La provisión del Evangelio es triple: justificación, santificación y redención.
Hay tres cosas mencionadas en los capítulos 1 a 8 de Romanos, que el Evangelio provee para nosotros. En los capítulos 3 y 4, y hasta el versículo 5:12, tenemos la justificación. De 5:13 a 8:17, la santificación, y de 8:18 a 8:30, encontramos la glorificación. Tal es la provisión de Dios para nosotros en el Evangelio.
La justificación
A menudo oímos a las personas decir que la justificación significa «como si nunca hubiésemos pecado». Nosotros pecamos, mas ahora, siendo justificados, estamos delante de Dios como si nunca hubiésemos pecado. Sin embargo, en la realidad, la justificación es mucho más que eso. La justificación significa que ahora nosotros somos ‘aceptos’ en el Amado.
Pero ¿cómo somos justificados? Esa es una pregunta muy antigua, y se encuentra ya en el libro de Job. En este libro, en el capítulo 9, Job hace la siguiente pregunta: «¿Y cómo se justificará el hombre con Dios?». Dios es un Dios justo; entonces, ¿cómo puede él justificar a personas injustas? Por otro lado, si Dios simplemente justificase a las personas injustas sin tomar ninguna otra providencia, eso lo volvería injusto a él, distorsionaría su justicia, y eso él no podría permitirlo.
Dios ama a los pecadores; sin embargo, él aborrece el pecado. Pero, gracias a Dios, ese es el problema que el Evangelio viene a resolver. El Evangelio dice que de tal manera amó Dios al mundo, que dio su Hijo unigénito al mundo. Su Hijo vino a este mundo como un hombre, Jesús, quien tomó sobre sí nuestros pecados y murió en la cruz como nuestro sustituto. Él derramó su sangre por nuestros pecados, y su sangre satisfizo la justicia y la rectitud de Dios. Vale decir, somos justificados, pero no por nosotros mismos.
Muchas veces tratamos de justificarnos a nosotros mismos; sin embargo, nuestros esfuerzos son inútiles, y no somos justificados de esta manera. Es Dios quien tiene que justificarnos, y lo realiza a través de la sangre de su propio Hijo amado. Los pecados son perdonados porque la sangre ha sido derramada. De esa forma, puede Dios justificarnos de manera recta, y la justicia de Dios viene a nosotros.
¿Cómo nos volvemos justos delante de Dios? Hoy, Dios mira hacia nosotros y dice: «No veo iniquidad en ustedes». Dios no ve pecado alguno en nosotros; al contrario, él nos ve como justos. ¿Cómo es posible esto?
La expresión «la justicia de Jesucristo» se encuentra en un solo lugar en el Nuevo Testamento, y significa que cuando el Señor Jesús estaba sobre la tierra, él era justo en todo. Ahora él es ‘el Justo’, sentado a la diestra del Padre. Él es el único justo, porque él satisface al Padre en todas las cosas. No hay ni siquiera uno justo, solo Jesucristo es justo. Esa es su justicia.
Sin embargo, ¿sabías que la justicia de él no te justifica a ti? Al contrario, su justicia va a condenarte, porque él es tan justo y tú tan injusto. Cuanto más justo es él, nuestra injusticia se hace más notoria. Por tanto, mayor es nuestra condenación.
La justicia de Jesucristo no nos justifica a nosotros, sino que lo califica a él para ser nuestro sustituto, porque él es sin pecado. Por tanto, él pudo ser hecho pecado por nosotros. Si él no fuese justo, no podría ser nuestro sustituto; tendría que morir por causa de su propio pecado. Sin embargo, gracias a Dios, él es totalmente justo, y pudo ser hecho pecado por nosotros, de modo que la justicia de Dios pudiese venir sobre nosotros. Su justicia lo califica para ser nuestro Salvador, nuestro sustituto. Mas, su justicia no es algo que nos es dado para ser nuestra justicia.
El Evangelio no significa que Cristo, lleno de justicia, tome su justicia y la ponga sobre ti, y a partir de allí te vuelves justo. Nosotros nos volvemos justos porque Dios nos dio a su Hijo amado. Cristo Jesús, él, fue hecho nuestra justicia (1a Cor.1:30).
Esto no significa que su justicia nos es dada a nosotros, sino que Dios nos da a su Hijo, Cristo, y nosotros somos revestidos con Cristo. Es en la unidad con Cristo que nos tornamos justos. Hoy, cuando estamos delante de Dios, él no nos ve a nosotros, sino a Cristo, pues nosotros estamos revestidos con Cristo.
Amados hermanos, esta es la forma en la cual somos justificados; de esta manera nos tornamos justos. Nosotros no cambiamos. Él no nos dio simplemente algunos de sus méritos; antes bien, nos revistió de sí mismo. Hoy estamos unidos con Cristo; de tal manera que cuando estamos delante de Dios, él no te ve a ti o a mí. Dios ve a su Hijo amado y dice: «Eres justificado como si nunca hubieses cometido pecado; eres acepto, ten paz».
La justificación, o la justicia, no es una enseñanza, una doctrina, un método, una fórmula o una técnica. Es una Persona, y esta Persona es Jesucristo. Cuando tienes a Jesucristo, eres justificado. Si no tienes al Señor Jesucristo, aunque conozcas la doctrina de la justificación por la fe, no eres justificado. Eres justo delante de Dios porque Jesucristo fue hecho justicia para ti. Él es tu justicia. Eso es el Evangelio.
La santificación
El segundo aspecto del Evangelio es la santificación. Esta es una palabra tremenda, pero significa simplemente «apartado para Dios». En la práctica, la santificación significa vivir una vida piadosa y santa, venciendo las tentaciones y el poder del pecado – vivir una vida victoriosa. Tal es la santificación.
Es verdad, después que fuimos justificados, debemos vivir en la presencia de Dios y andar delante de él en santidad (lo que significa ser igual a Dios) y en justicia. No se espera que un cristiano continúe pecando, o caiga en tentación. Se espera que un cristiano viva como Cristo vivió en esta tierra, venciendo al poder del pecado y viviendo una vida santa.
«Sed santos, porque yo soy santo». Esta no es solo una exhortación, es una orden. Dios nos manda que seamos santos. Santo significa ‘poco común’. Debes vivir de forma poco común, diferente al modo en que el mundo vive. Debes ser diferente, porque has sido apartado para Dios.
Ahora, ¿cómo podemos ser santos? ¿Cómo podemos vivir esa vida victoriosa? En Romanos 7, Pablo dice: «En mi corazón, yo sé; en mi mente renovada, yo sé, sé que debo obedecer a los mandamientos de Dios, y deseo hacerlo. Trato de hacerlo, pero cuanto más lo intento, más fallo. El quererlo está en mí, mas no el hacerlo. ¡Qué hombre miserable soy! ¿Quién me podrá liberar de este cuerpo de muerte?».
¿No es esa la experiencia de muchos cristianos de hoy? Estás justificado delante de Dios, eres salvo, reconciliado con Dios, y tienes la vida de Dios en ti mismo. Sin embargo, de alguna forma descubres que no puedes vencer el poder del pecado. De alguna manera descubres que el desearlo está presente, pero no la fuerza. Ciertamente, eso no es el Evangelio.
Hermanos, el Evangelio no es soólo para los pecadores; es también para los creyentes. La parte del Evangelio concerniente a los creyentes es: «¿No sabéis que fuisteis crucificados con Cristo?». En otras palabras, para nuestra justificación tenemos la sangre del Señor Jesús, y para nuestra santificación, la cruz de nuestro Señor Jesús.
Cuando nuestro Señor Jesús fue a la cruz, él cargó nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, y allí murió por nuestros pecados. De la misma manera, cuando Cristo Jesús fue a la cruz, el te llevó a ti y a mí. Gracias a Dios, él no solo llevó nuestros pecados, sino que nos llevó a nosotros mismos con él a la cruz, y allí él murió como nosotros; no solo por nosotros, sino como nosotros.
Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, no solo es nuestro sustituto, para pagar las deudas por nosotros, sino que es también nuestro representante. Cuando él murió, tú moriste en él y con él. Él fue levantado de entre los muertos, y tú también fuiste levantado juntamente con él de entre los muertos. Por esa razón, Pablo dice en Gálatas 2:20: «Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí».
Hermanos, ¿saben ustedes lo que significa la santificación? Sí, la santificación requiere que vivamos una vida santa; sin embargo, ¿quién puede vivir tal vida? Hay solo un hombre que puede vivir esa vida santa, y ese hombre es Jesucristo, y tú sabes que él vive en ti, él vive en ti. Sin embargo, ¿tú permites que él viva a través de ti? Si estás viviendo a través de tu propio esfuerzo, esa es la razón por la cual no puedes vivir una vida santa. ¡Si solo pudieras quedarte a un lado, y dejarlo vivir a él! Entonces, no sería problema el vivir una vida piadosa y justa delante de Dios todos los días de tu vida, porque él vivió esa vida hace dos mil años atrás. Él simplemente libera esa vida en y a través de ti y de mí.
Recuerda esto: la santificación no consiste en una vida transformada, la santificación es una vida sustituida. Tú no cambiaste, pero tuviste un trueque. No más tú mismo, es Cristo quien vive en ti.
La santificación no es una doctrina, ni una segunda bendición. Hay personas hoy que creen en una segunda bendición. Ellos sostienen que la primera bendición es ser salvos, y la segunda bendición, ser santificado, tornarse santificado. ¿Cómo? Bien, la raíz del pecado es desarraigada, es arrancada. Entonces tú ya no puedes pecar más.
Pero el pecado no es erradicado. El pecado permanecerá en ti mientras vivas; sin embargo, gracias a Dios, tú eres erradicado. No el pecado, sino tú. La cruz te eliminó. Tal es la santificación por la fe.
La santificación es Cristo. Él es la santificación. En consecuencia, cuando tú crees en él, eres santificado. Es sencillo. Simplemente, créelo, y tómalo como tu santificación. La santificación no es una doctrina, no es alguna cosa que Dios te da. La santificación es Cristo. Cristo te es dado. Él es nuestra santificación. Ese es el Evangelio de Dios.
La glorificación
Muchos creyentes piensan que si somos justificados no iremos al infierno, sino al cielo, y que eso es todo. Hay otros creyentes que piensan que eso no lo es todo. No es suficientemente bueno solo el que en el futuro no vayan al infierno sino al cielo. Ellos desean vivir una vida justa y santa en la tierra, y damos gracias a Dios por esos creyentes. No obstante, si tú piensas que eso es bueno y suficiente, Dios dice que eso no es suficiente para él.
El Evangelio no precisa satisfacerte a ti, mas el Evangelio precisa satisfacer a Dios, y él no se satisface solo por justificarte y santificarte. Dios declara: «No, yo voy a hacer algo más: voy a glorificarte».
Hermanos amados, ¿qué es la glorificación? La glorificación significa simplemente que Dios va a transformarte de gloria en gloria, y conformarte a la imagen de su amado Hijo (Rom. 8:29-30).
La glorificación no significa que tu hombre natural es glorificado, transformado. No, nosotros dijimos que tú no cambias. «Lo que es nacido de la carne, carne es. Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es». Ser transformado significa simplemente que el Espíritu Santo va a obrar de tal forma en tu vida, que te retirará a ti y va a agregar a Cristo, hasta que Cristo sea formado completamente en ti, o hasta que tú seas conformado a su imagen. ¡Eso es la gloria!
Nosotros damos vergüenza; solo Cristo es glorioso. Entonces, cuando Cristo es formado en ti, hay gloria. En otras palabras, gloria significa que Dios está siendo visto, Dios está siendo expresado, Dios está siendo conocido. Siempre que vemos a Dios, vemos gloria. Ese es el propósito de Dios. Él no irá solo a justificarte, ni solo a santificarte; él desea glorificarte. Él anhela que Cristo sea completamente formado en ti, para que tú seas conformado a su imagen.
Sin embargo, ¿cómo él va a obrar eso? El Espíritu Santo es responsable por ese hermoso trabajo. El Espíritu Santo es como un bordador. Él está dando puntadas, punto tras punto en tu vida, para tejer a Cristo en ti. Y a medida que él está haciendo eso, tú estás siendo vestido con un atuendo bordado. Serás adornado para ser la novia de Cristo. Lo que es entretejido en ti, construido en ti, no es nada más que Cristo.
Cristo es nuestra redención, y la redención apunta hacia la filiación; o sea, la posición de hijo maduro. Ustedes ahora crecerán y se transformarán en hijos de Dios. Eso es la glorificación, y nuevamente, eso no es una enseñanza, ni una doctrina. La glorificación es Cristo. Cuando vemos a Cristo, hay gloria; esa es la obra del Espíritu Santo.
(Adaptado de «Romanos», en Vendo Cristo no Novo Testamento, Vol. II).