La elección y el llamado de Abraham tienen un carácter único en todo el Antiguo Testamento. Es la primera reacción de Dios después de la caída de Adán y Eva. La salida de Abraham de Ur de los caldeos es uno de los hechos más gloriosos de los anales de la fe. El escritor de Hebreos lo resume muy bien en estas breves frases: «Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba» (Heb. 11:8). El llamado de Abraham fue un llamado a salir, a dar la espalda al mundo.

Sin embargo, aunque era grande el llamado, y más grande aún quien lo efectuaba, Abraham no era una persona excepcional. En una civilización idólatra como la caldea, él también lo era. Este fue solo una piedra tomada de la cantera del mundo. Él estaba a gusto en esa cultura; sin embargo, Dios, en su soberanía lo escogió como primicia y ejemplo de todos los hombres de fe que habrían de venir, en los cuales Él se agrada.

Abraham se diferenció mucho de Abel, Enoc y Noé. Éstos parecen haber sido hombres de decisión, notablemente distintos de los que les rodeaban. No fue así con Abraham; pero la recuperación de Dios comenzó con él. Un hombre así convenía a la gloria de Dios, porque nunca se podría envanecer en su justicia ni en sus méritos, porque no los tuvo. Dios le escogió, «no por las obras, sino por el que llama» (Rom. 9:11).

El caminar de Abraham tuvo titubeos y tropiezos. Si confrontamos Génesis 11:31-12:1 y Hechos 7:2-4 podemos ver cómo, en el comienzo de su carrera, los lazos familiares impidieron que él respondiera completamente al llamado de Dios. En vez de tomar Abraham la iniciativa, la tomó Taré, su padre, y él se enredó en Harán; y allí se quedó, hasta que la muerte rompió el lazo que le unía con su padre.

Esto nos muestra que las influencias de la naturaleza son siempre contrarias a la realización de la vocación de un hijo de Dios, y por eso hay que cuidarse de ellas. Si no estamos conscientes de la grandeza del llamado que hemos recibido, ellas nos llevarán a contentarnos con menos de lo que Dios ha señalado para nosotros. Sin embargo, Dios, que había llamado a Abraham a Canaán, no descansó mientras éste estuvo en Harán. Dios es persistente. Cuando Abraham tenía ya setenta y cinco años, Dios le recuerda su llamado. Y le trajo a Canaán.

La experiencia de Abraham es la de muchos hijos de Dios que han claudicado o están a punto de abandonar la carrera. Harán todavía les ofrece las comodidades de la civilización. A lo lejos se vislumbra una Canaán inhóspita y desconocida, y no hay fuerzas para avanzar. Pero Dios, que es rico en misericordia, y persistente como nadie, ayuda a vencer los temores, pone un renovado valor, y entonces Abraham puede entrar en la Tierra Prometida. Los grandes hechos de fe se han realizado, no por la perseverancia del hombre, sino por la persistencia de Dios.

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