De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto. El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará. Si alguno me sirve, sígame; y donde yo estuviere, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirviere, mi Padre le honrará”.
– Juan 12:24-26.
A veces, Dios nos envía una estación invernal para que demos mejor los frutos del verano. Es la manera del Señor de trabajar por una temporada, por así decirlo, bajo tierra: y como la semilla que muere en la tierra, al morir, vuelve a la vida, así Dios parecerá cortar la esperanza del fruto de nuestra labor; sin embargo, cuando nos hayamos humillado bajo su mano, y él se haya asegurado la gloria para sí mismo, pondrá en marcha su poder y dará vida a nuestras esperanzas enterradas.
Puede haber mucha comunión con Dios cuando hay poco consuelo en el alma, y mucho fruto cuando hay poco gozo y alegría. Damos fruto cuando damos crédito a la palabra de Dios contra la apariencia, y cuando sometemos nuestra voluntad a la Suya.
No hay seguridad de que produzcamos fruto en el tiempo venidero, si no lo hacemos en la hora presente. ¡Cuán a menudo fallamos y erramos hacia el final de una prueba de paciencia! No esperemos dar grandes pasos de inmediato en la fe, ni que la santificación profunda se logre en un día. Nunca se puede decir que hemos sobrevivido a nuestra utilidad, a menos que hayamos sobrevivido a nuestra espiritualidad. Primero debemos llegar al marchitamiento de la carne, antes de que podamos llegar a ser espiritualmente fuertes y fructíferos.
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