Los nombres de Cristo.
Hay ocasiones en que el Antiguo y el Nuevo Testamento parecen enfocar juntos, para darnos la impresión de que el pueblo de Dios en tiempos antiguos estaba gustando de la plenitud personal del Señor Jesús. Tomemos la declaración de Pablo de que la Roca de la cual fluía el agua viva a los sedientos vagabundos del desierto era realmente Cristo (1ª Cor. 10:4). Con bastante claridad, el Espíritu Santo quiere que aprendamos algo más sobre nuestro maravilloso Señor Jesús de esta parte de la historia del Antiguo Testamento.
Que Dios en sí mismo es una Roca, es afirmado por doquier en las Escrituras. El verdadero creyente siempre ha podido proclamar que Dios es su Roca – o aun más personalmente, ‘Mi Roca’. El simbolismo es pleno de consuelo. Para el viajero bajo el sol abrasador, la roca proveía sombra (Is. 32:2). Para el que carecía de hogar, la roca ofrecía refugio, puesto que ocultarse en las hendiduras de una roca era un lugar seguro, donde uno realmente podría sentirse morando con Dios (Cant. 2:14).
También es real el hecho de que las elevaciones rocosas constituían fortalezas naturales, proveyendo perfecta seguridad para aquéllos que podían encontrar una posición más alta que sus enemigos, escondiéndose en una roca (Sal. 27:5-6).
Nosotros, que hemos huido a Jesús en busca de refugio, podemos apreciar la contraparte espiritual de estas bendiciones. Para nosotros, Cristo brinda seguridad, protección y un lugar de morada confiable. Nuestro mundo es como la cambiante arena de un desierto. No ofrece ninguna seguridad cierta y ningún hogar duradero. Con cuánta gratitud, entonces, declaramos que el Señor es nuestra Roca de los siglos.
Sin embargo, la referencia particular hecha por el apóstol señala a la roca de la cual fluyó agua de vida para el pueblo de Dios. Un golpe de la vara de Moisés liberó esos suministros de agua que la roca había estado conteniendo en sí misma, de modo que todos los sedientos fuesen totalmente satisfechos por el arroyo montañés que Dios les había proporcionado.
Entendemos que el golpear la roca es un tipo de los sufrimientos de nuestro Salvador en la cruz, y que el pecado serio de Moisés al golpear la roca por segunda vez consistió en una sugerencia típica de que podría aún haber necesidad de una repetición de ese único y suficiente sacrificio que nuestro Señor Jesús hizo una vez para siempre. Fuese o no ésta la razón para el trato severo de Dios con él, no cabe duda que la instrucción dada a Moisés en esa segunda ocasión fue que él sólo hablase a la roca, y habría un abundante fluir de agua refrescante.
Tomando estas dos experiencias históricas, el apóstol escribió de «la roca espiritual que los seguía», recordándonos así que nuestro Señor Jesús está siempre cercano, y podemos confiar en que él puede darnos los arroyos refrescantes de Su gracia dondequiera que nos encontremos en nuestra jornada a través del yermo árido de este mundo. Los israelitas no eran camellos, capaces de almacenar grandes suministros de agua vivificante, para luego vivir durante días de sus reservas portátiles. No, ellos no tenían ningún depósito personal, y tampoco nosotros lo tenemos.
Nosotros estamos en necesidad constante. Gracias a Dios, nuestra Roca viva también es constante. Dios lo golpeó con violencia una vez en la cruz y, desde ese gran momento de sacrificio, él ha venido a ser para todos los creyentes una fuente ilimitada de gracia que fluye libremente. Es suficiente para nosotros hablar a la Roca, clamar al Señor, afirmar nuestra fe sencilla acerca de su eterno «un solo sacrificio por los pecados» (Heb. 10:12); y cuando hacemos así, encontramos que todas las características de la roca del Antiguo Testamento son válidas en la realidad espiritual para nosotros.
Es posible que los discípulos no pudieron expresarlo de esta manera; pero, ¿cuánto mejor podemos nosotros describir sus experiencias durante los años del evangelio como para decir que Jesús era para ellos una Roca constantemente presente? Él nunca les falló. No solamente en los tres años tumultuosos de ministerio público, sino a través de la incertidumbre pasmosa de los últimos días antes de la cruz; en los falsos juicios ante los gobernantes civiles y religiosos; en su tránsito por la así llamada ‘Vía Dolorosa’, cuando él pasó junto a las hijas de Jerusalén que lloraban, y aun en los acontecimientos terribles en el Calvario, él mantuvo una dignidad inconmovible que tembló bajo el golpe del abandono divino, pero se recuperó para el grito de triunfo final. Él probó ser la eterna e invencible Roca de la cual mana la vida.
La iglesia es edificada sobre esta divina Roca (Mateo 16:18), y sus miembros pueden beber libremente de sus aguas vivificantes. Y cuando este universo sea sacudido hasta sus cimientos bajo los juicios finales de la ira de Dios, nosotros, los que hemos huido a Jesús, disfrutaremos la seguridad, la victoria y la satisfactoria experiencia de las fuentes de aguas vivas que fluyen de nuestra amada Roca (Apocalipsis 7:17).
Toward The Mark: Vol. 2, No. 6, Nov-Dic. 1973.