Todo tiene su momento; todo lo que sucede bajo el cielo ocurre de acuerdo a un plan”.
– Eclesiastés 3:1, Versión PDT.
La primavera es la estación propicia para sembrar. Es un tiempo de duro trabajo, de mucho esfuerzo. Y el labrador no solamente siembra las semillas, sino que las cuida. Lo sembrado no queda en el olvido, sino que se mantiene en el centro del pensamiento del sembrador.
Este es un tiempo de atenciones, de cuidados especiales. Durante esta estación se cuida y abona lo plantado mientras reina una gran vistosidad, alegría y muchos colores; es un tiempo muy agradable a la vista y al resto de los sentidos. Exquisitos olores, vivos colores, apasionantes texturas.
Casi todos anhelan la primavera. Sin embargo, durante este período las plantas tampoco fructifican; también hay aquí ausencia de frutos.
Ahora bien, ¿qué simboliza la primavera para el cristiano? Es el tiempo cuando más trabajamos en la obra del Señor: esfuerzo, tiempo, sacrificios. Nos preocupamos de nuestra vida espiritual… ¡y aguardamos con esperanza la llegada de tiempos mejores!
Hay mucho colorido, mucha vistosidad; sin embargo, no es un tiempo de frutos espirituales, no cosechamos nada en la primavera espiritual. Es el tiempo cuando nos sentimos bien, no hay problemas, no ha tribulaciones, hay solaz… y tendemos a conformarnos con eso y la pura vistosidad, pero no hay verdadera profundidad espiritual.
Muchos creyentes muestran en esta estación un cierto atractivo, señales de su prosperidad y hasta ciertos alardes de grandes obras; pero aún no han recibido ese fruto espiritual que tanto anhelan, ese deseo del corazón por el que tanto se ha orado, llorado y esperado.
No es el tiempo aún… ¡aunque su manifestación se acerca cada vez más!
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