Pero, si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros…».
– 1 Juan 1:7.
El apóstol Juan, en esta carta, nos trae una enseñanza muy necesaria para nuestra carrera cristiana. Nosotros nacimos de nuevo, fuimos perdonados por la sangre de Jesús; fuimos justificados por su muerte y resurrección. Ahora, por la fe, fuimos hechos justos. Dios ya no nos llama pecadores, sino santos, sin mancha e irreprensibles (Col 1:22). Santos, justos, pero aún no llegamos a la perfección.
Si la regeneración nos llevase de inmediato a la perfección, no necesitaríamos santificación. «El que es santo, santifíquese todavía», nos enseñó el Señor (Ap. 22:11). No es posible alcanzar la santificación andando solo. Un cristiano que anda solo no puede crecer en santificación, porque gran parte de ella es hecha en la luz de la comunión.
¿Cómo es esto? Juan nos enseña en su primera carta, en el versículo 3, que nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Ésta es la comunión necesaria, pero en el versículo 4 nos dice que ella se completa en la comunión de unos con otros, esto es, con la iglesia del Señor.
El versículo 5 nos anuncia que Dios es luz. No hay ningunas tinieblas en él, no hay nada que quede encubierto en su presencia. Todas las cosas están desnudas y abiertas delante de él (Heb. 4:13). Si Cristo es la cabeza de la iglesia, el propósito es que, como él, todo su Cuerpo sea luz (Mat. 5.14). Somos hijos de la luz. Dios no nos destinó para la ira, sino para que alcancemos la salvación por nuestro Señor Jesucristo (1 Tes. 5:5, 9).
Él nos hizo aptos para que participemos de la herencia de los santos en luz (Col. 1:12). Por eso, si decimos que tenemos comunión con él y andamos en tinieblas, mentimos. Andar en la luz aquí no se refiere a la santidad. Si así fuere, no necesitaríamos ser limpiados por la sangre como dice el versículo 7. La luz a la cual se refiere Juan, es la luz de la Palabra traída en la comunión con los santos, esto es, la Palabra como luz para la iglesia del Señor (Sal. 119:105). En su luz vemos la luz, nos dice el salmista (Sal. 36:9).
La luz de la Palabra en la comunión con la iglesia expone nuestra vida. Expone lo que es de nuestra carne; expone los pecados que están encubiertos a nuestros ojos (Sal. 19:12). Juan se refiere a los pecados que no son de muerte (1 Juan 5:14-17).
Nosotros no podemos discernir nuestros propios errores, ni juzgarnos a nosotros mismos; si hiciésemos esto, no seríamos juzgados (1 Cor. 10:31-32). Solo la luz de la comunión puede hacer esto, y en esta comunión con la iglesia es que la sangre de nuestro Señor Jesucristo nos purifica, nos limpia de todo pecado. Esta es la comunión con la sangre de que nos habla Pablo en Corintios; de la copa de bendición en la mesa del Señor (1 Cor. 10:16-21).
El pecado nos aleja de Dios y automáticamente de la comunión, y el Señor no quiere que andemos así. Es andando en la luz y teniendo comunión unos con otros y por la comunión con la sangre que nuestros pecados son traídos a la luz y son purificados. ¡Cómo necesitamos de la luz, de la iglesia y de la sangre de nuestro Señor!
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