Dios se ha comprometido a salvar a los hombres por medio de Jesucristo, y esto es para siempre.
Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos … Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén”.
– Hech. 10:36; 1 Tim. 1:15-17.
Durante este último tiempo, el Señor ha venido poniendo en nuestros corazones una carga fundamental en cuanto al anuncio del evangelio. Creemos que es un asunto sobre el cual se debe seguir insistiendo.
No es suficiente oír hablar acerca de la importancia de la evangelización, si ello no se traduce en un cambio en nuestra propia conducta ante el Señor. ¡Que las palabras lleguen a nuestro corazón y nos convirtamos en heraldos de Jesucristo! Esto es algo que el Señor mismo nos está demandando en estos días por su Espíritu Santo.
Martin Lloyd-Jones, el famoso predicador inglés del siglo 20 dijo una vez que todo avivamiento en la historia de la iglesia comienza cuando la iglesia redescubre el evangelio. Martín Lutero intentó ganarse la salvación por sus obras, pero cuanto más se esforzaba, más culpable se sentía. Pero un día, un rayo de luz traspasó su mente: «Mas el justo por la fe vivirá» (Rom. 1:17). El evangelio eterno alumbró su corazón y la historia cambió. Ese día llegó un avivamiento y comenzó la Reforma.
Lutero descubrió que el hombre no se salva por sus propios méritos o esfuerzo, sino solo por la gracia de Dios, dada a todos los que creen en Cristo. Nadie puede salvarse a sí mismo; todo lo que necesitamos para ser salvos es poner nuestra fe en Jesucristo. En esto consiste el poder del evangelio.
El evangelio no se basa en un método, ni es el resultado del esfuerzo humano, sino una vida que viene de arriba y nos hace nacer de nuevo. Esta es nuestra historia. ¡Cuán poderoso ha sido el evangelio, no solo en la historia de la iglesia, sino en la historia de toda la humanidad!
El peligro de olvidar
Sin embargo, es posible que conozcamos mentalmente las verdades del evangelio e incluso podamos enseñarlas a otros, pero que ellas no estén vivas en nuestro ser. Porque cuando el evangelio está ardiendo en el corazón, no podemos dejar de hablar de Cristo.
Es posible que la iglesia se olvide del evangelio. Y cuando eso ocurre, nos olvidamos de Jesucristo. No es que simplemente nos olvidamos de anunciarlo. Porque Jesucristo es el evangelio. Podemos creer que estamos centrados en Cristo, pero si el amor y la compasión del evangelio no arden en nuestro corazón, no estamos en comunión con Él. Este peligro amenaza constantemente a la iglesia.
Dice Pablo a Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo», refiriéndose específicamente al evangelio. Las últimas cartas de Pablo son su testamento. Cuando una persona hace un testamento, escribe en él lo más importante, aquello que quiere legar a sus herederos. Estas son las últimas palabras del apóstol, antes de partir con el Señor, consciente de que sus días están terminando.
Durante su ministerio, inspirado por el Espíritu Santo, Pablo habló de cosas tan elevadas como el propósito eterno de Dios, el misterio de su voluntad, la centralidad y supremacía de Cristo, y la iglesia. Sin embargo, sus últimas cartas hablan del evangelio. A Timoteo le encomienda el evangelio, porque sin éste no hay iglesia. La iglesia nace del evangelio, y si nos olvidamos de él, todo lo demás está en riesgo.
«Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio». ¿Qué ministerio era éste? «Mas fui recibido a misericordia». El Señor lo alcanzó con el evangelio y fue salvo. «Palabra fiel y digna de ser recibida por todos» (v. 15). Esta es una frase de Pablo ya anciano. Él no hablaba así cuando era joven, porque la fidelidad es algo que solo se comprueba con el paso de los años. Podemos decir que alguien es fiel cuando hemos vivido mucho tiempo junto a él.
Cuando ha gastado su vida por el Señor y está a punto de partir de este mundo, Pablo puede declarar que el evangelio es una palabra fiel, que nunca lo ha defraudado. Siempre que él ha predicado y las personas han creído su mensaje, invariablemente han sido salvas por el poder del evangelio.
Dios es fiel al evangelio. A veces nos preocupa cómo hablar a otros del evangelio, pero es Dios mismo quien respalda su palabra. Dios se ha comprometido a salvar a los hombres por medio de Jesucristo, y eso es para siempre.
Nunca ha sido fácil
Vivimos en un tiempo en que las palabras pueden ser alteradas y manipuladas a voluntad. Los sociólogos hablan de la post verdad. Las palabras ya no tienen un significado fijo, sino que éste puede variar de acuerdo a la intención de cada uno. Pero el evangelio eterno no cambia; es una palabra fiel, inalterable,
«…y digna de ser recibida por todos». La dignidad no está en quien recibe el anuncio, sino en el evangelio mismo, que es digno de ser oído por todos, pobres o ricos, débiles o poderosos, sabios o ignorantes.
«Por tanto, no te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor» (2 Tim. 1:8). Timoteo era tímido y tenía vergüenza de predicar. Nunca ha sido fácil predicar el evangelio. Era mucho más difícil en esa época, y probablemente lo será otra vez en el tiempo que vendrá.
¿Cuál es la palabra digna de ser recibida por todos? Mire cómo Pablo resume aquí el evangelio: «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1:15).
A veces, los creyentes tenemos la misma actitud de los atenienses. Lucas los describe en Hechos capítulo 17 en una forma algo irónica, pero muy adecuada. Dice que ellos «en ninguna otra cosa se interesaban sino en decir o en oír algo nuevo». A menudo nosotros queremos oír solo cosas nuevas. Pero el evangelio no es algo nuevo, aunque debe renovarse constantemente en el corazón. Es una historia antigua; no hay nada que cambiar. Pero es necesario repetirla hasta el final de los tiempos.
En el libro de Apocalipsis, cuando llega el fin de todas las cosas, y con él el juicio de Babilonia, de la bestia y del falso profeta, un ángel vuela en medio del cielo y tiene el evangelio eterno para predicarlo a toda la humanidad una vez más. No necesitamos oír cosas nuevas.
El evangelio es tan antiguo y, a la vez, tan nuevo como el sol que nace cada mañana. Y tiene el poder de renovar el corazón de los hombres quienquiera que sean y cualquiera sea su situación, hasta el final de los tiempos. De hecho, no solo ha cambiado la vida de incontables hombres y mujeres, sino que ha cambiado el curso de naciones y sociedades enteras a lo largo de la historia.
«Palabra fiel y digna de ser recibida por todos». El evangelio no está en una oposición a la edificación de la iglesia. Para algunos pareciera que el evangelio es una cosa diferente a la edificación de la iglesia. Sin embargo, no lo es en absoluto; muy por el contrario, es un aspecto esencial de la vida de la iglesia.
Tres palabras griegas
Veamos qué nos dice la Biblia acerca del evangelio. En la Escritura podemos estudiar y entender su significado a partir de tres palabras que se usan para hablar de él, y que se traducen de varias maneras en el Nuevo Testamento, e incluso en la traducción del Antiguo Testamento al griego, en aquellos pasajes proféticos que hacen alusión al evangelio, como por ejemplo Isaías 61.
Evangelizar
La primera de ellas, de la cual viene la palabra que alude a la predicación del evangelio, corresponde al verbo evangelizoo, que proviene del griego evangelion y se traduce como «predicar el evangelio». El término evangelio es una de esas palabras que no se tradujo cuando pasó al español, sino que fue transliterada, es decir, que se adaptó en cuanto a su pronunciación, pero sin ser traducida.
La palabra evangelio se usa más de 250 veces en el Nuevo Testamento. ¿Por qué el Espíritu Santo escogió este vocablo para hablarnos del evangelio de Cristo? En el mundo grecorromano, un evangelio era una buena noticia; pero no era cualquier anuncio, sino la noticia de un acontecimiento extraordinario, que podía afectar la vida entera de una nación.
En la antigüedad se usaba en tres contextos específicos. Uno de ellos era el anuncio de una gran victoria militar. Podemos asociar esta palabra con la obra del Señor Jesús. El tomó nuestro lugar y venció a todos nuestros enemigos: el pecado, la muerte y los poderes de las tinieblas que nos esclavizaban.
También se usaba la palabra evangelio para anunciar el nacimiento de un rey. Cuando nacía un rey, se creía que vendría una era de esperanza para todos. Así, el evangelio de Lucas comienza diciendo que el ángel vino a anunciar: «Os ha nacido en la ciudad de David un Salvador». Un nuevo rey ha venido al mundo; pero no cualquier rey. ¡El Rey de reyes y Señor de señores! Esto es un evangelio.
Hoy casi no existen reyes como antaño, así que no es tan fácil entender qué significaba para el mundo antiguo el nacimiento de un nuevo rey. ¡Cuán importante era aquello! Hoy elegimos gobernantes cada cuatro años, pero un rey podía regir una nación durante muchísimos años.
Aún más, ese rey ascendería un día al trono. Y éste es el tercer uso de la palabra evangelio: el momento cuando un nuevo rey era coronado. Aquel anuncio era un evangelio; nuevos tiempos comenzaban para la historia de una nación. La gente esperaba que este nuevo rey corrigiera los males o los errores que hubiese cometido su antecesor. Era una nueva esperanza en el corazón de los hombres.
Por eso, los primeros creyentes usaron esta palabra, y no otra: el evangelio, una noticia extraordinaria: ¡Un Rey ha nacido! ¡Un Rey ha sido entronizado!
Un «jubileo» universal
La palabra evangelio tiene un sentido adicional en el Antiguo Testamento, que también es necesario entender. Cuando Jesús entró en la sinagoga de Nazaret, al inicio de su ministerio, leyó el rollo de Isaías 61:1. Y lo aplicó a sí mismo, diciendo: «Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros» (Luc. 4:21).
«El Espíritu de Jehová el Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas…». Esta última expresión, está en hebreo en el texto original. Pero cuando se tradujo al griego, los traductores escribieron allí «el evangelio». Fue la primera vez que la palabra evangelio apareció en la traducción al griego del Antiguo Testamento: «Me ha enviado a predicar el evangelio».
«…a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel; a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, y el día de venganza del Dios nuestro; a consolar a todos los enlutados; a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya» (Is. 61:1-3).
Es necesario entender el trasfondo en que el profeta habla aquí. Es un anuncio mesiánico, en clara alusión a la venida del Mesías, pero su contexto es lo que en Israel se conocía como «el año del jubileo».
Había dos tipos de jubileo en Israel: uno cada siete años, y uno cada cincuenta años. Cada siete años, los heraldos recorrían Israel anunciando la llegada del jubileo. Esto significaba que, automáticamente, todos los esclavos quedaban libres. Para aquellos que tenían deudas, éstas quedaban canceladas. Se abrían las puertas de las cárceles, y muchos salían en libertad. Si alguien se había vendido como esclavo, porque era pobre y no podía sustentarse, entonces, al séptimo año, salía libre.
El año del jubileo era el año de la liberación. Pero además, cada cincuenta años, si alguien había perdido su tierra, la recuperaba. La tierra era fundamental en Israel, una economía agraria, porque era parte de la tierra prometida. Ser propietario allí significaba ser parte del pueblo de Dios.
Si alguien perdía su derecho a la tierra, o la vendía por deudas, no tenía cómo producir su sustento; estaba arruinado y tenía que venderse, él y su familia, como esclavo. Era algo terrible. Pero cada cincuenta años se proclamaba el jubileo y la tierra volvía a sus dueños originales. Se recuperaba todo lo perdido, y si un propietario había muerto, sus hijos tomaban su parte.
Este era el jubileo en Israel. Pero aquí el profeta está mirando hacia el futuro, cuando viniese el Mesías, el Cristo. La buena nueva no es simplemente la recuperación de la tierra o la libertad, sino que se refiere a un jubileo inmensamente mayor. Es «el año de la buena voluntad de Jehová», el año que trae buenas nuevas a los abatidos, los angustiados, los desesperados, los que han perdido a sus familiares.
«…a publicar libertad a los cautivos». Imagínese a alguien que está en la cárcel, sin esperanza de libertad, y se le anuncia que ha sido indultado y puede salir de inmediato. ¡Cómo saltaría de felicidad! Esto es un evangelio. Cuando leamos la palabra evangelio, recordemos que es algo extraordinario.
«…a proclamar el año de la buena voluntad de Jehová, a ordenar que a los afligidos de Sion se les dé gloria en lugar de ceniza, óleo de gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar del espíritu angustiado; y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya». Esta es la palabra del evangelio, una palabra de salvación, de jubileo universal. El tiempo de la angustia terminó. Este es el primer sentido de la palabra evangelio: una buena noticia.
Supongamos que un científico médico descubre una cura para el cáncer. ¿Se guardaría esa noticia? ¿Sería bueno que se guardarse esa noticia? ¿No sería una persona terriblemente irresponsable e inmoral si ocultara una noticia semejante, si no la publicara y la entregara a todos?
Pues, bien, este evangelio es mucho más grande que aquello. Porque aquí se nos dice que hay una cura para el pecado y contra la muerte. Se nos dice que puede consolar a los enlutados. Qué cosa terrible es la muerte, pero el evangelio nos dice que incluso la muerte ha sido vencida por Jesucristo. Él «sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio» (2 Tim. 1:10).
El evangelio puede dar vida a los muertos, rescatar a aquellos que están sometidos al poder del pecado y transformar a los hombres más corruptos de este mundo.
¿Alguien tendría vergüenza de anunciar al mundo entero que tiene una cura contra el cáncer? No, ¿verdad? Y nosotros tenemos la noticia más grande de todas: que Dios mismo envió a su Hijo para que todos los hombres de este mundo puedan ser salvos. Esto es un evangelio.
Anunciar como un heraldo
La segunda palabra que se usa para hablar del evangelio es kerigma. Aunque en esta forma sustantiva es mencionada solo tres veces en la Escritura, aparece muchas veces en su forma verbal, kerisein, y se traduce como predicar o anunciar como un heraldo.
Un heraldo era alguien enviado con autoridad para dar a conocer una noticia oficial. Por ejemplo, si un rey quería proclamar un decreto o edicto a todo su reino, enviaba un heraldo. Éste no iba en su propio nombre, sino en el nombre y con la autoridad del rey.
Esta es la segunda palabra usada para hablar del anuncio del evangelio. Cuando nosotros anunciamos el evangelio, no lo hacemos en nuestra propia autoridad, sino que estamos investidos de la autoridad del Rey de reyes y Señor de señores. Hablamos en su nombre, bajo su autoridad, y él nos respalda. Cuando predicamos el evangelio, estamos respaldados por la autoridad del Rey del cielo. Somos sus heraldos.
Dar testimonio
La tercera expresión usada para hablar del evangelio en el Nuevo Testamento es dar testimonio, que viene del vocablo griego mártir. Un mártir era, en esencia, un testigo. Curiosamente, esta es la única palabra que usa el apóstol Juan. Él no usa la expresión evangelizar, sino dar testimonio. Esto es muy importante para entender qué es el evangelio.
El evangelio es un testimonio, la confesión de un testigo bajo juramento. Cuando alguien va a un tribunal y testifica sobre un hecho real, el juez le pregunta: «¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad?». El aludido no puede inventar nada, porque si se descubre que mintió, caerá sobre él todo el peso de la ley.
Esta es la tercera palabra que se usa en la Escritura. Dar testimonio como en un tribunal. La palabra mártir, en el Nuevo Testamento, señala a alguien que está dispuesto a confirmar y a defender lo que está diciendo, incluso con su propia vida.
Así se entendía en el tiempo antiguo, porque cuando una persona mentía en un tribunal, pagaba con su vida. Y esta es la tercera palabra que usada en el Nuevo Testamento. Pero, ¿qué significa? Veamos 1 Juan 1:1. Como dijimos, él usa de manera preferente esta expresión para referirse a la predicación del evangelio. En consecuencia, aquí Juan se refiere al evangelio.
Lo que vimos y oímos
«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida».
¿De qué nos está hablando Juan aquí? De Jesucristo. Lo que él tiene que decir es un testimonio, algo que vio con sus propios ojos, como testigo de primera mano. No es algo que oyó de otros, ni la idea de un filósofo o la experiencia de un místico. No. Es un testimonio: Lo que vimos, lo que oímos, lo que contemplamos, lo que palpamos.
En Hechos capítulo 4, cuando Pedro y Juan son llevados ante el concilio, se les amenaza para que en ninguna manera hablen más del nombre de Jesús. Mas ellos dicen: «No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído». No se puede borrar del corazón de un hombre aquello que ha visto y oído.
Dice Pedro en Hechos 10:40-41: «A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano», esto es, personas que están dispuestas a defender con su vida aquello que dicen. ¿Nosotros entendemos esta dimensión del evangelio, como un testimonio que alguien está dispuesto a defender incluso con su vida?
Eso significaba ser testigos de Cristo para los primeros cristianos. Por eso, en el último versículo de Apocalipsis capítulo 12 se nos dice que, cuando el dragón es arrojado del cielo por el ángel Miguel, persigue a la mujer. Y, puesto que la mujer es llevada al desierto para ser guardada por Dios por 1260 días, el dragón se llenó de furia contra la mujer (la iglesia) «y se fue a hacer guerra contra el resto de la descendencia de ella, los que guardan los mandamientos de Dios y tienen el testimonio de Jesucristo».
La frase «el testimonio de Jesucristo» es la expresión con que Juan se refiere al evangelio. El testimonio de Jesucristo es el evangelio. Él usa esta frase porque significa que ellos están dispuestos aun a dar su vida por su testimonio. Tal como dice antes: «Ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte».
A veces, tenemos temor de predicar el evangelio porque podemos ser menospreciados o rechazados por nuestros colegas, amigos o compañeros. Pero el significado de «dar testimonio de Jesucristo» es estar dispuestos aun a dar la vida, porque «no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído».
Fíjese en lo que dice Hechos 10:40: «A éste levantó Dios al tercer día». Este es un testimonio; no es una leyenda o un cuento. Ellos lo vieron resucitado, con sus propios ojos. Por ello, Pedro, Juan y los otros apóstoles, sellaron literalmente con su sangre su testimonio sobre Jesucristo. Y aun cuando morían por causa de su testimonio, sostuvieron hasta el final que Jesús había resucitado de entre los muertos.
C.S. Lewis dijo una vez que cualquier hombre puede morir por aquello que cree honestamente verdadero, pero que nadie está dispuesto a morir por lo que sabe que es una mentira. ¿Usted daría la vida por algo que sabe que es falso? Por cierto que no.
Por eso la Biblia dice que Jesús apareció «no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos» ¡Qué cosa puede ser más potente que esto! ¡No era un fantasma, ni una alucinación! «Y nos mandó que predicásemos (anunciar como un heraldo) al pueblo, y testificásemos (dar testimonio) que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos».
«…porque la vida fue manifestada, y la hemos visto» (1 Juan 1:2). Es poderoso el testimonio de alguien que dice: «Yo lo vi, estuve allí; es verdad». Claro, el que oye un testimonio es libre de aceptar o rechazar lo que se le está diciendo porque solo tiene la palabra del testigo y no tiene como confirmarla por sí mismo. Por ello, Juan nos dice algo más al respecto: «…lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos para que también vosotros tengáis comunión con nosotros».
El testimonio del Espíritu
La interrogante que surge es: «Por supuesto, los apóstoles vieron a Jesús, estuvieron con él y fueron testigos de primera mano; pero ya han pasado dos mil años, y nosotros, es evidente, no lo vimos con nuestros ojos». Entonces, ¿cómo podemos ser sus testigos hoy? Porque anunciamos su vida, su muerte en la cruz y su resurrección, esto es, damos testimonio de hechos históricos.
En consecuencia, Juan nos dice que cuando predicamos el evangelio, no solo nosotros damos testimonio, sino que uno más grande que nosotros también da testimonio. Junto con nosotros y en nosotros, en nuestras mismas palabras, otro está también dando testimonio: el Espíritu de verdad. «Cuando él venga convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio» (Juan 16:8).
Dios mismo da testimonio de Cristo por su Espíritu. Por eso, el evangelio es una palabra fiel. «Y el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad» (1 Juan 5:6). Por eso, su testimonio es verdadero. «Si recibimos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios; porque este es el testimonio con que Dios ha testificado acerca de su Hijo. (Este testigo divino es mayor que cualquier testigo humano). El que cree en el Hijo de Dios, tiene el testimonio en sí mismo» (v. 9-10).
Luego, es importante entender lo siguiente: El evangelio no nos dice que tenemos que ver primero, y luego creer, sino al contrario; primero tenemos que creer el testimonio de quienes lo vieron con sus ojos, ¡y luego veremos! Si al oír el evangelio (al recibir el testimonio), creemos en él, también nosotros veremos y tocaremos a Jesucristo por el poder del Espíritu Santo.
¿Por qué podemos ser testigos de Jesucristo? Porque cuando creemos en él, nosotros mismos llegamos a comprobar la verdad del evangelio por experiencia. Ya no somos testigos de segunda mano. Hemos visto y sabemos. «Y este es el testimonio: que Dios nos ha dado vida eterna; y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (v. 11-12).
¿Cómo sabes que el evangelio es real y que Cristo es verdadero? Lo sabes, porque él te salvó, porque él te dio su vida, y eso nadie lo puede refutar. Un siervo de Dios dijo: «Dios no nos dio un argumento irrefutable para los incrédulos; nos dio algo mucho mejor: una Persona irrefutable – Jesucristo».
¿Necesitas mucha preparación para ser testigo de Jesucristo? No, en principio lo único que necesitas es haberle conocido y sido salvo por él. En ese mismo instante te conviertes en testigo suyo. Como aquel hombre ciego de Juan capítulo 9: «Si es pecador, no lo sé; una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo» (9:25). Tú sabes algo que nadie puede refutar; aunque te digan que no es verdad, seguirá siendo una verdad irrefutable para siempre en tu vida.
Dice un famoso himno, «Yo estaba ciego, pero ahora veo; estaba perdido, pero he sido hallado». Somos tan pecadores, que no podemos salvarnos a nosotros mismos. Nada nos salvará: ni la ley moral, ni el esfuerzo, ni la religión. Pero un día el Señor llegó hasta nosotros y nos salvó. Este es el evangelio: el Dios eterno nos amó y nos acogió incondicional y eternamente, por medio de la fe en su Hijo Jesucristo.
Noticia extraordinaria
¿Sabes lo que nos dice el evangelio? Que existe un Dios eterno y personal, que nos ama y que no dejará nuestra vida en la tumba; y que un día nos levantará de la muerte, para que estemos eternamente con él. Tú y yo viviremos para siempre, porque un día el Hijo de Dios vino al mundo y murió en la cruz para saldar nuestra deuda y rescatarnos para Dios.
No hay nada como el evangelio en este mundo caído. El evangelio de Cristo es la única esperanza para todos, porque solo él salva a los hombres. Si éstos rechazan el evangelio, pierden toda esperanza; si la iglesia se olvida del evangelio, ella también ha hipotecado su esperanza. El Dios del cielo nos encomendó la noticia más extraordinaria de la historia. «Vayan por todo el mundo y prediquen el evangelio a toda criatura, como heraldos, llenos de confianza, llenos de autoridad. Y el que creyere, será salvo».
¿Tú quieres ir? No necesitas cruzar continentes. Basta que vayas a tu vecino o a tu colega en tu trabajo, a cualquiera que esté cerca. Lo que tenemos que decir es demasiado importante como para callarlo. Es el evangelio, que liberta, que sana, que redime, que salva, que perdona, que justifica, que reconcilia al hombre con Dios, y a los hombres unos con otros y con la creación de Dios. ¿Qué puede ser más importante que esto?
Síntesis de un mensaje oral impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2018.