «en él». En Cristo y con Cristo.

«Porque somos hechura  suya…». Esa palabra aquí es  mucho más de lo que aparece en nuestra traducción. En griego es, literalmente, «poema  suyo». Quiere decir que somos una obra de arte de Dios. ¿Alguna vez usted  ha visto una obra de arte supremamente realizada? ¿Ha leído alguna vez un libro  o un poema que haya tocado profundamente su ser? ¿Ha oído alguna vez una música  que le quita el aliento? Así es una obra de arte. Este es el sentido de  esta  palabra: Dios quiere hacer de  nosotros un poema, una obra de tal magnitud, que asombre a toda la creación  cuando la contemple; para mostrar en ella la grandeza, la gloria, la magnificencia  de su gracia, misericordia y amor en Cristo Jesús.

«…creados en Cristo  Jesús para buenas obras…». Aquí no habla de buenas obras en el sentido tradicional: ‘Ah, Dios  quiere que yo haga cosas buenas’. No. Estas obras se refieren a la demostración  de quién es Cristo, en nosotros, «…las cuales Dios preparó de antemano para  que anduviésemos en ellas». ¿No es esto maravilloso?

Teniendo en mente lo  anterior, tratemos de entender ahora el pasaje de Mateo. ¿Quién es el hombre  que edifica su casa sobre la arena, y quién es el hombre que edifica la suya  sobre la roca?

La arena aquí no  representa otra cosa que la vida en la carne: Los deseos, los pensamientos y la  voluntad de la carne. Es nuestra vida natural, del alma, esto es, todo lo que  nosotros somos aparte de Dios. Nuestros deseos, inclinaciones, gustos y  afectos, las cosas que amamos o rechazamos, nuestros hábitos y carácter, lo  bueno y lo malo; todo ello junto es la carne.

Esta era nuestra  condición cuando  vinimos al Señor.  Llegamos trayendo con nosotros un enorme fardo. Por eso, el Señor dijo: «Si  alguno quiere ser mi discípulo, tome su cruz y niéguese a sí mismo». Ese «niéguese  a sí mismo» es el trato de Dios para nuestra carne. El punto central aquí  es que el Señor quiere hacernos entender cuán aborrecible a sus ojos es nuestra  carne.

Tal vez usted no lo  crea así. Quizá crea que en usted, en su vida natural, hay cosas que no son tan  malas. Pero el Señor está enseñando aquí que, si usted edifica sobre la arena,  es decir, sobre su carne, su vida se dirige hacia la ruina.

Muchos de nosotros  tenemos dificultades para entender estas palabras del Señor. Él quiere que vivamos  una vida de plenitud. Él nos proveyó una vida completa, que va más allá de lo  que nosotros entendemos o imaginamos. La vida que el Señor quiere para nosotros  supera todas nuestras expectativas. Todo lo que usted soñó alguna vez es poco  comparado con lo que Dios nos dio en Cristo.

Dios quiere en nosotros  una vida sentada en los lugares celestiales; una vida de victoria y de gloria;  una vida que sea la demostración de cuán suficiente es Cristo para todas las  necesidades de la vida humana, que demuestre que es Cristo quien llena, satisface  y completa la vida humana. Esto es lo que significa edificar sobre la roca.  ¿Estamos viviendo esa vida, sentados con Cristo en los lugares celestiales y  experimentando su gloria día tras día?

En el siglo pasado, un  hermano llamado A.B. Simpson había servido por mucho tiempo al Señor, pero su  vida no estaba satisfecha. Él era pastor en una iglesia muy grande en Chicago,  pero su vida se fue volviendo cada día más vacía. No veía frutos en su  ministerio, mientras luchaba para levantar la condición espiritual de los  hermanos. Estos, incluso se organizaron para desplazarlo de su cargo, pues lo  hallaban muy exigente. Llegó un momento en que su vida comenzó a derrumbarse, y  empezó a enfermar. Simpson tenía 37 años. Fue a ver al médico, quien le dijo:  «Usted tiene una enfermedad del corazón de la que nunca se va a recuperar; así  que le recomiendo que se vaya al campo y deje para siempre el ministerio,  porque de seguir así, morirá muy pronto».

Cuando Simpson supo  esto, se sintió arrasado y comenzó a buscar al Señor. Entonces pudo ver hasta  qué punto su carne, fuerza y sabiduría habían sido el motor de su vida hasta  ese día. Y entonces descubrió que Cristo era suficiente.

El lema de Simpson era:  «Cristo salva, Cristo santifica, Cristo   sana y Cristo viene». Hoy día, esto puede parecer un simple slogan, pero  para Simpson fueron realidades que lo salvaron y cambiaron su vida para  siempre. Él descubrió que Cristo no solo era suficiente para salvar, sino para  sanar y para darnos una vida de poder y victoria. Sí, Simpson sanó y vivió 50  años más predicando el evangelio.

Cristo es suficiente y  pleno. Todo lo que necesitamos para esta vida y para toda la eternidad es a Cristo,  y la iglesia fue llamada a ser la demostración de este hecho.

Tratando con nuestra carne

Entonces, cuando el  Señor enseña esta parábola, ¿qué es lo que él quiere decir? El gran obstáculo  que nos impide apropiarnos de la vida plena en Cristo es nuestra carne; porque  somos indulgentes, seguimos confiando en ella, y rehusamos que el Espíritu  Santo trate con ella. Puesto que no permitimos el trato profundo y radical de  la cruz con nuestra carne, rehusamos vivir la vida del Espíritu.

El Sermón del Monte nos  habla de una vida vivida para la carne y cómo el Señor nos llama a dejar atrás  esa vida. Algunos ejemplos rápidos: Él dice, cuando habla sobre la ira: «Oísteis  que fue dicho a los antiguos: No matarás; y cualquiera que matare será culpable  de juicio. Pero yo os digo que cualquiera que se enoje contra su hermano…».  ¿Quién se enoja contra el hermano? Nuestra carne, que se siente ofendida o  humillada. ¿Usted cree que el Señor Jesús que vive en usted se siente ofendido  o humillado? ¿No recuerda acaso las palabras: «Dios, que es rico en misericordia»?  Cuando usted despreció a Dios, no lo tomó en cuenta y lo ofendió de tantas  formas, ¿qué hizo Dios con usted? ¿Se enojó, lo aborreció, lo destruyó? ¡Lo  amó! Ese es nuestro Señor; esta es la vida que tiene que vivir y expresarse en  nosotros.

La carne se ofende  fácilmente, y se siente menospreciada y atropellada. Si usted da lugar a la  carne y no la trae en sumisión bajo el poder del Espíritu, usted está  edificando sobre la arena. Cuántos de nosotros decimos: «No, esto es algo  pequeño; lo voy a dejar pasar»; pero estamos dando lugar a la carne, sin permitir  que el Espíritu tome esa cosa ‘pequeña’ y la ponga bajo el poder de la cruz.  Así, estamos edificando nuestra vida sobre la arena.

Pero existe algo aún  más terrible con respecto a la carne: ella ha sido maldecida por Dios, y está  bajo condenación; jamás podrá prosperar, pues está destinada a ser destruida  para siempre. Si usted siembra para la carne, dice la Escritura, segará  corrupción y ruina, porque hay una maldición definitiva de Dios sobre los  deseos, las obras y la voluntad de la carne,   y ésta jamás podrá prosperar.

Por eso, el Señor dice  en el versículo 23: «Si traes tu ofrenda al altar…». Tratemos de extraer  el pensamiento evangélico aquí. El Señor no se refiere a cuando alguien viene a  reunión de iglesia y trae su ofrenda. Aquí estamos en el contexto del judaísmo.  En el Antiguo Pacto, si usted era pobre, podía traer una paloma; si era rico,  podía traer un cordero; pero, lo que fuera, en la ofrenda, usted demostraba su  devoción a Dios. Usted, de hecho, se estaba consagrando a Dios.

Reconciliándose

Ahora, imagínese que  usted está en un momento de suma devoción y consagración a Dios, «…y allí te  acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti…». ¿Qué dijo el Señor? «Deja  tu ofrenda…». Olvídate de eso, aunque parezca lo más importante; esto otro  es mucho más importante. Busquemos, en consecuencia, entender el Sermón del  Monte de manera correcta: El Señor no nos está poniendo una carga que nadie  puede cumplir, sino enseñándonos a ver las cosas desde la perspectiva del  cielo. Cuando usted, por la gracia y el poder del Espíritu Santo, comienza a  ver las cosas desde esa perspectiva, entonces recibe el poder para actuar según  esa perspectiva.

Tratemos de ponerlo en  un contexto más actual, aunque puede ser bastante difícil. Cuando usted pasa  adelante, en la cena del Señor, y llega el momento de dar gracias y partir el  pan, esto podría ser equivalente en importancia. Y, en el momento en que usted  parte el pan, recuerda que su hermano tiene algo contra usted, el Señor dice:  «Deja lo que estás haciendo, y ve y reconcíliate con tu hermano». Este es el  sentido.

En otras palabras, el  Señor nos está diciendo que esto es tan importante que, si usted lo deja de  lado, está en peligro de traer la ruina completa a su vida. Entonces, no se  entretenga con el pensamiento de que aquello es algo sin importancia.

Cortando y echando

«Oísteis que fue dicho:  No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer  para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón» (Mat. 5:27-28). Vivimos en una cultura que  nos rodea de adulterio, fornicación y pornografía. Es el pan de todos los días.  Pero, ¿qué es lo que el Señor está tratando aquí? Lo que él hace es enseñarnos  a tratar con la raíz del problema. ¿Dónde comienza el adulterio? En los deseos  del corazón.

Entonces, aquí están  las palabras que son la clave de lo que el Señor enseña: «Por tanto, si tu  ojo derecho te es ocasión de caer, sácalo, y échalo de ti; pues mejor te es que  se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno» (v. 29). El ojo derecho es un elemento vital de la visión; sin él, usted  prácticamente no podría vivir. Pero el Señor no quiere decir literalmente que  haya que sacarse ese ojo, porque eso no cambiaría nada. Lo que él quiere decir  es que, tratándose de estas cosas como el adulterio y otros pecados similares,  usted tiene que ser tan radical como si equivaliese a cortarse una mano, para  evitarlo.

¿Hay algo que te es  ocasión de caer? Si es así, ¿vas a poner en juego tu vida con Cristo por ello?  Algunos hermanos nos dicen: «Tengo problemas con este pecado». Y al conversar  con ellos, uno se da cuenta que el problema es que ven cosas que no tienen que  ver, ven películas que no deben ver, leen cosas que no deben leer, conversan  cosas que no deben conversar o tienen amigos que no deberían tener.

Si tu amigo te puede  llevar a caer, ya sabes lo que dice el Señor. ¿Cuál es el camino? ¡Córtalo,  échalo, apártate! Porque lo que está en juego es tu vida con el Señor. No creas  que puedes jugar con la carne sin que te pase nada. Peor aún, otro puede  pensar: «Puedo mirar todavía, pero después el Señor me perdona». ¡Cuidado!  Estás jugando con fuego. El Señor dice: «Esto es tan grave que, si se tratara  incluso de tu mano derecha, sería mejor que la cortaras y echaras de ti». A eso  se refiere el Señor cuando dice: «Niéguese a sí mismo».

Satanás opera sobre la carne

Lo central en Mateo 6:5  es el trato con la carne. Ella es el gran obstáculo para la vida plena en  Cristo. Tiene que llegar el momento en que usted perciba claramente que este es  el problema. Tenemos que ser llevados por el Espíritu a descubrir que la carne  es el problema, y que, en la medida en que somos indulgentes con ella, damos  lugar a que Satanás ataque nuestra vida.

Por eso, observe  la figura en la parábola: Una casa está  edificada sobre la arena y otra, sobre la roca, pero contra ambas viene el  viento, la lluvia y los ríos. Todo esto representa los ataques del enemigo. No  importa cuál sea nuestra condición, siempre estaremos expuestos a sus ataques.  Y si su vida no está fundada en la roca, y no tiene raíces profundas en Cristo,  se arruinará por completo.

¿Cuántos de nosotros,  cuando sopla de frente aquella tribulación que nunca esperamos, para la cual  nunca estamos preparados, nos damos cuenta, demasiado tarde, que no tenemos  recursos y que no tenemos nada real a que aferrarnos, y nos hundimos? Esto es  porque hemos edificado sobre la arena.

A veces ocurre que  estamos tan dormidos o somnolientos que no nos damos cuenta de lo que está pasando  a nuestro alrededor. La iglesia se encuentra bajo un ataque enorme de las  tinieblas. El Señor Jesús sabía esto. La iglesia posee en sí misma el  testimonio de la vida resucitada y ascendida de Cristo y por ello se vuelve  blanco de los poderes de las tinieblas.

Satanás intentará  destruir a la iglesia a cualquier precio. Esto no es un juego; hay una batalla  por el testimonio de Dios, pero es Dios mismo quien permite que ocurra la  batalla, porque Satanás no podría tocar a la iglesia si Dios no se lo permitiera.  Sin embargo, ¿por qué permite Dios que eso ocurra? Porque la carne debe ser  desnudada a través del conflicto.

¿Hay algo de su vida  que usted nunca dejó que el Señor tocara? Lo que el Sermón del Monte quiere  mostrarnos es que el Señor tiene que entretejerse en todos los aspectos de  nuestra vida. Usted no puede dejar al Señor fuera de ninguno de ellos: la  relación con las personas, la ira, el enojo, el adulterio, la fornicación, las  riquezas.

Hay hermanos que no  dejan que Dios intervenga en la administración de su dinero, que no dejan que  el Espíritu de Dios tome el gobierno de sus recursos, pues ponen su  confianza  en lo que tienen y no en el  Señor. Usted no deja que el Espíritu del Señor gobierne su vida financiera  debido a que confía más en sus propios recursos que en el Señor; es decir,  usted confía en su carne.

«No os hagáis tesoros  en la tierra… más haceos tesoro en el cielo». Todo esto nos habla de una vida donde  Dios está presente y entretejido en todo, y tiene que ver con todo. Esta es la  vida en Cristo, la roca eterna.

La centralidad de la oración

Si seguimos leyendo el  sermón, llegamos a la oración. ¿Qué es la oración, entonces? Un hermano nos  recordaba que la oración no es simplemente un momento específico donde usted se  relaciona con Dios, en la mañana o en la tarde, o bien en una reunión con los  hermanos. Para muchos de nosotros, la oración es una especie de buena obra,  algo que hacemos para agradar a Dios.

Pero, si usted pone  atención, se dará cuenta que el sentido de la oración es completamente  diferente. La oración es el aire,  la  respiración de los santos. Nosotros somos llamados a vivir una vida de oración  continua y constante. ¿Sabe por qué? Porque la oración es comunión e  intimidad  con Dios. Por eso, el  Señor  empieza diciendo así: «Padre  nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino».

¿Qué estamos pidiendo  al orar de esta manera? Que la presencia, recursos, y  autoridad del cielo, según la voluntad eterna  de Dios, vengan y se realicen a través de nosotros. Recuerden que Jesús dijo a  Pedro: «A ti te daré las llaves del reino de los cielos». ¿Sabe qué  significa esto? Que la oración es la manera en que la iglesia vive en el reino  de Dios, bajo un cielo abierto. Cuando la iglesia vive una vida de oración  constante, entonces el cielo se abre sobre ella, y el reino de Dios desciende a  través de ella.

La oración que el Señor  nos enseñó a orar no se refiere a una acción repetitiva o esporádica, sino a  una vida de constante comunión y dependencia del Señor; una vida en que el  cielo y la tierra están en permanente relación e interacción. Esa es la vida  que el Señor nos llamó a vivir; una vida donde la presencia de Dios y su gloria  están constantemente en nosotros.

Cuando Pablo dijo: «Con  Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí»,  quiso decir: «Ahora, lo que yo pienso, lo que siento, lo que hablo, son los  pensamientos, sentimientos y palabras de Cristo». «Cristo vive en mí» no  es simplemente una verdad posicional y objetiva; es algo mucho más íntimo, que  tiene raíces profundas: «Yo siento los sentimientos de Cristo y mis deseos son  los deseos de Cristo. Cristo vive en mí y a través de mí».

La única manera en que  esto llegue a ser real es a través de una vida de oración, de constante comunión  con Dios. Ese es el sentido de la oración, y por  ello está en el centro del Sermón del Monte.  En otras palabras, usted jamás podría vivir las palabras que el Señor enseñó en  él, a no ser que viva una vida de oración delante de Dios.

‘Ateísmo práctico’

Entonces, ¿sobre qué  fundamento estamos edificando? ¿Dónde estamos poniendo nuestra seguridad? Pues  existe en la iglesia una especie de ‘ateísmo práctico’, donde Dios parece estar  ausente de nuestra experiencia cotidiana. ¿Vivimos una vida constantemente en  la presencia de Dios, o vivimos una vida de ausencia de él? ¿Cómo vivimos en  verdad?

La Escritura siempre  nos habla del Dios vivo. Nuestro Dios es un Dios vivo; nos relacionamos con un  Dios vivo, real y verdadero, con el cual nos comunicamos, no cada cierto  tiempo, sino de forma permanente. A eso se refiere el Señor con edificar  nuestra casa sobre la roca y no sobre la arena.

¿Puedes examinar tu  vida ahora, en la presencia del Señor? Necesitamos que, en estos días, el cielo  esté abierto sobre nosotros, que el Señor se haga presente en nosotros.  Necesitamos desesperadamente de la gloria del Señor y de su presencia. Quizás  usted no lo percibe todavía, pero nuestra necesidad de Cristo es desesperada.

¡Necesitamos todos los  recursos de Cristo! Necesitamos vivir una vida en la presencia del Señor, que  contenga esa presencia de manera permanente y no esporádica; una vida que  demuestre al Señor Jesucristo, mientras crece y abunda. Para que eso pueda  ocurrir, tenemos que dejar los caminos de la carne, esto es, dejar de edificar  sobre la arena; abandonar los caminos de nuestros deseos, pensamientos y  voluntad.

Usted sabe muy bien qué  cosas le ha estado diciendo el Espíritu del Señor que debe dejar; pero usted  quiere negociar, quiere argumentar con Dios: «Señor, perdóname esto. Yo te voy  a servir como tú quieras; pero esto no, déjamelo». A veces puede ser una cosa  pequeña, no necesariamente algo pecaminoso; son cosas que a nosotros nos  parecen de lo más pequeñas, pero no lo son para el Señor.

Rendirse y creer

No es posible para  nosotros dejar los caminos de la carne, pero es posible para el Señor. Y si  usted se consagra, se rinde y cree y confía en él y en el poder de su Espíritu,  créalo, es posible para usted también. Tal vez usted dice: «Yo nunca voy a  vencer este pecado de mi carácter. Ya luché con él, ya lo intenté y no se va».  Pero no es así. No se va porque usted todavía confía en su carne, todavía tiene  su esperanza en ella; porque usted todavía no dejó que el Espíritu Santo  terminara con su carne. No usted, sino el Espíritu del Señor. Hay recursos  infinitos en Cristo. Todos los recursos del cielo están a nuestra disposición,  y en Cristo hay gracia y poder suficientes para todo y para todos.

Síntesis de un mensaje oral impartido en  el Retiro de El Trébol (Chile), en enero de 2013.