Y luchó con él un varón hasta que rayaba el alba».
– Gén. 33:24.
A nuestra carne insensata le gustan textos como éste que exalta nuestra capacidad y fuerza delante de Dios. Y sobre todo, cuando somos motivados por las enseñazas de aquellos que dicen que nuestra oración puede vencer a Dios. Si hacemos una vigilia de una noche entera –dicen– podemos lograr que él cumpla lo que deseamos. Si andamos así, demostramos que no conocemos al Dios Soberano. «Acordaos de esto, y tened vergüenza; volved en vosotros, prevaricadores. Acordaos de las cosas pasadas desde los tiempos antiguos; porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho; que digo: Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quiero» (Is. 46:8-10).
El texto del pasaje de Jacob en el valle de Jaboc es el tiempo que Dios viene a nosotros para realizar aquello que él desea, independientemente de nuestra voluntad. Dios siempre habló con Jacob, pero éste siempre fue tardo en oír y siempre luchó contra la voluntad de Dios. Así también ocurre con nosotros.
Él siempre quiso hacer prevalecer su voluntad de tramposo –porque eso es lo que quiere decir «Jacob»– sea en el robo de la bendición de la primogenitura, sea en la adquisición de su esposa por medio del trabajo, sea en la fuga de la ira de su hermano. Toda la vida de Jacob fue una lucha para hacer prevalecer su voluntad. Jacob es nuestra figura como pecador que resiste la Soberanía, la Gracia, la Bondad, la Misericordia, y el llamamiento de Dios.
Hasta aquel momento en el pasaje del valle de Jaboc –que quiere decir «lucha»– él siempre resistió la voluntad de Dios. En el valle de Jaboc llegó el momento de que Jacob conociera a Aquel que lo había escogido desde el vientre de su madre. (Rom. 9:11-13). Dios tuvo que luchar con Jacob para que él dejase de luchar a favor de sí mismo. Tanto es así, que incluso estando Dios mismo luchando con él, todavía Jacob prevalecía. «Y cuando el varón vio que no podía con él, tocó en el sitio del encaje de su muslo, y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba» (Gn. 32:25). Aquel era el momento en que Jacob debía dejar de luchar y recibir la gracia del Hijo del Hombre, Jesús, que peleó por nosotros y venció. Luchamos toda nuestra vida y no sabemos que nuestra lucha es contra Dios. Nuestra lucha solo terminará si viene el propio Dios y quita toda nuestra fuerza; de lo contrario continuaremos resistiendo. (Ver Hechos 9:4-6).
Jacob fue cambiado en Israel después de eso. Él fue bendecido por Dios, quien le hizo una nueva criatura. No fue más un tramposo, sino aquel que andaba con Dios y conocía a Dios. Necesitamos dejar de luchar y humillarnos bajo su mano poderosa. Nuestra necesidad no es luchar, sino conocer a Dios y a Jesucristo que es nuestra vida eterna (Juan 17:3).
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