La suma de tu palabra es verdad, y eterno es todo juicio de tu justicia”.
– Salmo 119:160.
Un peligro sutil, enseñado por algunas personas sinceras, es magnificar la luz interior y la guía del Espíritu Santo, descuidando la Palabra que él dio, y por medio de la cual todavía obra en los corazones humanos. Este es un gran error y el padre prolífico de toda clase de males.
Tan pronto como dejamos de lado la palabra de Dios, nos exponemos a la solicitud de las muchas voces que hablan dentro de nuestros corazones. Ya no tenemos una prueba, un criterio de verdad, una norma de apelación.
¿Cómo podemos conocer al Espíritu de Dios en algunos de los casos más intrincados que nuestra conciencia lleva a juicio, a menos que nuestro juicio esté profundamente impregnado de la palabra de Dios? No debemos contentarnos con el Espíritu sin la Palabra escrita, ni con la Palabra sin el Espíritu. Nuestra vida debe viajar a lo largo de estos dos como el tren a lo largo de las vías paralelas.
La Palabra es el vehículo elegido del Espíritu. Solo por nuestro devoto contacto con ella somos capaces de detectar Su voz. Es por la Palabra que el Espíritu entrará en nuestros corazones, como el calor del sol pasa a nuestras habitaciones con los rayos de luz a través de las ventanas abiertas.
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