Los dos grandes cautiverios de Israel y sus respectivos retornos son una excelente alegoría de la restauración de la Iglesia. He aquí algunos interesantes principios que se derivan de ellos.
Lectura: 1 Cor. 4:1, Ef. 3:1-12, Col. 1:24-29, 1 Cor. 2:6-16.
Cada vez que hablamos de la restauración de la iglesia, asumimos tácitamente que ella está en una posición de deterioro. Si no, no hablaríamos de restauración. La palabra restauración se refiere a volver a su estado de normalidad aquello que no lo está.
Como en el Nuevo Testamento no tenemos suficientes luces para tratar este tema, por causa de que en él nosotros encontramos fundamentalmente la normalidad de la iglesia, entonces nos sirve mucho el Antiguo Testamento, porque allí se nos muestra en figuras, las cosas espirituales que después habrían de tener realidad y concreción en este tiempo.
Bajo la figura de Israel, nosotros tenemos toda una gran metáfora de lo que es la iglesia. Israel sufrió dos grandes etapas de cautiverio con dos respectivos retornos; ellos nos hablan acerca de la iglesia en su cautiverio y en su retorno.
Uno de esos períodos de cautiverio aparece en la Biblia, en el siglo VI antes de Cristo, cuando Israel –específicamente el reino de Judá– fue llevado cautivo por setenta años a Babilonia. Luego el Señor saca de allí un remanente, y lo trae de retorno a la tierra.
Y el otro gran cautiverio de la nación de Israel es el que tuvo en el año 70 de nuestra era, cuando la ciudad de Jerusalén fue destruida, y la nación de Israel fue dispersada por todo el mundo. Esto duró hasta el año 1948.
Ahora bien, el proceso de retorno de estos cautiverios, tanto desde Babilonia a Jerusalén como de la larga dispersión posterior a la nación de Israel, son dos períodos de restauración de la nación israelita que nos dan algunas luces acerca de la restauración de la iglesia.
El retorno del primer cautiverio
Luego del primer cautiverio encontramos tres movimientos de restauración. El primero fue encabezado por Zorobabel, el gobernador, Josué, un sacerdote, y aproximadamente cincuenta mil judíos. El segundo fue encabezado por Esdras, unos ochenta años después, con unos mil setecientos varones. Y el tercero estuvo a cargo de Nehemías, el copero de Artajerjes, con una escolta militar.
Algunos principios espirituales
Del retorno del primer cautiverio vamos a extraer algunos principios acerca de lo que es la restauración de la iglesia.
Lo primero que podemos decir es que la restauración de la iglesia es una obra de Dios. Setenta años estuvo Israel cautivo en Babilonia. Setenta años representan el período de vida de un hombre. Entonces, cuando la vida del hombre termina, Dios interviene. Esos setenta años en Babilonia nos hablan de que Israel murió en su vida natural, porque la carne y la sangre no pueden hacer la obra de la restauración. Sólo al final de los setenta años, Dios podía hacer algo.
La obra de la restauración comenzó cuando el Señor “despertó –dice textualmente la Escritura– el espíritu del rey Ciro”. Qué interesante es esta frase. Y no sólo del rey Ciro, sino también –dice– de los jefes de las casas paternas, de los sacerdotes y levitas, para que subieran a Jerusalén. Entonces Ciro no sólo autoriza, sino que alienta a los judíos que quieran subir a edificar la casa. (Esdras 1:1-5). Nosotros sabemos que la edificación, que se inició con tanto júbilo y aun con lágrimas de gozo, se interrumpió por unos quince o dieciséis años. Y entonces, cuando parecía que todo iba a quedar en nada, de nuevo Dios despertó el espíritu, esta vez, de Zorobabel, de Josué y de todo el pueblo, para que retomaran la obra. (Hageo 1:14-15).
¿Qué muestra eso? Que Dios no es sólo el que inicia la obra, sino también es quien la reanuda y la alienta cuando se detiene. En efecto, cada vez que el pueblo se desanimaba, Dios enviaba un profeta, un Hageo o un Zacarías, para alentarlos.
Al revisar el libro de Esdras, Nehemías, Ester, Hageo y Zacarías, que se ubican históricamente en este tiempo, vemos algo asombroso: que Dios utilizó a tres reyes persas –a Ciro, Darío y Artajerjes, reyes tremendamente poderosos, que tuvieron casi el mundo entero en sus manos–, para favorecer la obra de la restauración.
Aun utilizó a Ester, la esposa de Asuero, para que como ‘tras bambalinas’ ella también ayudara a los judíos. Se piensa que Ester influyó mucho sobre Artajerjes –su hijastro– para que apoyara a Esdras y Nehemías. Dios movilizó todo el ambiente político. Los principales reyes de la tierra favorecieron la obra de Dios. Aun ellos pusieron dinero de su bolsillo y de las arcas reales. Es una obra de Dios; Dios la tiene en sus manos. Él mueve todo lo que tiene que mover, para que ella se realice. Así también será en este día.
La restauración es una serie de movimientos progresivos
Segunda cosa: La restauración es más que un hecho aislado; es una serie de movimientos progresivos. Cada uno de estos tres retornos fue agregando un elemento nuevo que enriqueció el anterior y lo hizo avanzar.
En el primer movimiento de restauración, en que participó Zorobabel y Josué, se restauró el culto con la edificación del altar. Ahí ellos renovaron su comunión con Dios.
¿Dónde podrá Dios iniciar un movimiento de restauración? Dondequiera que haya cristianos que recuperen su calidad de adoradores. Porque la restauración no es un asunto administrativo que puedan llevar a cabo cristianos objetivos solamente. Se necesitan hombres que vibren por dentro, que hayan tenido una revelación de Dios, que tengan un conocimiento interior, que sientan que su corazón es un altar de donde sube al Señor un incienso de adoración y de alabanza.
Luego, al año siguiente que llegaron los judíos a Jerusalén comenzó la restauración de la casa, pues se pusieron los cimientos.
El segundo movimiento restaurador, encabezado por Esdras, trajo un avance en cuanto al embellecimiento del templo. Esdras era un escriba docto; él recuperó la Palabra. Si nos fijamos, en el primer avance restaurador se destacó el ministerio profético, con Hageo y Zacarías. Ellos traían la palabra profética para alentar al pueblo. Pero una vez que ya la casa estuvo restaurada, y comenzaron a desempeñarse los oficios, entonces se hizo necesaria la enseñanza de la Palabra. Así, cuando Esdras lee la Palabra y la expone al pueblo, los oyentes lloraban de emoción. La restauración de la Palabra es un elemento muy importante en la restauración de la casa, porque la Palabra nos muestra lo que Dios siempre quiso, y nos hace alinearnos en la dirección que Dios quiere.
Y el tercer movimiento de restauración, a cargo de Nehemías, consistió en la reconstrucción del muro, que tiene que ver con el testimonio exterior.
O sea, la restauración comienza, primero, con la edificación del altar, es decir, con la restauración de una relación individual del creyente con Dios. Luego, sigue con la recuperación de la Palabra, la Palabra que lava la iglesia, que la alimenta, y que la embellece. Y luego, entonces, cuando eso se cumple, viene el muro. Y el muro nos habla del testimonio hacia fuera. Cuando la iglesia está compuesta por adoradores, edificados unos con otros, lavados por la Palabra, entonces la iglesia puede brillar, y mostrar su belleza exterior.
La restauración abarca más de una generación
Un tercer principio: La restauración abarca más de una generación. Todo el período que nos muestra Nehemías, Esdras, Hageo y Zacarías, abarca más o menos unos cien años. Si la restauración hubiese tomado solamente setenta años, podríamos pensar que era una sola generación; pero del momento que nos extiende el rango hasta los cien años, ya tenemos dos generaciones. Zorobabel y Josué pertenecían a la primera generación, y Esdras con Nehemías pertenecían a la segunda generación. Muy probablemente cuando Zorobabel fue a Jerusalén, Esdras todavía no había nacido.
Es interesante observar una diferencia entre ambas generaciones. En la primera comitiva iban muchos ancianos llenos de nostalgia por la gloria del templo de Salomón. Sin embargo, ese movimiento restaurador no dejó las cosas donde debían quedar. Así también ocurre con las generaciones de restauración. Una primera generación puede estar impulsada mayormente por elementos emotivos. Cuando de pronto ve algo de parte de Dios, se siente una generación precursora, y se llena de una emoción muy grande; pero esa generación no podrá concluir la obra. Vendrá después una generación que tiene algo más seguro que la primera, que es el testimonio de las Escrituras.
Muchos movimientos de restauración han ocurrido en la iglesia desde fines de la Edad Media. Un hermano dice que al mirar la historia de la iglesia podemos ver cada cien años movimientos restauradores muy importantes:
En 1420, con Juan Huss y los moravos. Ellos vieron la cautividad babilónica de la iglesia y decidieron vivir fuera de sus márgenes. En 1520 vino la recuperación de la Palabra por medio de Lutero, Calvino y Zwinglio. Pero, paralelo con eso, y tal vez más importante que eso mismo, fue la presencia de los anabaptistas, que descubrieron la verdad de la regeneración, del bautismo, y la no participación de los cristianos en los asuntos políticos.
En 1620, en plena época del racionalismo, surgen algunos movimientos que enfatizan la vida interior, como el misticismo, pietismo, etc. En 1727 está la figura de Zinzendorf y la comunidad de Herrnhut, donde se inició una cadena de oración que duró cien años, exactamente hasta 1820 y tanto, cuando surge en Inglaterra el movimiento de los hermanos de Plymouth, que recupera la visión del Cuerpo.
En 1920, China. Watchman Nee y lo que se conoce como “La Manada Pequeña” es, tal vez, el movimiento de restauración más serio y consistente de los últimos siglos, y que ha inspirado y sigue inspirando hasta el día de hoy todos los grandes movimientos restauradores en el mundo entero.
¿En qué punto nos encontramos nosotros, si esta serie de cien años se cumpliera antes que el Señor venga? ¿Tendríamos en las cercanías del 2020 tal vez una cosa explosiva, maravillosa, algo que pudiera ser la antesala de la venida del Señor Jesucristo? Tal vez pudiera ser la puntada final para que la iglesia recuperara la gloria que tuvo al comienzo. ¿Soñemos con eso? ¡Soñemos, hermanos, soñemos con una iglesia gloriosa; soñemos con una iglesia sin mancha y sin arruga! ¡Soñemos con una iglesia no dividida!
Una obra realizada con gran fragilidad
Cuarto: La restauración es una obra que se desarrolla en medio de una gran fragilidad y sencillez. Cuando leemos Esdras y Nehemías, una de las primeras cosas que nos llama la atención es que todo lo que allí ocurre, los hombres que intervienen, los movimientos que realizan, la gente, los materiales que se usan, todo, todo, es tan precario, tan modesto. Son pocos, son débiles; están bajo la dominación de un rey extranjero, no tienen autonomía, van llenos de temores, porque los enemigos acechan. Parece que todo se va a caer.
¿Cuál será el modelo de la obra de la restauración para la iglesia hoy? ¿Serán los días de los Hechos de los Apóstoles, donde todo es gloria, donde todo son milagros, con miles de convertidos de una vez, cuando los dones sobreabundan, etc, etc.? ¿Será ese el modelo de la restauración? ¿O será este otro, el de una restauración hecha en condiciones tan diferentes?
¿Qué es lo que vemos hoy nosotros? ¿Hay entre nosotros grandes Pedros, grandes Pablos, grandes Estébanes, que hagan milagros y cosas portentosas? ¿O vemos más bien hombres pequeños como Nehemías, que tiemblan, y que enfrentan tanta adversidad?
Zorobabel no es como Salomón cuando edifica el templo. ¡Allí hubo treinta mil israelitas trabajando en el templo! ¡Ciento cincuenta y tres mil siervos libaneses fueron contratados para la obra del templo! ¡Qué movimiento! En los días de Zorobabel hay apenas cuarenta y tantos mil apenas. Y con dificultad Esdras encontró 38 levitas. ¿Se fijan la diferencia?
La obra de la restauración es una obra casi invisible a los ojos humanos.
Es la obra de un remanente y no del pueblo completo
Quinto principio: Los encargados de llevar a cabo la obra de la restauración es un remanente y no el pueblo completo. La palabra remanente aparece muchas veces en el Antiguo Testamento, y aquí en Esdras, en Nehemías, en Zacarías, esta palabra tiene mucho sentido. Mil setecientos comparados con cien mil, doscientos mil o quinientos mil, no son nada, pero ellos son los que acometieron esta tremenda obra. Los demás estaban en Babilonia. Habían echado raíces, estaban cómodos, tenían casas, negocios, se habían transformado de expertos labradores en comerciantes muy exitosos, como son hasta el día de hoy. En cambio, estos pocos que fueron a Jerusalén, tuvieron que pagar el precio de sacrificio, porque ser remanente, amados hermanos, significa pagar un precio.
La generalidad de los creyentes puede dormirse si quiere, pueden ser encontrados como esas vírgenes insensatas, o como Laodicea, dormida en sus oropeles; pero el remanente debe estar en pie, debe estar despierto, y debe tener aceite no sólo en sus lámparas, sino también en sus vasijas. Eso significa pagar un precio. Hermano, ¿quieres ser parte de ese remanente? Entonces, ve cómo te acomoda la cruz. La cruz tiene la forma hecha para tu corazón, y tendrá que entrar y partirlo. Es la única manera.
Sin embargo, pese a los pocos, la casa de Dios fue restaurada y los muros fueron reedificados. El Mesías, por tanto, podía venir. Habría una ciudad –Belén– donde él naciera; estaría Nazaret para que se criara. Y para que eso fuera posible, unos pocos, débiles y menospreciables judíos –a los ojos humanos– tuvieron que caminar cuatro o cinco meses por el desierto, para llegar a la tierra que les esperaba.
Amados hermanos, para que Cristo venga, la iglesia tiene que estar restaurada, ¡y para que eso sea posible el remanente tiene que movilizarse! Que nos abra los ojos el Señor para ver lo importante que es que el remanente, aunque pequeño y débil, haga la obra que la iglesia en su conjunto no puede realizar.
No un solo líder, sino varios
Sexto: No hay un solo líder encabezando la restauración, sino varios. Y estos varios, como ya dijimos, son débiles.
En la cristiandad actual, estamos muy acostumbrados, cada vez que hay un movimiento cristiano en algún lado, a decir, casi por una ley de inercia: “¿Y quién es el líder?”. Entonces, nos sentimos privilegiados si en algún momento podemos conocer al líder y estrechar su mano. Nos sentimos honrados: ¡es el líder! Detrás de él hay miles de personas.
Pero, amados hermanos, ése no es el modelo bíblico. El modelo bíblico no es Pedro, sino “Pedro y los once”. Y tampoco es Pedro y los once sólo. Es Pablo, es Silas. Son equipos de hombres. Los modelos piramidales, en los cuales hay un hombre arriba, y todos se sujetan a él y él no se sujeta a ninguno, es un modelo de acuerdo a los reinos de la tierra. “Pero entre vosotros”, dijo el Señor, “no será así, sino el que quiera ser grande entre vosotros será el más pequeño, el siervo de todos”. Pero cuánto le cuesta, a nuestra mente estructurada, entender los caminos de Dios; son demasiado altos, no los podemos entender. Pensamos que si no hay un líder, esto se cae. Pero cuando hemos visto de verdad la iglesia, y cuando la iglesia está de verdad funcionando, no importa que no esté Tal o Cual: está la iglesia, y el Señor está en medio de ella, ¡y no será conmovida! Y si no está uno, está el otro. ¡Es un cuerpo!
Que el Señor nos ayude a deses-tructurar nuestros esquemas, y darnos cuenta que en el cuerpo humano no hay un “súper miembro”, no hay un “miembro estrella”, sino muchos miembros que sirven al cuerpo.
¿En qué se muestra la humildad de un líder? No en que hable despacio, o que parezca humilde. No. ¿Saben en qué se conoce? En la sujeción a los demás, en cómo se sujeta al cuerpo. Para todo líder que se precia de tal, el momento más crítico de su vida será aquel cuando deba obedecer a otros en contra de su voluntad, cuando deba aceptar el consejo de otros aunque él no esté de acuerdo, y aún más, cuando tenga que aceptar la disciplina de la iglesia aunque él la vea como injusta. Ahí se prueba si hay o no un vaso quebrado, o hay simplemente un líder que quiere hacer las cosas a su manera, que quiere que todos le obedezcan a él, y él no obedece a nadie.
Que el Señor nos ayude para ver que en la iglesia no hay tal cosa como una pirámide, sino que todos somos igualmente importantes, que todos tenemos que servir de acuerdo a nuestra medida de fe, a nuestra ubicación, nuestros talentos, y que todos somos siervos y no amos.
Aquellos hombres eran débiles. ¿Ve usted que Josué y Zorobabel –aunque uno era sacerdote y el otro era nieto de rey– luego que pusieron el cimiento del templo, desistieron de edificar? Se atemorizaron, dejaron la obra, y empezaron a traer madera de los montes para construir sus propias casas. Hicieron casas bonitas, pero el templo estaba ahí sólo con la piedra del fundamento.
Esa clase de hombres, como Zorobabel y Josué, que se desaniman, que se cansan, que renuncian, sí, esa clase de hombres, esos Pedros, que en un momento niegan al Señor, son los que Dios usa para sus propósitos, porque primero él se asegura que ellos mueran, mueran a sus ideas, a su vanagloria, a todas las cosas que ellos estimaban como preciosas… Sí, los líderes de la restauración son hombres quebrados, vacíos de sí mismos.
La voluntad de Dios es la recuperación del ministerio plural, compartido, de la sujeción mutua, del descenso de los montes y el alzamiento de los valles.
Oficios diversos que se complementan
Séptimo y último principio: Entre los líderes se observa una diversidad de oficios que se complementan.
Noten ustedes: en el primer retorno iba Zorobabel, el gobernador; Josué, el sacerdote. Luego se agregan Hageo y Zacarías, profetas. El segundo retorno lo encabeza Esdras, un escriba. En el tercero va Nehemías, el gobernador, un hombre que administraba muy bien, con otros sacerdotes y levitas. Cada uno de ellos pone lo suyo, y todos se complementan.
Así también ocurre en la restauración de la iglesia. Efesios 4:11 nos muestra 4 ministerios de la palabra, que, aunque tienen una función específica cada uno, trabajan en equipo. Cada uno de ellos aporta algo al perfeccionamiento de los santos, pero ninguno es autosuficiente. El evangelista no puede hacer lo que hace el maestro, el maestro no puede hacer lo que hace el profeta, el profeta no puede hacer lo que hace el pastor, el pastor no puede hacer lo que hace el apóstol.
Amados profetas, pastores, apóstoles, todos tenemos una riqueza; sí, pero todos tenemos también una tremenda limitación. Yo soy tremendamente limitado. Y me temo que usted también lo es.
El retorno del segundo cautiverio
Bien, ahí están los siete principios del retorno de la cautividad en el siglo VI antes de Cristo. Ahora, en estos veinte siglos, del siglo I hasta el siglo XX, Israel ha estado dispersado por todo el mundo. Sin embargo, el propósito de Dios es reunir a Israel. Primero darle la tierra, constituirlo como nación, recuperar Jerusalén como capital y recuperar el lugar del templo para que éste sea restaurado.
Estas cosas que han ocurrido con Israel parecían imposibles hasta el año 1947, pero el año 48 comenzaron a cumplirse en forma rápida. Primero fue el Estado de Israel, luego en el año 67 se avanzó un gran paso más, cuando Jerusalén fue recuperada en la Guerra de los Seis Días, y posteriormente, en la década del 90, cuando los judíos de algunas partes conflictivas del mundo pudieron volver a Israel.
Un movimiento restaurador, de reunificación, ha comenzado. Y ahora están los forcejeos por el lugar del templo, para la construcción del Tercer Templo. Esto es con respecto a la historia contemporánea de Israel.
Pero dijimos que Israel es una figura de la iglesia, ¿y de qué nos habla respecto de la iglesia? Hay tres cosas que nos habla, por lo menos.
Lecciones del Israel actual
Uno: La unidad del pueblo de Dios es una meta imposible para el hombre, pero posible para Dios. Lo ocurrido con Israel era imposible para el hombre, pero Dios lo hizo. Dios movió todo lo que tenía que mover, y está ocurriendo lo que hoy día vemos. Así también, la unidad de la iglesia es algo que contraviene toda la lógica y toda la historia. Sin embargo, Dios se ha ha propuesto hacerlo, y lo hará.
La dispersión de Israel nos mostró la dispersión de la iglesia. La reunificación de Israel nos habla de la reunificación de la iglesia. Lo estamos viendo aquí; ustedes son una muestra de eso. Movimientos de dispersión hay miles; movimientos de reunificación, uno, dos. ¿Habrá tres? Todo dice que no, pero Dios dice ¡Sí! ¡Vamos a creerle al Señor!
Dos: La buena tierra es el foco de la unidad. La tierra de Israel es la que hoy atrae a los judíos de todas partes del mundo; todos quieren ir a Jerusalén y a Israel. Así también Cristo, que es la buena tierra. Dondequiera que Cristo ocupa el trono, allí la unidad es perfecta.
¿Qué tenemos entonces que hacer? ¿Cuál es el paso que hay que dar? Tenemos que reencontrarnos en Cristo, tenemos que predicar a Cristo, tenemos que entregarle a Cristo su iglesia. Tenemos que renunciar a nuestros sueños y ambiciones personales, porque tenemos que venir todos a Cristo. Él es el centro de la unidad, él es el imán que nos atrae. La buena tierra es el foco de la unidad.
Tres: La unidad requiere de la madurez como punto de apoyo. Miremos a los judíos. Estos judíos que han retornado a Israel en las últimas décadas proceden de diversos países, de diversos trasfondos culturales y colores. Parece increíble. Pero ¿qué están haciendo ellos? Están aprendiendo a vivir en medio de esas diferencias y con esas diferencias. Las diferencias de ellos no logran romper el vínculo más fuerte que los une: ellos son judíos, y esa es su tierra. Las diferencias nunca son tan grandes como aquello que nos une.
Aprendamos de los judíos. Ellos están aprendiendo a vivir en esa heterogeneidad, en esa diversidad; saben que si se pelean entre sí están perdidos; saben que si se dividen, los enemigos se lo toman todo. ¿Y qué rasgo puede describir eso en los judíos, eso de soportarse, de sobrellevarse? ¡Madurez! A medida que los hijos de Dios alcancemos la madurez, va a ser posible la unidad. La unidad, si bien es cierto es un hecho espiritual logrado por Cristo en la cruz, requiere de nosotros que creamos ese hecho, que demos pasos hacia la unidad.
La madurez nos va a permitir vernos muertos a nuestras tradiciones, a nuestra historia, a nuestro sesgo doctrinal, para ser hallados en Cristo como “un solo y nuevo hombre”. Ella nos permitirá sobrellevar a los que aún no ven lo suficiente, para que ellos también arriben a la perfecta unidad.